lunes, 22 de noviembre de 2010

La raíz y el grito ¿Dónde nació mi palabra?

Para Ernesto y Corina




Lucila Reyes daba miedo, era un daguerrotipo enmohecido. La tía murió muy joven de fiebres puerperales, tratando de parir la vida. Fue la mayor de una familia de once hermanos. ¡Los hijos de Don Antonio Reyes y Doña Felicia Rodríguez! ¡Mis bisabuelos maternos!

Antonio era un canario, pobrísimo llegó a Cuba en 1895 y se incorporó a la guerra, pero del lado cubano. Terminada la contienda no entregó sus armas y por lo tanto nunca cobraría la deshonrosa pensión con la que el gobierno interventor norteamericano pretendió manchar la gloria de un ejército desnudo que conoció la luz.

Abuelo Antonio no sabía leer, ni escribir, ni contar, pero sabía trabajar y debió tener además el don de gente o la bonhomía a flor de piel porque compró tierras, las labró y hasta hizo negocios con bancos americanos, puso una pequeña fabrica de quesos en su finca La Reserva, de Algarrobo, allá por “las llanuras marítimas del Camagüey”, y nunca tuvo problemas. El abuelo sabía pesar la vida.

Felicia era cubana, y por lo que se desprende de la conversación y el cuchicheo familiar, debió tener se raro amargor que acompaña a algunas camagüeyanas.

Lucila parió un niño muerto o la muerte le vino después. Se puso gravísima pero de pronto comenzó a mejorar. Así estaba cuando le dijo a la abuela Felicia:

- Mire mamá, soñé que esta rodeada de los ángeles. Y ya ha llegado la hora.

Dicen que sonrió, cerró los ojos, y que la cabeza se le descolgó hacía el lado derecho.

Lucila Reyes era clarividente.

Yo pasaba rápido por delante del daguerrotipo, y aunque no levantaba los ojos sabía que ella estaba allí, mirándome. Empecé a quererla el día que supe que tocaba el laúd. Desde entonces pasaba bajo el retrato y sentía que la música llenaba el aire.

Por otro lado, mi madre, la nieta de los Reyes, se ha negado siempre a ser sólo la señora de Lozada porque dice que ella es ante todo la hija de Generoso Fabián Guevara Pérez Perdomo y Muñoz, y que lo va a seguir siendo, aunque después le hubiera tocado la suerte de conocer a mi padre y ser la madre de tres Lozadas.

Mis bisabuelos, Candido de los Ángeles – alias Cañasanta- y Nanita – Susana- fundaron en Placetas La Voz de los Laureles, emisora que enviaba sus programas de música campesina hasta la CMQ habanera. Abuelito era el dueño, mi tío Sergio el único locutor y abuelo Generoso era el operador-grabador.

Todo se mezcla: por los lados de mi abuela el repentismo, el punto cubano, por los de mi abuelo la radio, la pasión por la décima oral improvisada y la capacidad de decir fabulosas mentiras.

De la familia de mi padre me vino el físico y ese seco ascetismo castellano llenándolo todo. De él también la pasión por la letra impresa.

Tuve; tengo mucha suerte.

Otra cosa es la ciudad, Santa María del Puerto del Príncipe, alias Camagüey.

Otra el país. Otra la tribu en el astro.

Mi patria no es la poesía, ni el cuento, sino una ínsula extraña y poderosa. Con ella los muertos y la Noche.

¿Narrar cuentos es un oficio? Modelo para armar



Mucho, variado y tendencioso, también de valor, se ha escrito sobre la legitimación y diferenciación de los oficios o profesiones, donde unos pocos, una élite, que se cree depositaria de la tradición o de la verdad o de preceptos válidos y socialmente funcionales, establece un conjunto de normas y elabora una teoría que más que caracterizar las estructuras y funciones de su objeto de estudio lo que hace, generalmente, es compararlo o diferenciarlo con otros y no caracterizarlo desde si mismo.

Hasta hoy en la Narración oral nos vemos, en muchas ocasiones sin desearlo, en la necesidad de confrontarla con otras artes presenciales, de la palabra a viva voz o de la representación. De esta “lucha de contrarios” empiezan a emerger supuestas o verdaderas regularidades que tal vez permitirían establecer el rostro y la definición del Arte u oficio del Narrador oral. Pero casi siempre lo que ha salido de la comparación han sido verdades engañosas o medias verdades, pues al no reconocer el tipo de relato y los mecanismos a través de los cuales este se produce en el Teatro caemos en la tentación de, primero, dar por antecedente del arte del actor y de su practica al narrador de cuentos, cuando en realidad el primero surge, brota, del Rito y la liturgia, y el segundo del Mito y su presentación y no de la representación de él, siendo vías paralelas y no tangenciales. El Teatro y la Narración oral, un arte escénico y un arte de la Oralidad, tienen un único punto de convergencia, que se da en los vectores escénico o pragmático y de narratividad, es decir, en el momento en que ambos se enfrentan a su puesta en obra, a su vivenciación, a su porción pragmática, donde cada una de esas artes apelan a recursos comunes que conjugan voz, palabra, gestos y movimientos, puestos en función de contar algo, pero desde vías y fines diametralmente opuestos, pues a pesar que en las dos se “cuenta una historia” en una se narran sucesos y en la otra conflictos.

Es decir, aunque valdría la pena profundizar en estos temas, para el propósito que nos ocupa lo que nos parecer más sano es intentar definir el Arte de Contar Cuentos como oficio o profesión, desde sí mismo, y no a partir de su diferenciación.

Para hacer lo que propongo debería partir de enumerar un conjunto de reglas o patrones de referencia que me permitan demostrar o renunciar a la hipótesis inicial de este texto que, aunque implícita y no revelada hasta ahora, es perfectamente sospechable y predecible: para mí contar cuentos es un oficio, una profesión y un arte independiente, que responde a un conjunto de características, estructuras, particularidades y regularidades que la definen.

La Narración oral es un Arte de la Oralidad y no de la escena, aunque algunos insistan en afirmar lo contrario, es un fenómeno de refuncionalización y reacomodo del arte milenario del cuentero a las nuevas necesidades comunicativas y expresivas de una sociedad letrada o, mejor sea dicho, de una sociedad de escritoralidad y predominio del audiovisual y las tecnologías digitales de la información-comunicación donde el sentido y las estructuras de la comunidad, incluso, han rebasado ya el concepto de “aldea global” de McLuhan.

Para definir el rostro del oficio del contador de historia propongo las siguientes bases metodológicas:

1. La profesión u oficio elabora un producto perfectamente definible y distinguible de los que elaboran otras u otros.

2. Tiene un objeto social que permite a sus hacedores una inserción diferenciada y a tiempo completo, en condición de exclusividad, en el mercado laboral y encuentra formas de remuneración dentro de él.

3. Se basa en una tradición sostenible y demostrable, es decir, perfectamente “documentable”.

4. Posee un cuerpo teórico que tiene capacidad de autorregulación, regulación, desarrollo y reproducción.

5. Socialmente es reconocible y distinguible de otros oficios, es decir, la sociedad en su conjunto entiende y diferencia el oficio de otros y lo tiene por tal.

6. Está dotada de un sistema de eventos y de formas de organización y de asociación gremial, social, empresarial, u otras.

7. Se rige por un código de normas éticas.

Corresponderá a cada quien ir analizando en su devenir y de acuerdo a las realidades culturales, regionales o de formas de organización de los estados nacionales correspondientes, cada una de las proposiciones que nos permitirían demostrar la hipótesis y luego sostener la tesis de que ciertamente la Narración oral contemporánea es hoy un oficio artístico, diferente incluso de otras modalidades o manifestaciones que se apropian de técnicas narrativas orales como serían los pedagogos, bibliotecarios, clérigos, tribunos políticos, conversadores, oradores, y otros oficios que apelan a la Narración oral como recurso pero que persiguen fines marcadamente educativos, doctrinarios o propagandísticos y no exactamente estéticos, independientemente de que sus resultados puedan generar la percepción de lo bello o lo socialmente útil.

Debemos destacar que en cada realidad cultural o nacional las regularidades propuestas como referencia o parámetros para definir un oficio adquirirán un rostro perfectamente diferenciado, preñado de particularidades, pero que en todas se habrán de manifestar aunque sea bajo ropajes y formas distintas. Cada quien, entonces, deberá ir adecuando este modelo para armar.

No puedo ocultar mi deseo de ser interrogado e incluso negado, de provocar el diálogo, la reflexión colectiva. Es por eso que algunas frases parecen saetas o sentencias. Es por eso que no oculto mi desagrado y desacuerdo ante la tendencia, cada vez más agresiva, entre los Narradores orales a evadir las definiciones de su oficio o a pactar u optar por la aceptación de su condición de “actores”, de participantes de un Teatro alternativo, en el mejor de los casos, pero Teatro a fin de cuentas, que se ampara en la inacción o la aceptación pasiva de un estado de cosas que debe cambiar. La legitimidad y el prestigio social que aún otorga el Teatro no nos puede segar. Las generaciones que nos precedieron y que trabajaron y trabajan por darnos el lugar que debemos tener no merecen menos.

Cuando nos iniciamos en el arte de contar cuentos, hace casi treinta años, no se planteaban dudas sobre nuestra existencia, y no era porque hubiera consenso sobre nosotros sino porque no existíamos, no éramos. Nadie se molestaba en discutir la realidad o irrealidad de la existencia de fantasmas. Sobre nuestra paciencia y tesón nació el presente y se engendrará el futuro.

No estoy anunciando la muerte del Teatro o su minoridad, estoy abogando por un Teatro vivo, que absorba y asimile el arte de narrar para sus fines estéticos y por la existencia, paralela e independiente, de la Narración Oral Contemporánea, capaz de comunicar y de decir a nuestros coetáneos y que, sin desdibujarse, aprovecha la larga tradición del hacer y del pensar teatral.

Pero para que esta coexistencia sea pacífica y enjundiosa cada cual debería antes saber quién es, de dónde viene y a dónde va. Tres preguntas que no por obvias dejan de ser actuales y actuantes, movilizadoras.

domingo, 14 de noviembre de 2010

El trigo, la cizaña y los fuegos de artificio



La premura del cierre o ese estado de incertidumbre y desespero que la gente de los medios nombra “estar contra el aire”, hacen que uno apenas advierta que desliza su mundo, o su visión de él, o la insinúa, cuando describe, critica y acompaña a los textos y discursos ajenos. Yo, que me he venido dedicando por años a pensar la Narración Oral y la Oralidad, apenas me vuelvo a leer. Y es que el pasado se traga a sí mismo; lo que en un momento es novedad y frescura, deja de serlo pasado su cuarto de hora; y tengo que encargarme de dar testimonio de nuevos sucesos que corren, casi en el mismo instante de producirse, el riesgo de caducar o sucede que un tema me provoca a otro, y entonces - como en las prácticas rituales descritas por Frazer en La Rama Dorada, donde un individuo mata al rey y lo sustituye sabiendo que otro matador se aproxima ya para reiniciar el ciclo- o aparece una polémica que engendra más preguntas que respuestas y al intentar estas últimas nacen las primeras, sólo que más complejas y laberínticas, o que los amigos conversan y rétanme permanentemente, o que los enemigos, si es que los hay, hacen el saludable ejercicio de alimentar los temas o los susurros y las insinuaciones terminan por azuzarte y aguijonearte haciéndote cambiar de palo pa’ rumba sin que apenas nos demos cuenta. ¡Y después hay quien se queja de los provocadores de oficio!

Pero hoy, cuando aparentemente no tengo nada que hacer, me ha dado por revisitar algunos de los textos que ya descansan en ese camposanto libresco y virtual que es mi propia computadora o la bitácora o la publicación en papel que yace, carcomida y amarilla, en un rincón de mi estudio, cada día más irrespirable, dado su encargo de “atesorar” seres olvidados que, sin embargo, un día fueron el centro de todos mis centros, el ombligo y el ojo del huracán.

Hoy domingo XXVI del Tiempo Ordinario, según el calendario católico, encuentro un motivo, nada común, para devolverle la vida a una muerte que “vendrá…y tendrá tus ojos”, con el perdón de Cesare Pavese, poeta al que recién descubre mi hijo adolescente pero que a mí me acompaña desde hace mucho.

Leyendo encuentro los rastros, las ideas, que después se han desarrollado en ensayos, conferencias, talleres u otros actos académicos y que constituyen el germen, el origen de una tesis, que contrariamente a lo que sugiere la “sana doctrina” de la Ciencia debió ser más hija del reposo y la fermentación más que del impulso, la inspiración, el arrebato creador o la emoción ante la obra ajena. Dicho sea de paso: escribo en un estado de trance y frenesí nada cartesiano ni muy bien temperado.

Soy un contemplativo al que la razón obliga a pensar. Mas eso no tiene demasiada importancia. No soy ni relicto ni caso extremo, más bien, mi reino está entre el común de los mortales.

Voy a entresacar esos restos y a desordenarlos. Sé que corro el riesgo de, al hacerlo, cortarles los vínculos internos, las raíces, que son lo esencial, pues en mi poética – que está tejida alrededor de mis mañas y no son un asunto esotérico- una palabra añade luz y zozobra a otra, que a su vez hace los mismo con sus iguales. El texto, en mí, siempre es más atmosfera que hechos consumados. ¿Sucederá como cuando al cortar la mala yerba corremos el riesgo de cercenar el trigo? Puede ser, puede ser. Pero me arriesgo.

Reciban pues estos chispazos como lo que son: fuegos de artificio.

1

… cada palabra es un volcán y un espejo… cada una de ellas contiene la semilla de un universo y… cuando es pronunciada correctamente, éste estalla y se expande.

(La chispa de Brother Blue. Una historia, un público y un poco de polvo entre los dedos)

2

… hay que renunciar, por inoperantes, a los conceptos y los pretextos, y arriesgarnos con nuevos conocimientos y nuevos lenguajes. Nos hace falta una suerte de puesta al día instrumental.

(Cuentos+Cuentos=Cuentero)

3

No importa la Verdad, porque ella es verdadera sólo en el relato. No importa la precisión porque únicamente en el cuento está lo exacto. Incluso, tampoco importa mucho lo narrado, porque lo realmente valioso es lo que ocurre entre el cuentero y sus contertulios. Lo demás son palabras y ya se sabe que “palabras son palabras/y todas son falsas…”

(La chispa de Brother Blue…)

4

… ¿qué tienen ellos [los dueños de la palabra], qué ocurre con ellos y no con los cientos de contadores de historias que he visto en mi vida, algunos hasta excepcionalmente buenos? Trato de explicarme y sé que estoy ante una sustancia inasible y resbaladiza, aunque creo que, por instantes, se deja atrapar en su “definición mejor”: más allá del cuento, del narrador, de la Narración oral, de la circunstancia, está el puente de luz que se establece entre dos seres humanos, entre el que cuenta y el que escucha y mira. Cuando esta estructura se logra conformar hemos logrado el material de más sólida resistencia, que garantiza la victoria frente al tiempo, la desmemoria y el afán por sustituir los gustos, las pasiones y las experiencias.

(La chispa de Brother Blue…)

5

…lo esencialmente luminoso está en el contacto, en el puente establecido, un puente que nos religa con nosotros, con los otros y con lo sagrado.

(La chispa de Brother Blue…)

6

El cuento como espectáculo unas veces nos atrapa y nos convoca, más en otras tantas ocasiones nos produce esa rara sensación de disgusto tan igual a la que sentimos cuando se está delante, sino de lo totalmente falso, al menos sí frente a la impostura. Querámoslo o no, somos el resultado de la acumulación, individual y colectiva, de ideas, sensaciones, expresiones y lenguajes que nos anteceden y a la que nosotros contribuimos, las más de las veces inconcientemente, a convertirlos en tradición nunca puesta en entredicho, porque hasta nosotros ha parecido funcionar y dar coherencia y cohesión al entramado social. No soportamos que se nos ofrezca gato por liebre, mas nunca nos atrevemos a admitir, o al menos estudiar, el posible intercambio de sus roles, es decir, la posible gatunidad del roedor y viceversa. Lo nuevo asusta; lo que se desconoce, provoca pavor. El cuento dicho es casi siempre igual a palabra de cuentero, lo otro es artificio, simulación que provoca la nausea o la duda. El cuento oral se sujeta a la normas de la palabra a viva voz, pero, hoy ¿qué textura, qué consistencia tiene ella?

Cuentero es una figura casi mítica y sumamente folclorizada que sobrevive en medio de la ruina de sus ambientes, la urbanización forzosa, el cambio de las polis, la aldeanización universal y el proceso de reciclaje social que engendran las sociedades diseñadas para el consumo y que vienen a sustituir a sus predecesoras inmediatas que eran sociedades productoras, tanto de sentido como de valores y que vivían de sí y para sí. Nadie vaya a confundir este análisis con un elogio maniqueo de la “sociedad moderna” y una descalificación forzosa de la postmodernidad. Una engendra a la otra, y la última se envilece al entrar en contacto con la decadencia de los imperios y la deconstrucción de las “historias”. La postmodernidad bien pudo engendrar los nuevos instrumentos y los sentidos últimos, mas se conformó con intentar sostener las nuevas leyes del consumo. La postmodernidad, sin que esto implique un juicio sumarísimo, en mucho se convirtió en el nuevo ropaje de la usura, sólo que ahora no le bastaba con la acumulación del valor dinero sino que aspiró a tragarse todos los valores, desmontando sus estructuras y despojándolos de toda humanidad. Aunque aún estamos sólo en los prolegómenos de la parusía y no sería sorprendente que el postmodernismo termine siendo un arma apocalíptica, en tanto revelación y no fin último, y nos permita desde la mixtura y la hibridación alcanzar los nuevos cotos que José Lezama Lima vislumbraba y que no se concretarán sólo en accidentes, sino en potencias nuevas.

Los cuenteros actuales - confundidos muchas veces con actores, actantes, histriones u otros artistas de la palabra y la escena- se enfrentan a una duda que muchas veces adquiere el patetismo de la “herida metafísica”. La indefinición y el balanceo no sólo vienen desde afuera sino desde adentro. Es común verlos anunciarse como actores, juglares, animadores o cumpliendo otros roles de mayor prestigio y poder social, como sería el de terapeutas o intermediarios culturales, cuando estos últimos roles no son más que instrumentos o ropajes excepcionales del oficio. Para no crear dudas o incertidumbres yo mismo uso el término Narrador oral contemporáneo, otros usan el de cuentacuentos, contadores de historias, etc., cuando en realidad deberíamos admitir que en nuestra lengua, al menos hasta hoy, no hay un término más claro y preciso, por qué no decir hermoso, que el de cuenteros.

¿Por qué cuenteros si no cuentan historias desde la oralidad primaria, si no cumplen el rol social que estos tenían, si privilegian en su presentación lo puramente estético, si tienen conciencia de las leyes y recursos de su arte y de los otros, si se presentan en sociedad como un artistas? Pues bien, vayamos por partes: el Narrador oral contemporáneo es el cuentero refuncionalizado, es el cuentero de la tribu global. Cuenta desde la escritoralidad, suerte de hibridación entre la oralidad, la escritura y las tecnologías audiovisuales y digitales, potencializa tanto el vector de representación, que lo acerca a las artes escénicas, como el vector de narratividad de su discurso, y lo construye desde los instrumentos del cuento escrito, producto genuino que se ha ido acomodando a las necesidades humanas desde el siglo XIX hasta hoy. De todo esto se desprende que en puridad es legítimo, y por demás funcional, decir que los narradores orales de hoy son cuenteros, es decir, son los nuevos cuenteros, que no han dejado de ser lo que siempre fueron, sólo que ahora desde los signos de los tiempos actuales y para ellos.

El cuentero de hoy es un elemento altamente subversivo. Tipifica y particulariza el discurso de los colectivos y fagocita las individualidades, colocándolas dentro de ellos y al mismo tiempo ponderándolas, distinguiéndolas, cuando lo que se exhibe hoy como legítimo es el criticismo individualista y el consumismo. Él ofrece un valor, introduce una mercancía nueva en el mercado, pero junto a ella coloca las reglas y los “programas libres” que la sostienen y contienen, y ofrece un rango de libertad real de escogencia, que es el resultado de la presencia viva del emisor, de los receptores y de las condiciones de recepción, de los códigos, y especialmente de los acuerdos y negociaciones colectivas. Un receptor en solitario apenas percibe uno y sólo uno de los sentidos y los mensajes; el codo a codo, la aceptación colectiva de penetrar en el espacio-tiempo de la historia, saliendo en masa del espacio-tiempo de la realidad, ofrece las condiciones óptimas para la creación de un discurso múltiple e inclusivo, que va mucho más allá de sumatoria de las partes y que se expresa en la creación de un mundo colectivamente convenido.

(Cuentos+Cuentos=Cuentero)

7

El cuento como espectáculo, el cuentero como artista, no tienen necesariamente que convocar la duda y provocar la suspicacia de lo infiel, lo falso o lo ficticio. La condición de popular y contemporáneo a un mismo tiempo tampoco debe provocar la chispa. Un auténtico hacedor de historias es capaz de anular todas las barreras y proponernos la levedad y el momento presente, que es el cuento oral, con la misma consistencia y peso con que hasta hoy se nos ofrecen los nombres, las obras y las emanaciones de Shakespeare, Dante, Milton y Cervantes. José Martí, quizás nuestro más contundente clásico, encontró en su palabra la dimensión exacta del ser humano. En su varonía absorbió a los hombres y a las cosas, si no, miren ustedes el raro intercambio, las iluminaciones, que se producen al leer sus diarios y Martí a flor de labios de Floirán Escobar.

Los cuenteros contemporáneos van adelante en el carro de los cuentos y de los pueblos, tiran de la Palabra. A los críticos, a los especialistas, nos queda la noble y sustanciosa empresa de leer, con exactitud y gracia, sus huellas. Detrás irán quedando las nuestras, confundidas y ocultas en el barro. El nuestro deberá ser un arte de silencios. Discreto y puro.

(Cuentos+Cuentos=Cuentero)

8

Mucho, variado y tendencioso, también de valor, se ha escrito sobre la legitimación y diferenciación de los oficios o profesiones, donde unos pocos, una élite, que se cree depositaria de una tradición o de una verdad o de preceptos válidos y socialmente funcionales, establece un conjunto de normas y elabora una teoría que más que caracterizar las estructuras y funciones de su objeto de estudio lo que hace, generalmente, es compararlo o diferenciarlo con otros y no caracterizarlo desde si mismo.

Hasta hoy en la Narración oral nos vemos, en muchas ocasiones sin desearlo, en la necesidad de confrontarla con otras artes presenciales, de la palabra a viva voz o de la representación. Oralidad versus Arte Escénica. Teatro frente a Cuentería. Actor y Contador de historias. Cuentacuentos y Juglar. De esta “lucha de contrarios” empiezan a emerger supuestas o verdaderas regularidades que tal vez permitirían establecer el rostro y la definición del Arte u oficio del Narrador oral. Pero casi siempre lo que ha salido de la comparación han sido verdades engañosas o medias verdades, pues al no reconocer el tipo de relato y los mecanismos a través de los cuales este se produce en el Teatro caemos en la tentación de, primero, dar por antecedente del arte del actor y de su practica al narrador de cuentos, cuando en realidad el primero surge, brota, del Rito y la liturgia, y el segundo del Mito y su presentación y no de la representación de él, siendo vías paralelas y no tangenciales. El Teatro y la Narración oral, un arte escénico y un arte de la Oralidad, tienen un único punto de convergencia, que se da en los vectores escénico o pragmático y de narratividad, es decir, en el momento en que ambos se enfrentan a su puesta en obra, a su vivenciación, a su porción pragmática, donde cada una de esas artes apelan a recursos comunes que conjugan voz, palabra, gestos y movimientos, puestos en función de contar algo, pero desde vías y fines diametralmente opuestos, pues a pesar que en las dos se “cuenta una historia” en una se narran sucesos y en la otra conflictos.

Es decir, aunque valdría la pena profundizar en estos temas, para los fines que hoy nos ocupan lo que nos parecería más sano sería intentar definir el Arte de Contar Cuentos como oficio o profesión, desde sí mismo, y no a partir de su diferenciación.

(En Cuba, ¿Narrar cuentos es un oficio?)

9

La voz no deja marcas. No puede pensarse a sí misma. Al nacer muere. No tiene sentido de lo eterno ni de lo permanente. Al crear otros mundos los destruye. La palabra dicha es voz quemada. La escritura son sus cenizas. Sólo ellas pueden atesorar, sólo con ellas se puede hacer la Historia. Esta podría ser la Verdad: la Escritura, es decir, ninguna otra tecnología del lenguaje más que ella, puede aportar las “evidencias forenses” – materiales y tangibles, que a su vez son las más confiables o verificables- que nos permitirán reconstruir, y por lo tanto crear, reproducir, trasmitir y conservar la escena del crimen histórico, si entendemos por tal a toda luz y sombra, cruenta o incruenta, o a todo suceso que va desde lo doméstico y privado a lo social y universal, y que, de alguna manera, logra hacer avanzar y desarrollar a la polis y a los individuos, ya sea reproduciendo esquemas circulares o espiralados o lineales, en dependencia de las filias o las fobias de un observador pensante, al que quizás sería mejor llamar “testigo”, término que nos permitirá mantener ese cierto “aire policiaco” que dentro del imaginario colectivo aún mantiene prestigio en tanto es visto como un sistema estable, perfectamente previsible y verificable, cuyos resultados son casi siempre confiables, y que, por lo tanto, está en las antípodas del caos.

Exceptuando a Thamus, rey de Tebas, que en el Fedro de Platón se enfrenta a Theuth -dios egipcio presunto inventor de las letras- en defensa de la Oralidad, son pocos los estudiosos que se atreven a ignorar el carácter sacrosanto de lo escrito, mucho más si está impreso, para entrar en el pantanal de lo dicho, que, como se sabe, viaja en un soporte material de existencia efímera, vacua, inasible, que no lo logra apresar o fijar del todo el discurso o el tejido que arman las palabras, y que, por lo tanto, hace difícil la operación tendente a que estas sean visibilizadas, atrapadas, estudiadas.

Apartándose del hecho de que la voz, como vehículo de las palabras, sale del ser humano, y que no hay nada más organizado ni material que él, sucede que habría que tener en cuenta, además, que el aire es su cuerpo, el que la transporta, y también que mientras él traslada los sonidos además se los lleva, los arrastra, los disuelve, los difumina y de alguna manera los hace desaparecer y con ellos a los significados y a las potencias. Palabras al viento.

Hasta hoy, aunque se han inventado artilugios que nos permiten conservar la totalidad del discurso, es decir, no sólo al texto sino sus ámbitos, el contexto, estas reproducciones, en materia de ciencia, no han logrado entrar el campo de lo globalmente aceptado, pues el audiovisual y lo digital son para muchos meras tecnologías que apenas crean la ilusión de ser un sistema productor de sentidos o que son un lenguaje no totalmente legítimo, sino embrionario, o, en el peor de los casos, los seguimos mirando como medios útiles pero fútiles, que están en manos del mercado o son instrumentos de la banalización imperial cuyo direccionamiento crea una ilusión de democracia de los contenidos y no un poder real, cosa que refuerza nuestra tendencia a verlos como a objetos en formación que , quizás, podrían llegar a ser pero que todavía hoy no han alcanzado “su definición mejor” y que por lo tanto no son científicamente aceptables.

Resumiendo: sólo la Escritura aún tiene la llave.

Seguimos dependiendo más del texto que del discurso. Hasta Walter Ong, cuyas teorías están detrás de más de un estudioso de lo oral, no escapa a esta tendencia, casi visceral e inconciente, y su clasificación de la Oralidad mantiene como referencia a la presencia, la ausencia o la convivencia de la Escritura con lo Oral.

(¿La voz no deja marcas?)

10

La palabra dicha no ata, es frágil, fugaz, se escapa no más pronunciada y nadie acierta a seguir su destino. Más bien no lo tiene, porque es incapaz de construirlo. Está entre el crepúsculo del cuervo y el de la paloma, después se desvanece. Es demasiado grande el aire. La ruta de las palabras pronunciadas a viva voz es incierta e insegura. Todo eso es verdad y mentira a un mismo tiempo. Como en las viejas historias trataré de avanzar entre la maraña y la trampa, usando los mismos recursos, las mismas mañas, de las que están hechas.

Como en el famoso chascarrillo del negro que caza dos venados, uno para él y otro para la Vrigen de la Caridá, transformaremos la naturaleza de la trampa. Él cambió la soga de henequén por el alambre de púas, yo trocaré la horma de la escritura y usaré sus recursos, su habilidad y su estructura gráfica, de modo que pueda sostener, al menos por unos segundos más, la “evidencia”; porque no nos llamemos a engaño, quizás hace tres mil quinientos años en Sumeria, o en la época en que surgió el alfabeto vocálico de los griegos o más adelante, en los monasterios medievales e incluso hasta en el siglo de Gutemberg, era posible aspirar a la permanencia e incluso a la inmortalidad a través de lo escrito pero hoy apenas tenemos la garantía de que seremos bien leídos o entrevistos, en el mejor de los casos. Muchos lectores nada más leen los titulares de la multitud de ofertas informativas que se le insinúan en esta “aldea global”, cada vez más ignorante, por obra y gracia de la sobresaturación.

Si antes la voz se disolvía en el aire, y con ella toda su carga de símbolos y de historia, hoy el proceso es más lento y contaminador, pero real, pues corremos el riesgo de terminar en un maremágnum de celulosa reciclada o en medio de una Internet que de tanto abarcar ha terminado apretando tan poco que bien podría decirse que publicar hoy en ella es tan igual como pronunciar un discurso en medio de una ciudad atestada de desesperados y enajenados habitantes que corren y se apuran en busca de las nuevas tentaciones del mercado, sin pensar; es decir, que hemos regresado a los tiempos de la conquista del Vellocino de Oro, el Grial, El Dorado y la Fuente de la Eterna Juventud, sólo que ahora usando instrumentos que contienen una falsa promesa, una garantía fatua, que no la tenían nuestros antepasados, que consiste en la repetición de la mentira, hasta convertirla en verdad tutelar, de que la carrera podrá ser, al menos, documentada y por lo tanto llena de sentido.

Sigue sin ser sustituida la confiabilidad de lo pronunciado. Las personas recordamos las palabras dichas al paso en una esquina, en una comida familiar, las palabras del abuelo o de la maestra o tenemos memoria del dolor que nos causaron las pérdidas o de las alegrías de los enamoramientos, aunque también sigamos necesitando de las cartas y de los billetes atados a cintas rosadas para recordar las palabras del primer amor o de los amores. Ahora que las cartas son mensajes electrónicos y la tela se han trasmutado hasta convertirse en una carpeta del ordenador, continuamos recordamos sólo lo dicho, o lo que creemos e interpretamos que nos quisieron decir o nos dijeron.

A pesar de los pesares me arriesgo. Intentaré contar mi versión de los hechos, escribir en la piedra, aún cuando tengo la certeza de que la memoria saltará, vencedora, sin que sea necesario un instrumento auxiliar o un lenguaje otro. Ella se las apaña bien desde los tiempos en los que no había tiempo.

Creo en las palabras dichas… aunque como buen animal me contradiga y termine escribiendo. Mea culpa, mea culpa.

(Mambrú no fue a la guerra)

11

Pienso, sigo pensando que introducir a la Narración Oral Contemporánea en el espacio de las Artes Escénicas forma parte únicamente de una estación, de una estrategia circunstancial, de un paso realista, de una necesidad pragmática a falta de estructuras propias, pero que, a la larga, lo definitivo será pensarla como un arte de la Oralidad que ha evolucionado y asumido un desarrollo tal en la puesta en escena, en la representación, que nos permitirá crear para ella un sistema de análisis, una teoría, tan igual a la que hoy poseen otras artes presenciales y de la escena. No creo que estemos caminando hacia el Teatro u otra arte sino que estamos dotando al nuestro de los atributos, de los signos de los tiempos, que le harán estar vigente, actuante, y que hacen que él signifique, desde ahora mismo, algo útil, y por demás bello, capaz de comunicarse con todos los públicos, con todas las sensibilidades, es más, que hace de él un elemento reconformador, reestructurador, de la comunidad. Cuando en esta fase, de globalización extrema de la mercancía, los mercados y de los consumidores egoístas e individuales, aparece un cuentero, este se convierte primero en un elemento visible de la disidencia y después, cuando se da el fenómeno de la construcción del cuento “con todos y para el bien de todos”, la disidencia, y su carácter de revuelta, se convierten en revolución.

12

…conviene reconocer que hay una tendencia mayoritaria que ve a nuestro arte dentro de la orbita puramente escénica, y por otro, que los estudios, la teoría, no han avanzado al mismo ritmo que las prácticas artísticas, y mucho menos articulado respuestas que nos permitan siquiera entrever un sistema que explique los procesos que están ocurriendo. Quedan por responder demasiados qué, para qué y multitud de cómo, y no sería sensato esperar a esas respuestas para adoptar decisiones que permitan el reconocimiento, la existencia institucional y por lo tanto el desarrollo de un arte o de un oficio artístico dentro del sistema de las Artes Escénicas que ya está perfectamente estructurado, por lo que no habría que apelar a nuevas formas en momentos de síntesis y racionamientos. Si la Narración Oral desaparece, si se desnaturaliza o pierde presencia en los espacios de legitimación, y eso ocurrirá si la dejamos en un limbo jurídico, sin inserción real en el mercado de valores del Arte, será inútil aventurarnos a estudiarla o clasificarla o recolocarla. Los muertos entierran a sus muertos, y por suerte nosotros estamos hablando de un cuerpo vivo.

(Mambrú no fue a la guerra)

13

El modo de narrar, el modo de estructurar el relato de todas las Artes Escénicas, y no sólo del Teatro, difiere sustancialmente de los modos y los procedimientos a través de los que cuenta la Oralidad.

(Mambrú no fue a la guerra)

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Gústenos o no aún se piensa a la Narración de cuentos y la Oralidad como, en el mejor de los casos, manifestaciones de la cultura popular tradicional, obra de portadores comunitarios o el intento de unos pocos tozudos de reivindicar la condición de Arte de su oficio y la certeza de que él se ha desarrollado y actualizado de modo tal que hoy pueda ser reconocido como un arte dentro del cual se han gestado cambios tales que le permiten comunicarse con el hombre contemporáneo desde sus propios recursos y sensibilidades, sin renunciar a la tradición acumulada. Esos nuevos códigos, frente a los nuevos emisores y los nuevos receptores, se expresan desde la potenciación de los vectores de narratividad y pragmáticos o de representación que atraviesan al arte milenario del cuentero. Por un lado el narrador contemporáneo asume preferentemente las estructuras del cuento escrito, antes básicamente lo hacía sólo partiendo del cuento oral, y por otro privilegia el carácter espectacular de su emisión. Los narradores orales de hoy pasaron del contar como conservación de la tradición y/o como soporte de la estructura comunitaria, sin dejar de entretener, al contar como espectáculo; tanto es así, que muchos llegan a confundir Teatro y Narración oral. Lo mismo hubiera pasado, pero a la inversa, si el Teatro hubiese potenciado ese vector de narratividad, que según José Sanchis Sinisterra, le atraviesa. Por suerte, la antigua tradición teatral se ha visto liberada de tales discusiones y ha centrado todo su esfuerzo en el desarrollo de códigos y recursos cada vez más identificados con los hábitos de recepción y en las necesidades del hombre contemporáneo, mientras que los narradores y los teóricos de su arte aún tienen (tenemos) que emplear esfuerzo y ciencia para evitar que la llamada “teatralidad” del arte de contar cuentos no se trague su especifico rostro, que es la Oralidad.

(Uno, dos, tres fogonazos)

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En narración, como en las demás artes presenciales, la voz y la palabra no bastan, aún cuando sea cenital su papel, aún cuando ambas se comporten como palancas que mueven el desarrollo de la historia o como portadoras de los elementos que contienen y desencadenan los sucesos. En narración oral la historia se mueve, avanza, sobre el carro de los sucesos, no así en el teatro que lo hace sobre el de los conflictos.

(Uno, dos, tres fogonazos)

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Todo cuento pasa por mi cuerpo, por mi mente, por mi espíritu. Todo cuento es mi historia, irrepetible y única. Sólo yo puedo contarla, al menos desde mi centro, desde mis propias resonancias, sólo yo. Ella me transita, habla de mi mismo.

El oficio del narrador de historias es el de la desnudez y no sólo el del desamparo. Vacío de máscaras él se muestra, que no se exhibe, se dona en medio de su soledad. A solas con el mismo encuentra los puentes para comunicarse con una soledad otra, la del otro, estableciendo una red, misteriosa y soterrada, de vínculos solitarios y solidarios. Pequeños pasos hacen que él vaya poniendo en evidencia luces y sombras, certezas y dudas, angustias y alegrías, filias y fobias, su agonía de estar y su alegría de ser. Las irradiaciones del cuento son las que iluminan. Muchos hasta hoy piensan que es lo contrario. Craso error. El cuento, que es vasija de todos los saberes ancestrales y premonición de los porvenir, es la fuente y la yesca; el narrador es apenas la brizna que se deja incendiar, el fanal que protege al fuego, la cisterna. Él está hecho de palabras, de las palabras del cuento. Así pues el narrador es engendrado por el cuento, por la Palabra.

Encontrar hoy un espacio que sin temores ni complejos privilegie el centro, la médula del oficio del Narrador oral, es un acto de valentía y de honestidad. Poner en primer lugar la hibridez, la mixtura, el mestizaje, la integración, parecería estar más acorde con el espíritu del siglo, así quien se defina por la palabra desnuda y el gesto pleno de sentidos, pero libre, sin artificios ni apoyaturas, parecería – y esto es puro juego de apariencias- que es el que está apostando por una ortodoxia retardataria y que se sitúa en la banda de los que niegan la connotación escénica, espectacular e integradora de un arte que entró por derecho en el siglo XXI y que está trabajando, desde ya, por la asunción de un nuevo sistema generador de lenguajes, la escritoralidad.

(Cuentos en el equinoccio)

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…pueden convivir la experimentación, la integración, el minimalismo, la espectacularidad, la tradición y la academia, lo libresco y lo puramente oral; que el resultado siempre es el mismo: hay comunicación o no la hay, hay fidelidad a las estructuras del relato o no la hay, hay espacio para que la oreja componga su imagen de la historia o no lo hay, hay respeto por los diseños de la palabra viva o hay engaño, hay marca personal en el tapiz de la historia del cuento o hay rotura de sus hilos más delicados. Hay verdad o hay mentira.

(Cuentos en el equinoccio)

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Los cuentos existen y son “historias de ayer, contadas hoy, dedicadas a mañana”. En los cuentos el hombre creó uno de sus vehículos que hasta hoy le permite el viaje en el tiempo sin peligros, aunque esta no peligrosidad sea ciertamente relativa. Tuve la tendencia de decir que eran el “único”, pero en materia de especulación y de espiritualidad los absolutos son excluyentes y peligrosos, pues existen, no hay dudas, otros muchos modos de viajar o de concretar todos los tiempos en uno y que de alguna manera se visualizan en todas las grandes manifestaciones del espíritu humano.

En Cuba las culturas que se mixturan para armar su rostro, siempre en construcción, le fueron aportando al país modalidades muy específicas de viaje. Reconozcan ustedes que en el romance, la décima, los cantos sagrados de las religiones africanas, los mitos, los cuentos, la trova y hasta en el son, la guaracha y el complejo de la rumba, los carnavales y la danza el cubano ha ido construyendo la posibilidad de la peregrinación y del viaje entre los tiempos.

La verdad o su encuentro, que a fin de cuentas es la finalidad última del viaje, es también obra de la confluencia de tres verdades: la verdad mía, la verdad tuya y la Verdad, que al encontrarse muestran su rostro definitivo y a la vez múltiple.

(Hassane Kouyaté o las tres verdades)

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No importan las grabaciones de sonido o de imágenes, el audiovisual, hay en la presencia del Narrador oral lo que podríamos llamar energía de la memoria ancestral, que la tecnología mata, que no posee.

(Hassane Kouyaté o las tres verdades)

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Escuchar, celebrar, elogiar la Palabra. Todo, como enseña Octavio Paz, se reduce a callar antes de hablar. Hay que sopesar, hay que aprender el valor del Silencio antes de arañar la piedra o penetrar el laberinto del oído, es decir, sería mejor cocernos la boca antes de procurar dejar nuestra marca, que es la suma de todas las marcas que nos precedieron y que en alguna medida anuncia, prefigura y contiene las que vendrán en el futuro. El hombre occidental contemporáneo se define así mismo como una máquina generadora de sentidos, o lo que es lo mismo, como una manifestación o evidencia de lo eterno, él porta, contiene y crea la eternidad, pero como todo parece reducirse y caducar frente al acto de la muerte, hemos procurado crear artefactos de eternidad, entes ajenas al cuerpo y al tiempo humanos. La palabra escrita ya no es nombradora, no es siquiera el principio, el origen, como lo define la tradición joanica, no es vasija, y si se convierte en ella lo hace para almacenar lo que nos hará permanecer, traspasar el umbral de lo finito deslizándonos directamente hacia lo infinito. La Palabra ya no es caracol o espiral, sino rampa.

El individualismo, con su doble faz, entraña el surgimiento de conceptos como estilo y originalidad, manifiestos en la fobia a los lugares y el desprecio de la norma común del habla. La Literatura, Bellas Letras hasta hace muy poco, es entonces hija de la modernidad – incompleta en muchos lugares o cansada en otros donde adquiere el prefijo de post, aunque no haya sido acaso superada o consumada todavía en ninguna parte- y se enfrenta a la Oralidad, en tanto ella es colectiva, regular, patrimonial por naturaleza. Por un lado el ojo – escritura- y por otro el oído – la voz humana-.

Son dos mundos que se enfrentan, y no nos llamemos a engaño, la Oralidad no es todo lo permanente y avasallante que quisiéramos, ella por instinto es conservadora, mientras que la Escritura, individual e individualista ciertamente, muestra un formas más abiertas y por lo tanto más revolucionarias, capaces de mostrarse más dóciles a los nuevos temas o, lo que es más exacto, a las nuevas manifestaciones de los temas permanentes del hombre. Enfrentar Oralidad y Escritura es una vieja manía, ya desde el Fedro Platón se hace eco de un dilema muy anterior a él. Recuerdan ustedes que este texto es un dialogo entre Fedro y Sócrates. Vean lo que dice este último:

- Pues bien, oí que había por Náucratis, en Egipto, uno de los antiguos dioses del lugar al que, por cierto, está consagrado el pájaro que llaman Ibis. El nombre de aquella divinidad era el de Theuth. Fue éste quien, primero, descubrió el número y el cálculo, y, también, la geometría y la astronomía, y, además, el juego de damas y el de dados, y, sobre todo, las letras. Por aquel entonces, era rey de todo Egipto Thamus, que vivía en la gran ciudad de la parte alta del país, que los griegos llaman la Tebas egipcia, así como a Thamus llaman Ammón. A él vino Theuth, y le mostraba sus artes, diciéndole que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Pero él le preguntó cuál era la utilidad que cada una tenía, y, conforme se las iba minuciosamente exponiendo, lo aprobaba o desaprobaba, según le pareciese bien o mal lo que decía. Muchas, según se cuenta, son las observaciones que, a favor o en contra de cada arte, hizo Thamus a Theuth, y tendríamos que disponer de muchas palabras para tratarlas todas. Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría.» Pero él le dijo: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad.»

Hasta hoy dura la polémica, aunque no participen, por suerte, en ella reyes ni dioses sino hombres. Cuba no es excepción. Cierto sector de la intelectualidad aquí no se esconde para proclamar la superioridad de lo escrito sobre lo dicho, por ser este “poco confiable”, y hasta llegan a proclamar que la escritura no sólo es fármaco de la memoria y de la sabiduría sino que pasaporte único a la eternidad. Hemos saltado del fetichismo que estudiara Martin Lienhard hasta la idolatría de la Escritura. Eso se traduce en posturas extremas y fóbicas contra las manifestaciones de la cultura popular - solapada actitud pues el cubano es de naturaleza inclusiva y rechaza con energía todo manifestación elitista- llegando hasta el extremo de afirmar que el hecho oral es una realidad menor o confinarlo al espacio muerto de lo únicamente tradicional.

Durante años la Narración oral u otras manifestaciones de la Oralidad han sido confinadas a los espacios del folklore, la promoción de la lectura, y no es hasta hace muy pocos años que desde los sitios de legitimación cultural se empezó a reconocer como Arte y a ver a sus cultivadores como artistas. Esta tendencia hizo que en los últimos treinta años se mantuviera una polémica que podríamos resumir en tres tendencias o posiciones fundamentales:

- La Narración oral es únicamente una manifestación de la cultura popular tradicional pero no es un arte en si misma.

- La Narración oral es Teatro.

- La Narración oral es un Arte escénico.

Sin mucho detalle trataré de situar cada tendencia. Ciertamente la Narración oral nace de la capacidad y la necesidad narrativa humana, pero con el desarrollo del lenguaje y hasta del cuerpo humano como instrumento expresivo fue separándose de la conversación o de la relación para entrar en el terreno del narrar, que es estructuralmente más complejo, en tanto continente de un universo simbólico y representacional. El hombre cuenta más para crear un mundo que para recordar o enumerar lo creado ya. Las narraciones no son meros juegos de la memoria, aunque son la memoria de los saberes y de los sucesos, de lo que se desprende de que en el transito de lo puramente relacional a lo vivencial, el relato o la forma narrativa adquirió la categoría de Arte, es decir se tornó una manifestación del espíritu, un producto de la conciencia y no el reflejo de una realidad externa. Ya no fue más espejo, como en la conversación y la relación, para convertirse en realidad, ficcional ciertamente, pero realidad a fin de cuentas. Por otro lado, la incorporación a estos elementos, que pudiéramos llamar mítico-verbales, de otros de naturaleza gestual y representacional, ritual, hacen que la narración sea hoy un complejo mítico-ritual que en su forma externa se parece al Teatro, pero esto es sólo en apariencia, porque el Teatro es un arte centrado en los conflictos y en los personajes y la Narración oral es un arte centrado en los sucesos y en la historia. Ella es quizás el primer arte escénico y el origen de todas las artes que emplean la conjunción del cuerpo humano y la palabra en función narrativa.

Aunque ya en los textos y las traducciones de María Teresa Freyre de Andrade y de Eliseo Diego para La Hora del Cuento se hablaba de la Narración oral como Arte no es hasta Francisco Garzón que en Cuba alguien se atreve a calificarla como Arte escénico. Este autor, maestro de muchos de los narradores orales de este país, tímidamente comenzó calificándola como hecho escénico hasta que a finales de los años ochenta del siglo pasado terminó afirmando que ella era tan igual a todas las demás artes de la representación. Allí se agudiza la polémica. Unos arremetieron con furia y otros se dedicaron a la burla, nosotros respondimos con exagerada ortodoxia y una sed de absolutos. Éramos muy jóvenes. Ambos lados estábamos ciegos de pasión y enfermos de soberbia. Hoy atemperada la polémica, aunque viva, hemos podido pensar más en las cercanías que en las castradoras diferencias, que durante mucho tiempo insistimos en hacer patentes usando para ello las graciosas Diferencias entre el Teatro convencional y la Narración Oral Escénica que redactara Garzón. No es este lugar para el análisis de ellas, sólo queremos reconocer que aquellos polvos trajeron estas tormentas.

Primero la polémica era puertas afuera. El mundo contra nosotros. Ahora es entre nosotros. El interior en conflicto. Por un lado están los llamados ortodoxos, aunque no lo sean en puridad, y que sostienen que todo es posible mientras que se conserven intactas las estructuras y las características que definen el hecho oral y por otro los “liberales”, que no lo son tanto, y que dicen: “Esto nuestro es Teatro, somos actores que representamos el personaje del Narrador”, y para ellos lo importante no es el contar sino cómo contar, narrar una historia sin importar demasiado la definición sino lo puramente factual. Claro que hago una caricatura de los dos extremos pero creo que ellos definen las tendencias e incluso hasta la de las posiciones intermedias, que las hay. Hoy el Consejo de las Artes Escénicas busca formas para insertar a los artistas orales en el sistema de la cultura y estudia ya un calificador de cargos que legitimará definitivamente su lugar, es decir, reconoce que hay un artista urbano, distinto del cuentero popular, distinto del actor, que constituye un estadio otro en el desarrollo de la Oralidad narrativa y esa demás una manifestación indiscutidamente escénica.

(Hassane Kouyaté o los caballos del cuento)

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Para su pueblo [H. Kouyaté], Burkina Faso, el espacio de la representación se llama caracol y en el la vida esta completa, es un sitio donde se aclara el corazón y se divierte el ser humano a un mismo tiempo; a diferencia de la cultura judeocristiana occidental donde se genera algo llamado Teatro que ha dividido la vida y donde no se podrá encontrar nunca más él hombre entero. Es casi escandaloso, pero real, lo que está diciendo. La cuarta pared, el espacio de representación, separa, crea distancias, por un lado está la vida y por otro lo representado, por un lado esta el hombre civil y por otro el personaje; actor y espectador no ocupan el mismo espacio, a diferencia de lo que ocurre en el caracol donde todos está en una misma sucesión de círculos: en el primero están los niños, en el segundo las mujeres, en el tercero los varones adultos y al final los hombres jóvenes, todos en derredor y formando parte del “espectáculo”.

La diferencia fundamental, y quizás única, entonces se encuentra en el espacio. El Teatro necesita un lugar, en la Narración oral ese lugar está en los oídos del espectador. Yo diría más. En la Narración oral el espacio es el cuento y el cuerpo del narrador y los oídos y el cuerpo del público. La Oralidad narradora, es la madre del espectáculo vivo, es el arte madre de la representación en el que el público define el lugar, espacio que a su vez nace de la palabra del que cuenta porque este intenta crearlo y lleva al público a imaginar, le da pistas, y esas pistas son las identidades del cuento. Con la sola mención de un nombre, de un animal, de una pequeña característica el que esta frente al narrador es capaz de construir ese lugar. Por ejemplo, sólo se dice que hay un hombre llamado Obbara, que vive en el pueblo de los Orishas, y que tiene una palabra veraz y mentirosa al mismo tiempo; con sólo mencionarlo en Cuba esa historia se colocaría enseguida en el mundo africano o afrocubano, concretamente yoruba y especialmente en el mundo de la Regla Ocha. Unos pocos elementos y el cuento logra identidad.

El cuentero tiene que matar al personaje. Él sugiere y habla, relata, cuenta. Esa es la segunda diferencia: el Teatro vive en el personaje, no en el actor ni en el público. Ya sabemos que el actor encarna el personaje, pero no es él. El cuentero dice, no actúa, es.

La tercera diferencia: los accesorios, la utilería. En la Narración oral la palabra es centro y accesorio al mismo tiempo, la relación con la historia no lleva intermediarios. En el Teatro la utilería ayuda a manifestar las identidades de lo narrado, en la Narración oral las identidades están definidas desde la palabra, y la palabra del cuento está tironeada por dos caballos, como un carruaje. La primera de las bestias tiene orejeras y fue educada para ir de principio a fin del camino, cuenta la historia con un orden lógico, más el segundo caballo mira los detalles, los recrea, juega con ellos, es el caballo de la poesía. El cuentero debe dominar a los dos brutos. Su trabajo es el de un equilibrista.

Contar es un acto de humildad y generosidad.

(Hassane Kouyaté o los caballos del cuento)

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No confundir, no significa no mestizar, no experimentar, no aprovechar lo de un lado y otro. Las identidades del Teatro y la Oralidad han de ser respetadas. Cuando Kouyaté cuenta lo hace desde la palabra exacta y con una gestualidad múltiple y precisa que sería muy difícil de deslindar de la precisión de las acciones físicas y del buen decir del actor que vimos en la versión fílmica del Mahabaratha, por ejemplo. Es una misma personalidad puesta en dos situaciones espectaculares distintas que se resuelven sobre bases diferentes. Una es la persona, múltiples las posibilidades. Como en la metáfora de los dos caballos del cuento la solución pasa por el equilibrio.

(Hassane Kouyaté o los caballos del cuento)

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El arte efímero de contar cuentos es cosa que vive entre la lengua y la oreja, entre la multitud de ruidos y silencios, entre la variedad de pareceres y seres; es cosa que brota, para morir en ese mismo instante, cuando dos o más logran el milagro de hacer nacer del caos una realidad perfecta y única. El cuentero está llamado a morir antes que su historia.

(Manual de hospitalidad)

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Contar cuentos es cosa de vida o muerte, y la muerte la pondrá siempre el que cuenta si es que quiere resucitar después de haberse hecho polvo. La historia se desvanece delante de los ojos del que vive en la verdad, del que está dispuesto a hacerse nada, para finalmente reconocer que sólo él ha quedado vivo. Nadie más.

(Manual de hospitalidad)