lunes, 6 de abril de 2009

El machete de madera



Leyendo a Rafael Almanza Alonso/ Texto en construcción


1.
El No-ser, el No-estar del poeta, arman el verdadero centro. Omphalos. Más que leer o pensar habría que aspirar, dejarse explorar, por un texto cuyo asidero está más en la irradiación, en lo inmanente, que en la presencia, que en lo habitable. Ruakh sobre las aguas. Se sienten los efectos y las insinuaciones en el momento en que se logra definir como un estado, una tensión, que no deja evidencias pero que transforma la sustancia. Para este instante las preguntas deberán adquirir la serena majestad de las respuestas y habrán mostrado su inutilidad, su carácter aparencial, porque nunca las esencias pueden ser mostradas sino presentidas. Cuando una insinuación puede ser evocada o apenas pronunciada como interrogación o certeza ha perdido su sentido, su carácter, su ánima.

2.
El absurdo de la pobreza no alcanza plenitud - tan cara al trascendentalismo lezamiano- sino a través del sacrificio. Aquí lo irradiante no es la pobreza o el pobre, sino su grito, no es el desasimiento sino su emanación. Las armas veladas son una mezcla de lo de arriba con lo de abajo, de la frondosidad con la endebles, de lo permanente con lo transitivo, en las que la alusión a la madera prefigura al madero y no a la inversa.
Todo orden está invertido y se disfraza de una majestuosidad compositiva, de una complejidad simbólica, de una multiplicidad de sentidos, que hacen que parezca ser habitado por la sobreabundancia cuando en realidad el harapo, la hilacha, el fragmento, están por debajo de todo el bosque tropológico. La tierra habitada esconde a la tierra arrasada. El machete es ara. No propiedad, no arma, ni siquiera estandarte, aún cuando en la infancia fuera llevado por las calles, aparentemente levantado, por el niño-poeta. Lo que se enarbolaba era una profecía, la elección del sacrificio que había escogido a un infante y no este a él. ¿Quién sostiene a quién? Bien puede decirse entonces que lo que caminaba era el dolor mostrándole a la urbe y al orbe su elegido.
Un machete de madera proponía su consumación en la carne intocada, la misma que en la penumbra encuentra sentido e iluminación, muchos años después, durante los cuatro días de un octubre absurdo en el que se le mostró al poeta la verdadera dimensión de su nombre y por lo tanto de sus armas: salud y hombre ( fuerza) de Dios.

3.
Un. Dos. Tres. En fila india pasean la madre y las tías del poeta por la calle del Rosario. Cuentas. Bien podrían ser sesenta. Mandala ascensional. Ellas aparentaban la línea recta, de una casa a la otra. El cuerpo se les balanceaba. Hoy descubro el sentido de esa marcha. Ellas son la Rosa de los Vientos. Las escogidas. Una poesía viril, como pocas, sin el lagrimeo del imposible o la queja tan prostituta, se deja ensartar por el ánima. Sin ella, ellas, el cordón no hubiera tenido ilación, sentido. Cada cuenta deberá ser atravesada más no poseída. Renunciar a la posesión como dominio. Renunciar a todo, perderlo, más para perder que para ganar. Poética de la perdida. Abandono. Nada hay que ganar, por eso los poemas reposan bajo la imagen de Nuestra Señora. Caritas. Bajo una barca. Bajo el número tres. Bajo la luna invertida.


4.
Pues el hombre ha de estar muy adentrado en la edad de la razón para aceptar el vacío y el silencio en torno suyo.
María Zambrano

Coloquio más no coloquialismos, que es parloteo, cháchara, alarde de ingeniosidad. Los nuevos juegos florales no entrarán al jardín. El Amor Universal como construcción conversa, dialoga. Se extiende, se abren los puentes. Las matemáticas, las sumas, las arquitecturas, la compleja elaboración simbólica del conjunto arman una nueva Tetraktys, que sin renunciar a su esencia pitagórica descubre la verdadera fuente, la raíz, en el Kirios, no sin cierta dosis de ascesis y sacrificio. Los coloquios siguen su ruta, se hacen más complejos y a la vez más simples, más esenciales, la palestra va cambiando, se trasforma. Cuando en un inicio, es decir en los reinos de Jóveno, se habla desde el kourus, se entabla ciertamente un coloquio trágico (apolíneo en la cáscara, dionisiaco en la almendra) que a medida que avanza va perdiendo, o mejor sería decir que va renunciando a la multitud de participantes, para finalmente abordar el dialogo con el Solo. Gallo de Basalto. La nueva construcción, la que vendrá, tendrá que ser entonces el árbol invertido, que partiendo del nombre, es decir de El Amor Universal, siga la ruta de la ascensión, que no será más conversación desde las palabras sino en la Palabra, o presumiblemente en el Silencio. Se habrá dado cumplimiento a la Edad de la Razón y comenzará la Edad de la Gracia.


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El Amor Universal

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Libro de Jóveno (1975-1984) El gran camino de la vida (1985-1990)

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El octavo día (cuentos 1990-1996) Nada existe (noveleta, 2001) Fíbulas u peróvulas (cuentos, 2002-2003)

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Visiones (1991-1992) Iconos (1993-1999) Sonetos al amor divino (2002 ) Elíseo SiEgo:el juEgo de DiEs? (ensayo, 1994-1997)



5.
Silencio. El silencioso.

6.
Ruinas Ruinas Ruinas Muros Non natos La iglesia yerta ¿Será el agua o es que los muertos vienen a esta ciudad y no aprendimos aún a recibirlos? Agua de los huéspedes Los muertos beben Puertas El templo son las puertas misterio que será
Camino hasta el parque de 15 y 16, en el Vedado. Frente a la iglesia me detengo. Versos se agolpan. Cuando vivía en Camagüey, al cruzar el puente sobre el Tínima, ellos solían acompañarme. Llegué hasta la puerta. ¿Acaso somos los que están esperando? Paso. Rafael Gabriel entregará a José Julián. A la izquierda del ara están. Sólo es verdad el ara.
Patria Piedra Polvo de Dios
Agustín quedó absorto mientras veía a Ambrosio leer sin mover los labios, algo parecido me sucedió la tarde en la que escuché Los hechos del Apóstol. En la capilla de Nuestra Señora del Rosario José Martí asumía, para mí, sólo para mí, el esplendor del intercesor, del que media; estaba revistiéndoseme de una luz nueva y para eso había tenido que ascender hasta el sitio de la Calavera que le habíamos construido por años, despojárseme de falsas vestiduras, anonadarse, descender, entrar a su caverna y regresar. Martí venía acompañado de los cubanos dignos, que por suerte no nos han faltado jamás en la República. Para el centenario del nacimiento otros tuvieron Insularidad de José Martí, para el de su sacrificio tuve Los hechos…
Ara Verbo mudo Piedra del octavo día.

7.
La República, espacio donde se acrisola la Ciudad. Ciudad País. Ciudad Sol. Ciudad Dios. La Ceiba como anticipación de los cielos nuevos, de la nueva tierra, de la arrebatada. La Ceiba entrevista, la vislumbrada.
El trazado de cada verso es la materia de los otros renglones, de los no dichos, de los no grabados, de los que vendrán. El libro como conformador del verdadero territorio. La Geografía vuelta sobre si misma, concentrada, purificada. La escritura como alquimia. No búsqueda de la Piedra Filosofal sino de la Ciudad que podrá nacer - ¿o renacer?- del Rectángulo de San Juan de Dios, que en su imperfección nos remite al espacio sagrado y al ícono de la Trinidad que es el que le confiere verdadera definición. No es la ínsula o su destello lo que logra realeza, es el trazado, la insinuación, el imposible del Amor Universal lo que da sentido a cada estación, a cada paso, que aquí se llama libro, texto, conjunto, poemario. Lo que parece consecuencia de un diseño es accidente. El accidente que se ha fabricado a si mismo y que hace a su escribano. Mapa, trazo y mano como obra de piedad.

8.
La caligrafía que se hace trazo nunca alcanza la plenitud del dibujo, se sitúa más en lo especular que por los lados de la recta emanación. Sentido inverso es real sentido. La máscara colocada revela la persona. No se rompen los velos, se fundan los ropajes. Cuando los semitas, desierto por medio, colocan el maná y las tablas dentro del arca y pretenden dedicar el espacio santísimo lo cubren de una multitud de pieles y de velos que tendrán su consumación, a la vez que su rotura, en la hora tercia, cuando los filtros ya no fueron necesarios pues todo el Universo alcanzó verdadera rotundidad en el camino de la sangre.
El trazo del poeta no es pared o celosía sino piel del resucitado. Verdadera hombradía, que ya sabemos por Ignacio, el obispo mártir del siglo II, que será alcanzada después de la muerte. El trazo, la palabra-ráfaga es visión del paraíso recobrado, del pasto en el que lo hacen reposar desde ya. Lo que deslumbra no es lo aparente sino el fondo de hierba, de cañada y de cayado. Las letras perfuman el texto, o mejor, son su aroma.

Dibujo de Jorge L. Porrata

Tejer con las palabras



Diario del Festival Primavera de Cuentos 2009

Adagio

Podría tener cualquier nombre. Haber nacido hace cientos de años, quizás hasta miles, en una isla rodeada de horizontes, o en un horizonte, sólo uno, rodeado de ínsulas diminutas. Podría tener un nombre, más los poseo todos. Y es incómodo, créanme.
Así, como cuando una madre llama a sus hijos, hembras y machos, bajitos y altos, sambos y rectos, no importa; yo siento que me llaman, yo respondo.
Y eso es incómodo, créanme que mucho.
Esta mañana el sol se levantó temprano, el gallo cantó seis veces, y el ajetreo en los patios interiores es infernal. Hay que poner el vino en los odres, y ya sabe que no cualquiera pude contener el vino nuevo y pesado de estos lugares. Mi padre siempre decía - porque yo tengo o tuve uno, no sé, un padre- “vengo de algún sitio, que es este y que a un mismo tiempo no lo es, puede ser otro…” Él, no el sitio sino mi padre, siempre decía que lo más delicado es poner las cosas en el lugar correcto; y el vino no es cualquier cosa. Es el alma de la fiesta, el espíritu.
Desde hace días fregaron los pisos, colocaron los asientos, dispusieron los espacios.
Yo, en secreto claro está, sigo tejiendo y destejiendo. Hice traer hilos de lugares lejanos. Ellos vinieron solos. Por eso no debo seguir diciendo hice traer… Mis amigas me lo recuerdan: “Tú tienes que decir que ellos llegan, llegan y se van; llegan al tapiz y después se van. Los hilos siempre están de un lado para otro”.
Y tienen razón. Esas muchachas saben demasiado para su edad.
Ellos están afuera. Los pretendientes. No he mandado abrir las puertas y ya están. Desde antes del alba. Sería mejor decir que desde antes de los amaneceres. Ellos traen sus armas. Ellos esperan que yo les muestre la tela y que escoja a uno. Pero creo que no podrá ser. Ya escogí. Desde mucho antes, yo escogí…

De golpe se abrieron las puertas de la Sala Ernesto Lecuona. Yo había subido las enormes escaleras que dan a los salones del Gran Teatro de La Habana demasiado temprano y tuve tiempo para imaginar lo que sucedía antes de que ellas se abrieran para acogernos, una vez más, en el Festival Primavera de Cuentos 2009. No podía ser de otra. Cuento llama cuento; historia a historia; palabra a Palabra; y ella llama a la boca, y la boca al cuerpo, y el cuerpo al oído, y el oído a otro cuerpo, y el cuerpo a la boca, y ella al oído, y él a la palabra y ella al cuento, a la historia. ¡Cuidado que me enredo! ¡A su sitio compañeros! Sin saber estaba yo contando, narrando, y toda mi vida se convertía en hilos, en hebras de muchos colores, algunas pobres y raídas; otras gentiles y esplendorosas; otras graciosas y regordetas. Hebras de un tapiz. Cada una es un cuento, pero cada cuento es un nombre, un contador de historias, que vino y se colocó, y se desnudó, y se mostró; cada uno de ellos es una vida, concreta. Este festival, esta edición, fue la de la rapsodia, la del tejido de las palabras de vida.
Por razones que sólo la sinrazón de la pobreza ordena, por la generosidad y tino que tenemos los pobres, irradiantes pero sin plata, sin cobre, sin magüa, sin parné, sin lochas, sin lana, como queráis llamarle a las sonoras monedas, Mayra Navarro, pobre irradiante, tan intuitiva y justa, capaz de olfatear un buen cuentero en cualquier lugar donde este se meta o se esconda, programa “ a ciegas” el evento, y ya se sabe que la programación vertebra o desteje cualquier acto de cultura. A ella esas cosas le van muy bien. Y resulta que sin habérselo propuesto, por los azares de su olfato, salió un festival que en cada noche tuvo grandes momentos de la verdad, historias de vida, personales desnudamientos y desgarramientos.

Variación


Veamos por día. Aunque debo aclarar, desde ya, que este diario no incluye todas las funciones sino a aquellas que se disponen alrededor de la relatoría de la vida privada o pública, personal o colectiva. Otros quedarán afuera, y es justo decir que entre ellos también se encuentran momentos de verdad o de alta elaboración artística, pero para esta noticia he preferido ceñirme a lo que considero fue el signo de distinción de sus jornadas.

Jueves 19
Las mieles secretas. Aldo Méndez. Cuba o sería mejor decir Meneses, Sancti Spiritus.
Al narrador lo conocemos hace años, mucho antes de que se fuera a vivir y a trabajar a España, en medio de la meseta de Castilla- La Mancha, de cuyo nombre me acuerdo, bien que lo hago. Una comida al borde del camino, judías con perdices, o unas tapas en Chinchilla, la de la triste cárcel ya difunta. Lo conozco, claro está que al artista, mucho antes de que adquiriera ese acento entreverado en el que el decir cubano se viste de ces, eses y zeta y las cosas adquieren nombres peninsulares. Ya era entonces un gran narrador, hábil en el arte de mover los cuerpos y de hacer danzar a los rígidos adultos cual niños; diestro en su palabra poética, con una gran dosis de humor y desparpajo, de ingenio. Ya lo era, antes de la castañuela y los toros.
Contó la historia de su pueblo, de su familia, la de sus orígenes. Y ya se sabe que esto es difícil. Podría haber apelado al choteo o la solemnidad, al melodrama o al culebrón lacrimoso, o incluso hasta a la pública o velada sátira política, tan de moda cuando se trata de asuntos insulares y tan efectiva en ciertos sectores europeos. Los cubanos podemos ir del folletín al panfleto, como del “azafrán al lirio”. Con nosotros pocas veces se sabe. Pero otra fue la opción. El narrador se sujetó a las mañas del realismo mágico, más garciamarquiano que carpenteriano, difícil de sostener en un discurso oral, sazonado con cierta dosis de humor negro, de ingenio, de ingrediente cáustico y absurdo, que le permitieron borrar a tiempo las costuras y las deudas, y presentarse desde la verdad, su verdad de hoy, que esta entre el viento seco de Castilla y el huracán antillano. Eso explica por qué no molestó su acento castellano en una historia cubana, por qué la hibrides y el pastiche fueron recibidos como una generosa muestra de autencidad y fidelidad a la vida que es hoy.
Fue un espectáculo postmoderno, quizás sin proponérselo. Efectivo en sus recursos, mesurado incluso hasta en el desgarrador final. Sencillamente alto y luminoso, verdadero.

Viernes 20
Los muertos, ah los muertos con sus caras largas y sus sonrisas grises. Los muertos vienen llegando. Llegan. Toman posesión del lugar.
- ¡Abran paso que llegó la Muerte! – grita uno, pasadito de tragos.
- Señora, con cuidado, que su culo grande y trepado. como el de las negras, puede llevarnos sabe Dios a dónde.
Dice otro amargado, pero sin alcohol.
El fambeco de la Muerte dice que me equivoqué, que erramos. Esto es guachafa. Anuncian velorio y gritería, pero en su lugar vienen cuentos. Es que los habaneros no saben de buenos velorios. Ellos hace mucho tiempo se van a las funerarias y dan pésames y lloran.
Rubén Bustamante parece llegado de un pueblo del interior, de uno detenido en el tiempo. Pero no. El mulato no es cubano. Viene de por los lados de Guayaquil. Claro, por eso el sombrero de topilla. Y cuenta los cuentos de velorio de su pueblo. Mezcla el teatro, los personajes, la danza, el costumbrismo, pero no deja de narrar, de estar en los linderos del cuento oral, tradicional. Lo salva su apego a la cuentería popular, y hasta su oficio teatral. ¿Por qué no? Es alumno de Dirección teatral del cubano Nelson Dorr.
Simpático y auténtico. Centrado y efectivo, guiado por una dramaturgia que resulta beber del rito y la representación social que es aún en los pueblos de América el suceso de los funerales y los enterramientos.

Sábado 21
Murdering Cinderella. Matando a Cenicienta. Espectáculo en inglés, en yiddish, en español. Historia de una familia judía, húngara, que emigra primero a causa de la ocupación y el nazi-fascismo y que después de 1956, se va de Hungría a Canadá. Historia de cuatro mujeres: la abuela, la madre, la hija (que es quien narra) y la nieta. Las tres últimas son hijas únicas, que tuvieron hijas únicas, que después de las cesáreas tienen barrigas como melocotones arrugados. Bueno, a decir verdad, la jovencita aún no se ha sometido a la operación, pero seguramente lo será. No es coincidencia que durante tres generaciones estas judías centraran sus vidas alrededor de una cicatriz. La abuela cuenta versiones sangrientas de los cuentos populares europeos, que son las auténticas, porque aunque lo hayamos olvidado, quien manda a matar a Blancanieves no es la madrastra sino su propia madre, celosa por la belleza de la muchacha; los regueros de sangre de la Caperucita Roja ahogan al más pinto de la paloma y los padres de Hansel y Grettel son los que botan a los muchachos en el bosque por falta de comida, etc. La madre frustrada y metiche, la hija liberada y la muchacha por liberarse, están signadas por una mezcla de historias que están entre la versión de Cenicienta de la abuela, donde las hermanastras se cortan los dedos de los pies para que les sirvan las zapatillas, y la meliflua de Walt Disney. El sueño del emigrante se mezcla con el rosa del consumismo.
Historias de mujeres que levantan sus vidas, como pueden, como las dejan, alrededor de la cicatriz de sus memorias y las su pueblo. Grabriella Klein, cuenta desde su verdad, con economía de recursos, centrada y centrante, conmovedora y efectiva. Todos los sueños se deshacen, se desarman y se vuelven a armar delante del público. Beatriz Quintana traduce, sobria en su lugar, pero dando el acento, abriendo la posibilidad a la comunicación inmediata. Ya se sabe, nada en el contar puede ser gratuito, banal o enrevesado. La comunicación necesita inmediatez. Ella, ellas, comunicaron.

Domingo 22
Dos en el octavo día. A quien no quiere caldo, dos tazas. Como resucitados, como vueltos a la vida, salvados a fuerza de palabras. Ambos por el camino de los viajes. Uno hacia fuera y otra hacia adentro. Para descubrir y descubrirse, al vuelo, a la caminata, al viajar inmóvil.
Oswaldo Cárdenas. De Bucaramanga, Colombia, a Iquitos, Perú. Entre limpiabotas y pescadores, entre marineros y el fuco, conoce a Mardoqueo, quien vende billetes de lotería, pero sueña en grande, y quiere mandar desde el puente a su tripulación perdida; volver a encontrarse con la ballena que en el lomo lleva una isla; sentir el temblor de la tormenta e increpar a la muerte y al viento. Sueña. En el muelle raído Oswaldo lo conoció. Hablaban en la plaza. Pero se le acabó el dinero y el cuentero regresó a Colombia, haciendo el camino inverso. Un tiempo después, junta plata y retorna. Pero Mardoqueo no está. Un viejo a quien todos llaman Fidel y que viste de verde olivo y que habla siempre del otro Fidel y de su isla, le dice que su amigo se ganó el premio gordo y que se fue a recorrer mundos. Después el dueño del bar, poniendo cervezas a cuenta de la casa, le dice la verdad. El capitán de barcos era marinero en tierra, un huérfano que nunca había salido de Iquitos y todas las historias que contaba se las había robado a los fuereños que llegaban al puerto. Mardoqueo está muerto. Lo enterraron en el cementerio de los pobres. Historia conmovedora, narrada con elementos sencillos, quizás con el más sencillo de todos y a la vez el más difícil: la verdad. Al final el contador, revela un último secreto. Lo guardó bajo la manga hasta ese momento. Ya casi se va por una esquina de la escena cuando regresa. No se puede quedar con lo tiene rondándole la garganta. Y habla. Mardoqueo no existe, él nunca ha ido a Iquitos, Perú, nada es cierto, sólo contó sus sueños.
La gente aplaude la mentirosa verdad de las palabras.
Después, desde Argentina, llega Inés Bombara. Diríase que tiene sed. Tras el aforo esconde agua embotellada. Ella sabe que va a necesitarla. Llegado su momento la muestra, con recato, hasta que se desata y cuenta sucesos esenciales, con recursos esenciales. Buenas historias, buenos personajes, excelentes palabras.
El colombiano y la argentina se apoyan en el arte de narrar sin artificios, desde la piel y el alma. No se atreven siquiera a esconder el aroma del miedo, y uno se los agradece; aunque quizás deberían cuidarse de ciertos movimientos erráticos y reiterativos, de cierta morosidad en el desarrollo de la fábula, que, a fuer de ser sinceros, aportaría la cuota de acabado, tan necesaria en la escena, y a hasta podría decirse que indispensable para la obra, para la comunicación.

Coda

Vuelvo sobre lo mismo. Perdón. Soy un animal de costumbres.
Azar y oficio, intuición de artista, fueron armando la programación de Primavera de Cuentos 2009.
Muchos consideran que diagramar un evento es poner en fila india las acciones de forma más o menos coherente, más o menos equilibrada, alternando lo brillante con los compromisos e imponderables y colocando en los finales los espectáculos de puntería, basándose en el principio “infalible” de que la gente recuerda el final y no los intermedios. Quienes piensan así nunca lo han hecho, y lo que es peor, olvidan que se llega a Roma pasito a paso. Luego entonces, cada estación es importante, cada acción es definitiva. Una fiesta no es, no puede ser, una sumatoria de excelencias, sino el arte de combinar y de alcanzar la justa perspectiva, el equilibrio y la armonía entre todos sus componentes.
Estos días tuvieron el peso de lo logrado, y la levedad del disfrute.
Reitero que el festival no sólo fue de jueves a domingo, y que todo no está reseñado aquí. Tuvo lugar entre el lunes 16 y el domingo 22 de marzo. Contadas para niños, un sustancioso evento teórico, y hasta la celebración del décimo aniversario de la Peña Te cuento, dirigida por Octavio Pino, que fue el espacio propicio para que la Cátedra de Narración oral María del C. Garcini, del Consejo Nacional de Casas de Cultura, a través de actual presidenta Nicia Agüero y de la presidenta fundadora Haydee Arteaga, rindieran homenaje público a Luis M. Carbonell, reconociendo en él a un antecedente de los cuentos en la escena cubana, del cuento como posibilidad de espectáculo.
Mayra Navarro nunca ha dejado de nombrar, de convocar, y hasta de mencionar por sus nombres a las personas o instituciones que le antecedieron y que están en la raíz de su palabra. En estos tiempos de olvidos la gente de los cuentos no puede permitirse el devaneo y la deshonra, confundir el juego con lo esencial; es por eso que el había una vez… todavía convoca en Cuba y lo seguirá haciendo. Es que hemos sido fieles en la memoria y el olvido.
Esperemos que para el año próximo las instituciones, y las personas, continúen apoyando, y descubran que un evento de esta magnitud va necesitando de finanzas estables, mayor divulgación internacional e inserción en el sistema de eventos y hasta, ¿ por qué no?, medios para sumarse a los esfuerzos educacionales y culturales que se impulsan desde las estructuras de integración en el continente, porque la crisis actual, ya se sabe, es también una crisis de la cultura burguesa a la que hay que anteponer los modelos de la cultura popular.
La antigua palabra retorna, otra está naciendo, una nueva historia para ser contada por los dueños de las palabras.

Yo, en secreto claro está, sigo tejiendo y destejiendo. Hice traer hilos de lugares lejanos. Ellos vinieron solos. Por eso no debo seguir diciendo hice traer… Mis amigas me lo recuerdan: “Tú tienes que decir que ellos llegan, llegan y se van; llegan al tapiz y después se van. Los hilos siempre están de un lado para otro”.
Y tienen razón. Esas muchachas saben demasiado para su edad.
Ellos están afuera. Los pretendientes. No he mandado abrir las puertas y ya están. Desde antes del alba. Sería mejor decir que desde antes de los amaneceres. Ellos traen sus armas. Ellos esperan que yo les muestre la tela y que escoja a uno. Pero creo que no podrá ser. Ya escogí. Desde mucho antes, yo escogí…

¿Una isla? ¿Una hermosa isla?



Celebración de Reynaldo García Blanco


Pensar la isla, sentirla. Escribir sobre su piel. Hacerla. Trocarla poesía. Andar el camino para que sea territorio y no huella, tierra firme y no mapa, representación, no imagen especular sino mundo. País novia. Fermento sacro que impulsa la transustanciación, el cambio o, más bien, el retorno al sentido original, que es ser materia resucitada antes que para la muerte, antes que materia transformándose a si misma, materia que se piensa, materia del amor, obra espiritual. Nupcias entre los estelar y lo telúrico, donde se borran las fronteras y lo primero respira –pneuma- y lo segundo se deja poseer, insuflar por los vientos y alcanzar el equilibrio entre la levedad y la sustancia. Hojaldre.

Aquí entran las palabras y a través de ellas el Verbo, cierta música proveniente del habla común, de la construcción coloquial, de la épica de lo cotidiano que se expresa a través del recurso de la memoria, del uso de ella como centro amatorio y condición de (re)vivencia manifestada en la necesidad de narrar la emoción, de contarla convertida en música. Hay que decir, es justo y por demás necesario, que esta presencia del coloquio nunca se convierte en coloquialismo, luego entonces, no se posesiona en el plano de las influencias o en el de la rémora de una norma - ¿horma?- que aún muestra cierta vigencia e incluso validez o que, al convertirse la reacción poética de los ochenta-noventa en una nueva retórica que pronto mostró sus hábitos, manías y redundancias, tampoco se afilia a ella en plenitud, sino que es consustancial con una tradición cubana de ruptura de las fronteras entre épica y la lírica, que viene de José Martí y que alcanza en él la dimensión más alta. La cotidianeidad y su dureza, su mucho de sobrevivencia y de heroicidad callada, alcanzan aquí voz. Lo concreto de sostener el país y la cosa pública desde los fogones y los paseos, desde lo íntimo y lo privado, alcanza verdadera dimensión épica en este poeta. ¿Acaso vivir ya no es bastante heroísmo, acaso ponerse delante de la realidad y aspirar de ella no lo es, acaso el ara del ser no tiene una dimensión sacrificial, y lo que es superior, sentido redentor y comunitario?

Reynaldo García Blanco construye desde los materiales mínimos de la plenitud del ser en la isla y para ella. No es este un poeta menor, sino un poeta de lo menor. Padre, hermano, mujer, amigos, patria, héroes del canon nacional, hacedores de los “bastos oficios”, paisajes de lo sacro, arman el rostro y el contorno insular en paridad; lo cotidiano alcanza la dimensión de fragua y lo extraordinario, lo redentor, se expresa en lo cotidiano, dimensionado hacia lo alto. Sus versos parecen escritos en la encrucijada de los caminos, en el centro de la Cruz donde todo alcanza plenitud y transitoriedad a un mismo tiempo, ahí donde se juntan la barra horizontal con la vertical se cuecen las intuiciones y las visiones del poeta, en las que por momentos parece escucharse la voz de lo de arriba y del de arriba, por lo que se alcanza a estar casi frente a una alocución, ese estado en que el escritor o el poeta se abajan hasta la condición de amanuense, de escriba, de sacerdote en sustitución, y lo divino toma por asalto todas las plazas, los resquicios de su voz, y convierte su cuerpo en atalaya tomada.

Recuerdo cuando salió Abaixar las velas ( Letras Cubanas, 1994) y otros poemarios la reacción de algún crítico, en ejercicio oral, que arremetió contra esa insularidad otra que emergía en la poesía del país, aunque mejor sería decir que se hacía visible, que entraba al ruedo público. Ese libro, junto a los demás, recomponía el mapa de Cuba, recolocaba la tradición de pensarla desde su condición insular, que ciertamente por la cercanía en el tiempo parecería ser deudora de la preocupación y la ocupación origenista, pero que no era más que la continuación del reflejo del ser y el pensar cubanos, sólo que alcanzados los “cotos de mayor realeza” a los que aspiraba Lezama se pudo entonces dedicar el poeta o el artista a explorar y explorarse con mayor intensidad, pero esos cotos tenían, más que la condición paradisíaca, edénica, que insinuaban los esbozos de teleología insular, la contradicción de los “campos de belleza armada”. Era una manifestación apocalíptica, en su acepción de revelación, en la que se encontraban las contradicciones de una obra en progreso, que como todas ellas, terminaría tragándose a sus hacedores como precio que debería ser pagado en el transito hacia la tierra nueva y el cielo nuevo que suponen esos cotos, símbolo y signo que nace de la tradición católica de los Libros de Horas más que de la veterotestamentaria apegada a la idea del resto, de la escogencia de personas (conjunción de lo temporal y lo espacial) mas que a la de la separación de espacios, aunque no los niegue totalmente.

Usted pudiera, en ejercicio simpático pero no por eso útil, buscar ciertos parentescos entre nuestro poeta y Martí y Julián del Casal, cierta cercanía con Eliseo Diego, con Raúl Hernández Novás e incluso con Ángel Escobar o con Delfín Prat y Lina de Feria, pero esa sería una sonrisa estéril. La poesía de García Blanco se parece a su tiempo, es de su tiempo, responde a la eternidad de lo cotidiano, es hija del renacer de una poesía plena y múltiple, y por eso entra en el torrente de las grandes fuentes nutricias de la nación. Su poesía es uno de esos manantiales, a veces cercanos a un hilo, pero muchos de ellos parecidos a los chorros de agua que saltan a los pasos de una montaña, y, en las más de las veces, integrados al gran torrente del “agua por todas partes”, del agua total.

La poesía cubana no pierde nunca su condición líquida, esa esencia atemporal que sin embargo no renuncia a dar pistas de su presencia en el aquí y ahora concreto. La nuestra es una poesía del eterno caminar, no del retorno, ya que nunca se emparienta con el ouroboros, pues ella no llega nunca a morder su cola, porque sencillamente no la tiene. Más que serpiente estamos ante un río heraclitano, y más que ante él estamos ante un territorio que es agua sin horizontes, pues al final sólo hay un abismo en el que en su inmediatez vive el Leviatán de los deseos, de las ensoñaciones.

Un país es como una novia
uno ama sus precipicios
y todos los días conoce un poco más de sus agua

En 1937, sangrando aún por la republica española ya perdida, Juan Ramón Jiménez con Estado poético cubano prologaba la antología La poesía cubana en 1936 (Institución Hispanocubana de Cultura, La habana, 1937). En ese texto, ya casi al final, el poeta tiene uno de esos arranques de lucidez extrema, excepcionales hasta en los más altos – y él lo era, a no dudar-, y describe lo que considera sean los elementos que hacen o que harían de un país, además de nación, patria poética. Lo citaré extensamente:

¿Una isla? ¿Una isla hermosa isla? Sí, muy hermosa… Para que una isla, grande o pequeña, lejana o cercana, sea nación y patria poéticas ha de querer su corazón y darle a ese sentido el alimento necesario. Y para la poesía, el alimento es de cultivo más aún que de cultura, cultivo del elemento propio, del carácter propio, que sacan el acento propio. Cuando el mar de una isla no es sólo mar para ir a otra parte, sino para que lo pasee y lo goce, mirando hacía adentro, el cargado de conciencia universal tanto como el satisfecho inconciente, esa isla será alta y hondamente poética, no ya para los de afuera sino, sobre todo, para los de adentro. Hay que ir al centro siempre, no ponerse en la orilla a aullar a otra vida mejor o peor de nuestro mismo mundo, peoría o mejoría que puede ser la muerte.

Volver sobre el texto y el contexto de Juan Ramón Jiménez, ahondar en su actualidad, en su disfrutable estado de gracia, nos lleva hasta García Blanco, y sus contemporáneos, o mejor sería decir de sus coetáneos (nacidos entre 1957 y 1977). Este fragmento bien puede aplicarse como programa y como hermenéutica para explicar la reacción poética anticoloquial de los ochenta. Agotados sus modelos y revisitada la memoria, estos poetas se lanzan a la aventura de descubrir la isla, no ya como plaza sitiada sino como realidad a ser vivida y celebrada en todas sus dimensiones. Desde un aparente intimismo lírico se aborda la sociedad, el cambio de la consigna por la lectura crítica, la renuncia al ingenio fácil y la asunción de la razón, la composición y la armonía como elementos constructores, la visión de la revolución interior como otra transformación posible y necesaria, lo privado como manifestación de lo público, la espiritualidad y la religión como elementos de reconocimiento nacional, la poesía como patria celeste y como espacio terrenal donde se podía y se quería vivir poéticamente. León Estrada, Teresa Melo, Odette Alonso, Alberto Lauro, Agustín Labrada, Rafael Almanza, Roberto Méndez, Jesús David Curbelo, Ramón Fernández Larrea, Osvaldo Sánchez, José Antonio Gutiérrez, Carlos A. Alfonso, Ileana Álvarez, Frank A. Dopico, Arístides Vega, Bertha Caluff, Heriberto Hernández, Sigfredo Ariel, Alberto Sicilia, Caridad Atensio, Emilio García Montiel, Damaris Calderón, Alberto Rodríguez Tosca, Juan Carlos Valls, Juan Carlos Flores, Camilo Venegas, Nelson Simón, José Félix León, Víctor Fowler, Alberto Acosta-Pérez, Omar Pérez, Antonio José Ponte, Rito R. Arocha, el grupo Diáspora – quizás los aparentemente más distantes de esta estética, pero sólo en apariencia-, entre otros, hasta llegar a Norge Espinosa y Marcelo Morales, en los que aparecen los elementos que configurarán una “nueva reacción”, que está por completarse, pero que aún conserva y expresa los elementos de esa mirada insular que nos signó en los ochenta ( ¿ finales de los setenta?) y que se hizo totalmente visible y mensurable en los noventa gracias a nuestra secular pereza crítica y a la hasta ese momento acolchonada vida editorial.

Colocar en contexto la poesía de Reynaldo García Blanco, dar ciertos elementos para una posible lectura desde la insularidad, no hacen más que abrir posibilidades a otras, espacios para posibles refutaciones, precisiones, renovados ejercicios de pensamiento, que nos encaminen hasta la comprensión, no se si mayor y mejor, de la poesía que aún se hace y que aún pretende mirar y dar testimonio, configurar una nueva tierra, una nueva ínsula, quizás tan extraña y misteriosa como la pasada y la presente, aunque sería preferible que la futura encarnara rangos superiores de realeza, es decir, una realeza perfeccionada en lo naciente, en lo posible, en la resurrección y no en cotos estrechos.

Manual de hospitalidad



Una mirada a Rachid Akbal y el Festival Afropalabra 2009

I


El paisaje cubano es esplendoroso, el verde lo inunda, pero a veces el color se pierde en la intensidad de la luz. Todo arde, principalmente a mediodía. El sol apenas se distingue, más bien se presiente. Está ahí, por el bochorno tenemos la certeza de que está, de que ha llegado a lo más alto y de que, sin dejar de quemar, comenzará a desbarrancarse hacía la noche. Al amanecer y al atardecer en está isla las cosas, y con ellas el verde, alcanzan definición y gozo. En sus llanuras marítimas, en las suaves elevaciones o en el inmenso Turquino, se repite el espectáculo.

Entretarde. Es la palabra que mejor define ese estado de la luz y del espíritu que se puede percibir y alcanzar sólo en los puntos extremos del día cubano. La palabra es mexicana, creo haberla leído por primera vez, aunque no tengo la certeza, en El laberinto de la soledad de Octavio Paz. Ni siquiera recuerdo el recto sentido en que ellos y él la usan, sin embargo, dentro de mí tiene una resonancia de perfecto contorno. La entretarde es un estado de lúcida ensoñación y de vigilia poética. Punto de confluencia entre el agua, la luz y el verde, entre las dimensiones estelares, entre el afuera y el adentro, el arriba y el abajo. Ella tiene una circularidad tan cubana que es difícil de expresar más allá del gesto o del silencio.

La Habana restaurada es la expresión más alta de ese ser y de ese estar. Ella va adquiriendo un modo de acoger, de acomodar, de atraer al centro de las gravedades que debió ser la Ciudad y que en gran medida es todavía cuando en ella encontramos las evidencias de que ha recuperado su capacidad de vivir una hospitalidad abierta y luminosa, capaz de tragar todo lo que viene y al tocarlo convertirlo en algo de sus esencias, nuevo, sin que podamos apenas percibir diferencia entre lo autóctono y lo recién llegado. Cuando la Ciudad acoge las palabras ajenas y las toca, cuando ellas resuenan entre sus muros, podemos sentir como adquieren la cualidad de ser en la luz de la entretarde. Allí se produce el milagro de la cubanidad.


II


Rachid Akbal, gran actor y cuentero argelino, había venido a la ciudad antes. Lo recuerdo andando por la calle Obispo, pero no a su palabra. En mi memoria sólo existían dos ojos y una sonrisa. No palabras, ni siquiera silencio. Fue en enero de este año, para el Día de Reyes, que comencé a escucharle. Vino al Festival Afropalabra que promueven nuestra Coralia Rodríguez y su equipo.

Entré por un costado del antiguo convento de San Francisco, sitio de su inauguración. Allí estaba. En los jardines había mucha gente de valía y prosapia intelectual, asistían a la inauguración de una exposición y después se unirían al jolgorio. Ahora los mudos eran ellos. Fui hasta donde los cuenteros. Saludé a los amigos, a Coralia, al Príncipe Bonifacio Offogó, y a él. Saludos formales, nada más. La función estaba a punto de comenzar. Mientras se preparaban le tomé a Rashid una foto: una composición perfecta, bella, pero después descubrí que su rostro estaba desenfocado. De lo alto de la basílica menor salía la luz de la entretarde, caía directamente sobre la cabeza del argelino. La piedra y la luz se confabulaban para tragarse su cuerpo. Cuando lo devolvieron ya su palabra tenía ese “color” que en nosotros encuentra acogida.

Contó una vieja historia que no resisto la tentación de reproducir aquí. Aclaro que no tendrá el brillo de su cuerpo, que será apenas un texto narrativo que habrá perdido su texto de representación, es decir, que será un animal mutilado, un cuerpo que apenas dice, que no es discurso. Aún así me arriesgo.

Había una vez… porque siempre había una vez. Había una vez un cazador de pájaros, una de esos hombres que al vuelo cazan la maravilla y la encierran en jaulas preciosas, y las llevan a vender a los mercados, y las gentes se la compran, porque siempre estamos necesitados de esas cosas, porque siempre hay personas a las que le gusta comprar lo que se ofrece en esos sitios. A mi no me gustan los mercados, son muy tristes.

Esta vez el cazador de pájaros tuvo mucha suerte y regresaba de la casería lleno de plumas y de colores. Todo encerrado en jaulas, claro está. Por una de esas cosas del destino había cazado una paloma gris, no muy hermosa ella, pero a la gente le gustan las palomas, y la había metido en una jaula que tampoco era muy linda.

Cuando estaba por salir del bosque de sus tropelías comenzó a llover, primero una garúa fina, después el diluvio universal. Como pudo trató de proteger a sus prisioneros, pero era mucha el agua y estuvo a punto de ver ahogada su suerte. Si no hubiera sido por un inmenso árbol de copa alta y frondosa todo se hubiera hundido. El hombrecito tiritaba de frío y el agua le corría desde los pensamientos hasta el pie. Había corrido mucho y estaba cansado, así que termino empapado y dormido, acurrucado en las raíces del árbol.

Cuando la paloma logró salir de la tristeza y del frío descubrió que aquel era su árbol, es decir su casa, y de sus entrañas comenzó a salir un arrullo triste que pronto llegó hasta un nido plano que estaba en lo alto, guarecido debajo de unas ramas gruesas. Al principio el palomo, su palomo, no lo escuchó bien, además, con la lluvia y la hora, ya estaba todo muy oscuro; después miró bien y reconoció el sonido. Volando en círculo alrededor del tronco bajó hasta el suelo y en una de las jaulas pudo encontrar a su amada.

Ella le dijo:

- ¡Libérame!

Y los otros pájaros dijeron:

- ¡Libérala a ella, pero no te olvides de abrir nuestras jaulas!

El cazador estaba tan cansado que no despertó a pesar del rumor de los pájaros y el batir de tantas alas.

- Regresaste a casa, amada mía. – dijo el paloma

Cuando ella escuchó la palabra casa recordó que aquel árbol era algo más que una planta, que era su casa, luego entonces ella estaba obligada a respetar las leyes de la hospitalidad.

- No abras la jaula, no las abras. Este árbol es nuestra casa, el cazador está en ella y no podemos defraudarlo, es nuestro huésped.

Los otros pájaros protestaron, pero el palomo afirmó con la cabeza.

- Ese hombre está cansado y tirita de frío, así que deberás prender una hoguera para que se caliente.

Mucha era la lluvia así que encontrar ramas secas sería difícil, pero el palomo salió a buscarlas. Fue más allá del bosque, más allá de las praderas, y casi junto al mar encontró ramas secas. Él era fuerte, y también pequeño, y para que una hoguera logre calentar a un ser humano de ese tamaño debe tener al menos un montón de madera seca, entonces tuvo que traer una a una las ramas bajo el ala, hizo el enorme recorrido veinte veces. Logró construir una hoguera respetable bajo el árbol, pero… una hoguera sólo es hoguera si tiene fuego… y por esos lugares no había fuego, así que fue hasta la casa de un hombre, un herrero, que siempre tenía el fuego encendido. Quedaba lejos, pero él fue.

- Es nuestro huésped. - se repetía tras cada aletazo que daba en medio de la lluvia y del relámpago.

Llegó hasta la herrería y de la fragua sacó un tizón, se lo colocó en el pico y salió, pero una vez afuera la lluvia se lo apagó, regresó una y otra vez y siempre ocurría lo mismo. Pensando en hacer lo mejor por su huésped él insistía, hasta que se dio cuenta de que colocando la pequeña braza bajo el ala, en el lugar en que esta se funde con el cuerpo, no la alcanzaría el agua y no se apagaría. Así lo hizo. Bajo el ala, junto a su cuerpo, el fuego empezó a quemarlo, pero él no lo dejaba caer. Casi achicharrado llegó hasta el montoncito de leña y lo colocó sobre él.

Junto a las raíces, amparada por el tronco del gran árbol, empezó a arder una hermosa hoguera. El hombre, aún dormido, se sonrió.

- ¡Ya lo calentaste, ahora libera a tu hembra y libéranos! – dijeron los pájaros.

Pero la paloma detuvo el ímpetu de su palomo. Le recordó que no sólo se trataba de acoger, de calentar al recién llegado, que las leyes de la hospitalidad obligaban dar de comer al hambriento y seguramente aquel cazador lo estaba.

La paloma y el palomo se miraron. Sabían que sólo había un modo de alimentar a aquel hombre. No dijeron nada. Ella inclinó la cabeza, él levantó el vuelo. Llegó hasta lo más alto de aquel árbol que era su casa, extendió las alas, luego las plegó y se dejó caer. Fue a dar directo al centro de hoguera… que se fue apagando hasta quedar sólo unos tizones encendidos que fueron dorando la carne sin plumas de aquel palomo.

Se hizo un profundo silencio. Rachid Akbal volvió a hablar. No sé qué dijo. No lo recuerdo. Sólo sé que su palabra tenía ya la consistencia de los muros y la calidad de la luz de la entretarde de este país.


III


Dos días después de la inauguración el argelino hizo su espectáculo Mi Madre Argelia. Llovía a cantaros en La Habana. La lluvia que empapaba al cazador de pájaros entonces mojaba las yagrumas del Patio de la Casa de la Poesía. Hubo que irse al soportal del fondo.

Mi abuela siempre afirmaba, aunque yo casi nunca le creí, que “lo que sucede conviene”. Me imaginaba junto la luna, a las hojas, al especio circular, al aire suave de la noche. Rachid al centro. Pero no fue así. Fuimos condenados. Cayó un palo de agua brutal. Dos horas y ni un solo atisbo de Noé, ni del arca, ni de la paloma ni de su rama de olivo. Estaba el cuentero solo, en medio de la noche habanera y del aguacero.

¿Era una o muchas, era un tejido de historias circulares que se muerden, se besan, se agolpan o era una, nada más que una? Una, sólo una. La historia de Rachid Akbal y su raza, la de él y su sangre, la de él y su Palabra. Toda la Cabilia en unas pocas escenas, o más bien, toda ella en la palabra encarnada del cuentero, que fue atrayendo hasta aquel sitio húmedo y distante los olores, los sabores, los andares, los saberes, de una tierra que apenas conocíamos y que sin embargo aprendimos a sentir hasta el dolor. Teatro de la Memoria dirían los italianos, cuentería diría yo. Complejo entramado narrativo y simbólico que continúa la tradición berebere y árabe de las grandes sagas, que él atrae y refuncionaliza, acentuando su sentido espectacular, haciendo más complejo el texto narrativo, pero nunca abandonando el verdadero sentido de su estar en el aquí y ahora, que es lanzarse sobre los otros, hacer comunión con ellos, dejar la suficiente cantidad de espacios vacíos de modo que los que escuchan puedan completarlos.

El arte efímero de contar cuentos es cosa que vive entre la lengua y la oreja, entre la multitud de ruidos y silencios, entre la variedad de pareceres y seres; es cosa que brota, para morir en ese mismo instante, cuando dos o más logran el milagro de hacer nacer del caos una realidad perfecta y única. El cuentero está llamado a morir antes que su historia. Akbal lo sabe, y a pesar de contar con una batería pesada de oficio escénico y sensibilidad toma partido por la narración y opta por borrarse, por hacerse nada delante de los otros a favor de su historia. Al final ella le devuelve los favores, lo coloca, multiplicado y central en su oficio de sacrificarse.

Contar cuentos es cosa de vida o muerte, y la muerte la pondrá siempre el que cuenta si es que quiere resucitar después de haberse hecho polvo. La historia se desvanece delante de los ojos del que vive en la verdad, del que está dispuesto a hacerse nada, para finalmente reconocer que sólo él ha quedado vivo. Nadie más.


IV

Entretarde. Sitio de las visiones. Espacio en que la Isla se vuelve cuerpo en la luz.

Por aquí muchos vienen y pasan, miran y gozan, sufren y esperan. De todos ellos está hecha esa lumbrera tan particular y esquiva. Pero, sobre todas las cosas, los cubanos, generosos y abiertos, mostramos una forma particular de hospitalidad: hacernos uno para luego devolver la imagen nueva en la podrán reconocerse otros.

Los eventos de Oralidad, de Narración oral, deberían ser protegidos y privilegiados pues en ellos se hace una invaluable contribución a la identidad insular. Al convocar a palabras otras junto a palabras nuestras estamos estimulando esa vocación cubanísima de canibalismo cultural que a fin de cuentas aún nos arma, pues, como todos, somos un pueblo que nace cada día y necesita de cada vez más variados elementos que fagocitar, que atraer hasta sus centros vitales. Primavera de Cuentos, Contarte, Bienal Internacional de la Oralidad, Afropalabra, y otros, pueden proporcionarnos esos nuevos “alimentos”. Es más, la contribución como elemento aglutinador, conformador, socializador de saberes ancestrales, que tiene el oficio de contar historias debería de tener prioridad si quiere poner sobre el tapiz político un legítimo entramado integrador. La Palabra del Hombre debería estar al centro, la Palabra del Hombre Común.