lunes, 28 de enero de 2008

Adivinanzas de Eliseo Diego


¿Será Eliseo Diego un Poeta, un cuentero o un señor equilibrista que se va “imaginando/ las venturas y prodigios del aire”?

Es un poeta y un equilibrista y quizás el más grande de los cuenteros cubanos porque a tiempo aprendió que el silencio sería (¿es?)el único que le permitiría descubrir y asumir esa “cierta majestad ceremonial”, esa “cierta elegancia que viene de la raíz del ser” y esa “fidelidad casi fanática a los diseños de la palabra viva”, que él reconoce en los “verdaderos narradores populares de cualquier latitud o lengua”. El poeta se emparienta con su celebrada Catalina Viehmann, la que contó los cuentos que después hicieran famosos los hermanos Jacob y Wilhem Grimm.

Muchos hasta hoy, incluso yo, alguna que otra vez, hemos repetido, sin mucho detenimiento y ceso, claro está, que en En la calzada de Jesús del monte se vislumbran ya algunas de los maneras o mañas que después alcanzarían plenitud en el conversacionalismo cubano más ortodoxo y que, en esa época de privilegios y exclusiones que le permitió a sus poetas crear el canon más endeble y falaz que conocimos, Diego asume definitivamente sus derroteros, y a los que eran y serán sus motivos más estables los viste con el ropaje del coloquialismo lírico o coloquialismo blando de fines de los setenta y principio de los ochenta o que él es el que determina su aparición juntamente con el poeta Luís Rogelio Noguera, autor de los más logrados experimentos del coloquialismo, que en esencia era hijo del ingenio y la sátira, valores esenciales del discurso coloquial que falla justamente al tratar de entrar lo “natural” de la conversación en la norma poética, más cercana al artificio de la música y por lo tanto tecnología más que fisiología.

Si bien es posible, vía el ambiente literario, que es cosa distinta de la literatura como enseña el poeta Roberto Manzano, la aparición de está mixtura, de esta influencia mutua, hoy nos parece que se nos harían más visibles al entender y comprobar la fuerte influencia de los poemas de raíz anglosajona, europea en general, que nos muestran sus versos, además del permanente disfrute que el poeta tuvo de las formas narrativas de raíz popular.

Eliseo Diego, pocos lo recuerdan es, junto a Carolina Poncet y sus estudios sobre el romance y otras formas de la oralidad, el más consecuente estudioso de la narrativa oral en el siglo XX cubano, a él se le deben la traducción de clásicos textos sobre este arte e incluso la instrumentación de un sistema de formación de narradores orales para La hora del cuento en las bibliotecas cubanas, que si bien estaban centrados en la llamada “promoción de la lectura”, no dejaron de ser reivindicadores de esta practica artística. Por otra parte Diego escribió magníficos ensayos sobre este tema, recordamos ahora los conocidos Los hermanos Grimm y los esplendores de la imaginación popular, Secretos del mirar atento: En torno a Hans Christian Andersen, Las maravillas de La Bella y la Bestia, Aviso y memoria de El gato con botas y Los cuentos y la imaginación popular. En estos textos se descubren los elementos que nuestro poeta cree esenciales en la oralidad narrativa como es la majestad en la forma, el respeto “casi litúrgico por las estructuras de los relatos que se van transmitiendo unos a otros a través de generaciones y en cuya creación participan todos como su fueran uno solo y que este solo para él es el Hombre, creador de “ un arte de medios escuetos, puros, ancestrales”, del arte de “la palabra del hombre”, donde todo aflora desde un estilo “directo, sencillo, ajustado a la acción, tomando impulso en las formulas antiquísimas” que “ nos lanzan a un tiempo mágico en (el) que toda caducidad es abolida” y a un manejo del tiempo de tal potencia que “no llega a herirnos nunca” porque “los cuentos populares son puros dominios del sueño que no conoce al tiempo”.

Si miramos con atención, si leemos con libertad, nos daremos cuenta que los poemas de Eliseo Diego reproducen estas estructuras en clave poética, donde las cosas alcanzan magnitudes tales que el tiempo no tiene poder sobre ellas, en las que lo lúdico se enseñorea, lo agonal se manifiesta, el azar del juego piola, la vacuidad de las cosas brota.

Los poemas de Diego, en su estructura, reproducen las características de la narrativa oral. En lugar de las unidades temáticas, las fórmulas, los lugares comunes, y en ocasiones con ellas, los poemas operan por el mecanismo de acumulación y superposición de unidades de sentido, aquí esa función la cumplen los versos, que actúan como células rítmicas superpuestas que a su vez interactúan entre ellas, repitiéndose, regresando una y otra vez, funcionando del mismo modo que las redundancias en el cuento oral.

Por último creemos ver en la insistencia del poeta en los objetos, en las cosas, la intención de acercar a la poesía el mundo vital humano, con sus matices de lucha, estimulación, competencia, ganancia y combate; además de que aquí se reconoce, como en toda cultura oral, una identificación con lo sabido, con lo acumulado, con lo almacenado.

Eliseo Diego no reproduce los hallazgos y constantes de la poesía oral improvisada como debería esperarse, no es este el caso, que en Cuba solamente vimos en Juan Cristóbal Nápoles Fajardo ( El Cucalambé) y en algunos de los siboneistas; tampoco trata de apropiarse de la conversación, como los coloquialistas ya mencionados; él quizás bebe las fuentes del romance, por un lado, pero lo que más le influye son las estructuras de la oralidad narrativa.

Por otro lado está lo biográfico, lo circunstancial, lo que algunos teólogos llamarían los accidentes y otros lo providencial: hablamos de la biografía del poeta, del niño que llevó su nombre. Este es el tiempo de ese niño que tanto interesaba a Eliseo Diego, “ el tiempo de los cuentos, que ni comienza ni acaba”. A ese encuentro “con la poesía de los cuentos populares, los que recogen el saber ancestral de las hogueras y hornos campesinos”, al de los cuentos de Mamá la oca que contara su linda amiga, la francesa, Olga de nombre, le debemos el poeta melancólico que nos acompaña, el poeta que se fue apagando y que terminó sus días, en la desesperación obviamente, regalando todo un Tiempo que sabía no era suyo, como hacen los infantes que regalan a sus amigos la estilográfica del padre o el juguete de la hermana, para luego llorar arrepentidos en la certeza de que serán perdonados y que el cuento volverá a empezar por el había una vez…, que es la única formula segura para abrir las puertas de la eternidad, fin de “esos túneles sombríos que de trecho en trecho” aguardan al ser humano.

Salgamos, salgamos, ya está listo el poema:


Himno a las postrimerías

En la Auvernia el Gato con Botas
me vino a ver con un peán de muerte.
Del pueblo viejo de Roayat venía
con mucha pompa y cortesía
como para anunciarme la Parusía
el Gato con Botas con su peán de muerte.

Mis seis años ya se apagaban
con el soplar de las tinieblas:
no veía nada sino la nada,
sólo sentía la cama helada
hasta que oí en la lejanía
el gato con Botas con su peán de muerte.

Rompió la fiebre en ascuas claras,
los olores se iluminaron
como vitrales al sol de junio;
volviese el tacto un plenilunio
para acoger la epifanía
del Gato con Botas con su peán de muerte.

Todo el campo de Francia consigo trajo,
los bosques serenos que son u aroma,
los ríos rolandos en que ella canta,
las piedras en que su corazón levanta,
todo ceñido a la cortesía
del gato con Botas con su peán de muerte.

Desde lo último de mi mismo
lo recibí como a victoria.
¡ Bien me enseñó que la belleza,
las cosas todas en su riqueza,
tocan a vida en las postrimerías
el Gato con Botas con su peán de muerte!

martes, 22 de enero de 2008

Hassane Kouyaté o los caballos del cuento


I

Escuchar, celebrar, elogiar la Palabra. Todo, como enseña Octavio Paz, se reduce a callar antes de hablar. Hay que sopesar, hay que aprender el valor del Silencio antes de arañar la piedra o penetrar el laberinto del oído, es decir, sería mejor cocernos la boca antes de procurar dejar nuestra marca, que es la suma de todas las marcas que nos precedieron y que en alguna medida anuncia, prefigura y contiene las que vendrán en el futuro. El hombre occidental contemporáneo se define así mismo como una máquina generadora de sentidos, o lo que es lo mismo, como una manifestación o evidencia de lo eterno, él porta, contiene y crea la eternidad, pero como todo parece reducirse y caducar frente al acto de la muerte, hemos procurado crear artefactos de eternidad, entes ajenas al cuerpo y al tiempo humanos. La palabra escrita ya no es nombradora, no es siquiera el principio, el origen, como lo define la tradición joanica, no es vasija, y si se convierte en ella lo hace para almacenar lo que nos hará permanecer, traspasar el umbral de lo finito deslizándonos directamente hacia lo infinito. La Palabra ya no es caracol o espiral, sino rampa.

El individualismo, con su doble faz, entraña el surgimiento de conceptos como estilo y originalidad, manifiestos en la fobia a los lugares y el desprecio de la norma común del habla. La Literatura, Bellas Letras hasta hace muy poco, es entonces hija de la modernidad – incompleta en muchos lugares o cansada en otros donde adquiere el prefijo de post, aunque no haya sido acaso superada o consumada todavía en ninguna parte- y se enfrenta a la Oralidad, en tanto ella es colectiva, regular, patrimonial por naturaleza. Por un lado el ojo – escritura- y por otro el oído – la voz humana-.

Son dos mundos que se enfrentan, y no nos llamemos a engaño, la Oralidad no es todo lo permanente y avasallante que quisiéramos, ella por instinto es conservadora, mientras que la Escritura, individual e individualista ciertamente, muestra un formas más abiertas y por lo tanto más revolucionarias, capaces de mostrarse más dóciles a los nuevos temas o, lo que es más exacto, a las nuevas manifestaciones de los temas permanentes del hombre. Enfrentar Oralidad y Escritura es una vieja manía, ya desde el Fedro Platón se hace eco de un dilema muy anterior a él. Recuerdan ustedes que este texto es un dialogo entre Fedro y Sócrates. Vean lo que dice este último:

- Pues bien, oí que había por Náucratis, en Egipto, uno de los antiguos dioses del lugar al que, por cierto, está consagrado el pájaro que llaman Ibis. El nombre de aquella divinidad era el de Theuth. Fue éste quien, primero, descubrió el número y el cálculo, y, también, la geometría y la astronomía, y, además, el juego de damas y el de dados, y, sobre todo, las letras. Por aquel entonces, era rey de todo Egipto Thamus, que vivía en la gran ciudad de la parte alta del país, que los griegos llaman la Tebas egipcia, así como a Thamus llaman Ammón. A él vino Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Pero él le preguntó cuál era la utilidad que cada una tenía, y, conforme se las iba minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le pareciese bien o mal lo que decía. Muchas, según se cuenta, son las observaciones que, a favor o en contra de cada arte, hizo Thamus a Theuth, y tendríamos que disponer de muchas palabras para tratarlas todas. Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría.» Pero él le dijo: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.»

Hasta hoy dura la polémica, aunque no participen, por suerte, en ella reyes ni dioses sino hombres. Cuba no es excepción. Cierto sector de la intelectualidad aquí no se esconde para proclamar la superioridad de lo escrito sobre lo dicho, por ser este “poco confiable”, y hasta llegan a proclamar que la escritura no sólo es fármaco de la memoria y de la sabiduría sino que pasaporte único a la eternidad. Hemos saltado del fetichismo que estudiara Martin Lienhard hasta la idolatría de la Escritura. Eso se traduce en posturas extremas y fóbicas contra las manifestaciones de la cultura popular - solapada actitud pues el cubano es de naturaleza inclusiva y rechaza con energía todo manifestación elitista- llegando hasta el extremo de afirmar que el hecho oral es una realidad menor o confinarlo al espacio muerto de lo únicamente tradicional.

Durante años la Narración oral u otras manifestaciones de la Oralidad han sido confinadas a los espacios del folklore, la promoción de la lectura, y no es hasta hace muy pocos años que desde los sitios de legitimación cultural se empezó a reconocer como Arte y a ver a sus cultivadores como artistas. Esta tendencia hizo que en los últimos treinta años se mantuviera una polémica que podríamos resumir en tres tendencias o posiciones fundamentales:

- La Narración oral es únicamente una manifestación de la cultura popular tradicional pero no es un arte en si misma.
- La Narración oral es Teatro.
- La Narración oral es un Arte escénico.

Sin mucho detalle trataré de situar cada tendencia. Ciertamente la Narración oral nace de la capacidad y la necesidad narrativa humana, pero con el desarrollo del lenguaje y hasta del cuerpo humano como instrumento expresivo fue separándose de la conversación o de la relación para entrar en el terreno del narrar, que es estructuralmente más complejo, en tanto continente de un universo simbólico y representacional. El hombre cuenta más para crear un mundo que para recordar o enumerar lo creado ya. Las narraciones no son meros juegos de la memoria, aunque son la memoria de los saberes y de los sucesos, de lo que se desprende de que en el transito de lo puramente relacional a lo vivencial, el relato o la forma narrativa adquirió la categoría de Arte, es decir se tornó una manifestación del espíritu, un producto de la conciencia y no el reflejo de una realidad externa. Ya no fue más espejo, como en la conversación y la relación, para convertirse en realidad, ficcional ciertamente, pero realidad a fin de cuentas. Por otro lado, la incorporación a estos elementos, que pudiéramos llamar mítico-verbales, de otros de naturaleza gestual y representacional, ritual, hacen que la narración sea hoy un complejo mítico-ritual que en su forma externa se parece al Teatro, pero esto es sólo en apariencia, porque el Teatro es un arte centrado en los conflictos y en los personajes y la Narración oral es un arte centrado en los sucesos y en la historia. Ella es quizás el primer arte escénico y el origen de todas las artes que emplean la conjunción del cuerpo humano y la palabra en función narrativa.

Aunque ya en los textos y las traducciones de María Teresa Freyre de Andrade y de Eliseo Diego para La Hora del Cuento se hablaba de la Narración oral como Arte no es hasta Francisco Garzón que en Cuba alguien se atreve a calificarla como Arte escénico. Este autor, maestro de muchos de los narradores orales de este país, tímidamente comenzó calificándola como hecho escénico hasta que a finales de los años ochenta del siglo pasado terminó afirmando que ella era tan igual a todas las demás artes de la representación. Allí se agudiza la polémica. Unos arremetieron con furia y otros se dedicaron a la burla, nosotros respondimos con exagerada ortodoxia y una sed de absolutos. Éramos muy jóvenes. Ambos lados estábamos ciegos de pasión y enfermos de soberbia. Hoy atemperada la polémica, aunque viva, hemos podido pensar más en las cercanías que en las castradoras diferencias, que durante mucho tiempo insistimos en hacer patentes usando para ello las graciosas Diferencias entre el Teatro convencional y la Narración Oral Escénica que redactara Garzón. No es este lugar para el análisis de ellas, sólo queremos reconocer que aquellos polvos trajeron estas tormentas.

Primero la polémica era puertas afuera. El mundo contra nosotros. Ahora es entre nosotros. El interior en conflicto. Por un lado están los llamados ortodoxos, aunque no lo sean en puridad, y que sostienen que todo es posible mientras que se conserven intactas las estructuras y las características que definen el hecho oral y por otro los “liberales”, que no lo son tanto, y que dicen: “Esto nuestro es Teatro, somos actores que representamos el personaje del Narrador”, y para ellos lo importante no es el contar sino cómo contar, narrar una historia sin importar demasiado la definición sino lo puramente factual. Claro que hago una caricatura de los dos extremos pero creo que ellos definen las tendencias e incluso hasta la de las posiciones intermedias, que las hay. Hoy el Consejo de las Artes Escénicas busca formas para insertar a los artistas orales en el sistema de la cultura y estudia ya un calificador de cargos que legitimará definitivamente su lugar, es decir, reconoce que hay un artista urbano, distinto del cuentero popular, distinto del actor, que constituye un estadio otro en el desarrollo de la Oralidad narrativa y es además una manifestación indiscutidamente escénica.

En medio de esa polémica nos sorprende el comienzo del año.

II

Enero 7 de 2008. Casa de la Obra Pía. 10 a.m. Conferencia del Dr. Hassane Kouyaté “Relación entre la cuentería y el teatro”.

Una mañana de sol, aunque fresca. La luz entra por todas partes en la antigua Casa. Hay mucha, mucha gente. Han venido a escuchar por segunda vez al Dr. Hassane Kouyaté. Primero contó cuentos, puso sobre la mesa la única credencial valedera que tiene, a pesar de que muchas pudiera esgrimir, la Palabra de su pueblo, de su clan. Ha puesto toda su sangre frente a la luz de la isla.

Es enorme el djeli Kouyaté. Se levantan sobre sus hombros más de ocho siglos de vida en la Palabra. Comienza. No impone sus saberes, los entrega. Vuelve a agradecer al Festival Afropalabra, a su directora general Mirtha Portillo, a sus hacedores, a la Casa de África, a Coralia Rodríguez, y todos nosotros que según él tenemos muchas más cosas que decir que las que viene a pronunciar. Sonríe.

Por el mismo titulo podemos sospechar que para el conferencista Cuentería o Narración oral y Teatro son dos realidades distintas.

Para su pueblo, Burkina Faso, el espacio de la representación se llama caracol y en el la vida esta completa, es un sitio donde se aclara el corazón y se divierte el ser humano a un mismo tiempo; a diferencia de la cultura judeocristiana occidental donde se genera algo llamado Teatro que ha dividido la vida y donde no se podrá encontrar nunca más él hombre entero. Es casi escandaloso, pero real, lo que está diciendo. La cuarta pared, el espacio de representación, separa, crea distancias, por un lado está la vida y por otro lo representado, por un lado esta el hombre civil y por otro el personaje; actor y espectador no ocupan el mismo espacio, a diferencia de lo que ocurre en el caracol donde todos está en una misma sucesión de círculos: en el primero están los niños, en el segundo las mujeres, en el tercero los varones adultos y al final los hombres jóvenes, todos en derredor y formando parte del “espectáculo”.

La diferencia fundamental, y quizás única, entonces se encuentra en el espacio. El Teatro necesita un lugar, en la Narración oral ese lugar está en los oídos del espectador. Yo diría más. En la Narración oral el espacio es el cuento y el cuerpo del narrador y los oídos y el cuerpo del público. La Oralidad narradora, es la madre del espectáculo vivo, es el arte madre de la representación en el que el público define el lugar, espacio que a su vez nace de la palabra del que cuenta porque este intenta crearlo y lleva al público a imaginar, le da pistas, y esas pistas son las identidades del cuento. Con la sola mención de un nombre, de un animal, de una pequeña característica el que esta frente al narrador es capaz de construir ese lugar. Por ejemplo, sólo se dice que hay un hombre llamado Obbara, que vive en el pueblo de los Orishas, y que tiene una palabra veraz y mentirosa al mismo tiempo; con sólo mencionarlo en Cuba esa historia se colocaría enseguida en el mundo africano o afrocubano, concretamente yorubá y especialmente en el mundo de la Regla Ocha. Unos pocos elementos y el cuento logra identidad.

El cuentero tiene que matar al personaje. El sugiere y habla, relata, cuenta. Esa es la segunda diferencia: el Teatro vive en el personaje, no en el actor ni en el público. Ya sabemos que el actor encarna el personaje, pero no es él. El cuentero dice, no actúa, es.

La tercera diferencia: los accesorios, la utilería. En la Narración oral la palabra es centro y accesorio al mismo tiempo, la relación con la historia no lleva intermediarios. En el Teatro la utilería ayuda a manifestar las identidades de lo narrado, en la Narración oral las identidades están definidas desde la palabra, y la palabra del cuento está tironeada por dos caballos, como un carruaje. La primera de las bestias tiene orejeras y fue educada para ir de principio a fin del camino, cuenta la historia con un orden lógico, más el segundo caballo mira los detalles, los recrea, juega con ellos, es el caballo de la poesía. El cuentero debe dominar a los dos brutos. Su trabajo es el de un equilibrista.

Contar es un acto de humildad y generosidad.

III

Hassane Kouyaté llegó a Cuba en un momento de definiciones y agudas polémicas y sin embargo logró concentrar la atención y la estima de todas las tendencias, y no es porque hiciera concesiones o se introdujera en ambigüedades y ejercicios retóricos complacientes, es que él viene de dos mundos aparentemente irreconciliables, por un lado es actor y director artístico de una de las compañías teatrales más importantes del mundo y por otro tiene el conocimiento ancestral del clan Kouyaté, y sin embargo transita de un lado a otro, primero desde el concepto unitario de que ambos ejercicios nacen de la Palabra y de la Vida, y por otro reconociendo las diferencias entre los dos.

No confundir, no significa no mestizar, no experimentar, no aprovechar lo de un lado y otro. Las identidades del Teatro y la Oralidad han de ser respetadas. Cuando Kouyaté cuenta lo hace desde la palabra exacta y con una gestualidad múltiple y precisa que sería muy difícil de deslindar de la precisión de las acciones físicas y del buen decir del actor que vimos en la versión fílmica del Mahabaratha, por ejemplo. Es una misma personalidad puesta en dos situaciones espectaculares distintas que se resuelven sobre bases diferentes. Una es la persona, múltiples las posibilidades. Como en la metáfora de los dos caballos del cuento la solución pasa por el equilibrio.

Hassane Kouyaté le dio nuevos fuegos a la yesca de la polémica y dio nueva luz, que para algo ha de servir el fuego.

A mi, que soy un discutidor apasionado, sin embargo, me dejó algo más que unos buenos motivos para la conversada, me devolvió la fe en la palabra del que cuenta, la dignidad del cuento y la gracia infinita de las orejas y las lenguas.

miércoles, 16 de enero de 2008

Hassane Kouyaté o las tres verdades



I
Todo comienza, todo está por inaugurarse. Es enero y uno acepta como verdad que la vida es joven, que una puerta se está abriendo. Es por eso que los cubanos hacemos fiesta, comemos en familia, lanzamos agua, mucho agua por la puerta, como signo y además deseando de que por ella, y con ella, se vaya la porción no deseada del pasado, lo feo, lo sucio, lo desagradable, lo agresivo, tratando además de garantizar que lo que entre, que lo venga, sea fresco, limpio, manso. Nosotros tenemos un raro sentido de futuridad que se encarna en el año naciente o en todo lo nuevo; pero para que exista algo “nuevo” debe haber algo “viejo”, anterior o muy anterior a lo que está brotando que no debe ser necesariamente torcido o maligno porque es capaz de engendrar lo naciente y siempre ello está relacionado con la pureza.

Acaso esa tendencia a centrar la existencia en lo futuro, verdadero culto al porvenir, sea síntoma de inmadurez o de extrema juventud como pueblo y es que ciertamente “ lo cubano” es joven, es apenas una cualidad última del hombre americano, pero también en las culturas ancestrales que nos conforman – aunque alguna de ellas padece ya de verdaderas zonas de cansancio- se dan manifestaciones de celebración de lo nuevo como posibilidad de mejoramiento, ¿ acaso los ritos bautismales, la bendición del fuego y del agua en las ceremonias católicas del Sábado Santo, los ebbó, las purificaciones rituales, los banquetes sagrados, las rogaciones, los toques, no son también manifestación de la necesidad expresa de que se concrete en lo visible el deseo oculto -muchas veces no tan subyacente ni escondido-, de que se operen cambios, de que se manifieste, al menos en lo posible, una realidad distinta cualitativamente superior a la que se está viviendo o enfrentando en el presente.

Así pues el “culto a lo porvenir” más que una cualidad insular es una característica de toda la especie, que sigue creyendo en la posibilidad de conjugar todos los tiempos, e intenta desarrollar y desarrolla productos culturales de muy diversa índole que le permitan la convivencia de todos o al menos la traslación del ser humano entre ellos sin que este pierda su integridad física o espiritual. De allí nacen los mitos tecnológicos como la Máquina del tiempo y la investigaciones de la física cuántica sobre la posibilidad de existan diferentes pliegues de la materia o realidades otras paralelas en diferentes frecuencias de honda de la energía o el mundo de los Mitos, los Ritos, la Oralidad en todas sus variantes y especialmente la Oralidad narradora, ¿o es que acaso en los cuentos, las leyendas, las epopeyas, los mitos fundacionales, no existe algo que es nuevo, viejo y futuro al mismo tiempo?

Los cuentos, los cuentos son así. Los cuentos existen y son “historias de ayer, contadas hoy, dedicadas a mañana”. En los cuentos el hombre creó uno de sus vehículos que hasta hoy le permite el viaje en el tiempo sin peligros, aunque esta no peligrosidad sea ciertamente relativa. Tuve la tendencia de decir que eran el “único”, pero en materia de especulación y de espiritualidad los absolutos son excluyentes y peligrosos, pues existen, no hay dudas, otros muchos modos de viajar o de concretar todos los tiempos en uno y que de alguna manera se visualizan en todas las grandes manifestaciones del espíritu humano.

En Cuba las culturas que se mixturan para armar su rostro, siempre en construcción, le fueron aportando al país modalidades muy específicas de viaje. Reconozcan ustedes que en el romance, la décima, los cantos sagrados de las religiones africanas, los mitos, los cuentos, la trova y hasta en el son, la guaracha y el complejo de la rumba, los carnavales y la danza el cubano ha ido construyendo la posibilidad de la peregrinación y del viaje entre los tiempos.

La verdad o su encuentro, que a fin de cuentas es la finalidad última del viaje, es también obra de la confluencia de tres verdades: la verdad mía, la verdad tuya y la Verdad, que al encontrarse muestran su rostro definitivo y a la vez múltiple.

II

Enero 6 de 2008. Día de Reyes en La Habana, Cuba. Teatro Las Carolinas. Amargura 61. 7:00 p.m.

Suena un pequeño tambor por detrás del público, entre ellos retumba, la gente se asombra, unos callan, otros miran, algunas comentan, un hombre viene con su instrumento y sonríe, lo carga bajo el brazo y golpea el cuero con una pequeña baqueta curva. Canta, se mueve, danza y entra. Es Hassane Kouyaté. Está vestido con un hermoso traje azul, de su tierra ( Burkina Faso), y sonríe. No es carcajada, es sonrisa que nace del fondo de sus ojos. Ellos son realmente pequeños, pero el djeli sonríe con todo su cuerpo y con todo su espíritu, a través de él sonríe África y uno puede sentir que esa sonrisa es también suya. No está riendo sólo un hombre negro, que es lo es en toda su grandeza, sino que con el sonríe la humanidad, desde el primero hasta el último. No ha dicho palabra, porque aprendió primero a callar, porque sabe el valor y el decir del Silencio, y uno de inmediato descubre que está delante de un Maestro de la Palabra, aunque unos días después él reconozca que sólo posee la Madre de los Cuentos, que sus mayores le han dicho que para llegar a atesorar la Madre de la Palabra le hace falta controlar su generosidad, porque es demasiado generoso.

Kouyaté está de pie, y es que así circula mejor su energía. Primero nos escucha el alma, esta ahí parado y lo hace con los ojos, con la piel, con la sangre. Ya tendrá ocasión de escucharnos con los oídos.

Abre la boca y salen las primeras palabras. Generosas, cálidas. Agradece a los que lo trajeron hasta aquí, en primer lugar a la gran narradora y actriz Coralia Rodríguez, que además será su traductora, y después para cada uno de los que le están prestando sus orejas, porque el cuento para él no se hace sólo en la lengua, en la boca del que cuenta, sino que es cosa que viaja de boca a oído, se realiza allí y se devuelve. Cada de uno recupera su Palabra en la palabra del cuentero.

Habla de la Verdad, confiesa que no la tiene y que la tiene al mismo tiempo. Posee la suya, pero espera por la verdad de los que están frente a él, que juntos llevarán esa verdad hasta lo alto y allí, fundidas las dos con la Verdad podrán entonces contemplarla.

Es un sabio, pero no como lo entendemos en Occidente. Lo es porque tiene tras de si al menos siete siglos de saberes que acumuló su pueblo y que los Kouyaté han atesorado. Hassane Kouyaté es un djelis, un griot, pero no cualquier griot.

El clan Kouyaté desde 1235, año de instauración del Imperio de Mali por el Mansa Soundjata Keita (1190-1255), hasta hoy son los Djelis del Mansa y Belen Tiqui en la Gbara – es decir, son además los amos de las ceremonias-; así está reconocido en el artículo 43 de la Carta de Madén ( Kourukan Fouga), constitución de transmisión oral sin precedentes en la historia de la humanidad, que declaró, entre otras cosas, abolida la esclavitud, organizó el Imperio y otorgó a Balla Fasséké Kouyaté la condición de amo de las ceremonias y mediador principal, así como se le permitió bromear sobre todas las tribus y también con la familia real. Desde entonces ellos son guardianes de la tradición y mediadores en los conflictos tanto en dos personas, como entre clanes, tribus, en las relaciones con otros reinos y pueblos, y también entre los djelis. Ellos fueron uno de los siete clanes de Nyamakala (energías ocultas) del Imperio y en alguna medida hoy siguen siendo lo mismo.

Esas energías invisibles, pero ciertas, salen por los ojos y la boca de Hassane Kouyaté, también actor, músico, director artístico de la compañía de Peter Brook, hijo de Sotigui, hermano de Dany, hijo de Adama Kouyaté, Caballero de las Artes y las Letras de Francia y de Burkina Faso.

Cuenta. Apenas recuerdo íntegramente dos o tres de los cuentos que contó esa noche, y es que esos son mis cuentos, los que debo recordar y no otros o los que me escogieron, los que me conmovieron, pues con los ellos sucede lo que dijo Kouyaté: “ Son las historias las que me escogen a mi, pero una de ellas puede perderse durante cinco o seis años en mi vientre y reaparecer de forma inesperada”.

Ahora aparece un primer cuento: El pequeño Juan.

Pequeño Juan, era un hombre joven y fuerte, gracioso y bueno para cantar y bailar, buen mozo y había aprendido las artes y las mañas que le gustaban a las mujeres, pero era muy, muy, muy haragán.

Un día se casó con una hermosa mujer y ella, junto a la madre de él, comenzó a hacerlo todo en la casa, pero no sólo allí, sino que también en el campo. Las dos eran el sostén de la familia porque, como ya dijimos, con el hombre no se podía contar, era muy, muy haragán.

El enojo de la esposa y la tristeza de la madre crecía por día, mientras ellas se enojaban, sufrían, pero sobre todo trabajaban, Pequeño Juan dormía y holgazaneaba.

También había otro problema en la familia. Pasados los quince años de matrimonio Juan no tenía descendencia, pero parecía no importarle, a él sólo le interesaba comer, dormir, dormir, comer y holgazanear.

La madre trabajó tanto que fue perdiendo poco a poco la vista hasta que se quedó ciega del todo. Entonces sólo la esposa podía trabajar. Estaba cansada de trabajar y de esperar inútilmente un hijo, uno que pudiera ayudarla en el futuro, uno que le hiciera compañía, porque ella sabía que Pequeño Juan no servía para nada o mejor, sólo servía para dormir, comer y vagabundear.

Un día amaneció con el cansancio al borde y se le desbordó la vasija, por lo que se presentó delante de su marido, que por su puesto dormía y dándole un puntapié le dijo:

- Pequeño Juan, levántate y busca trabajo. Si no regresas con empleo tendrás que irte de la casa.

El se puso en pie, descubrió que su mujer estaba hastiada, cansada y furiosa. Y una mujer furiosa es de temer. Tuvo miedo unos segundos, pero como era muy haragán, en vez de buscar trabajo se fue a dormir debajo de un frondoso árbol.

Durmió todo el día, al llegar la tarde le dio hambre y quiso regresar a su casa, pero como no lo podía hacer sin haber conseguido empleo, y él no se había molestado en buscarlo, tomo polvo de la tierra y con él se embadurnó los zapatos y los bajos del bubú.

Llegó con cara de cansancio y lloroso le dijo a su mujer:

- Mujer, déjame entrar a la casa. No conseguí trabajo por mucho que lo busqué. Anduve por todos lados. Mira el polvo en mis zapatos, mañana seguro tendré más suerte. Déjame pasar.

La mujer lo dejó entrar, había visto el polvo.

A la mañana siguiente se repitió la escena, pero Pequeño Juan, que era el hombre más haragán del mundo, volvió a hacerlo mismo que antes, se fue debajo del árbol y se acostó a dormir. Así estaba cuando lo despertó una voz de trueno:

- ¡Despierta Pequeño Juan, despierta!

Era Dios el que le hablaba. Pequeño Juan no alcanzaba a verlo. Estaba muy alto.

- Ya sé lo que te pasa. Te voy a resolver tus problemas. Pídeme un deseo y sólo uno…Ah, no se te ocurra pedirme uno de esos deseos que son tres, me aburren y además me irritan…

Pequeño Juan no lo podía creer, Dios en persona le hablaba a él.

Pero Juan no sabía que pedir, el necesitaba trabajo o dinero, pero como era muy vago decidió pedir dinero de modo que no tuviera que trabajar, en esas estaba cuando Dios volvió a hablar:

- No me vayas a pedir nada de lo que después puedas arrepentirte. Mejor te vas a tu casa, piensas bien el deseo, lo consultas con tu familia y regresas mañana.. y recuerda que es uno sólo… uno.

El regresó a su casa, le contó a su mujer lo sucedido y ella dijo:

- Pide un hijo, pide un hijo. Eso es lo que debes pedir…

Y él como le debía tanto a ella y deseaba complacerla le dijo que si; pero detrás de la puerta estaba escuchando su madre que lo llamó y lo recriminó de esta manera:

- Llevo años trabajando para ti, hijo haragán e ingrato, estoy ciega de tanto trabajar y ahora Dios te da la oportunidad de pedir un deseo y pides un hijo, porque tu mujer te lo pide…! Desnaturalizado! Deberías pedir la visión para tu madre.

Pequeño Juan, se quedó sólo pensando. Su mujer quería un hijo y tenía razón, su madre quería recuperar la vista y era justo, él quería salir de la pobreza sin trabajar y eso era muy necesario. Pero como era muy haragán pudo pensar poco pues se quedó dormido hasta que al amanecer la mujer lo levantó y le recordó lo que debía pedirle a Dios.

Él se fue pensando por el camino, llegó hasta donde estaba el árbol y espero hasta que apareciera Dios, y este apareció y le ordenó formular el deseo.

Pequeño Juan se rascó la cabeza, se rascó la axila y dijo:

- Dios, yo quiero que mi madre pueda ver a mis hijos comer en platos de oro.



Ahora tengo dudas y certezas, este es el cuento que contó Hassane Kouyaté y no es. Lo advierto, debo ser honesto. Como la de Obbara la palabra puede ser veraz y mentirosa a un mismo tiempo. Esta es mi memoria del cuento, pero no es el cuento o acaso lo es, al menos en mis ojos, en mis oídos, en mis entrañas, lo es, puedo asegurar que esta es la memoria que tengo de la historia, del cuento contado una noche en La Habana, pero sin los gestos, la piel y el aliento de su narrador. Este es un cuento para los ojos, aquel uno para el oído. Falta aquí la precisión del lenguaje gestual del Maestro, el desplazamiento justo, faltan las palabras en bambará y la multitud de lenguajes verbales y no verbales que se agolpaban en el cuerpo de Kouyaté. Cuando hablaba la mujer del Pequeño Juan él insinuaba la gestualidad con la que las féminas de la actual Burkina Faso manifiestan el enojo, la gestualidad social que las caracteriza y eso es imposible de reproducir en la escritura, si bien esta puede ayudar a recordar nunca podrá sustituir al entrenamiento riguroso y al poder de la presencia del ser humano, cisterna frágil ciertamente, pero hasta hoy insustituible. No importan las grabaciones de sonido o de imágenes, el audiovisual, hay en la presencia del Narrador oral lo que podríamos llamar energía de la memoria ancestral, que la tecnología mata, que no posee.


III

La verdad de Hassane Kouyaté, mi verdad, la verdad colectiva, la Verdad, se hacen una.

Esta fue la mejor manera con la pudimos abrir el año aquí. Gracias al clan Kouyaté, Maestros de la Palabra, Amos de las ceremonias, Mediadores, gracias al África, que aún conserva viva e incontaminada la Palabra.

viernes, 11 de enero de 2008

Arco Tenso de Teresita Fernández


Hace tanto tiempo, tanto. Pasaron las aguas bajo los puentes, las aves del cielo, las bestias del campo, los cometas y los aviones pasaron, pasé yo; todos pasamos, menos ella: fuerza de gozo, oratorio sin mancha, arco tenso. Y es que Teresita Fernández ha alcanzado el lenguaje menor del silencio. Arte mayor.

La conocí bajo los árboles frondosos del parque Lenin, tenía abierto un libro de Martí por alguna página y hablaba de los maestros ambulantes. Hablaba de si misma sin nombrarse, y hablaba de Li Po, el gran poeta chino de la Dinastía Tang, con la valentía de quien está citando a Dios. Recuerdo como en su voz la dureza del poeta, la cita amarga, recuperaba su sentido primigenio. Ella, mujer de eternidades, repetía con el poeta “los hombres nos pasamos la vida luchando por esa fruta inútil que es la eternidad”.

Y en ese momento se desprendieron las escamas de mis ojos y vi. La eternidad es un don que nos procura, nos busca, se nos ofrece después de dar el grito de abandono y exhalar el aliento, todo el aliento, hasta quedarse vacía. La eternidad se deshabita para dejar espacio al hombre.

Todo aquello no estaba rodeado de los signos exteriores del arrobo, del trueno y de la zarza, no estábamos en el Horeb, ni siquiera en una pequeña elevación, en un aposento alto, sino, en el fondo, en lo más bajo de una pendiente, en lo más profundo de una hondonada. Ella no estaba de pie, sino sentada, y hablaba, gesticulaba.

Hoy, cuando regreso sobre los pasos del poeta vuelvo a sentir la resonancia teresiana iluminándolo. Bajo otro cielo vivo, en otra tierra. Y reconozco el territorio de Li Po. Entro a él de la mano de una mujer que ha armado una obra literaria con poquísimas y esenciales palabras y ha creado el universo sonoro de cuatro generaciones de cubanos con algo más de tres acordes de guitarra, pero capaces de encerrar el bajo pedal de los moriscos, la gravedad del canto gregoriano y la cadencia de trova cubana en tan pobre indumentaria.

La pobreza, hermana de Francisco de Asís, crece como la hierba, como el coralillo en una cerca, y se apodera de Teresita Fernández. Ya no es una virtud, por evangélica que sea, sino un modo de vivir, es el ser, el núcleo de la poesía, del canto, de la vida, que se expresa además en la obediencia ciega a los mandatos de la conciencia, donde habita lo divino, y en el precioso don de la castidad, que esencialmente manifiesta la grandeza del cuerpo que desaparece, que se anula, se hace voluntariamente pequeño.

Iré hasta el límite
manchado por mi sombra.
Hasta el temblor último
de mi flor amenazadora.
Fuera del peligro que constituye el sol,
alta la brisa,
desterrada con el bagaje
de besos sin detonar.
Amarrada a la cruz
de los abiertos brazos.
Expulsada, impulsada
a los detritus
de la medianoche.
Condenada a realizar la nada
que me señala y me nombra.
Abrazada de rodillas.
Aferrada al olivo
de las meditaciones
grito hasta el final:
¡Sólo el amor!




Acéndrate, enraízate, sujeta
la veleta y fíjala mi rumbo.
Mi rosa de los vientos,
inmutable,
embriagada,
vagabunda,
conocida por el cielo.
A Dios le gusto así,
tan desasida,
sin ley donde apoyarme.
Mi muro en una hiedra.
enraízate, que ya casi
no existo de inconsútil;
sin embargo, mi nombre es existencia.
Quédate, que avanza mi locura,
aumenta mi entregar alucinado.
Para entenderme
destruye mapas,
historias conocidas,
preferencias antiguas.
Soy sólo un fuego que avanza
y se parte a si mismo,
ceniza de los muertos que se quedan,
eternidad de Dios en fuga.
Que se aleja.



Perseguida, persiguiendo, esperando. No hay reposo, no hay sitio para el reposo, no muro que contenga el avance del fuego o pare la marejada. A todo se renuncia, a todo. Los instrumentos de navegación han dejado de funcionar, no hay rutas prefijadas ni siquiera amores a los que aferrarse, hasta Dios se aleja. Esta es una de las experiencias más dolorosas, más terribles, a las que puede enfrentarse un ser humano en la fe, en la raíz última. El no sentir, el no saber, el no experimentar y seguir sin embargo creyendo, estando en presencia del amado, que ha apartado el rostro, ya no se experimenta el beso “ con besos de su boca”, ni los amores que superan al vino, ni el aroma penetrante, ni el suave olor de los perfumes. No hay consuelos, solo la inmensa “noche de los sentidos”, tan carmelitana, tan tremenda.

Teresita Fernández, quizás la primera de las poetizas místicas cubanas, resiste el embate de la indignidad y el no saber:

Este tiempo ha de tener horas de angustia,
un pozo negro y hondo
donde una piedra gris
se precipita a suicidar silencios.
Mirar con actitud demente el almanaque,
y contar los días quedamente.
Repercutir adioses en un crucificante eco.
Arrancar la rosa
o mirar una jaula
con el canario muerto.
Este tiempo abate mi jardín,
lo deja seco.
¡¿Cómo será, Dios mío?!
Yo no sé cómo será este tiempo.

Detengámonos en este poema. Quizás uno de los más sustanciosos y difíciles de la Fernández, el que detrás de su aparente sencillez encierra una complejidad conceptual y formal de gran altura. Empecemos por esto último. Carlos Bousoño, el autor de la importante Teoría de la expresión poética, describe un fenómeno al que él nombra superposición temporal, que no es más que la enunciación del tiempo futuro dentro del presente o del pasado en el presente. En este texto los cuatro últimos versos aluden al tiempo futuro pero está en presente: el tiempo que abate no se sabe cómo será. Es decir, es a un mismo tiempo porvenir y presente, y es que para la poetiza el presente no es más que prefiguración del Paraíso, porque abrazar el dolor, aceptarlo, vivir hasta su último trago, es ya un acto de liberación, de redención. Vacía de todo ella se dejará llenar por Dios. El tema de este poema es entonces la conjunción de una experiencia ascética y mística. Es una de esas intuiciones irrepetibles que Ignacio de Antioquia llama “semillas del Verbo”.


Inmensa catedral maciza. La soledad, madre de los paisajes, da comienzo al fulgurante ciclo, que encierra la vida trinitaria. El Dios que trasquila las ovejas del agua ( Padre y Paisaje I), el Dios Árbol ( Hijo y Paisaje II) y el Dios absoluto y azul ( Espíritu Santo y Paisaje III).

Hagamos una pausa y aclaremos que estamos hablando de los poemas de Teresita Fernández reunidos por Mayra Hernández Menéndez bajo el título de Arco Tenso y que se publicaran en el 2003 por las Ediciones Mecenas y Sed de Belleza. La autora los distribuye en cinco secciones. Hasta aquí hemos comentado tres de ellas, las dos últimas las dejaremos fuera. Pero más que comentar un libro, al que ustedes pueden tener acceso, estamos intentando leer y degustar la obra toda de la autora del Gatico Vinagrito, dándoles pistas, pequeñas pautas de lectura. No pretendo más.

Volvamos a lo nuestro.

Los poemas Soledad y Paisaje I, II y III constituyen el nudo de la revelación teresiana. La Soledad, vista como templo, casa de la muerte, pórtico de las renuncias, madera del desasimiento, da paso a la manifestación, por el paisaje, de la maravilla de la redención. Son cuatro complejísimos textos que únicamente pueden ser entendidos a través de la visión trinitaria católica, concepción que si bien está insinuada en los evangelios y proclamada por el apóstol Pablo explícitamente, no es hasta el siglo IV, y en el Concilio Ecuménico de Nicea, que termina de alcanzar definición y cuerpo teológico. Como ya dijimos Soledad, con su carga de muerte, de abandono, abre la puerta a los paisajes donde Dios se va revelando pasito a paso. La Fernández descubre al Dios Amor, reconoce la devolución de Dios a la tierra, encarnación, y la presencia de Dios, manifestación aérea, absoluta y azul.

Me detendré aquí.

El arte, la poesía, tiene esa extraordinaria cualidad poliédrica que la define, por lo que es peligroso tomar la parte por el todo. Yo apenas he esbozado una posible lectura a los poemas de Teresita Fernández o más bien a un pequeño conjunto de ellos. Ha sido una suerte de hermenéutica, de lectura simbólica, que seguramente dará paso a otras. Como ya he dicho está se sostiene sobre la afirmación de que ella es una poetisa mística, lo que no necesariamente se relaciona con que sea una “mística” en puridad, sino sencillamente en que esta poesía es la resultante de una vida centrada en Dios, o al menos dedicada a su escucha o el resultado de una confirmación gratuita e inesperada de la filiación divina o todas esas cosas al unísono.

miércoles, 2 de enero de 2008

Hacia el nacer que muere cada día


( Una lectura posible de Testamento del pez)

Cuba, patria y noche, o patria de la noche, isla frente al inmenso piélago de la muerte. Patrias martianas: Cuba y la noche. Resonancia infinita en Gastón Baquero. Tema del poeta-pez que muerde el anzuelo, variaciones del que mira la ciudad en el momento justo, antes de su última pirueta, su salto final, y la reconoce y la conoce, en el sentido bíblico, es decir, la posee, la penetra.

Poseer es morir, tener es la muerte, acumular es el fin, penetrar es reinaugurar el ciclo, el círculo de la serpiente mordiéndose en sus extremos.

José Martí, que entre nosotros engendró la Poesía y los Poetas, más no los poemas – y es que él es una torre inmensa, una fortaleza de la que emanan todos los sentidos, más no todas las formas-; necesitó de Julián del Casal para se manifestara la plenitud de la cubanidad. Florit, Brull, Ballagas, (sin excluir a Boti, Poveda, Tallet, Acosta y hasta Martínez Villena) y los poetas católicos del origenismo son el resultado de esta mixtura. A estos poetas hay que agregar algunos de la llamada Generación del 50 como Francisco de Oraá y Carlos Galindo Lena y otros sin filia generacional como Roberto Friol o como el grande poeta Nicolás Guillén, él mismo una ínsula, solitaria y perfecta.

Las dos patrias, Cuba como poesía y la noche como los poetas, engendraron la forma, los poemas. Desde entonces hasta hoy, a excepción del coloquialismo que es el hijo herediano de raíz anglosajona, la poesía nuestra se debate entre la primacía de un rostro o de otro, pero que nunca se abandonan o se separan.

Aclaremos, es justo y necesario, que hasta en la excepción coloquialista no dejan de vislumbrarse zonas martiano-casalianas y que en estas también se manifiestan influencias conversacionales como en caso de Eliseo Diego, Cintio Vitier y hasta en el Lezama de Fragmentos a su imán, y no hablemos ya del influjo sobre Raúl Hernández Novás, Ángel Escobar, Delfín Prat, Lina de Feria, Sigfredo Ariel, Roberto Manzano, Rafael Almanza y las más jóvenes generaciones de poetas cubanos, aunque sólo sea una influencia de raíz formal y ciertamente muy exterior.

Así podríamos hablar de la bifrontalidad de la poesía cubana del siglo XX, siglo que para Cuba nace en 1895 y que se frustra en “lo esencial poético” antes de nacer, es decir en 1898 con la intromisión norteamericana y el posterior Tratado de Versalles, que excluye a los cubanos; siglo que según nuestro parecer no ha concluido puesto que el proyecto martiano de república aún se está construyendo.

Cuando la república martiana alcance mayor plenitud engendrará seguramente las “nuevas formas”, también los nuevos poemas, que anunciaran la entrada de Cuba en el siglo XXI, nuevo milenio que si bien las cuentas indican que la humanidad ha arribado ya a él, se retardará su epifanía hasta el momento en que el imperialismo de mercado se haya agotado como creador de sentidos y las nuevas torres sean levantadas, construcciones que seguramente serán las que por ahora, y con Ignacio Ramonet, calificamos parcamente de mundo mejor posible y que añoramos empiece a manifestarse en lo inmediato.

Cintio Vitier, en su cenital e insuperable Lo cubano en la poesía, contrapone a Martí y a Casal, de un lado el Apóstol encarna “las nupcias del espítiru con la realidad” y por otro el de La Habana Elegante es el poeta de la impotencia y el hastío. Están supuestamente en las antípodas. Casal al refugiarse en el Arte engendra los poemas, las formas, cansado procurará que ellas sean las vasijas nuevas para los “nuevos” hombres, que encontraran en Martí potencia, es decir poiesis. Por otro lado la república martiana, al menos en su proyecto ideal y después en su construcción, hará brotar a un Poeta, más bien a un tipo de Poeta, que manifiesta una capacidad radical para asumir poéticamente la realidad. Lo que Vitier ve en conflicto yo lo asumo como complementariedad, de la conjunción del Poeta, la Poesía y el Poema, es decir, de la vigorosa fusión de José Martí y Julián del Casal nace mejor la poesía cubana contemporánea.

Gastón Baquero es un poeta martiano-casaliano. De él reconoceremos su poema Testamento del Pez.

Junto a Palabras escritas en la arena por un inocente y Saúl sobre la espada ,Testamento del Pez, poema escrito en 1942 y publicado por primera vez en 1948 en Diez Poetas Cubanos -la trascendental antología que diera cuerpo y nombre a la generación origenista- forma una unidad que permitirá, sino conocer, explorar, al menos, guiar la lectura por la compleja escritura baqueriana: la salvación por la inocencia del sueño, la historia encarnada en el sueño y la muerte revelación de los sentidos del sueño. He aquí la trinidad temática del poeta.

La muerte sin embargo es el tema recurrente, el motivo central de su obra, tanto es así que Doña Fina García Marrúz, su amiga y habilísima lectora, llega a afirmar categórica que “ Toda su poesía salía del sueño de la muerte”, la muerte como espejo donde se refleja la resurrección, la muerte como camino de la vida y la muerte como puerta y consumación de la vida verdadera. Ella sin embargo se queda en el sueño, en lo entrevisto, en la sospecha, en la duermevela, pero el poeta insiste en corregirle la mira: Cintio Vitier recuerda que un día bajando por la escalinata de la colina universitaria, era otoño precisa, le escuchó decir a Baquero que “morir no es nada, ahora mismo puedo haber muerto y no sentir ninguna diferencia”. Para Baquero la muerte es una realidad consustancial con la vida, no hay diferencias entre ellas, tanto es así que puede confundirlas y confundirse. Vida es muerte, muerte es vida “pero esa muerte tiene grietas de luz por donde escapan mariposas”, como bien nos enseña jubiloso Emilio Ballagas hablando del mismo tema, claro que para el camagüeyano el motivo que se repite en Baquero no es la muerte en si sino el intento de “matar a la muerte”, más no nos lo parece, que como ya hemos enunciado creemos que el motivo central de su obra es la muerte, simple y llanamente la muerte que expresa en su hondura la vida.

Un suceso común, si se quiere baladí, un pez que salta ante el muro rocoso que define la costa de la ciudad, un pez que mira por última vez a la ciudad, y que le habla con el anzuelo atravesado antes de morir, es el detonador de uno de los discursos baquerianos más sólidos, más sin grietas: Testamento del pez.

El poema de marras, que no corrió la suerte de la exclusión de la Autoantología comentada, forma parte, como ya dijimos, de las columnas portantes de su obra. Este es el poema de la muerte por excelencia, de la muerte revelada, manifestada en los ojos del pez, y en la que la ciudad mira, presiente, siente, oye, desdeña, viste, desfigura, le da rostro múltiple, y la transforma en piedra, noche, ciudad enamorada, para vencerla finalmente.

La muerte termina convertida en un organismo vivo y palpitante. La ciudad y la muerte vencida son una misma cosa. La muerte dota a la ciudad de los atributos del sueño y la nocturnidad, la ciudad hace entonces “que la muerte exista”, prisionera pero real.

El pez que muerde el anzuelo en el malecón habanero aproxima la parca a la ciudad y ella lo hace a él indestructible. El pez es eterno en tanto viaja por su propia alma, a la que la ciudad terminará olvidando. Más encontramos en el animalejo una candida resistencia frente a la muerte. Le recuerda a la ciudad que es su sombra y que hace cosas por ella a las que tendrá que renunciar si el muere. El ama y es inocente. No se puede resistir frente a la muerte, ni frente a la ciudad, mucho menos ante lo pétreo-ciudad-muerte.

“Quisiera ser mañana entre tus calles”, canta el poeta-pez, resignado. Vale ser en la ciudad sombra, objeto u estrella. No importa qué, lo que vale es estar vivo, ser eterno, renaciente aunque sea “en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas”.

La muerte que se revela y nos revela la verdadera sustancia de los seres y las cosas, la muerte como puerta de la resurrección.

Arduo ha sido laborar en la espesura y la consistencia de un texto, de un poeta, de su obra. Feliz el haber sido protagonistas de un paseo por la ancha avenida y sentir como detrás de nosotros, en la nuca, chisporrotea la mirada de un pez convertida en diamante, un diamante que podrá ser escuchado una vez que crucemos el umbral de la vida, que es la muerte.