lunes, 23 de noviembre de 2009

Una carta inédita de Cintio Vitier


1.


A finales de los setenta yo tenía muy pocas cosas. Como casi todos. Es que en este país siempre hemos tenido pocas. Sin embargo, mi padre no dejó de enarbolar su blasón y su divisa: no me aporque la miseria. Pobres y honrados. Generosos. Felices a destiempo.

Yo aprendí que la pobreza era una virtud que irradiaba. No fue Orígenes quien me lo mostró sino mis abuelos maternos y mis padres. Los poetas vinieron después. Ser miserable es una esclavitud y una deshonra. Yo era libre y pobre.

Mi padre por leer leía hasta la guía de teléfonos. Mi madre me compraba libros. Bajo mis pies estaba una sabia que mezclaba todas las patrias del hombre; por eso cuando me invitaron, sin mucha cortesía, a abandonar mis estudios universitarios no hice otra cosa que esperar paciente mi retorno. En ese tiempo leía y escribía, soñaba y aprendía a lustrar y a deslustrar mis únicos zapatos, de modo que entre la mañana y la noche fueran cambiando de faz, si es que la tenían, y parecieran, entonces, una multitud de piezas únicas y no un pobre y solitario ejemplar, como en realidad era. Mi andar derecho y mi lengua de fuego impedían que alguien hiciera el viaje entre la cabeza hirsuta y el pie polvoriento.

El silencio es cosa rumorosa en la vida literaria. Nadie hablaba. Por aquellos años se pensaba que cada pared era una oreja, que cada palabra daba argumentos a un ser inasible e invisible que, sin embargo, agazapado, esperaba lanzarse sobre la joven república. No se hablaba abiertamente de nada y la Nada lo fue llenando todo. Y ya se sabe lo que sucede cuando ella se enseñorea. Trataré de describir la sustancia que la conformaba y me formaba. Eran tiempos difíciles. Ya lo sé.

Después que Lunes de Revolución, que era la cara pública de una guerra no declarada, pero cierta, diera los primeros golpes en el rostro del origenismo, incitara los odios y atrajera a su centro las polémicas de Ciclón, y que el Congreso Nacional de Educación y Cultura del año 1970 terminará por convertir en política la incultura, ignorando las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro, o redujera, con bastante saña, el alcance de la frase, devenida consigna, “con la Revolución todo, contra la Revolución nada”, cuando ya sabemos que en su nombre se cometieron hartos desafueros pues cada cual, según su interés o parecer, determinaba quién o qué estaba en lado del con o del contra. Sospecho que también hubo complicidad y simpatía desde los reales centros de poder. Los que venían de la mejor revista de su tiempo, aunque otras también se proclaman tal, se vieron reducidos a pequeños y tranquilos cubículos en la Biblioteca Nacional José Martí o en otros sitios. Los origenistas prácticamente desaparecieron de la vida pública e incluso hasta de los textos académicos.

El rumor vino a suplir las certezas y algunos, que rápidamente descubrimos las costuras y falencias de los poetas nuevos, a los que yo llamo penitentes, enrumbamos la nave hacia un Orígenes cubanísimo y variopinto, que nunca fue el monolito católico que algunos insisten en ver y enunciar y que la vida literaria se empeñaba en negar.

A través de la obra de Lezama, de Cintio, de Fina, de todos, fuimos desembarcando en los manantiales de la poesía cubana. Ellos fueron la puerta para llegar a lo primigenio y el impulso para aspirar a nuevos cotos, inexistentes, pero deseados. Salvando distancias y diferencias, los destierros de Martí y de Heredia (tierra y agua por medio) frente a los de Julián del Casal y Orígenes (viaje a los infiernos del alma) han sido de los dolores más resonantes e iluminadores de nuestra historia. Lo cubano en la poesía y Ese sol del mundo moral de Cintio Vitier alcanzan plenitud en el dolor. Los grandes poemas del origenismo encuentran verdadero sentido en el sacrificio colectivo de sus autores, que no renunciaron a la certeza de que la resurrección da sentido a la vida y es real.

Allí velé mis armas y aquella era una posaba convulsa y enjundiosa.

En esas circunstancias me acerqué a los poetas de Orígenes. Primero fue Eliseo Diego, después Lezama y el matrimonio Vitier-García Marruz. Todavía me queman los versos del poema La tumba de Martí. Todavía arden en mí:

Y la desproporción

descomunal (¡oh gloria!)

entre su prodigiosa vida y aquel sitio

que pretendía encerrarlo en este mundo,

era el tuétano de este mundo:

la extrañeza de todo lo que existe,

mendicante mano del riquísimo ser,

la ilusión, la ira, la pobreza de brasa de los ojos cubanos

en los ojos de Dios.

Con ellos, muchos empezamos a sufrir la burla, el escarnio y el ninguneo. Los del otro lado nos atacaban calificándonos de lezamianos o tildándonos de neorigenistas, cuando en realidad la mayoría de nosotros nunca pretendió reproducir aquel fenómeno coral porque sabíamos que aquella era una reunión de poetas irrepetibles que habían armado su propia tradición o su particular visión de ella, y que entre todos había escasos, aunque esenciales y singulares, puntos de comunión. Nos tocaba hacer y fundar más que imitar.

Aunque dicha sea la verdad, entre la naciente poesía cubana de los setenta y los ochenta se desató enseguida una profusa y enredada madeja de normas que iban desde la asimilación acrítica y epigonal de la tradición de Orígenes, a la creación de una fauna capaz de confundir venablos con venados, uso de la metáfora hasta retorcer sus fines y sentidos haciéndola ininteligible o apenas traducible por un reducido grupo de iniciados, cierta tendencia al esoterismo más que a la religiosidad, eliminación de la noción o la centralidad del lector a favor del reinado del poeta, conciencia de la pertenencia a una élite más que a una Cultura o la despolitización del discurso o la sustitución de la idea del compromiso social por la del compromiso literario, entre otras características.

Mi generación tiene la tentación de a verse a sí misma más como agnus dei que como lanza de soldado romano, y eso hace que sus juicios sean casi siempre extremos o lapidarios. Comenzamos amando a Orígenes en pleno y terminaron, algunos, afiliados a Ciclón, creando una división y una lucha inexistente o al menos extemporánea y manipulada, que disfrazó de polémica de la vida literaria y la Literatura a una contienda cuyo real objetivo era atajar a tiempo y minar las bases de la entonces naciente lectura de la historia y del pensar cubanos que dejaba a un lado el marxismo estalinista y de manual y se proponía leer a Cuba desde si misma, eligiendo sus propios instrumentos y fines, como siempre fue en este país desde José Agustín Caballero, José de la Luz, Varela, Saco, en adelante, en la que cabían la teleología – que pareció ser la tendencia dominante y que encuentra en Vitier su mejor y quizás única expresión-, el marxismo-leninismo, el marxismo europeo y latinoamericano, e incluso, lo más certero del positivismo, el existencialismo y el postmodernismo. Esta posibilidad de leer a Cuba eligiendo los cubanos, todos, no gustaba a ese sector que aspiró obtener libertades y prebendas para su clase o grupo social y no para todos. La fórmula del “amor triunfante” tenía para ellos el tufo del disparate populista, por eso sus principales ideólogos la emprendieron contra José Martí y Cintio Vitier, indistintamente, tratando de quebrar sus expresiones más acabados como cuerpo de ideas, como sistema, despreciando y no atendiendo, por otro lado, el intenso movimiento que alrededor de la “nueva izquierda” se estaba gestando y que en pocos años fue capaz de avizorar la debacle del Socialismo soviético y proponer alternativas múltiples que son las gestoras de las tendencias y movimientos políticos que hoy sacuden a América Latina.

En medio de toda esta vorágine conocí a los esposos Vitier-García Marruz. Me los presentó el periodista Amado del Pino en los jardines del Instituto Superior de Arte. Me quedé mudo. Yo que siempre hablo me quedé sin palabras, atiné a citar un salmo de la Biblia que habla sobre la generosidad de Dios y la alegría que ella provoca. Después me llevó a verlos Rafael Almanza. Cintio estaba molesto pues hacía unos minutos un fotógrafo insistía en fotografiarlos en su casa, sin aviso ni consulta, y Fina, para calmar los ánimos, habló del poema Ácana de Nicolás Guillén que, según ella dijo, suena con la clave cubana, además de que con el sonido de las claves. No recuerdo nada más, delante de ellos siempre tengo una sensación de plenitud y gozo muy similar a la que se siente en los sitios sagrados.

En 1994 Eliseo Diego y Fina García Marruz, junto a Roberto Fernández Retamar, premiaron mi primer libro de poesía en el Concurso Pinos Nuevos. En el lanzamiento, hace ya quince años, en la Feria del Libro, cuando esta se hacía en Pabexpo, Cintio recibió, en nombre de los dos, un ejemplar del libro y levantándolo sobre su cabeza me dijo: Soy muy feliz por esto. No se refería a mi libro, aunque él estaba incluido, se refería a la enorme grandeza de un país en ruinas que priorizaba la Cultura y la Poesía, que había descubierto que sólo es posible lo que se funda sobre su cimiento.

Pasaron dos años y en medio de una crisis espiritual descubrí a Thomas Merton, Fray María Luis, el poeta y monje trapense, nacido en Francia pero americano hasta la raíz, en el sentido pleno de esa palabra que entraña pertenecer al mundo. Leí todo cuanto pude hallar de ese autor. Buscando descubrí su amistad y ligamen espiritual con el padre Ernesto Cardenal y con Cuba. Supe que existían cartas inéditas dirigidas a Cintio. Y le escribí, le pedí que tradujera y publicara aquellas cartas. También se lo pidieron mis amigos Rafael Almanza y Carlos Manresa. Y él lo hizo generosamente. Encontró en Enrique Ubieta Gómez un editor capaz. Era 1996 y aparecieron las cartas en la revista Contracorriente (Abril/Mayo/Junio, 1996, Año2, Número 4, páginas 54 a la 63). José Adrián Vitier, nieto del poeta, las tradujo y él hizo un prólogo extenso y enjundioso que valdría la pena que leyeran. Como epílogo se reproduce Glosa del pecado de Ixión, poema de Merton que tradujo Cintio. Antes él me había escrito una carta, la primera y única que recibí. Está escrita a máquina más por generosidad que por distancia. Es la que trascribiré al final. Lo hago como homenaje a Cintio Vitier, fundador de Patria, y hombre de pureza singular.

Agradezco la carta, los recuerdos de mis breves encuentros con ellos, pero hay uno que es para mí una verdadera anticipación del Paraíso. Les cuento.

Vivíamos mi familia y yo en el Cerro, mi suegra en el Vedado, y fui a buscar a mi hijo, pero quise aprovechar y asistir a la misa dominical en la Parroquia de Línea, la de los Padres Dominicos. Unos bancos más abajo estaba el matrimonio de poetas. Juntos celebramos, juntos cantamos. Mis ojos y los de ellos contemplaron la gloria cuando Jesús, pequeño pan, era alzado.

Tanta luz merece el silencio, mi silencio. Termino.


2.


La Habana, 4 de abril de 1996


Jesús Lozada Guevara

Ciudad


Querido amigo:

Desde que recibí su hermosa carta del 11 de marzo me estoy ocupando de darle cabal respuesta. Por lo pronto le encargué a mi nieto José Adrián – el hijo de José María-, recién graduado en lengua y literatura inglesas, la traducción de las cartas que Merton me escribió. Algunas las recibí traducidas por el propio Merton, pero su español era muy defectuoso y, aunque a mi me encantan esas graciosas versiones, me pareció mejor utilizar los textos publicados en The courage for truth ( The letters of Thomas Merton to writters), New York, 1993. Ese trabajo ya está realizado, y nada me gustaría más que responder al pedido de ustedes dando a conocer enseguida ese breve epistolario (unilateral, porque no guardo copia de mis cartas). Pero resulta que después de la muerte de Merton recibí una comunicación del director del Thomas Merton Studies Center advirtiéndome que su correspondencia sólo puede publicarse con “específica autorización” de The Merton Legacy Trust, institución a la que corresponden los derechos del mencionado libro. Me veo obligado, pues, a solicitar esa autorización (para la traducción al español y la edición no lucrativa en Cuba). Supongo que nos la concederán, pero tenemos que esperar. Entre tanto vamos a pedir en nuestras oraciones, como ustedes ya empezaron a hacerlo, su intercesión a favor de nuestro país y del suyo. No olvido que él me escribió el 1º de agosto de 1963: “ I do think that the United States has failed miserably in understanding the Cuban revolution and in communicating with those in charge of it. The ambiguities and confusions that have followed from this have been very tragic.”

Con nuestros mejores votos para ustedes, los abrazan y les dan las gracias Fina y Cintio Vitier

lunes, 9 de noviembre de 2009

Uno, dos, tres fogonazos...


…hasta tres, pero bien podrían ser todos los fuegos cuando de Virgilio Piñera se trata. Irreverente, cáustico, sufriendo los terrores y disfrutando los goces de la vida, el poeta, que se acerca a su centenario (nació en 1912), aún conserva las virtudes y la suficiente dosis de actualidad como para ser revisitado. Esa vigencia no la explican únicamente los años de obligado ostracismo o de mutilación a la que fue sometido o la posible lastima y curiosidad morbosa, siempre tan parecida a la que provocan esos frascos de museo o los objetos raros y valiosos, o las mujeres barbudas, los siameses, los enanos o los fenómenos paranormales; si así fuera, solamente estaríamos recordando a un “muerto ilustre” y no a un escritor que todavía puede, y de hecho lo hace, provocar escozores y molestias en segmentos de la sociedad que al enfrentarse a sus textos se sienten descubiertos y retratados o capaz de desatar una explosiva carcajada.
Este mundo nuestro, aunque algunos lo duden, es mejor de lo que fue hace mil años y peor de lo que será mañana, esa es mi esperanza, luego entonces, descubrir nuestros absurdos y desmesuras se convierte en un ejercicio de salud. Aunque tampoco la permanencia virgiliana la logre explicar esa suerte de manual para reconocer lo deforme que es su obra. Podría explicarla además la sorprendente coherencia de su estilo, la maestría de su prosa y, esencialmente, la belleza de su escritura capaz de convocar a un mismo tiempo placer y pensamiento, en conjunción con la utilidad y actualidad de sus discursos. De cualquier modo Virgilio Piñera está vivo y coleando. Su teatro se repone o se estrena, sus poemas se editan y sus cuentos se leen.
Un Virgilio a viva voz nos ha acompañado en estos años. No lo duden. Desde que Luís Carbonell estrenara El Baile en 1956, cuando se abre la tradición de los cuentos literarios narrados en espacios teatrales, y lo volviera incluir en el recital de 1959 o con mi espectáculo Un fogonazo en 1994, donde todos los textos eran de él, las narraciones piñerianas se han escuchado de manera casi permanente en Cuba durante más de cincuenta años; sin embargo, no es hasta enero de este año, y como parte de Las Furias de Virgilio, una exposición en la Galería Raúl Oliva con los diseños para las puestas del dramaturgo, que se hace el primer espectáculo colectivo con sus cuentos. En esa ocasión trabajamos Mayra Navarro (autora del guión y directora de la puesta), Ricardo Martínez y quien escribe. Para marzo el recital había crecido y durante el Festival Primavera de Cuentos 2009, en la Sala Lecuona del Gran Teatro de La Habana, se incorporan Beatriz Quintana y el actor Benny Seijo, para finalmente organizar una nueva temporada durante el 13 Festival Internacional de Teatro de La Habana en la misma sala y durante los días 30, 31 de octubre y 1ro. de noviembre. A los anteriores narradores se sumaron Lavinia Ascue y Octavio Pino.
Los colectivos de cuentacuentos que trabajan en el Foro de Narración oral del Gran Teatro de La Habana sumaron sus esfuerzos para romper la incomprensible maldición que se cierne sobre los espectáculos de Narración oral que yo he bautizado con el nombre de Síndrome de la Primera y Única vez. Mucho ensayo, mucho esfuerzo y una sola puesta en escena, por un solo día, y después… después los espectáculos son un nombre en el currículo, pues ni críticas o reseñas aparecen las más de las veces. Gústenos o no aún se piensa a la Narración de cuentos y la Oralidad como, en el mejor de los casos, manifestaciones de la cultura popular tradicional, obra de portadores comunitarios o el intento de unos pocos tozudos de reivindicar la condición de Arte de su oficio y la certeza de que él se ha desarrollado y actualizado de modo tal que hoy pueda ser reconocido como un arte dentro del cual se han gestado cambios tales que le permiten comunicarse con el hombre contemporáneo desde sus propios recursos y sensibilidades, sin renunciar a la tradición acumulada. Esos nuevos códigos, frente a los nuevos emisores y los nuevos receptores, se expresan desde la potenciación de los vectores de narratividad y pragmáticos o de representación que atraviesan al arte milenario del cuentero. Por un lado el narrador contemporáneo asume preferentemente las estructuras del cuento escrito, antes básicamente lo hacía sólo partiendo del cuento oral, y por otro privilegia el carácter espectacular de su emisión. Los narradores orales de hoy pasaron del contar como conservación de la tradición y/o como soporte de la estructura comunitaria, sin dejar de entretener, al contar como espectáculo; tanto es así, que muchos llegan a confundir Teatro y Narración oral. Lo mismo hubiera pasado, pero a la inversa, si el Teatro hubiese potenciado ese vector de narratividad, que según José Sanchis Sinisterra, le atraviesa. Por suerte, la antigua tradición teatral se ha visto liberada de tales discusiones y ha centrado todo su esfuerzo en el desarrollo de códigos y recursos cada vez más identificados con los hábitos de recepción y en las necesidades del hombre contemporáneo, mientras que los narradores y los teóricos de su arte aún tienen (tenemos) que emplear esfuerzo y ciencia para evitar que la llamada “teatralidad” del arte de contar cuentos no se trague su especifico rostro, que es la Oralidad.
Para esta puesta de Un fogonazo para Virgilio se transformó el espacio de la Sala Lecuona, tan incómodo en lo escénico y con tan pocos recursos técnicos, utilizando elementos escenográficos y de vestuario provenientes de las puestas de Raúl Martín de obras de nuestro autor. Desde cinco puntos distintos, cada uno ambientado de modo diferente, se narró Natación, La Montaña, En el insomnio, El cambio, El infierno, Cosas de cojos, El interrogatorio, La carne y Tadeo. El público debía hacer un viaje circular alrededor de sus asientos si quería disfrutar más allá de la palabra o si quería encontrar el sentido más pleno de lo que cada narrador y el conjunto sugerían o proponían.
En narración, como en las demás artes presenciales, la voz y la palabra no bastan, aún cuando sea cenital su papel, aún cuando ambas se comporten como palancas que mueven el desarrollo de la historia o como portadoras de los elementos que contienen y desencadenan los sucesos. En narración oral la historia se mueve, avanza, sobre el carro de los sucesos, no así en el teatro que lo hace sobre el de los conflictos. Velas, aserrín, incienso, dotaban de estímulos olfatorios a una puesta, ya hermosa y funcional en lo visual, que se completaba con la audición de poemas de Virgilio Piñera, dichos por él mismo, que estaban en sintonía con los relatos.
Más que ponderar una “cierta teatralidad” de esta puesta de Mayra Navarro habría que reafirmar su carácter funcional y hermoso a un mismo tiempo. Cuando Luis Carbonell, en entrevista que me concedió en el 2001 pero que publiqué recientemente, habla de “darle ámbito a la palabra” se está refiriendo a la posibilidad que tiene ella de manifestarse y completarse a través de todos los recursos que le dan sentido o que ayudan a la manifestación y comprensión de él; y ese presupuesto muy bien puede ayudarnos a encontrarle sustancia y razón al fogonazo. Los elementos escenográficos, auditivos u olfatorios no están como adornos o para disimular las carencias del espacio, están ahí porque con ellos el discurso logra su plenitud, que se expresa, en primer lugar, en la comunicación con un público cuya sensibilidad e historia cultural difieren de otros no contaminados o influenciados por una cultura audiovisual o libresca, y por qué no, de una cultura de lo teatral que permea y condiciona a otras artes. El performance de los artistas conceptuales, el graffiti, las instalaciones, el video arte, el rap, el reguetón, el circo, la danza, el cine y hasta los noticiarios de televisión, hoy necesitan para comunicar una cierta espectacularidad y dramaturgia que vienen del Teatro, pero a nadie se le ocurre decir que esos otros géneros o manifestaciones artísticas o medios le pertenecen o han dejado de ser lo que son.
Sólo la ignorancia o la incultura pueden explicar la insistencia de algunos en reconocer nada más que teatralidad y actuación cuando se enfrentan a los géneros o manifestaciones de la Oralidad. Esperemos que el trabajo de los narradores de historias, su permanencia y crecimiento, terminen por despejar las dudas y salvar los escollos y los vacíos que insisten en aparecer como la mala hierba, con fuerza y casi siempre sin invitación.
Un público discreto pero entrenado nos acompañó. Lástima que estábamos en una sede fuera del circuito del Festival Internacional de Teatro, que dificulta la movilidad de un público que seguramente prefiere aprovechar su noche viendo la mayor cantidad de espectáculos posibles. El Foro y el Consejo de las Artes Escénicas tendrían que valorar otras alternativas para próximos eventos.
Casi olvidaba decir, como es de rigor, que soy, como otras tantas veces, juez y parte. No habiendo crítica de narración oral alguien debe ocuparse pues como diría el desconocido e inefable chino: papelito habla lengua. El testimonio no me impedirá la decencia, así que cuando hablo de virtudes me refiero a los otros, y cuando hablo de defectos serán míos, aunque dicho sea de paso, lo mejor de Un fogonazo… no se centra en haber hecho varias temporadas o haber dotado al espacio de nuevas posibilidades expresivas, como he señalado hasta aquí, sino en la fidelidad a los modelos de la palabra narradora. Nada es posible, al menos en Narración oral, sin el arte, mondo y lirondo, del que cuenta. No basta el ruido, hacen falta las nueces.
La almendra, el núcleo central del espectáculo está en la fuerza, la verdad y la perfección de sus protagonistas. Todos ellos, exclúyanme, encontraron en las historias de Virgilio Piñera una excelente plataforma para mover sus recursos comunicacionales y de representación con verdadera maestría. La narración oral, el narrador, solos ante la historia, son capaces de hacer que el público acepte la convención y entre gozoso a un nuevo espacio, a un nuevo tiempo, a una nueva realidad: la del cuento. Sólo desde la perfección y la verdad es posible que uno abandone todos sus anclajes y se deje impulsar, por unos instantes, más allá de todo límite, más allá de toda realidad segura y probada.
Ojala que vengan otros fogonazos, Virgilio Piñera los merece, aunque también sonreirá si los fuegos vienen de la mano de otros autores, amigos y enemigos, pues él sabía tanto del arte de vivir que no nos autorizara jamás a olvidar a estos últimos, aunque sólo fuera para hacer sonar delante de ellos una sonora y cubana trompetilla. Falta que hace la burla y la ironía, pues todo no puede ser solemnidad…

lunes, 2 de noviembre de 2009

Avisos

En próximos días los invito a regresar a Luís Carbonell cuenta… Cuando le llevamos el texto a Luís pareció que se le disparaba la memoria y ha dado nuevos y valiosos datos, por otra parte, el actor Benny Seijo recuerda un recital donde Carbonell contaba a Antón Chejov, del que no teníamos noticias. Regresaré para investigar. Les aviso que todo parece indicar que la entrevista será revisitada muchas veces.

Por otro lado ya entró a imprenta celebración del lenguaje de Adolfo Columbres, que es el libro que inaugura la Colección Oralia. En diciembre estará en nuestras manos.

Notas en el margen/ Elogio del poeta Roberto Manzano


Hubo épocas en las que escribir era un acto de complicidad de todo el ser con el Ser, hubo otras en las que se renunció a él para dejarse habitar, otras en las que el cálamo o la pluma del ave, muerta y resurrecta, prolongaban los puentes y las puertas. Hemos llegado incluso a cotos donde el abismo, el vacío y la nada se tornan cuerpo escritural o escritura verdadera. Del agua quemada a la piedra sin pulir, del golpe de dados al azar concurrente, del ara a la vacuidad. Solos frente al canario amarillo de ojo tan negro. Solos ante el Solo. En conversación. Silencio y entretarde. Al menos hasta esas edades uno podía balancearse entre el eros y el tánatos sin mucho riesgo o en plenitud de ellos. Cuerda de equilibrio. Arribando a la encrucijada de los monumentos que se edifican a si mismos o de los artefactos que se contemplan no queda de otras sino que celebrar la paciente terquedad del que insiste en afirmar sus pasos sobre el poema, las matemáticas o la física cuántica, que han venido a sofocar los fuegos causados por la ausencia de una filosofía o de una verdadera religión donde el Hombre y Dios puedan encontrarse a gusto. La nostalgia de la Jerusalén del cielo nos arrebata el placer de disfrutar al agua que pasa sobre la china pelona o al chisporroteo de la luz que se despereza en el cielo. Una nada frente a la nada de otra Nada mayor.
Cuando en Cuba esas emanaciones azufradas alcanzaban su cenit comenzamos a nacer un grupo de poetas que quedamos en las márgenes del campo de batalla en el que se fomentaba o se despedazaba la “nueva republica letrada”. Por un lado estaba el bando de los penitentes y por otro el de los severos y elegantes petimetres, no por eso menos agresivos, que desde el principio propusieron la renuncia a la patria real como único camino para alcanzar la patria poética, como si una no habitara en la otra o como si las dos no fueran emanaciones de una que está por encima y en nosotros a un mismo tiempo.
Los penitentes asumieron la conversación, el supuesto lenguaje popular, la ironía, el artificio y la ingeniosidad como banderas; mientras que en el contenido se caracterizaron, por un lado, por la celebración a los “machos fundadores” y sus actos, y por otro, por la autoflagelación como consecuencia del no haber podido, querido o comprendido el papel civilizador de tales. Estos, en tanto auxiliares de los reales maestros de capilla, se esforzaron por desterrar los múltiples instrumentos e impusieron en cenáculos, revistas, concursos y saraos una norma que pronto se convirtió en horma y que a su vez no logró nunca alcanzar las alturas que sus predecesores habían logrado al llevar la veta coloquial que atraviesa la poesía cubana hasta los territorios de un coloquialismos-exteriorismo-antipoesía de raíz anglosajona y latinoamericana a un mismo tiempo.
Los petimetres, más recientes, casi de ahora mismo, asumieron la ideología y la pragmática del postmodernismo y se preocuparon más de la posibilidad de “vivir como poetas” en Cuba que de ser realmente poetas en la ínsula. Llegaron tan lejos en sus actos que al desmontar la teleología insular de Cintio Vitier, que había sufrido más que ellos los avatares de las contingencias pero que espero con estoicismo y humilde elegancia su momento, terminaron por enfrentarse con José Martí, porque este significaba la realización en el presente de una posibilidad colectiva. Criticando la tendencia a la polarización y el dogmatismo de los penitentes terminaron por enfrentar, en teoría claro está, a Orígenes con Ciclón y con Lunes de Revolución, a José Lezama Lima con Virgilio Piñera, a Gastón Baquero con Eliseo Diego y un largo etcétera de pares. Ellos aplicaron el dogma, la censura, la tergiversación, la manipulación con la misma pasión y saña con que sus adversarios intentaron reescribir la historia literaria del país.
Es decir, penitentes y petimetres aparentemente lograron confundir la vida literaria con la literatura – y eso lo ha estudiado ampliamente nuestro poeta- al efectuar la conversión o refuncionalización forzosa de categorías políticas y sociológicas en categorías estéticas. Confusión de los instrumentos. Así, la pertenencia, quizás sea más exacto decir la militancia, en alguna de las corrientes que interpretaban o hacían la vida de la polis se convirtió en “valor o antivalores literarios”. Cabeza y cola siempre han sido y serán parte una misma serpiente. Si no estabas con unos, estabas con los otros, y si no estabas con ninguno te situabas en la banda de los enemigos.
¿A dónde ir si en tu fuero interno no podías, ni debías, ni querías, comulgar con unos ni con otros? La solución estaba, ¿está?, en los márgenes, en los bordes del campo de batalla, o más bien, en ese terreno de nadie que está entre los contendientes. También esa es una manera de entrar en batalla pues debería recordarse que a esas fronteras van a parar los proyectiles de ambos lados y que es allí donde se producen las llamadas “bajas colaterales”. Discúlpeseme desde ya este lenguaje un tanto cuartelero.
Por suerte, los márgenes o las fronteras nunca estuvieron ni están deshabitados. Ahí se encontraban los poetas periféricos de mi generación: la poesía del centro, los poetas del Camagüey y del Gran Oriente, y una porción importante de No-poetas, según los cánones vigentes en la época, pero que formaban un sólido bloque de paciencia y eticidad: los restos del origenismo, el bando lírico de la llamada Generación del 50 (Francisco de Oraa, Carlos Galindo Lena, Rafael Alcides, Luís Marré, etc.) y, entre otros, Delfín Prat, Lina de Feria, y Roberto Manzano Díaz, el autor de uno de los mejores poemas escritos en lengua castellana en los últimos treinta años, Canto a la Sabana. No hablo aquí de Raúl Hernández Novas ni de Ángel Escobar porque en ambos se da el raro fenómeno de estar y ser visibles desde el margen. El trío Prat, Feria y Manzano son el símbolo de la callada resistencia en esa zona silencio, casi limbo, en la tuvieron que sobrevivir durante años. Atiéndase y entiéndase que aquí el termino sobrevivir abarca tan al ser biológico como al ciudadano y al intelectual.
A Roberto Manzano lo conocí en uno de aquellos eventos frecuentes y masivos, provincianos y hermosos, siempre acompañados de alguien venido del “centro” aunque su obra no mereciera tal centralidad. Se acababa de presentar su clásico Canto…en versión papel tipo folio, 11 y medio por 13, diseño a rayas y presilla medianera. Era un objeto espantoso que sin embargo me cambió la vida. Durante meses iba por las calles adoquinadas y retorcidas de mi ciudad y sólo podía pronunciar con cierta cordura

Mi ojo
es un vidrio
negro de presencias.

Recorro la piel y el paisaje de los míos
y los míos se presencian en la corteza.


Como los versos, los ripios o las insinuaciones me habían abandona y por aquellos años estaba enfermo de grafomanía, se me ocurrió la posibilidad de ejercitar el músculo del pensamiento poético obligando al Canto a la Sabana a entrar en mi propia norma, horma o sistema de mañas. Después de una paciente operación de monte y desmonte el texto original comenzó a sonar con mis sones. Había descubierto una manera de ser yo sólo que a través de la voz de otro. En el poema de Manzano está en los cimientos que sostienen mí Archipiélago. Le acompañan Rafael Almanza, Roberto Méndez, Jesús David Curbelo y Luis Álvarez, aunque en el caso de este intelectual sólo sea por aquellos dos versos que valen la misa, y no París, y que dicen algo así como…los mundos que no entiendo/me enamoran.
A Roberto Manzano se le sigue sujetando a la reacción anticoloquial, a la poesía de la tierra o tojocismo, al deísmo o al apego a la norma castellana de los principeños, y eso no hace más que mostrarnos la parte haciéndola aparecer como el todo, y la presencia y vigencia de penitentes, petimetres o sus epígonos. Él es un poeta que ha transitado del paisaje humano, pasando por un deísmo celebratorio de la raíz sagrada que se manifiesta en todo, hasta llegar a ese estado de presencia que es la Idea como expresión del Ser. Ese ha sido un camino de despojamiento pero también de aproximación y ganancia, de mantener la ruta y de asumir la espiral, el crecimiento, la marcha zigzagueante.
Durante años, además, escuchamos hablar de una supuesta raíz nerudiana o vallejiana en nuestro poeta. Con independencia a la descarada manipulación y a la operación de ninguneo que se esconde tras el supuesto elogio o la vocación ordenadora de tales ideólogos o canonistas, habría que situar definitivamente a Manzano como medida de si mismo. Él es una de esas voces que exhiben tal particularidad y reciedumbre que no admiten la búsqueda de regularidades externas. Difícilmente él o su obra producirá discípulos o epígonos. Manzano debe ser estudiado, presentado, como medida de si mismo o como plenitud en si mismo.
Sólo los fuegos me dan para estas breves notas, para estas provocaciones o insinuaciones. Otros vendrán detrás de mí con mayor tino y cordura. Otros me han precedido con armas mejor veladas.
Sólo el testimonio y la escritura desde los márgenes pueden alcanzar la centralidad y la justicia que merece la esbeltez que este poeta escogió para sus versos. Sea.