miércoles, 23 de mayo de 2012

Carta Abierta a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana

Distinguidos señores, No les molestaré intentando revocar la decisión soberana del Gobierno de los Estados Unidos de América, al que ustedes representan, de negarme una visa para ingresar a su territorio; aunque ya había estado allí en dos ocasiones - 1998 y 2000-2001- invitado por una institución cultural radicada en la ciudad de Orlando, y que actualmente pretendía reiniciar los trabajos que, sobre Oralidad y Narración oral, fueron interrumpidos por la política de la administración Bush, de tan infeliz memoria que ojala que lo único que hubiera hecho fuera interrumpir los intercambios culturales y académicos entre nuestros dos países. Si así hubiera sido la recordaríamos como una gestión troglodita y no como una genocida. No debería de olvidar vuestra tradición gubernamental de manipulación de los derechos y las libertades, que llega incluso a convertir en arma política hasta lo sagrado. No debería olvidar que la política migratoria de su gobierno está fundada en el desprecio hacia los otros países y la fuerza bruta. No debería olvidar que poco importa que usted sea un académico de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, o la esposa de un preso político, o un anciano que quiere pasar unos meses junto a su familia, o un hombre de bien, pues parece que a ustedes nada les ha importado nunca. No debería pecar de ingenuo y olvidar que mientras a unos les niegan la posibilidad legal de entrar a su territorio, a otros los estimulan para que se arriesguen retando a la muerte y a la naturaleza amparados en un sistema legal centrado en la muerte – con pies secos o pies mojados-; así como debería recordar que terroristas, traficantes, genocidas, embaucadores, mentirosos, y seres de la peor calaña son bienvenidos o deambulan entre ustedes. Claro, ellos son vuestros, como Anastasio Somoza y la corte de dictadores y asesinos que han escogido tradicionalmente como aliados. Ya se que ustedes tienen el derecho que seleccionar a sus amigos, y eso está bien, aunque no deberían olvidar al viejo refrán castellano que reza “dime con quien andas…”. Desde el siglo XVIII sabemos bien quienes son ustedes. Les escribo nada más para referirles la lamentable actuación de un funcionario consular que, actuando en representación de su gobierno, me sometiera a una serie de humillaciones y vejámenes, en tanto ciudadano cubano e intelectual; y que en ejercicio de sus funciones dicho funcionario mintiera voluntariamente, con premeditación y ensañamiento. El caballerito en cuestión, actuando durante una entrevista que me hiciera el 9 de mayo en horas de la tarde, comenzó preguntando, de forma airada y descompuesta, que cómo era que siendo médico, fuera además artista y me especializara en materias tan ajenas a la Ciencia Médica, pues él consideraba que eso era imposible. Primera insinuación de impostura. A continuación, y durante casi 25 minutos, comenzó, según dijo, a intentar verificar a través de Internet si realmente yo era lo que decía ser, hasta que, cansado de teclear a tontas y a locas, afirmó que mi nombre no aparecía ni una sola vez en la red, que sólo leí el de un hombre llamado Rafael Méndez, con un currículo similar al mío, pero que obviamente no era yo. Confirmación de impostura. Acto seguido, y sin rubor, me llamó mentiroso cuando dije que no podía acceder a Internet desde mi casa para consultar el sitio Web de la organización que me invitaba. Dijo que la UNEAC tenía conexión, y es cierto, pero yo no vivo en 17 y H, y además, siendo la que me invita una organización pequeña y de acción local, no tiene sitio propio. Estos son dos de los muchos desafueros del funcionario consular, que antes le había exigido pruebas a una mujer que dijo ser Doctora en Medicina y Doctora en Ciencias Médicas, a otra le comentó que no podía creer que no fuera a emigrar a ese país porque tres de cada cuatro artistas se quedan. Cada vez que abría la boca el señor ofendía, y ya ven ustedes que no era únicamente porque pensara que yo “no calificaba”, es que él no califica ni siquiera ante un manual de urbanidad y buenas costumbres. Esa persona sabe que miente, pues nada más acceder al buscador Google, escribir correctamente mi nombre, aparecerán múltiples pruebas que avalan mi currículo y que responde a mi obra de poeta, narrador oral, teórico de la Narración oral y la Oralidad, libretista de radio, periodista cultural, editor, médico, etc.; así como testimonian mi accionar en los Estados Unidos, España, México, Argentina, Colombia, Venezuela, y otros países. Busquen en la Red Internacional de Cuentacuentos, en la de Escritores Iberoamericanos, en el Diccionario de la Literatura Cubana, entre otros. En los minutos en los que el representante de su gobierno, y actuando en su nombre, mentía e insultaba, tal parece que toda referencia a mi persona y obra se esfumaba en la red. Esta “teoría conspirativa” es tan improbable y ridícula que al propio empleado público le debería de dar vergüenza siquiera esbozarla. Mis libros, además, pueden consultarse en Internet, pues hay disponibles versiones electrónicas, o en bibliotecas americanas – tanto la del Congreso como en las de múltiples universidades- e incluso podría comprarlos a través de Amazon.com u otras librerías virtuales. Es una pena que un funcionario del gobierno de Estados Unidos, en el cumplimiento de funciones públicas, alardee de incultura y maneras inciviles. ¿No conoce él a médicos considerados genios de la literatura o que son artistas de mucho nombre? Si quisiera podría hacer para él, y para ustedes, una lista de lectura. Lo haré gustosamente y de manera voluntaria (pro bono). Le aclaro que no soy uno de esos “genios”, pero soy un Poeta y eso es ya suficiente. Es una pena que un funcionario del gobierno de Estados Unidos, en el cumplimiento de funciones públicas, no respete el carácter sagrado de la persona humana y sus más elementales derechos. Es una pena que un funcionario del gobierno de Estados Unidos, en el cumplimiento de funciones públicas, se comporte de manera arrogante, prepotente e infantil. ¿O es que tienen razón los que dicen que ese es el sino de los gobernantes de su país? Pues bien, tienen razón, ese es. Es una pena que un funcionario del gobierno de Estados Unidos, en el cumplimiento de funciones públicas, se salte a la tolera las más elementales normas y actúe de forma indecente. Es una pena que un funcionario del gobierno de Estados Unidos, en el cumplimiento de funciones públicas, se esfuerce en hacer ver el lado grotesco e incivil de su personalidad. Lo dicho, dicho está. Las palabras del funcionario no regresarán nunca a su boca. Esperemos, que para otra ocasión, piense antes de hablar, y no le venza la vanidad de actuar amparado por un gobierno poderoso que, sin embargo, en lo que respecta a las relaciones con mi país, sus gobernantes y pueblo, está secuestrado por la intolerancia y la senectud. Esperemos que para otras ocasiones los funcionarios del gobierno de los Estados Unidos, atrincherados en la SINA, reconozcan el valor de la Temperancia, la Justicia y la Verdad. Aunque creo que espero demasiado de ustedes, que no aprendieron ni siquiera de la nobleza y rectitud del gran pueblo norteamericano, tan amigo del trabajo, la familia, y la comunidad. Quiero que trasmitan al funcionario en cuestión, extensivo a todos ustedes, mi agradecimiento pues, en apenas dos o tres horas, recibí una valiosa lección de historia que me permitió reafirmar la justeza y veracidad del pensamiento cubano, encarnado en José Martí. Por último quiero recordarles que no les estoy pidiendo nada, sólo les estoy mostrando mi indignación. De ustedes, Dr. Jesús Lozada Guevara

jueves, 17 de mayo de 2012

El Monte:historias vistas y oídas

1. El Monte, de Lydia Cabrera, como he reiterado, es obra de memoria compartida y piedra de toque. Por un lado su autora recuperó las historias, las informaciones, los saberes, de los “viejos adeptos”, para con los años convertirse en obligada referencia o depósito del que beben los practicantes de los cultos afrocubanos, y por otro, se le acusa, con reiteración y cierta injusticia, de una “ausencia de método” o de ser un texto de farragosa lectura, cuando su autora expresó haberse “ limitado rigurosamente a consignar con absoluta objetivad y sin prejuicio lo que [ha] oído y lo que [ha ] visto”, e incluso llega a reducir el “único valor” de su libro a ese hecho. Es decir, su método, porque lo hay y es evidente, radica en la selección de los informantes y de los materiales, y en esto ya hay una decisión, una estructura, una visión de las cosas, un construir el estado de la cuestión de una manera y no de otra. Lo cierto es que este, y los otros libros publicados o no en Cuba por su autora, constituyen joyas bibliográficas de la Nación, necesarias para reconstruir los avatares y la espiritualidad cubanas. Para saber, y hasta para sentir, a Cuba, hay que pasar por la experiencia de leer a nuestra autora. Lo demás es harina de otro costal… No pudiendo consignar todo lo que escuchó y oteó la Cabrera en su obra magna intentaremos ir reproduciendo, pasito a paso, algunas de las historias de El Monte, porque - ya lo sabemos- en ellas están las esencias y los saberes de esos pueblos ágrafos que emplearon una lógica simbólica como instrumento de cohesión y de saber, y que a través de ellas, la autora logra construir uno de sus textos más resonantes, cuyos ecos están hoy por estudiar a profundidad. Aunque fundamentalmente nos centraremos en los relatos sagrados, comenzaremos hoy consignando dos sucesos que, aunque tienen que ver con lo religioso, la autora nos lo presenta desde el humor, cosa tan poco frecuente en la cultura europea, donde sólo ríe el pueblo o el diablo y la corte de pecadores, y a los intelectuales y los santos les toca el fardo de lo trágico, tornándose este muchas veces melodramático o ciertamente envarado. El pensamiento africano es de otro orden, como sucede con las culturas amerindias, donde ciertamente la risa, el humor, lo celebratorio, juegan un papel central, y por lo tanto sagrado. Las historias serán tomadas directamente de la edición de 1989 de la Editorial Letras Cubanas, así que la paginación corresponde a ella. Hablando de la “posesión”, de la “bajada del santo”, cuenta la Cabrera sobre María G: “… que se hallaba en la habitación de una casa de huéspedes, recién llegada de pueblo. No conocía a nadie en La Habana. No se hubiera atrevido a andar sola por las calles de la ciudad. El marido salió a comprar cigarros en algún café cercano, y al volver no la encontró. En su corta ausencia, María, por primera vez, había “caído en santo”, y el santo la había llevado a un toque en honor de la virgen de Regla – Yemayá-, su orisha, en una casa distante de la posada. Una hora después, un negrito llegó a avisarle a su marido “de parte de Yemayá”, que fuese a buscar a su mujer a un tambor que estaba celebrando en la calle de Figuras, adonde la santa “subida” la había llevado.” pág. 45 Unas páginas más abajo, en la 54, aparece está simpática escena digna de La Tremenda Corte, pero cuyos protagonistas son además de policías, santeros y orishas: “ “La guardia entró en una casa de santo. Yeya Menocal – santera famosa por el año 1890-, con Yemayá; Charito, con Oyá, y otra morena que montaba Changó. La pareja cargó con todos los santos subidos para el precinto. Y allá fueron todos, jaraneando en su habla, sin darle ninguna importancia… ¡Cómo que eran santos de verdad! La primera que entró en el precinto, entró bailando. Era el teniente Francisco Pacheco. Yemayá, bailando y saludando, “!Okuó yumá!”Les preguntaban sus nombres: “!Yánsa jekuá jei! ¡Alafia kisieco!! Enseguida los dejaron en paz.” ¡Qué se larguen de aquí estos morenos!! ¡Lákue lákua boni!” – dijo Yemayá, dando las gracias. Y el teniente Pacheco: “! Está bien, está bien; no te entiendo, pero acábate de ir! ¡Pronto, ahuequen todos el ala!” En las próximas semanas nos iremos aproximando a otros territorios, a otras formas del relato, por lo que prometemos desde ya una sigilosa y desproporcionada aventura. 2. El Monte, de Lydia Cabrera, como he reiterado, es obra de memoria compartida y piedra de toque; así comenzamos esta serie y en ese espíritu la continuaremos. Entresacando historias, sucedidos, y relatos sagrados, buscando aquí y allá, escuchando la voz, las resonancias de esa Palabra llevadas a la escritura de su libro magno, tendremos una idea aproximada de la grandeza de nuestra autora, que supo vencer tanto prejuicio y mala sangre. Hoy nos parece sencillo, y hasta natural atender e incluso considerar como sabiduría lo que decían los negros viejos o cualquier gente del pueblo, pero en los primeros años de la República, en esta isla nuestra, tan rodea de agua y de otras tantas cosas, los negros, las manifestaciones de la Cultura Popular, y con más énfasis la de raíz africana, eran vistas como supersticiones y “atraso”. Una persona adelantaba o se atrasaba socialmente en la medida en que se aproximada o se alejaba de “lo negro”. Una mulata adelantaba pues algo de blanco tenía, más su padre o madre blanca, al casarse o “ajuntarse” con alguien negro, se atrasaba, una blanca al aproximarse a un “hombre de color” no sólo se atrasaba sino que estaba condenada al ostracismo, un “niche” que conquistaba una blanca era algo así como un degenerado. Fíjense que, de paso, he ido usando algunas palabrejas racistas, tanto o más que los conceptos de atraso y adelanto, y que aún persisten en nuestros usos privados, que no públicos, porque el racismo ya no es, al menos en la esfera de la polis, bien considerado. Para su época la Cabrera debió atrasarse, es más, debió ser vista como cosa rara, pues una blanca, pudiente, niña de buena familia y ringorrango, no tenía porque atender a esas cosas de “brujería”. Por otro lado debió vencer los naturales recelos de los negros, que en un principio no debieron ver con buenos ojos a aquella dama que se les aproximaba. De un lado y de otro se vencieron las resistencias, ¡y de que manera! Pues la blanquita terminó escribiendo libros sobre sus amigos negros, y hasta sobre la sociedad secreta de los abakuá, que como sabemos los cubanos es prácticamente impenetrable. Una de esas personas, a las que ella logró aproximarse, y que le contaron mucho de lo que se dice en su manigua, es “nuestra buena Omí-Tomí”. Ella será quien cuenta el relato que copiaremos a continuación: “Pronto salió embarazada y en mala hora. Nadie ignora que el niño que nace con diente será brujo; que los que van a ser zahoríes lloran en el vientre de su madre, y que de este don se les priva callándolos. La criatura que ella llevaba en las entrañas lloró a los finales del embarazo estando presente su amiga y vecina, y esta la calló; volvió a llorar y, de nuevo, imperiosamente, le impuso silencio. Pero Omí-Tomí ni siquiera sabía que un zahorí lloraba en el claustro materno, ni que toda mujer embarazada debe tomar ciertas precauciones para que no se malogre la criatura: ella, que era hija legítima de Yemayá – de la mayor de las Yemayá, de Olukun-, hubiera debido ceñirse el vientre con una faja azul y siete reales de plata. Le faltó también, a la hora del parto, por olvido intencional de la vecina, la estampa o la cabeza modelada en cera de San Ramón Nonato – un Obbatalá que ayuda a las parturientas, blancas o negras, ricas o pobres, y de la que nunca se prescindía, ni se prescinde, todavía entre las gentes del pueblo, en los partos laboriosos. (Se reza la oración, se vuelve la estampa al revés y se le enciende una vela, o bien se les pone a San Ramón sobre el vientre.) Y a propósito de San Ramón… Un gobernador de la isla, el general Martínez Campos, de grata memoria, estuvo a punto de hacerle la competencia a este santo convirtiéndose en nuevo protector de las parturientas. A una mujer que difícilmente daría a luz una noche, le trajeron por equivocación un retrato de este general. La mujer pudo expulsar la criatura casi inmediatamente después de tener la imagen milagrosa sobre el vientre. Descubierto el error, pasado aquel momento angustioso, se consideró, con muy buen juicio, en vista de un resultado tan rápido y satisfactorio, que tan útil en estos trances podía ser Martínez Campos como San Ramón Nonato; y el retrato del gobernador hizo con éxito las veces de santo partero en muchos casos, solicitado por cuantos se enteraron de su virtud. Acabó en poder de una recibidora que lo llevaba con ella a dondequiera que prestaba sus servicios.” Pág. 59 Esta sola historia vale por un tratado sobre teoría de la Oralidad y es capaz de generar varios textos de etnología y folclore. Pero esa es harina de otro costal. 3. Desde hace dos semanas, esta sería la tercera, venimos colocando fragmentos que corresponden a relatos, a historias, que se pueden encontrar en El Monte, la obra magna de Lydia Cabrera, publicada en reiteradas ocasiones en Cuba, pero que no ha alcanzado el nivel de distribución o de conocimiento que era de esperarse en tanto es una obra aprovechable y admirable desde muchos puntos de vista, entre ellos, el de los estudios de la cultura popular cubana y su imaginario o de la Oralidad, fundamentalmente la ficcional, pues la autora, como sabemos, hace descansar su discurso en las narraciones de sus informantes, que en alguna medida, son la “voz real” del texto, aunque habría que ser muy ingenuos para no darnos cuenta de que hay, existe, un proceso de escogencia, de selección, por parte de la escritora que hace de este un discurso suyo, o al menos uno otro, más plural, más sinfónico. Sigamos, pasito a paso, mirando, escrutando al libro. Hoy vamos reproducir una fabula que los santeros suelen narrar sobre “los beneficios que reportan en los hogares” la presencia de animales: “Un hombre, padre de numerosa familia, era dueño de muchos animales que convivían dentro de la casa con él y sus hijos. Como no es raro que suceda entre ciertos individuos, y más de lo que ordinariamente se supone, este hombre entendía perfectamente el lenguaje de sus animales. Por esto, al enfermar gravemente su mujer, mientras todos los de la familia desesperaban de salvarla y ya daban a sus llantos rienda suelta, nuestro buen hombre permanecía tan tranquilo como de costumbre. Había oído al gato decirle al perro: - - La mujer de nuestro amo está muy mala y va a morir. Dejémonos de retozos y correrías. No me muerdas, porque no pienso arañarte. Y oyó al kikirikí, interviniendo en el diálogo, responderles lanzando una carcajada: Bah, la mujer del amo, por muy mal que se encuentre, de esta no morirá. No hay que ser cobardes y defenderla cuando venga Ikú… Todos los animales le temen a la Ikú; su visita –porque son clarividentes- les horripila. Al cabo de unos días, durante los cuales la enferma empeoraba gradualmente, la muerte, en efecto, llegó a buscarla. Al verla penetrar en la casa bajo el aspecto de un esqueleto, todos los animales empavorecieron; pero, cada uno en su idioma, expresó su terror en el tono más estridente. La Ikú, adelantando un pie, vaciló, aturdida por aquella algarabía. El kikirikí, atrevido y lleno de coraje, mientras los demás animales retrocedían sin cesar en sus alaridos, salió a su encuentro y saltó decididamente sobre ella. En sus revuelos, dejó prendida una pluma entre las coyunturas del brazo del esqueleto, que al ver aquella cosa extraña que brotaba de sus huesos, se asustó y echó a correr puertas afuera huyendo, no del kikirikí, cada vez más envalentonado, sino de la pluma que la seguía en su fuga, y de la que, por más que corría, no atinaba a librarse, en su azoramiento”. Aunque esta visita a El Monte no pretende entrar en asuntos exegéticos o hacer una edición anotada y comentada del libro, quisiera hacerles notar que en el relato, ya cubanísimo, se nota la huella de nuestro imaginario, pues Ikú, en el mundo yoruba es macho, y aquí aparece según la imagen europea, en la que la Muerte es mujer y calavera, tal como la asumimos nosotros hasta hoy, por mucha ciencia y conciencia que nos arrope y cobije. Ver y creer. 4. Continuamos desbrozando monte, aprendiendo de cada recoveco, de cada pedazo de maleza, de cada bejuco o de cada mata. Cada una de ellas es una historia. Seguimos tras las huellas de Lydia Cabrera, su libro y sus informantes. Esta vez les transcribiré una historia que tiene todo el sabor de la religiosidad africana, que descubre en cada ser o en cada cosa una expresión, o más bien manifestación, de lo sagrado. Todo contiene lo trascendente, todo es trascendente. Todo tiene causa y todo efecto, desde lo más mínimo e insignificante hasta lo enorme. La Cabrera cuenta una historia que le narró Oddeddei, una de sus informantes: “Un día que regañaba a una mujer que había arrojado de la casa, a escobazos, a una gallina, le oí relatar esta historia, que tenía por verdadera, y que sin duda hizo impresión en su oyente: - Fue una mujer a la plaza a comprar un pollo: “Quiero un pollo barato. ¿Real y medio? ¡Es muy caro! – y después de mucho regatear, le dieron un pollito chiquito. “vaya, llévelo en un real…” Lo compró. Tenía un patio grande. Pero como el pollo era demasiado chiquito y flaco, lo despreció y lo echó fuera, al placer, donde había muchos matojos. No se ocupó más de él. Por ahí anduvo pedio el pollito, picando esta yerbita y esta otra, comiendo los bichitos que hallaba, y con el tiempo y su buena estrella, se volvió gallina gorda y conoció gallo. Y puso huevos, y sacó tres pollos, y un día que venía la gallina, ufana con sus tres pollones, la mujer la vio. “!caramba, si esa gallina es mía!” – y fue a echarle mano, pero la gallina se escapó. Mandó a su hija a que la recogiese y la gallina se pone a hablar. La niña va donde su madre y le dice: “Yo no cojo a esa gallina. Esta hablando como negra vieja” Va la madre, se acerca, y le dice a la gallina: “! Siga su camino, atrevida!”. “Figúrese usté! La mujer manda a buscar al babalawo. El babalawo fue al placer, y ahora la gallina saca un canto (que no anoté), y el babalawo lo oye y le dice a la mujer: “La gallina me explicó que cuando usté la compró, venía contenta a su casa para ayudarla, pero usté la botó: que nunca salió del placer para echarle ni un grano de maíz. Que ahora ella tiene hijos, que está feliz en el placer, que no quiere nada de usté y que se va con sus hijos.” “La mujer dijo: “Esa es la pura verdad. Pero es que estaba muy flaca y muy chiquita” – Y la gallina le contestó: “ Esa no es una razón. Cuando usté va a la plaza y quiere gallina gorda, páguela. Si no, cómprela flaca y engórdela.” “En África nunca se bota un animal. Usté se atrae con eso la desgracia: y déjese de darle más escobazos a esa gallina, que le dará que sentir…”. Pág. 73 La semana que viene les presentaré otra versión de esta misma historia, pues la base de la oralidad son las versiones, en ella está su fundamento y su sobrevivencia. Más que hablar de tradiciones, cuando se trata de lo oral, es mejor apelar al concepto de versión, que es un vivo y actuante, que no tiene esa consistencia pétrea, rígida, que entraña el concepto de Tradición. 5. En muchas de las religiones los relatos o las historias que se cuentan para edificación o disfrute de los iniciados están dotadas de cierto hieratismo o de una solemnidad casi ritual. Las palabra son dichas o escuchadas como si ellas fueran el continente, la vasija de la divinidad, por eso el humor aparece más por el camino de la ironía que por el de la carcajada. Como ya han leído en semanas anteriores en el mundo de la santería cubana, como en casi todas las formas en las que aparece y se insinúa la cubanía, el humor puede manifestarte también desde el choteo, desde la risa y el estruendo. En algunos pasajes de El Monte Lydia Cabrera nos permite reír con verdadera gozo. En los encuentros con sus informantes estos no sólo contaban historias sagradas sino que sucesos hilarantes o incluso las primeras podían tener algún elemento cómico. Vaya por esta vez un ejemplo: “La procedencia de esta historia podría no merecernos mucha confianza. A quien me la contó, le oí narrar una vez, en una de las tertulias de Omí.-Tomí y de Oddedei, que siendo cocinero de un antiguo título habanero, perdió su bien remunerado empleo por haber confeccionado tan de prisa un pastel de pollo, que al partirlo su amo, el marqués, que tenía invitados a su mesa aquella noche, el pollo salió vivo, piando, alteando y volcando las copas de agua y de vino, asustando mucho a las señoras que se hallaban presentes, “que no sabían si desmayarse de sorpresa”. Dos de las viejas, asiduas a estas tertulias que animaba Calazán, se indignaron. “! Eso es mentira!: “¿Mentira? Retire esa palabra… ¡Yo nunca digo una mentira, en mi vida!” Y a ese tenor, la discusión se avinagró seriamente; tuve que contener la risa y hacerles a las viejas unas señas suplicantes de que se callasen. Yo, al menos, fingí que no dudaba de su veracidad.” (Pág. 81) Visto este fragmento podemos entrar a señalarles otra de las artistas importantes de la obra de la Cabrera: en ella no sólo se encuentran joyas del saber de las religiones afrocubanas, sino que de la oralidad cubana. Esta historia que citamos aquí nos adentra en un tipo de cuento y de cuentero popular, el llamado cuento del yo mentiroso, tan común en toda Iberoamérica, en el que por excepción, pues el cuentero popular generalmente cuenta en tercera persona, se asume el punto de vista del narrador protagonista, que cuenta en primera persona, y la historia asume los ropajes de la anécdota; recurso que hace crecer el efecto hilarante al aparecer un elemento fantástico como tomado de la realidad. El cuentero se asume como protagonista y a través de la exageración y el ridículo llega hasta el reino de lo cómico, arrastrando hasta él también a su público. La semana próxima este mismo informante de nuestra autora, dando un giro a su relato, nos presentará un cuento de aparecidos. Así que los esperamos. 6. El informante de Lydia Cabrera que narró la desopilante historia del pastel de pollo del que brota un ave vivita y coleando, que asusta a los invitados y hasta el mismísimo marqués, dueño de la casa donde trabajaba, por cierto muy bien remunerado, después de ser increpado por dos viejas, sin sentido alguno del humor, que llegan a acusarlo de mentiroso, pretende que le crean una sabrosa historia de fantasmas. Veamos que sucede en la página 81 de la edición de El Monte de 1989 realizada por la Editorial Letras Cubanas: “ Pues bien, cuenta este viejo, y si se piensa una vez más en la autopersuación del negro, puede haber sido cierto – y si non é vero é ben trovato-, que una comadre suya vivía en un solar que se llamaba de los Aparecidos, porque en cuanto anochecía, se veían allí muchos fantasmas y se oían muchos ruidos. La comadre “era aficionada a hablarles a los muertos”, y una noche que, urgida por una necesidad inaplazable, tuvo que ir al fondo del patio, de regreso a su habitación oyó una voz que le dijo así: “A ver si me das algo”, “ Hombre, sí, yo te daré algo si tú también te comprometes a darme algo a mí –contestó la negra-. Treinta misas gregorianas, porque estoy en pena.” “Bien; dando y dando.” “ Pues busca ahí, debajo de esa losa floja, lo prometido”. La negra levantó una losa que halló, desprendida, próxima a sus pies, y encontró real y medio y un poco de ceniza. No sintiéndose obligada a pagarle las misas de San Gregorio, por tan pícaro proceder sufrió, sin embargo, durante meses, la persecución de la astuta ánima en pena. En cuanto salía al patio, apenas se quedaba sola, en sueños, y por último, a todas horas, escuchaba la voz gangosa del muerto reclamándole: “¿Y mi misa? ¡ Mi misa!” Y a cambio de aquel real y medio, la mujer trabajó durante meses y meses como una negra, para costear hasta la última de aquellas misas gregorianas que el bribón del muerto le recordaba sin cesar. “ Yo la ayudé con un doblón. Especifica mi amigo-, y todos los del cabildo la ayudaron como pudieron.” El lector, advertido de qué fuente procede el relato, queda en libertad, como siempre, de creer lo que mejor le parezca. Por mi parte, me inclino a aceptarlo como verídico, pues soy testigo de otros hechos que parecerán tanto más o igualmente inverosímiles” Ante el relato oral no vale preguntarse sobre la verdad o la mentira de lo narrado. Al crear un tiempo y un espacio fabular, cocreación del narrador y su público, los implicados aceptan el pacto y todo empieza a funcionar a partir de las leyes que el propio relato estable. Algunos llegan a plantear que el cuento oral provoca “la suspensión temporal de la realidad”, pero a mi esa afirmación no me parece exacto pues, según mi parecer, el contenido de la realidad en la historia oral es otro, tan real y cierto, como el de la realidad real, es decir, esa otra realidad sujeta a la camisa de fuerza del espacio concreto y del tiempo cronológico. Creer o no creer no es importante en el cuento, y lo que hemos leído hoy no es más que eso, un cuento popular, cuyas versiones o variantes se repiten en lugares y culturas muy diversas. Hoy estuvimos delante de un cuento de aparecidos. ¿ Y a quién de nosotros no se le ha puesto la piel de gallina alguna vez cuando, en medio de una narración de estas, una puerta chirrea o un vientecillo fino se nos ha colado por la espalda? ¡A temblar que no hay de otras! Uhhhhhhhhhhhhhhhhhh

¿Aún es posible alquilar balcones?

La Habana era una ciudad polvorienta y desvencijada cuyos habitantes parecían deambular sin rumbo o hacia un destino incierto. Estoy seguro que fue en 1993 cuando le escuché a Mayra Navarro decir que Coralia Rodríguez había hecho una función “de alquilar balcones”. Elogio a la maestría. No olvido la frase, ni la época, ni a nosotros en medio de aquel mar de pasiones y silencios, de aquella lucha por sobrevivir y no matar los sueños. La Rodríguez, una de nuestras grandes narradoras orales, quizás fue la primera discípula de Francisco Garzón, en 1980 - ¿o acaso lo fue Simón Casanova u otro actor del Anaquillé, o lo fueron el escritor Leonardo Eiriz o el trovador José Raúl García?- cuando él afirmaba no saber “si era posible enseñar a alguien a contar cuentos”, o apenas esbozaba que narrar oralmente era un “hecho escénico”, es decir, eran los tiempos en los que no había retrocedido hasta el sintagma narración oral escénica y mucho menos arribado a sus conclusiones actuales, que en alguna medida retornan al primer planteamiento, pero con la sustancia y el peso que da el plantear que las artes del relato oral operan según la lógica de la Oralidad y no según la de la Escena. Es sorprendente como, ante la mirada indiferente de algunos o la ignorancia de otros, se nos pretende recontar la historia de la Narración oral contemporánea en Cuba, ahora desde el punto de vista de un narrador ausente, pero que intenta ser omnisciente. No puedo ser indiferente, desentenderme o quedarme cómodamente instalado, mirando lo que ocurre entre el patio de butacas y el escenario, no puedo conformarme con que me coloquen en el gallinero y aceptarlo cual destino manifiesto. Y es que el asunto no es sólo de índole personal, aunque toda mi vida, mis fibras más recónditas, estén implicadas en ello. Soy testigo, participante, y si alguien lo cree, hasta protagonista de esta larga, y por momentos, dolorosa historia del renacimiento de la Narración oral. Me sorprende que hayan pasado treinta años desde que en la calle Narciso López, entre la Avenida del Puerto y el callejón de Edna, justo detrás del templete de la fundación de La Habana, recibiera mi primer y único taller de cuentería. Los alumnos éramos dos, el dramaturgo Raúl Alfonso, de paso breve por el teatro cubano, y yo. El maestro fue Francisco Garzón Céspedes. Coralia y nosotros compartimos la experiencia de escuchar, entre deslumbrados y conmovidos, una teoría y una técnica que no imaginábamos existiera. Entonces todo era elemental y prístino. El arte de contar se reducía a dos pliegos de 8 ½ x 13, que tenían simples fórmulas, ordenadas con precisión. Artículos de fe, que pronto se convirtieron en horma, en dogma y en bozal. Muchos años después, al releer con ojo crítico Apuntes para un taller de narración oral de Isabel de los Ríos, publicado en Caracas en Julio de 1985, y que fueron tomados por la autora durante un taller de Garzón Céspedes, pudimos documentar que las fuentes originales del hispano-cubano, hay que buscarlas, ¿quién lo duda?, en los presupuestos teóricos de La Hora del Cuento, de origen norteamericano - que no “corriente escandinava”-, pudiéndose afirmar categóricamente que no enseñaba entonces otra cosa que no proviniera de allí. Justo en esa época ya planteaba el que, hasta hoy, es su aporte fundamental y que radica en la lectura de esas fuentes y la comprensión del arte de narrar desde el punto de vista de la teoría de la comunicación – muy rudimentaria y parcial-, lo que lo condujo hasta la necesidad de aprovechar los elementos escénicos, especialmente teatrales, buscando la relación emisor-receptor, y la posibilidad de revertir la dirección del proceso, es decir que el mensaje también fluyera del receptor al emisor, y que este pudiera ejecutarse de manera efectiva en los nuevos tiempos. Llegados a este punto habría que señalar, sin menospreciar su aporte y herencia, que Garzón Céspedes nunca logró saltar del modelo lineal de Claude E. Shannon y Warren Weaver y que nunca logró adicionar a su propuesta teórica elementos de teoría del texto o de teoría del arte, que la hubieran completado, haciéndola abarcadora y menos sujeta a lo únicamente comunicacional, además de que le hubiesen permitido a él saltar, de lo esencialmente práctico, hasta la elaboración de una teoría general de la Narración oral e incluso aproximarse a la estructuración de una poética de este arte o de un sistema propio; que es evidente que no alcanza ni siquiera hoy, habiendo transformado algunos de sus planteamientos esenciales e introducido otros. El renacimiento de la Narración oral como arte, el retorno del papel del narrador oral como figura pública, el pensar y teorizar sobre ambos como integrantes de un fenómeno cultural, y más que eso, civilizatorio, se da al unísono en varios países y continentes, sin aparente relación ni influencia entre ellos; incluso se da en África o Asia, donde pervive una estructura social más tradicional y la figura del contador de historias nunca ha dejado de estar vigente; continentes donde, por demás, y como consecuencia del contacto con las metrópolis, se verifica un raro fenómeno de “conquista”, más bien de encantamiento, a la inversa. La Palabra de la periferia irrumpe en los centros y los transforma. Cuba llega a este “renacer” a través de cinco momentos, aparentemente desconectados y de distinto signo, pero que nos conducirán hasta la realidad actual: 1. En la década del 40 del Siglo XX tiene lugar la introducción de la tecnología de La Hora del Cuento, por parte de María Teresa Freyre de Andrade, en el ámbito estrecho de la biblioteca del Lyceum Lawn Tennis Club de La Habana. Allí, en abril de 1947, la Dra. Freyre imparte el primer taller de Narración oral de que se tiene noticia en Cuba, consistente en doce lecciones, que nombró El arte de contar cuentos; y, en 1952, publica, en el número 31 de la revista Lyceum, el primer texto escrito por un cubano sobre el tema, con idéntico título. 2. En 1956 Luis Mariano Carbonell comienza a presentar cuentos literarios sólo que dichos de viva voz. Estos, aunque ciertamente aprendidos de memoria, fueron estructurados desde la visión, la práctica, los recursos y el instrumental del narrador oral, y en alguna medida del cuentero popular de la tradición santiaguera, tan particular en su estilo. En alguna de sus variantes más antiguas, en África, el griot abre el proceso con el público a través del texto espectacular conservando casi siempre integro el texto narrativo. A partir del recital que hiciera ese año en la Sala Teatro del Conservatorio Hubert de Blanck, Carbonell protagonizó múltiples espectáculos de Narración oral en Cuba y en el extranjero, y todavía se le puede ver y escuchar en escenarios capitalinos. 3. Introducción, en 1962, de La Hora del Cuento en las bibliotecas públicas y la aparición de Mayra Navarro, primero narradora modelo y luego maestra ella misma en la Red Nacional de Bibliotecas Públicas y en la Enseñanza Artística, incluyendo la docencia en los niveles medios hasta el superior. Gracias al trabajo anterior de la Dra. María Teresa Freyre de Andrade, primera directora de la Biblioteca Nacional José Martí, en la Revolución, se implementó un sistema universal y gratuito de enseñanza y disfrute de las artes del relato en todo el país. La acompañaron en este empeño el poeta Eliseo Diego, y de las doctoras María del Carmen Garcini - quien falleciera en plena juventud en 1967- y Audry Mancebo. 4. En 1975 se funda La Peña de los Juglares, en la que se desarrolla una importante labor de actualización y consolidación del trabajo del narrador, contribuyendo al reconocimiento de la narración oral como un arte independiente. Francisco Garzón Céspedes, quien como narrador oral, parte, según el mismo ha confesado reiteradamente, de las experiencias comunicacionales de la poesía, el periodismo, la propaganda política, la investigación o el teatro, pasando por el ámbito de la historia familiar y cultural, desemboca en la apropiación de los textos de Teoría y Técnica del arte de narrar, que se encontraban en la Biblioteca Nacional. Él es el autor y protagonista de tal hazaña. La Peña del Parque Lenin -la de Los Juglares, la de Teresita Fernández- a la que se suma, casi al inicio, Garzón, era un espacio protagonizado por una variedad enorme de actos orales. En la Peña se trovaba, se decía poesía, se leía en voz alta, se conversaba, se narraba… elementos que condicionaron no sólo su quehacer sino su proyección a futuro. 5. Alrededor de la realización del 1er Festival de Narración Oral Escénica en Camagüey y del 1er. Festival Iberoamericano de Narración Oral Escénica de Caracas en 1989, comienza una relación estable de trabajo entre Garzón Céspedes y Mayra Navarro, que se consolida a partir de 1991 en los ámbitos del Gran Teatro de La Habana, desarrollándose una influyente labor difusora y pedagógica, que, a decir verdad, esencialmente protagonizara y sostuviera la Navarro; pues el primero fundaba, dirigía, asesoraba o ejecutaba parcialmente, teniendo en cuenta que su trabajo internacional, comenzado en los años 80, había logrado ya un nivel de compromiso tal que lo mantenía fuera de los ambientes nacionales, o porque desde hace ya más de 15 años no reside ni visita al país. De esta relación de trabajo, iniciada antes de 1989, pero consolidada a partir de allí, hasta el 2005, ya no quedan nada más que relatos en pasado y sus frutos. Cada cual tomó su camino. Garzón Céspedes, que fundó la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica, abrió puertas en varios países iberoamericanos, pero no actuó ni influyó en todos por igual, incluso en algunos no se le reconoce tal obra, pero ciertamente su papel fundacional sólo se atreverían a escamotearlo los mentirosos, los tontos o los desagradecidos. Al César lo que es de él. Mayra Navarro, por su parte, es la maestra de la casi totalidad de los narradores orales actuantes y vigentes en el país, o estos fueron formados por alumnos de ella y, además, es la autora de un sistema pedagógico y artístico de plena vigencia e influencia. Seguramente hay episodios aislados o con limitada resonancia que se sitúan antes de 1940 o posteriores a los años 60, pero que no los señalamos aquí justamente por lo estrecho de sus miras o lo personal de su influencia o por lo efímero de su accionar. Podría indicarse la presencia en 1901 de la narradora oral norteamericana Ruth Sawyer, integrando un proyecto de formación de maestros de kindergarten promovido por el Gobierno interventor de los Estados Unidos, que sin embargo, todo parece indicar, no obtuvo frutos permanentes y mucho menos discípulos o seguidores cubanos. Caso aparte es la labor de Haydeé Artega Rojas, pionera del trabajo sociocultural comunitario en Cuba, quien, a través de sus Sábados Culturales y otras acciones, desde las estructuras del Partido Socialista Popular y del sindicalismo, desarrollara una importante labor de promoción cultural, pero que, incluyendo a la Narración oral, siendo ella misma una narradora, abarcaba otras artes. Es decir, el proyecto de La Señora de los Cuentos - epíteto posterior- no era de Narración oral ni centrado propiamente en este arte. A ella se le debe la aparición, alredor de 1967, de una fugaz escuela de Narración oral, bautizada con el nombre de María del Carmen Garcini, que no dejó huellas ni cuenta con exalumnos que hoy ejerzan, ni siquiera como aficionados, el oficio de narrar. Esta escuela, por lo que hemos escuchado, usaba los materiales editados en la Biblioteca Nacional. Por otro lado, infantes cuentan hoy a partir de Haydeé y los niños, espacio que funciona aún gracias al apoyo de la Oficina del Historiador de La Habana, siendo esta una labor que se agradece. También habría que situar la existencia de la enseñanza de la Narración oral como instrumento pedagógico y de estimulación a la lectura o como introducción a la Literatura en las Escuelas Normales para Maestros o en las Escuelas del Hogar, o en las de formación de maestras para kindergarten. Miriam Broderman aprendió a contar con Pepita Verbisky, argentina residente en Cuba, que trabajó en la preparación de maestros para los Círculos Infantiles, cuya vida y obra valdría la pena investigar; o Tula Ortiz, nos informa que estudió este arte como parte del pensum de la Escuela Formadora de Maestros preescolares. Entre esas acciones o proyectos habría que destacar, también, los eventos de decimistas y cuenteros populares que, en la década del 60, organizara Rómulo Loredo Alonso por los lados de Jatibonico, o la labor monumental de la Casa del Caribe de Santiago de Cuba, dirigida por el preclaro Joel James Figarola, en el rescate y conservación de la cuentería y de otras manifestaciones de la cultura popular tradicional, llegando a editar el único disco de placa negra que se conserva con grabaciones de cuenteros, realizada en el patio de la Casa del poeta José María Heredia, en 1988. Entre los narradores registrados está Francisco Martínez Hinojosa, El Gordo Hinojosa, raro caso de hombre de bastísima cultura que es esencialmente un cuentero popular urbano. No me detendré, por pudor y obvias razones, en La Peña del Brocal (15 de marzo de 1987), en el festival del 89 (19 al 25 de marzo), en la importancia de la ciudad de Camagüey en este renacer, en la obra de Manolito Martínez, o en el papel liberador y ecuménico que tuvo en su momento la Bienal Internacional de Oralidad de Santiago de Cuba (septiembre de 1997). A partir de ella, fueron creadas las condiciones para desarrollar un movimiento sólido, plural, no atado a persona, cátedra o tendencia alguna Habiendo logrado quebrar hegemonías y ortodoxias, la Bienal inició una etapa de distinto signo, que podrá historiarse en el futuro y que, seguramente, deberá incluir también la aparición en el 2001 de la Sección de Narradores orales de la UNEAC, la creación en el 2003 de la Cátedra Cubana de Narración oral María del Carmen Garcini, del Foro de Narración oral del Gran Teatro de La Habana (2006) , la existencia del movimiento profesional de Narración oral, la creación de una red nacional de eventos de este arte, la Reunión Nacional de Narradores orales miembros de la UNEAC, en septiembre del 2010, en la que se redactó y aprobó el Proyecto para Calificador del Narrador oral, que deberá servir como fundamento para el reconocimiento legal del oficio, y la reciente puesta en marcha de la Cátedra de Cuentería Popular Campesina, entre otras acciones, proyectos o caminos. Tiempo al tiempo. Situamos estos cinco momentos como esenciales y determinantes para los inicios y desarrollo del renacimiento de la Narración oral en Cuba, para explicar este fenómeno aquí, teniendo en cuenta su significado y vigencia, aunque, reiteramos, que, sin la existencia de otras situaciones, personajes, personas y circunstancias, que crearon también el caldo de cultivo, que favorecieron los actos fundadores, los momentos determinantes, no podríamos plantear una tesis posible, una argumentación creíble o un discurso coherente sobre su historia; pues sin ellos sólo esbozaríamos una suerte de teoría milagrera, sin asideros ni causas, sin orígenes y resonancias, o desembocaríamos en esa suerte de malabarismo intelectual, que marcha según soplen los vientos, y que está tan de moda. Si un problema le veo a la Narración oral en Cuba hoy es justamente que no posee un cuerpo teórico múltiple, una historia polifónica, que no cuenta con estructuras académicas que le permitan pensarse desde si y para si. El Aula de Teoría y Pensamiento del Foro del Gran Teatro de La Habana está iniciando un proyecto formativo de nivel superior, pero no es suficiente ni podrá cubrir todas las necesidades por si sólo sino actúa en coordinación con otros proyectos similares. Al escudriñar las características que tienen los movimientos de narradores orales en los países en los que existe éste con carácter profesional, articulado y coherente, veremos que, dentro y detrás de ellos, hay un cuerpo que se piensa y construye. Revisen las realidades de Estados Unidos, Francia, Italia, Brasil, Canadá, Argentina, entre otros. En muchos lugares la importancia de un evento o proyecto artístico no sólo se mide por la calidad y cantidad de sus artistas y públicos, sino por la estructura formativa o teórica de que dispone o aporta. De una vez y por todas hay que vencer el escrúpulo y la superstición que tienen algunos, que llegan hasta a afirmar que “los eventos teóricos son pavosos”, es decir, que tienen pava, que convocan la mala suerte, el mal de ojo. Lo pavoso, lo realmente destructivo, se asienta en la ignorancia, y es que en ella no hay virtud, más bien lo que se encuentra es estrechez y pobreza de espíritu. En la comodidad de una butaca de la Sala Lecuona del Gran Teatro de La Habana, durante la Muestra de Narración Oral en el Festival Internacional de Teatro de La Habana, y esperando a que Mayra Navarro apareciera en escena, tuve tiempo suficiente para reflexionar sobre la historia, nuestra historia, esa que les he contado, porque, como ya vimos, ella es una de sus protagonistas esenciales, y, que, como era de suponer, es también uno de los blancos predilectos de la tergiversación y la reescritura que ensaya el narrador ausente y sus presuntos cómplices. Fíjense la utilidad que tendría conocer esta historia, que, de haberla tenido a mano, seguramente los ejecutivos y diagramadores del XIV Festival de Teatro de La Habana, el Consejo de las Artes Escénicas del Ministerio de Cultura, no hubiesen confundido a la Narración oral que se hace en Cuba hoy con la Narración Oral Escénica, de signo garzoniano, y no insistirían en calificar de tal a un movimiento profesional que nada tiene que ver ya con uno de sus orígenes. Insistentemente hemos explicado que detrás del sintagma hay una posición estética, ética, que hay instrumentos para la construcción de los discursos, y no un simple montoncito de palabras. Hay una posición de principios, que pudieron funcionar e incluso parecernos legítimos en una época, pero que ya no nos representa, no nos acompañan, no son funcionales, pues no encarnan el espíritu libertario del cuento oral, sino que son una nueva cárcel, una frontera que superamos con mucho dolor y esfuerzo, porque, para algunos, soltar esos lastres fue como dejar el hogar, el fuego primero y lanzarnos al Mar de los Sargazos. Detrás de él, del sintagma, está la historia de Francisco Garzón Céspedes y su cátedra, más no la de los protagonistas actuales, que, definitivamente separados de esa corriente, han construido su propio camino. Al fin, dirán ustedes, se apagan las luces, y la narradora sale. No lleva mantón de Manila, ni máscaras ni un encorsetado vestuario, aparece ella, sobria, diríase que con sencilla elegancia, y comienza a hablar. No hace otra cosa. Ella, que estudió música, que tocaba el piano, que sabe manejar con gracia los tacones altos y cocinar con puntual sazón, desde 1962 ha escogido al cuento, desnudo, mondo y lirondo, como guerrero y como armadura a un mismo tiempo. Están solos, en medio de un espacio-tiempo compartido, el narrador, el cuento y el público. Nadie más. ¿Y es que se necesita de alguien o de algo más? En este caso no, definitivamente no. En apariencia la narradora selecciona un camino sin muchos elementos en el paisaje, se diría que hasta da muy pocas opciones para construirlo, que bien podría ensayar y poner algo de matorral; más ella, tercamente, eso sí, insiste, en quedarse sin asideros, o mejor, con uno, fugaz y frágil, retador y vivo, y termina construyendo más que cuentos, mundos. En escena realmente encontramos nada más unos pocos elementos significantes por si mismos - los actores o los narradores- pues los otros, los inanimados, las palabras del trasfondo, son como la impedimenta de un ejército, que hay que dotarla de aliento, hay que llenarla de sentido. Muchas veces vemos a narradores que insisten en romper o superar los moldes de la Oralidad, innovar, y lo que hacen es que atiborran el espacio de representación con elementos que no dicen, que no significan, que no cuentan. Incluso los he visto llegar hasta el extremo de introducir ruidos de tal intensidad en la historia que llegan a hacerla ininteligible. Recuerdo en Barquisimeto, Venezuela, en el 1994, cuando dos narradores llenaron el escenario de hojas secas, luego, en su centro pusieron una enorme ponchera donde prepararon, a la vista de todos, una suculenta ensalada de frutas tropicales, cuyo olor inundó hasta los fosos del Teatro Juares, y ellos, por su parte, estrenaron un carísimo vestuario que incluía zapatos mandados a hacer a la medida y diseñados por un modisto famoso. Follaje, frutas, iluminación, la corporeidad de los protagonistas, las texturas del cuento y las múltiples experiencias del auditorio nunca llegaron a encontrarse, a conectarse; es más, parecía que unos competían con otros, porque ninguno de ellos realmente estaba allí para decir sino para exhibirse. Los cuentos se borraron y pasaron a ser paisaje, cuando lo que debieron ser es naturaleza. Mayra Navarro cuenta en su centro, “gloriosamente viva”, y contagia. No se borra en escena, no pasa a un segundo plano para resaltar la historia, ella encarna al cuento, ella es el cuento, en el aquí y ahora, y cuando el espectador ve que se abre la posibilidad de ser él también palabra encarnada, palabra-cuerpo, se entrega, se suma. Para que exista fábula no sólo se necesitan tema o sucesos, sino que tiempo y espacio fabular, protagonistas, y estructura oral, que es redundancia, reiteración, que es acumulativa y episódica, que nunca coloca más de dos personajes en una acción, que tiene en cuenta los motivos, las funciones, los tópicos, pero que nunca olvida que el espectador de las ciudades de hoy nace ya signado por la escritura y que si se quiere hacer acompañar y entender, si quiere que le crean, debe respetar la lógica de la escritura que está detrás de la introducción, el nudo y el desenlace. Esa noche, la del 28 de octubre, escuchamos Verde-Verde, de Daína Chaviano, Sueños, de Joel Franz Rosell, La espina de marfil; de Marina Colasantti, La cosa en sí, de Freddy Artiles, Rancho con sol, de Julio César Castro, El devorador de pasteles – cuento tradicional de la India- y La mujer chirriquitica, de Rodha Bacmaister. Todos cuentos de su repertorio, y que, sin embargo, se agradecieron como nuevos, porque lo eran. Cuando los teóricos de la Oralidad o del relato, o los folcloristas y antropólogos, se enfrentan a un cuento oral lo miran desde la lógica del texto escrito, nunca pensando en ese conjunto de significación que es el discurso, sino únicamente se atienen a su soporte material. Como ellos lo que ven es la transcripción en el papel o la grabación, olvidan que lo oral es inasible, efímero, suerte de Ave Fénix que con un chasquido de dedos, a veces, regresa. La magia se hace, el milagro aparece, cuando el contador de historia convoca las palabras, los gestos, los sonidos precisos, y el espectador los hace suyos. Nuestra protagonista sabe que depende de los otros, de los que estamos en la platea, y nos tiene en cuenta, y no es sólo asunto de que nos mira o es próxima, sino que construye para nosotros un mundo posible, un universo realizable, en el que no hay elementos decorativos, sino elementos esencialmente bellos y útiles, es decir, virtuosos. Entonces cada cual puede poner en la historia lo que es y lo que quiere, siempre a partir de elementos imprescindibles y sólo con ellos. La esencia del arte del cuentero es la virtud. Su camino y su fin es ella. Sólo unos pocos llegan a presentirla, más que por escogencia, como resultado del trabajo y de la constancia. Aún cuando las palabras de Mayra Navarro, como todas, se las lleva el tiempo, que no el viento, si bien ellas envejecen y mueren al instante mismo de ser pronunciadas, no dejan de tener esa tersura, esa perfección y gracia, que es la eternidad, la verdadera trascendencia, que es memoria, e intuición, presentimiento de la luz más que Luz. Proximidad del paraíso en la pobreza, en el desasimiento, en la desnuda imperfección de una mujer que aspira, sin embargo, a alcanzar el vislumbre. Los balcones de esa señora son sobrenaturaleza, cuerpo después del arrebato, que tiene otro sabor y otra gracia. Oírla contar historias es remitirnos a la certeza de que en La Habana también los balcones existen, son posibles… más no se alquilan, porque la virtud es don y gratuidad.

miércoles, 16 de mayo de 2012

!Honor y Respeto!

Apostillas a Los Dueños de la Palabra
Lo primero, es lo primero Un alma bien temperada acoge, saluda, hace sentir al otro, a los otros, que están en el justo lugar, que llegaron a tiempo, que son bienvenidos. Empecemos por ahí. Y hagámoslo a la manera tradicional haitiana: ¡Honor y Respeto! Señoras, Señores, la sociedad… Esas palabras parecen contener todo el sentido, el entendimiento y la razón necesarios. Ellas fueron traídas por Mimi Barthélémy, la cuentera franco-haitiana, que tanto nos hizo intuir sobre el oficio de contar y sobre la realización misma de Los Dueños de la Palabra, jornada que tuvo lugar entre los días 24 y 26 de marzo, aquí en La Habana, capital insular y mítica, en celebración por los cincuenta años con el cuento oral de Mayra Navarro. La Gran Dama del Cuento francés vino de la mano de Coralia Rodríguez, quien durante mucho tiempo ha estado ha hecho atravesar el Atlántico a algunos de los más importantes protagonistas del renacimiento de la cuentería en África y Europa, enriqueciendo las orejas y los ojos cubanos. Por esta vez se le unió también Hassane Kassi Kouyaté, patriarca del clan Kouyaté, que como se sabe es una de las familias de djeli más importantes e influyentes dentro del mundo tradicional africano, además de ser él mismo protagonista del panorama teatral de varios continentes. Cuatro maestros para tres noches. Cuatro personalidades, estilos, cuatro avatares, más un solo propósito: contar y encantar. Ellos serían las fuerzas, los hechizos, los talismanes que conjurarían el mal primordial de los espectáculos de Narración oral en este país: el Síndrome de las Butacas Vacías. No nos llamemos a engaño, salvo alguna que otra sala pequeña o festival de paso, los eventos de este arte adolecen del abandono y la indiferencia de las instituciones, la prensa y los públicos, o más bien, no han logrado concretar, materializar, uno que se le sea propio y fiel, que le acompañe y le juzgue. Y es que la Narración oral en Cuba no ha superado los estados nacientes, tan amateurs, y algunos insisten en permanecer en ese periodo de infantilismo conceptual que le hace competir con el Teatro o con las otras Artes Escénicas, en el mejor de los casos, cuando no se aferran a una supuesta condición actoral de sus hacedores. Esta indefinición, que será superada con el tiempo, el dolor y el trabajo, comienza a agotarse y ya está dando síntomas de que es necesario sustituirla por otra lógica, pues de permanecer, podría, si no terminar minando las bases de este arte milenario - cosa que es prácticamente imposible- sí, al menos retardando su desarrollo y adaptación a las nuevas situaciones comunicativas que entraña la hegemonía de una cultura global. Bien mirado, esa cultura podría ser enriquecida si no se pretendiera legitimar solamente algunas normas u “hormas” teatrales y se asumiera una visión ecuménica que incluya a los hitos de las otras artes, más las necesidades y realidades de unos receptores que, viviendo a tono con los tiempos, se parecen más a sí mismos que a sus predecesores. La pretendida universalidad de la Cultura, como si ella fuera un conjunto de leyes naturales inmutables, válidas siempre, y no un contructo, hace que seamos incapaces de reconocer que el problema fundamental del artista de hoy, incluido el oral, no se centra en la aceptación de un “tipo cultural válido para todos”, sino en la creación de un “tipo particular y único que sea capaz de comunicarse con todos y en todos” a través de la creación de un tiempo y un espacio fabular abierto, de un universo hasta cierto punto vacío, que permita la inclusión y absorción de todos en el Todo, o la conformación de un Todo en/con muchas partes distintas. Los aportes de las artes de la representación incluyen a los que vienen de los artistas orales, son el resultado también de su legado, aún cuando ellos se muevan en los predios de la Oralidad, sistema simbólico de expresión, creador de lenguajes, que maneja en su discurso no sólo el texto de la representación, sino además uno narrativo y otro de la recepción y del receptor. No se podrían entender las nuevas teatralidades sino se comprende cómo el Narrador oral, que a partir del Siglo XIX, rompiendo el esquema de la trasmisión tradicional, artesanal, fue capaz de crear una tecnología para su arte, aportando un oficio artístico contemporáneo, e influir con sus códigos y recursos en la trasformación de las mismas. Creo que no se podría comprender el valor de la corporeidad del artista, de su cuerpo como signo, sin la aportación esencial del cuentero, como tampoco el recurso de la mirada, el valor de los espacios comunes o el sentido mismo de la Palabra como vehiculo y vasija - entre otros aspectos- que seguramente serán estudiados con detenimiento cuando seamos capaces, ante todo, de decir “¡aquí estamos, somos lo que somos, mírennos!”, libres de complejos de inferioridad o de reacciones neuróticas y perretas de adolescentes. El asunto es que al llamado de Los Dueños de la Palabra acudió público, sala llena en todas las funciones, y habría que preguntarse el por qué, cómo es que ese evento lo logró cuando otros apenas lo intentan, más casi siempre mueren de inanición por el camino. ¿Podría decirse que algunos acudieron para ver lo extranjero, lo exótico, que otros fueron por novelería o por esnobismo? Todo puede ser y hasta eso, pero no creo que fuera lo distintivo. La gente acudió a un llamado particular, específico, inconfundible: a escuchar cuentos de la boca de cuenteros bien definidos, que son maestros en su arte y que este alcanza en ellos una identidad sólida. Fueron a ver artistas de muy alto nivel y prestigio. Nadie propuso liebres sabiendo que abundarían gatos, y el auditorio intuyó la autenticidad de la oferta. Sé que además influyó una publicidad insistente o un compromiso personalizado, que por otro lado estaba el deseo y la obligación de celebrar a la Navarro y que ella tiene alumnos o áreas de influencia muy diversos; que se escogió una institución - la Sala Adolfo Llauradó- prestigiada por el alto nivel y la regularidad de sus ofertas; que se contó con el apoyo de personas e instituciones; que el programa no promovía una tendencia sino que se abría; que se creó un ambiente de confraternidad y complicidad; pero también no hay que olvidar que se tenía en contra la mala propaganda que insiste en la “no profesionalidad” de los narradores orales; la supuesta o real mediocridad de sus propuestas; la irregularidad de su programación; la visión errónea de que el trabajo del cuento narrado de viva voz es algo para los niños o la prioridad que algunos dan al arte del relato en su función pedagógica o de estimulación de la lectura o esa leyenda negra que gravita sobre él y que hace que algunos lo vean como el hijo bastardo de la Literatura, del Teatro, o la reducción de la cultura popular a espacios periféricos, etc. Para tratar de entender y de explicar lo ocurrido en esas jornadas nos aventuraremos en el análisis particular de cada uno de los espectáculos, porque indudablemente la autenticidad de las propuestas o la definición y las estrategias de publicidad o gerencia; o las alianzas y sinergias; o las causas coyunturales, contribuyen a la consumación y recepción del acto, pero no logran explicar la valía del hecho artístico, pues él deberá explicarse por sí mismo, sin necesidad de muletas. Entremos pues al hecho en sí, a la sustancia y al accidente que es el arte de cuatro cuenteros de excepción: Mayra Navarro, Mimi Barthélémy, Coralia Rodríguez y Hassane Kouyaté.
Contar cincuenta El primero de los unipersonales presentados, como lo indica el subtítulo, fue el de Mayra Navarro, y hacía referencia directa al motivo de la celebración y preparaba para su recepción a un público que enseguida comprendió y constató que se trataba de una antología de textos orales más que de un espectáculo que se moviera dentro de una unidad temática y conceptual, aún cuando este motivo condicionara una cierta coherencia expresiva, pues el discurso se terminó de conformar a través de la relación particular que se estableció, en el aquí y ahora, entre las historias individuales, las circunstancias y cada uno de los públicos. Quiérase o no, con independencia de nuestra postura teórica, hay que coincidir en el principio básico de que la Oralidad parte, a diferencia de otros sistemas, de la integración en la elaboración del discurso de un receptor activo y cocreador, del que depende en mucho la estructura y hasta el contenido final de lo dicho; que es entonces obra no sólo de una personalidad puesta en situación espectacular, sino de la interrelación entre ella y los presentes. A este momento no sólo le asiste una selección, una voluntad de escogencia, sino una historia y una práctica artística que le dan acabado y autoridad, potencia. La narradora cubana es hoy la principal figura de la Isla en su arte, además de ser la depositaria de una tradición que nace en la primera mitad del siglo XX con María Teresa Freyre de Andrade, se continúa con Eliseo Diego y los profesores de La Hora del Cuento en la Biblioteca Nacional José Martí, pasando por la Narración oral escénica como estación de paso obligado, hasta desembocar en el sistema pedagógico y de práctica artística oral que ella creara y protagoniza, distinguiéndola del conjunto de las personas y acciones que arman este derrotero en Cuba, siendo este el más coherente, flexible y estable, el que ha permitido una mayor interrelación y permanencia en sus acciones. Mayra Navarro no sólo mantiene una diversa y plural actividad en los escenarios cubanos y extranjeros, sino que ha sostenido un taller de formación básica y uno permanente por más de veinte años, ha mantenido publicaciones teóricas, creó el Foro de Narración oral del Gran Teatro de La Habana y hace funcionar el Festival Primavera de Cuentos. Todo este conjunto, organizado y relacionado, hace que podamos ver a su sistema como único en el país, pues los otros existentes o remedan al suyo, o tienen una influencia mínimo y parcial, o son tan rígidos y egocéntricos que provocan más la exclusión que la acogida y la libre participación. Contar cincuenta no puede ser explicado sin la historia que lo calza y le sostiene. La escucha y visualización de El devorador de pasteles –cuento tradicional de La India-; dos “divertimentos” de Eliseo Diego; Rancho con sol de Julio César Castro, María Dos Prazeres de Gabriel García Márquez; Caballo de Onelio Jorge Cardoso y La mujer chiquirritica de Rotha Bacmeister, bastaron para encantar a un público atento y entregado que colmó los espacios de la Llauradó, pudiendo asistir a un espectáculo de madurez y consumación. Nadie esperaba tanteos o búsquedas, sobresaltos y descubrimientos, sólo resultados, que se han ido sedimentando con los años y que han terminado siendo discursos clásicos en la historia de la palabra cubana. Cuentos batalladores y sólidos puestos en el cuerpo y la presencia de una narradora que ha ido creciendo, afianzando y acendrando su técnica con los años. Recuerdo a una mujer encantadora pero de cierta rigidez corporal en los ochenta del pasado siglo que hoy alcanza plasticidad y elegancia en sus desplazamientos, así como un equilibrio y cuidado en su energía poderosa, que bien pudiera, si anduviera descontrolada, ensuciar la emisión y estropear la recepción. Una vez finalizada la función la UNEAC y su Asociación de Artistas Escénicos le entregaron un Premio Juglar honorífico, así como reconocimientos del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y la Universidad de las Artes. Sin embargo, lo más importante de aquella tarde-noche fue la participación, el reconocimiento y los delirantes aplausos de un público que, a pesar de que mayoritariamente conocía los cuentos, gracias a la maestría de la homenajeada, los recibió como únicos, irrepetibles y recién estrenados. Quizás el elogio más significativo vino de Hassane Kouyaté, quien en un aparte con la artista, le dijo que ella narraba no sólo desde su verdad, sino que desde la Verdad. Sabiendo, como se sabe, que para un ser humano de su estirpe, la Palabra dicha no es cosa menor ni ha de ser pronunciada sin respeto y responsabilidad. Este elogio hace evidente la categoría y calidad de lo presenciado, y, además, coloca en justa perspectiva todos los años que Maya Navarro ha entregado a la cultural oral.
La Gran Dama del Cuento dice cric, dice crac Mimi Barthélémy, conocida en los predios de la cuentería internacional como La Gran Dama del Cuento Francés, estuvo aquí para refutar la exactitud de tal epíteto. La fraco-haitiana no es sólo lo que se enuncia, ella es una Gran Dama del Cuento, sin localización o frontera que la restrinja y la encierre; por eso en África, tierra natal de la especie humana, se le reconoce como poseedora de la Madre de la Palabra, es decir, como dueña de un saber ancestral y cósmico que le permite pronunciar, con igual solvencia, todos los tipos de Palabra, humanas o divinas. Todas. Ella se mueve entre lo estelar y lo telúrico con igual maestría. Es huracán y brisa, terremoto, delicado rubor, canto, grito, ira y elegancia. En ella se acumulan la rebeldía y la resistencia, la lucha por el autorreconocimiento y la realización. Esta mujer se hizo a sí misma, con sus propias manos y su voz, y es la síntesis de todos sus mundos posibles: por un lado desciende de Armand, el negro cimarrón que amaba y procuraba la libertad, o viene de mestizos burgueses que entendieron, o creyeron, que su futuro estaba más centrado en el aceptar e imitar al invasor que en negarlo y combatirlo; es la actriz, la luchadora social, la mujer de un agregado cultural o de un mulato cubano, o la que lucha por reafirmar su posibilidad de ser hembra y macho a mismo tiempo; la que comprendió el teatro latinoamericano de Santiago García y Enrique Buenaventura; la que aprendió y amó el creóle haitiano y en New York descubrió los cuentos con cantos de su tierra pero se los apropió desde una voz grave de mezzosoprano tan distinta a la sonoridad aguda y nasal del vodú; es la madre que cultivaba su propia huerta o la que levantó a sus hijos junto a ella o a pesar de ella; la estudiosa de los garifunas; o la que vivió con pasión y euforia aquel Mayo del 68. Hay una vastedad en su voz, en sus entrañas, que llevaría a un ser humano común agotar hasta la raíz la suma de incontables vidas. Mas para la Barthélémy fue suficiente una, vivida con inteligencia y prontitud, dándole a cada momento su justo peso, su exacta medida. Frente a ella uno intuye, vislumbra, ese difícil proceso que es amansar la bestia interna, domeñar el corcel de las palabras, que intentan irremisiblemente desbocarse y acaparar todos nuestros actos, y que para que sea realmente escuchada y sentida en “la oscura raíz del grito”, tan exacta y lorquiana a un mismo tiempo, debe ser sometida a las bridas de la voluntad y la conciencia. La Barthélémy ha llegado a un estado de síntesis tal que todo lo que hace parece simple, natural, hecho al momento; y ya sabemos que no hay nada más difícil en materia de arte que llegar a ese estado de gracia. Es más fácil actuar como torrentera que como agua mansa. La generosidad de ella, tan proverbial, la llevó hasta arriesgarse a narrar en castellano, una lengua que no la es suya, con tal de ser entendida, atendida en toda su pureza, pues para esta poeta lo esencial no es exhibirse, ni siquiera mostrarse, sino compartir, es decir, partir el pan con otros, en otros. Maestría enorme en cuerpo pequeño. Honor y respeto a una tradición caribeña y europea, a una mujer de alma tentacular y poderosa, que en Cuba nos habló del sentido de la libertad y su precio.
Piel del alma o el regreso al país natal Coralia Rodríguez y Mimi Barthelemy compartieron la función del 25 de marzo, y comenzaron cantando, cada una por su parte, a dos de las diosas afrocaribeñas, Ercilí y Yemayá. Entonaron himnos sagrados de raíz bantú y yorubá. Fue una invocación que les permitió regresar a la lengua primordial, a la lengua del rito, el de ellas y el de nosotros. Después, tomaron rumbos distintos, y a la vez idénticos. La haitiana primero, la cubana para cerrar. Sucede que las dos nos permitieron hacer con ellas el viaje. Como veíamos en el de Mimi, también el de Coralia fue un regreso a la tierra de la libertad, espacio esencial de la memoria y del alma, mas el destino de la cubana fue idéntico pero el camino otro, retorno a la isla y a la casa materna, aunque ambos símbolos pudieran fundirse en uno solo, es decir, sitio del alma y del espíritu individual, casa de iniciación, templo. No es por azar que las dos historias que centran el espectáculo de la cubana radicada en Suiza fueran tomadas de Lydia Cabrera y Clarisse Píncola Estés, y de sus Cuentos negros de Cuba y Mujeres que corren con lobos: Se cerraron y se abrieron los caminos de la isla y Piel de foca, piel del alma. En el primero, dos jimagüas, almas gemelas, idénticas, que bien podrían ser una, quieren abrir los caminos, sus rutas, rompiendo la fatalidad y el encierro, representados por el Okurri Borokú, y en el otro una mujer-foca atrapada por un hombre solitario retorna “al mundo de abajo”, a sus orígenes, después de haberse dejado cazar (casar) y sufrir por más de siete años la devastación y la muerte que representan el secuestro de su piel y la obligatoria transformación en mujer. En una y otra historia la imposibilidad de moverse, de retornar o de avanzar, provocan la pérdida de la integridad y la salud física y espiritual; de allí que los protagonistas, y por extensión la cuentera, asuman las historia como una especie de ensalmo, de ebbó, donde la palabra libera y conjura, al permitirle no sólo el regreso si no la escucha de las voces, de lo intangible, de lo que no se puede atrapar, pero que es a la vez real y esencial. En ambas historias, además, la solución viene por el camino de los niños - Ooruk, Taewo y Caínde-, es decir, por el de la apelación a la pureza de los inicios, a la capacidad de adaptación y cambio que, sin embargo, no es conservadora sino que entraña la libertad de permanecer y pertenecer. La cubana logra insuflar alma a la letra, al cuerpo narrativo, y comenzamos a sentir en ambas historias los temores y la sensación helada, el ulular del viento que se filtra entre los caminos cerrados o los hielos árticos, sin necesidad de artificios, solo dependiendo de su palabra, que si no hubiera estado respalda, asistida y sostenida por una historia ancestral, sencillamente hubiese sido nada más que “campana que suena o címbalo que retumba”. Una de las preocupaciones más recurrentes en los ámbitos de la Narración oral se mueve alrededor de la construcción del narrador como signo, y para ello se ha postulado desde la utilización de un vestuario negro o blanco, procurando anular el cuerpo para dar paso a la historia, hasta la utilización de abigarrados diseños con marcadas y únicas intenciones decorativas. Uno y otra posición conducen al error. Lo primero que hay que decir es que el cuerpo del cuentero no puede ser borrado, y lo segundo, sería que pautar su aspecto, prediseñarlo con fines únicamente decorativos, es muy probable que conduzca a la emisión de mensajes dobles, desconectados, que producen discursos esquizofrénicos, como se sabe. Los ropajes de Coralia Rodríguez nos hablan de ella misma, de su intención de remarcar y poner en primer plano su cultura, su pertenencia a un país, a una tradición civil y religiosa, y son una prolongación de su piel y de su lengua. Al ser extensión de ambas, garantiza un grado de atención y de penetración tal que permiten al receptor, por un lado, apropiarse inmediatamente de los códigos de identificación y lectura, y por otro, al tener los ojos sobre su segunda piel, el narrador puede alcanzar un estado de vigilia más refinado y cuidadoso, haciéndolo participe de detalles que de otro modo necesitaría desviar su atención con tal de percibirlos o hacerlos concientes. La indumentaria tiene funciones estéticas pero también es un instrumento que permite la conexión entre los públicos y los artistas, al colocarlos en una misma dimensión y lectura, es decir en comunicación, arquetipos inconcientes, que, de no ser así, necesitarían de un discurso explícito que alejaría los sucesos y rompería la estructura del relato oral. Discurso limpio y coherente, ceñido a las palabras y los hechos justos, que no pretende capturar, pero que lo hace, que no se propone reafirmar la supremacía de la cuentera sino la necesidad comunicativa y vivencial de lo narrado, contando para ello con la anuencia y la complicidad de las orejas y los ojos de los que habitábamos por esa ocasión en la “selva oscura”, insistentemente colmada hasta la última fila, demostrando a los incrédulos que para que eso ocurra sólo hace falta un artista en plenitud de forma y una buena historia.
El maestro de música y otros destinos Contar en tándem es una aventura sigilosa y cortante que puede conducir al disfrute pleno de un hecho artístico realizado entre dos o más narradores, en dos o más lenguas, desde varias culturas, pero que también entraña el peligro de que, al fragmentar la emoción, no siempre se detenga el relato en sus pausas naturales, de modo que este se ralentice o se acelere contra natura. Aún sabiéndolo y sufriéndolo, ese era un riesgo que Hassane Kassi Kouyaté debía asumir en la función del 26 de marzo, la última de estas jornadas, si quería alcanzar a la mayor cantidad de espectadores. Su lengua natal es de la familia del bambará, su idioma de adopción es el francés, habla algo de inglés, mas nada de español. Así que vino en su auxilio una muy precisa Coralia Rodríguez, que tradujo no sólo palabras sino que introdujo al burquinabés en los misterios y la armonía de la norma cubana de esa lengua, nuestra. Si el djeli no hubiese sonado inmediatamente cubano, la comunicación hubiese demorado y hubiera llegado cuando ya no hacía falta o encabalgada sobre un nuevo suceso. La traductora, que no tradittora, participó del juego desde la discreción y la mesura, cuidándose de no ocupar el lugar del protagonista, sin robarle sus tiempos y sus palabras. Hay que agradecerle su humildad y discreción. De no ser así no hubiéramos podido disfrutar de un verdadero dueño de la palabra, que soporta sobre sí la herencia de los contadores de historia del Imperio Mandinga, que eran los del héroe Sundhiata Keita y su familia, y además reyes de los djeli, amos de las ceremonias e intermediarios en los conflictos. A pesar de que él posee la Madre de los Cuentos, ya se pueden vislumbrar los destellos que anuncian la Madre de la Palabra pues, cuando narra, todos los ancestros, todos los vivos, todas las energías y potencias de su nación y cultura afloran, se hacen presentes, en una suerte de encarnación de todos los tiempos y lugares, que por obra de su poder, de su logos, se hacen uno. El pasado, el presente y el futuro se tornan eternidad, que debe ser algo así como un no tiempo infinito o como todo el tiempo en uno, sin saltos ni interrupciones, haciendo nacer una sustancia nueva, gloriosa. Este Kouyaté, como los que le antecedieron y los por venir, aprendió su oficio escuchando la voz de su sangre y la sangre de las voces que le rodeaban, fue djeli desde antes de la creación del mundo, oficio para el que se nace, y no se hace, aunque se tomara tiempo para reconocerlo. No existen escuelas de contadores de historia, sólo hay ritos iniciáticos que confirman lo que ya se sabe. Mas eso solamente no explica la efectividad y pulcritud comunicativa de este hombre, que maneja con soltura códigos que, a fuerza de su uso, se han hecho comunes y han logrado dimensionarse de tal modo que son imprescindibles si se quiere uno relacionar con sus contemporáneos. Estudió Teatro en Francia y Canadá; es hijo de Sotigui y de Mamá Kouyaté, ambos actores de prestigio; hermano, primo y sobrino de artistas de renombre; emparentado con los Diabaté; actor de la Compañía de Peter Brook; director de su propia compañía y del Teatro Tarmak; y ha participado en innumerables espectáculos alrededor del mundo, pero que no olvida los códigos y especificidades de su oficio primordial. Esta es la segunda vez que visita La Habana y regresó trayendo un espectáculo alrededor del tema del destino como construcción y responsabilidad personal. Es por eso que repite la historia del hombre enamorado de la estrella, quien no llega a consumar su camino, vencido por el miedo o introduce la del Maestro de música, cuya historia parece recordarnos la idea confuciana, y universal, de que la mejor parte de la vida, lo esencialmente importante y disfrutable, está en el trayecto y no en la consumación de las metas, y que estas están más cerca de lo que imaginamos. Las buenas historias, que en su caso parecen llegar y poseerlo más que ser gobernadas por su razón y voluntad, deben valorarse no sólo como parte de una tradición, palabra que sugiere un tiempo pasado, sino que integrándose a una realidad viva y actuante, que a fuerza de ser única, irrepetible y auténtica, logra comunicarse con nosotros salvando las posibles distancias. Lo esencial humano se descubre a través de los ropajes y los velos de las culturas locales, su universalidad, entonces, depende más de su autoctonía que de la existencia de un supuesto o real código común, inconciente y colectivo, pues si bien este es una “realidad”, hay que buscarlo detrás de las máscaras o de las esencias en las que se encarna en cada grupo humano, de manera única e indivisible. Hassane Kouyaté regresó para reafirmar su principalía, reiterando un discurso limpio y eficaz, desprovisto de saltos y estridencias, apelando únicamente a lo esencial y confiándose no a su saber sino a la complicidad de los otros. Tal como el maestro de música de su historia, el africano es Maestro es porque tiene canas, esta “ciego” – para la vanidad y la mentira- y hace milagros.
A este tiempo llamarán antiguo Este verso del Dante nos recuerda la fragilidad y fugacidad de la vida y de la palabra dicha, que es producida y desparece a un mismo tiempo. Lo novísimo de inmediato se convierte en cosa del pasado, además de que, al remarcar lo finito de lo humano, hace que nos detengamos en la grandeza de lo simple, de lo pasajero, en lo importante de lo pequeño. Los Dueños de la Palabra ya es cosa antigua ya. Al revisar cada uno de los espectáculos de Mayra Navarro, Mimi Barthélémy, Coralia Rodríguez y Hassane Kouyaté, al verlos como conjunto, desde la distancia, observamos que se ha tejido un delicado tapiz, lleno de sentido y resonancias, que nacen de la interrelación de estos cuatro hilos, cada uno de un color, de un grosor, de tan variadas cualidades, pero que finalmente terminaron armando una imagen única, que bien podría ser recordada como un solo acto en cuatro estaciones. La primera de ellas, esa suerte de antología oral de la homenajeada y sus cincuenta años de vida en el cuento y para él, actuó como nodo, centro y espejo. Ella puso la pauta y los otros siguieron sus derroteros, sin habérselo planteado concientemente, claro está. Lo importante, lo realmente importante entonces, fue dar testimonio de vida, narración gozosa del camino. Los visitantes aportaron a este texto común diferentes matices y tonalidades acerca de la búsqueda de la libertad como destino, de la vivencia de ella en el sitio menos esperado, que es el lugar donde se está y se es; lo importante que es la humildad y la voluntad para seguirla; lo precisa que pueden ser, y son, las palabras simples, los hechos sencillos, la potencial nobleza de lo obvio; la esencia transformadora de las acciones concretas y correctas hechas en el momento presente; el poder de convocatoria de lo auténtico y lo verdadero; la posibilidad de conjugación en la Verdad de otras verdades pequeñas y parciales pero que la hacen a ella, sabiendo que todo esto no basta si no hay una sólida definición que sea capaz de convocar y contagiar a otros por su solidez y a la vez, por su plasticidad a la hora de definir y crear lo bello, lo útil y lo virtuoso. ¡Honor y respeto a los Dueños de la Palabra! ¡Honor y respeto a la Palabra! ¡Honor y respeto a las grandes orejas que escucharon, escuchan y escucharán hasta el fin de los tiempos!

martes, 15 de mayo de 2012

Adiós al Premio Brocal

Para Gúdula Loreto y Lourdes, ángeles Veinticinco años después de que fundara La Peña del Brocal, en Santa María del Puerto del Príncipe, “ciudad provinciana y polvorienta, cuyos habitantes parecían acostarse a las nueve de la noche”, según el poeta y monje trapense Thomas Merton, o “suave comarca de pastores y sombreros” - en la bucólica y elegiaca versión de Nicolás Guillén- y habiéndose cumplido veinticuatro años de la instauración de los Premios Brocal - primeros en reconocer el trabajo de los narradores oral-.. Decidí terminar su ciclo otorgándolo por última vez a cinco personalidades de la cuentería: Mayra Navarro, en el año de su cincuentenario como narradora; Ury Rodríguez, por su medio siglo en el oficio y a Hassane Kouyaté, Mimi Barthélémy y Coralia Rodríguez, invitados a Los Dueños de la Palabra (La Habana, Marzo 24 al 26 del 2012), un trío de Maestros. Por extensión, con este premio, se proclamaba la valía y el nivel de un arte que, por entonces, no pasaba de ser una artesanía verbal o un juego de muchachos En otros lugares he contado la historia de aquella peña que quiso ser del Farol, y apoderar del rectángulo que es la Plaza de San Juan de Dios, pero que la obligaron a reconsiderar sus fueros y la desterraron hasta los bordes de un pozo ciego, preciosamente decorado, pero necesitado de encontrar su propia esencia. A la Casa Natal del diamante con alma de beso, Ignacio de las Mercedes Agramonte y Loynaz, fuimos a dar con nuestros magros bártulos, Mariela Pérez-Castro Basulto –poeta-, Luis de la Cruz Posada – jovencísimo músico-, María Magdalena González Atao – actriz -, y yo, que era un poeta sin obra, un narrador sin cuentos y un entusiasta que estaba muy poco lleno del dios del saber y la mesura. Realizamos dos temporadas largas antes de que desapareciera, dejando una huella extraña, porque para algunos fue uno de los sucesos más significativos de la cultura local en esos años, pero, para mi, su marca se reduce a ser el testimonio de una época de aprendizajes, de la que no salí muy bien parada ni plantado. En ese brocal contaron desde Francisco Garzón, Haydee Arteaga, Menchy Núñez, la Navarro, José Raúl García, Simón Casanova, Manolo Martínez, y hasta cuanto valía y brillaba en la entonces conocida como Narración oral escénica - sintagma vacío y engañoso- que, sin embargo, removió los cimientos de la cultura cubana e introdujo los primeros elementos para crear, no sólo un movimiento de narradores orales de nuevo tipo, sino una manera otra de entender lo oral, propiciando - contra la voluntad de su principal impulsor- que podamos hoy contradecirla y superarla, pero no ignorarla, porque significaría negar nuestro pasado. Garzón, en justicia, fue la primera persona en ostentar tal distinción. Si algo nos hace sentir placer, y por qué negarlo, hasta cierto orgullo, insano a pesar de que lo edulcoremos, es haber convocado a importantes personalidades de todas las artes, cuando alguna de ellas ya lo eran desde antes, pero también a otras que tuvieron que esperar al paso del tiempo y a otros vientos para ser reconocidas: Luis Carbonell, Linda Mirabal, Thelvia Marín, Margot de Armas, Antonio Orlando Rodríguez, Senel Paz, Sergio Aldricaín, Froilán Escobar, Guillermo Vidal, Bertha Caluff, Arístides Vega, Heriberto Hernández Medina, Miguel Escalona, Grupo Fervet Opus, Nazario Salazar, Joel Jovert, Papito García Grasa, Filo Torres, Candita Batista, Alejandro Zayas Bazán, Augusto Blanca … y un grupo de mis amigos que hoy están considerados entre los intelectuales más solventes de este país, todos ellos poetas: Rafael Almaza, Roberto Manzano y Jesús David Curbelo. La peña dio voz a la Narración oral, abrió puertas a los artistas y sus públicos, además de dar a conocer, entre cuento y cuento, en una época que ni ediciones territoriales existían, a un conjunto de poetas que después serían reconocidos en antologías, ensayos y saraos, pero que entonces no pasaban de ser “unos muchachos estrafalarios y ruidosos que decían versitos sin mucho sentido”, según la preceptiva y la moral imperante. Todo tiene su sentido y su momento, “su borde estrecho, su medida”, como bien dice Mirtha Aguirre, poetisa de versos finos, olvidada y sufriente bajo el peso de una obra ensayística colosal pero poco revisitada. Desde hace muchos años debería de haber dejado de otorgar el Premio, porque ya la peña no funciona tal cual desde 1989, al menos en su lugar de fundación. Una temporada lo dí con los auspicios del Museo Nacional de Bellas Artes y del promotor cultural Luis Piedra, porque hacíamos la peña allí, aunque no fuera lo mismo y no tuviéramos brocal. Otras veces, fue el reconocimiento que otorgaba la Bienal Internacional de Oralidad de Santiago de Cuba, que yo fundara junto a Fátima Patterson durante, el ya lejano, septiembre de 1987. En la actualidad ella sigue gerenciando el evento sin mi compañía, aunque el proyecto original y la realización de las dos primeras versiones fueron míos. Cosas de cuento y de cuenteros. Ahora ya el Premio ha pasado a vivir en ese estado de gracia que es la memoria y el mito, pero que, en este caso, no encuentra rito apropiado para su encarnación, así que lo mejor será dejarlo donde está, y no molestarlo. Paremos, pues los premios ya no son lo que fueron, y se han tornado un modo de contar la historia, olvidando las buenas maneras. No es este un gesto de protesta o de rebeldía; no se mal interprete. Es, sin otro sentido o trasfondo, el reconocimiento de la brevedad y la fugacidad como valor, la expresión de la profunda certeza de que es necesario que la semilla caiga en tierra y muera para poder dar frutos en sazón.

domingo, 13 de mayo de 2012

Las tres historias

Hassane Kassi Kouyaté, el djeli burquinabés que estuvo en Cuba recientemente, nació en 1963, mide 182 centímetros de estatura, y cuenta historias, claro está. Yo, salvando distancias, coincido con él, al menos, en esos tres accidentes. Basándome en ellos, podría afirmar que pertenecemos a una misma estirpe y cualidad; podría, pero soy un hombre de neuronas funcionantes y sentido común, y no me permitiré tal disparate. El africano es un Maestro, yo, un aprendiz. Y he ahí una diferencia sustancial, Kouyaté tiene canas; es ciego, pues no tiene ojos para la vanidad, y hace milagros con su palabra; cualidades que deben tener los sabios, según aprendimos en su cuento El Maestro de música. Es de esa sabiduría ancestral y cósmica de la que me valdré para desarrollar el tema que me ocupa y perturba en estos instantes. Aclaro, que no me hace perder el sueño, aunque debiera. Se trata sobre la “verdad histórica” o sobre las verdades, las tres verdades o las tres historias y la Historia. Denme tiempo y les será develado el misterio de este juego de palabras. Si algunos sectores de la Narración oral en Cuba insisten en “contar su relato” confundiéndolo con la Historia, si manejamos los hechos, las fechas, los contenidos y las razones, a conveniencia, con absoluta irresponsabilidad, más que legar un conjunto de saberes y valores - rectos, bellos, útiles-, estaremos deformando el contenido de la Palabra, que es la sustancia del arte del cuentero. Terminaremos, entonces, lanzando un boomerang que en cualquier momento, podría regresar para desfigurarnos el rostro, es decir, para desdibujar el oficio del cuentero dentro del imaginario social. Desde fuera, y desde dentro, algunos, sin razones aparentes, pero con necesidades espurias, no apegados a verdades documentables, vienen deformando, la trayectoria, los idearios, las concepciones y las prácticas de una obra colectiva que ha colocado a los Narradores orales en los espacios de legitimación de la cultura nacional, aún cuando falten muchas cosas por hacer y ganar. Hay que reconocer, con humildad y generosidad, a los ancestros, que por ser Cuba una nación joven, están tan cerca como para que no se justifique la desmemoria. La palabra cubana – en sus expresiones de cubanía y cubanidad- viene de una raíz multicultural, deudora de fuentes variopintas, que por lo tanto tiene múltiples portadores pasivos y activos, que se conserva, y llega hasta nosotros, por el camino del pensamiento nacionalista e independentista del siglo XIX, o por el de los estudios folclóricos del XX, la Etnología, la Antropología, la Sociología, la Filología, o gracias al verbo del hombre común. En el caso de la Narración oral, que es únicamente un rostro entre los posibles, hay que comenzar por atender y estudiar a sus fuentes vivas, a sus recolectores, hasta llegar a los artistas orales como Eusebia Cosme o Luis Carbonell, que llevó hasta cotos de altísima nivel y elaboración el arte de decir y de narrar, pasando por los introductores de la tecnología de La Hora del Cuento, primera en la historia de occidente en el arte de contar, o la labor fundacional de los protagonistas del renacimiento del cuento narrado de viva voz, que privilegiaban los fines artísticos, que están entre Haydee Arteaga y Francisco Garzón y sus discípulos, aunque muchos de ellos hayamos optado por la más sana y fructífera de las maneras de seguir a un precursor, que es tomar un camino propio. Mención especialísima merece Mayra Navarro, cuyos cincuenta años junto al relato oral estamos celebrando, y que es un puente entre María Teresa Freyre de Andrade, Eliseo Diego, María del Carmen Garcini, la Narración Oral Escénica y las practicas contemporáneas del arte de narrar. Ella ha desarrollado una ingente labor pedagógica y artística, a través de talleres, foros y festivales, que comenzaron adscriptos a la Cátedra Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE), allá por los años 90, en el Gran Teatro de La Habana, y que desembocaron en el Festival Primavera de Cuentos, a partir de 2006. La Peña de los Juglares fundada por Teresita Fernández en 1975, que alcanza su “definición mejor” con Garzón Céspedes, es la madre de todas las peñas de cuentos, entre ellas La Peña del Brocal, fundada en marzo de 1987. El Premio Brocal, entregado por primera vez en 1988 inauguró los reconocimientos a los narradores orales cuando aún no existían los Premios Cuentería, Chamán, Juglar o Contarte. La Bienal Internacional de Oralidad, nacida a partir de 1987, y vigente hasta hoy, es el parte aguas que encabeza en este país los proyectos independientes de la CIINOE e introduce nuevos espacios alejados de lo oral escénico y su creador. Después vinieron Contarte y este a su vez estimuló la apertura de otros en varias provincias, así como la fundación de la Sección de Narración oral de la UNEAC, en 2001, que inicia el camino a la profesionalización de los artistas orales y su reconocimiento… Sólo he colocado algunos hechos y acciones; la lista podría ser más prolija y no pretendo escribir, de una sentada, la historia de la Narración oral contemporánea en Cuba, porque nada más me anima avisar que el fantasma de la manipulación, la tergiversación y la mentira rondan sus predios; y recomendar a los cuenteros que hay que ser cuidosos y veraces, y saber que, como dice Hassane Kouyaté, hay tres verdades: la de uno, la del otro y la Verdad – con mayúscula-, y que entre ellas no deberían existir contradicciones ni encontronazos, si realmente fueran rectas y justas. Tengamos cuidado, mucho, pues cuando la palabra sale de nuestra boca o cuando la escribimos y publicamos, esta nunca más regresa. Donde dije digo, no es Diego. ¡Santa Palabra!…es decir, libre y responsable.