viernes, 21 de enero de 2011

Gracias y desgracias del cuento: a propósito de la Muestra de Narración Oral del CNAE. Jornadas Villanueva de Teatro Cubano 2011.


¿Un tratado de Don Francisco de Quevedo y Villegas? Podría ser, más no lo es. Ojalá. ¿Una tragicomedia con alcahuetas y amantes descolados? Me niego a tal desplante. ¿Una novela de caballería donde el donante intenta mas nunca llega? Demasiado tirante el asuntillo. Joanot de Martorell, oculto tras el montón de letras, podría ser un buen símbolo, mas no parece. Dejemos de dar vueltas. Quizás lo recomendable sea ir hasta “la oscura raíz del grito”. Nada trágico, sólo la como vida, pura y dura. Triste y dolorosa historia de un cuento que se perdió en La Habana.

A mediados de 2010, cuando comenzaron a forjarse nuevos consensos dentro del movimiento de Narradores Orales de Cuba, el Consejo Nacional de las Artes Escénicas (CNAE) anunció la conformación de un Grupo de Trabajo para la Narración Oral y aceptó la propuesta de sus integrantes de organizar una Muestra Profesional de esa especialidad durante las Jornadas Villanueva de Teatro Cubano a celebrarse en el mes de enero de 2011. Debía ser una oportunidad para que críticos, especialistas, otros artistas y el público reconocieran la existencia de una manifestación artística contemporánea, refuncionalización de los saberes de la cuentería popular y tradicional, más cercana ahora a los cánones de la escena y que, sin dejar de ser un vehículo para la consolidación de las identidades de los grupos o la reproducción del imaginario colectivo, se mostraba más como un arte que como una artesanía.

Se trataba de hacer visible y explícita la realidad: en Cuba la Narración Oral Contemporánea es el resultado del devenir histórico de la tradición oral, deudora además de la práctica de La Hora del Cuento, de la labor pionera de Haydée Arteaga en lo que hoy se conoce como trabajo cultural comunitario, de la maestría artística de Luis Mariano Carbonell, precursor del arte de contar cuentos desde la escena, del sistema pedagógico de Mayra Navarro, de la articulación de un movimiento iberoamericano de narradores obra de Francisco Garzón y del trabajo y potencia creadora de un grupo de artistas que se han mantenido fieles a los modelos de la palabra viva frente a tanta tentación o ninguneo mal intencionado.

Si tomamos a 1940 como fecha de referencia, pues por esos años comenzó la labor de María Teresa Freyre de Andrade revitalizando y adaptando al país la practica norteamericana de narrar cuentos en escuelas y bibliotecas, podríamos decir que estamos hablando de un proceso creativo que abarca ya setenta años o quizás estar celebrando sus ciento diez años si logramos documentar que la presencia aquí de Ruth Sawyer en 1900, como parte de un proyecto de formación de maestros para kindergarten del Gobierno Interventor Norteamericano, dejó huellas y estableció las bases para la existencia y ejercicio de maestros-narradores; pero eso es aún motivo de investigación y queremos atenernos a hechos y no a rumores.

Los integrantes del Grupo de Trabajo elaboraron propuestas independientes y en julio del pasado año, conformaron un texto común. El proyecto fue una obra colectiva que respetaba e incluía a las más diversas tendencias y quehaceres dentro del mundo de la Narración Oral, con una sólo condición: se debía convocar sólo a los artistas y colectivos más representativos. Y así fue.

Por ese tiempo cada uno de ellos siguió su trabajo individual o participaron en la Reunión Nacional de Narradores Orales miembros de la UNEAC, ampliamente reseñada en este espacio, y que concluyó emitiendo una declaración final contundente y un proyecto concreto de Calificador de Cargo para los Narradores Orales del país.

Imaginamos que en esos meses, y durante el proceso de organización de las Jornadas Villanueva de Teatro Cubano, el CNAE se haya ocupado de la logística y las coordinaciones para la realización de la Muestra de Narración Oral.

Obras son amores”, dice el viejo refrán castellano. A ellas nos atendremos, que no a los juicios. Esperemos que esos los hagan otros.

Al no haber sido notificados con antelación ni tener garantizadas las condiciones de transporte y estancia, los narradores que venían de fuera de La Habana no pudieron llegar. Estaban invitados Fátima Patterson y el Estudio Macubá (Santiago de Cuba) y el guantanamero colectivo La Barca (Virginia López y Ury Rodríguez). Nos consta el interés y esfuerzos por estar de algunos de ellos. Lo que debió tener un alto nivel de representatividad territorial y artística se redujo a una pequeña muestra capitalina, que tuvo que enfrentar el desastre de las suspensiones y la maldición de las lunetas vacías. Los artistas que trabajarían con niños (Mirta Portillo, Lucas Nápoles, Teatro de la Palabra, entre otros) se encontraron con que ellos no estaban; los que esperaron a los adultos vieron horrorizados que tampoco estos asistieron porque nunca se enteraron, no hubo la más minima divulgación ni siquiera un cartel en la marquesina del Café Teatro Bertolt Brecht.

El martes 11 de enero, donde se rendía homenaje a Luis Mariano Carbonell, la platea fue ocupada por cuatro personas. Ante aquel desamparo, y por respeto al maestro, los narradores orales participantes en la gala inaugural ocuparon los asientos para luego ir haciendo el viaje entre el lunetario y la escena de uno en fondo, casi en fila india. Largo camino en el que cada uno, a su modo, se vio obligado a pagar altas cuotas, pues al nadie estar preparado para aquella improvisada puesta en escena, de enrancias y vaivenes, pronto se vieron a algunos descolocados o apelando a un discurso nervioso y confuso que, pretendiendo disimular el malestar lo hacían evidente; porque no hay que olvidar que el proceso, el ciclo de producción de la Oralidad, se completa durante la recepción, que ocurre en circunstancias perfectamente mensurables y definibles y en un espacio-tiempo único e irrepetible, con la participación de cada quien como individuo y del colectivo, de la comunidad que lo condiciona, y que, de cierta forma, lo crea. Al no existir los receptores individuales o la colectividad la producción-enunciación del texto y del discurso oral no se cierra, no es. Preferiría entonces no hacer juicios sobre las actuaciones individuales de Elvia Pérez, Osvaldo Manuel, Ricardo, Rosa Irene Pino, Silvia Tellería, Octavio Pino y Mayra Navarro. Cada uno de ellos hizo lo que pudo, o mejor, lo que las circunstancias le dejaron hacer. No sería leal, ni justo, señalar problemas en la estructura narrativa, o de dicción, o de organización de las acciones físicas, o de la fallida versión oral de un texto de la literatura e incluso de problemas en la dramaturgia del espectáculo si esto no se ha producido en medio de, al menos, las mínimas condiciones requeridas para que se desarrolle y concrete este arte de la oralidad que alcanza su más alto rango en la apropiación de los recursos de la escena, con el propósito explícito de comunicarse con el hombre contemporáneo, ese que no ha dejado de ser ni de funcionar desde los rigores y especificidades de la palabra dicha a viva voz. Momentos brillantes los hubo, pero si renuncié a hacer el análisis y la crítica de lo errado tendré que respetar la convención y abstenerme de celebrar.

La calma llegó el miércoles 12. Como por arte de la amistad y del birlibirloque aparecieron veinticinco personas en el Café Teatro de la calle Línea y Bar del Infierno, espectáculo de Mayra Navarro y Octavio Pino, regresó a su lugar de nacimiento, lastrado esta vez por la pérdida del diseño original de las luces, ahora sustituidas por una vacilante iluminación que olvidaba las más elementales convenciones de la escena y que nos hacía añorar aquella atmósfera opresiva y tensa que bien correspondía a la puesta y sus textos. La Navarro, siempre efectiva y segura, logra salvar el discurso y aportar las cuotas de perfección y brillo que hacen que un objeto cualquiera o una palabra al viento alcancen la magnitud de la obra de arte. Para el próximo año, no por gusto, esa señora estará celebrando cincuenta años como Narradora Oral.

Por otro lado, su compañero de batalla, olvidó las ganancias de las primeras representaciones y se dejó arrastrar hasta esa zona límite en el que el intento de comunicación inmediata se hace visible y el artista empieza a errar a fuerza de ceder, de renunciar a la precisión y la síntesis. Pino contextualiza al extremo los tonos y las construcciones de un discurso que ocurre en Venecia, la noche anterior del comienzo de la Cuaresma, noche de mascaradas y desbordes, y hace de esa ciudad una prolongación lingüística de cualquier barrio periférico habanero o pierde la contención inicialmente alcanzada en su versión de ¿Por qué llora Leslie Caron? de Roberto Urías, llevando a esa historia hasta el territorio de lo obvio, de lo, por momentos, procaz, innecesariamente. El cuento de Urías duele por sí mismo, no es necesario cargar la mano y romper ese delgado límite que separa al arte de su reverso. Debe cuidar la dicción y ciertos tonos melodramáticos, que usados con insistencia pierden efectividad o sentido, así como atender al conjunto de sus lenguajes corporales. Abría que agradecerle al narrador que no perdiera en ningún momento la voluntad de comunicar, que no se hubiera dejado arrastrar por el exhibicionismo y que hubiese seleccionado, con tino, un conjunto de cuentos excelentes, capaces de salir airosos si son versionados y organizados con buen gusto y sentido común que, como se sabe, es el menos común de los sentidos.

Cuando la noche cae, espectáculo de cuentos haitianos, acompañados por danzas, cantos y ritos afroantillanos debió clausurar la Muestra el día 13 de enero. Silvia Tellería y Elvia Pérez se quedaron vestidas para la función. Mientras esperaba en un recodo del Café escuché a la portera comentarle a sus compañeros de sala que a falta de no venir público a aquellas funciones no habían asistido siquiera sus organizadores. Sin cometarios. Por su puesto, las narradoras decidieron suspender.

No estuvieron los gestores y, además, pocos narradores orales asistieron; estos últimos seguramente no se sintieron convocados, o no se enteraron, porque los primeros estaban obligados a avisar, a divulgar, a llamar, a propiciar la participación de los segundos, y lo que es más importante, era su deber proponer a los más diversos públicos una variedad de ofertas escénicas que, como parte de las Jornadas Villanueva 2011, por esta vez intentaron incluir a la Narración Oral. Mas una cosa fue lo querido y otra lo acontecido, y téngase por seguro que no estoy haciendo juicios temerarios o intentando provocar, me estoy ateniendo a los hechos, a las evidencias. Estaba tentado a decir que en estos tiempos de economías y austeridades habría que tener cordura a la hora de administrar los recursos humanos, económicos y financieros, pero me doy cuenta de que, en este caso, sólo se perdió el capital humano y simbólico que acumulan los narradores orales, y que, aunque ya es suficiente y doloroso, es evidente que nada más que eso se quedó al campo porque nada más se invirtió. Los bastimentos faltaron. Pero por esta vez sobraron indolencias, desplantes, ninguneos, negligencias, ausencias y butacas por llenar. Para la próxima, si es que la hay, espero que nos gocemos de otros desbordamientos más placenteros, más útiles, más bellos, y que alguna vez por estas ínsulas, tan rodeadas de agua por todas partes, que no malditas, se pueda escuchar el sonoro fogonazo del ¡había una vez! porque, para entonces, ya deberán existir miles de orejas, de ojos y de cuerpos hambrientos y entrenados, necesitados de las cosas que sólo un contador de historias sabe ofrecer, pero, especialmente, deseo que miles de ellos sean informados, porque si de algo estoy seguro, absolutamente, es que los cubanos no somos tan diferentes del resto de los seres humanos y que por todas partes y desde todos los tiempos la gente ha querido, ha necesitado, que le cuenten un cuento.