lunes, 13 de octubre de 2008

Nada que decir


Para J.A.S.

El abismo, la agonía del autor delante de la página en blanco. El alarido del abandonado frente al alfabeto. Nadie, nadie puede imaginar realmente que esas cosas existan, pues son apenas una movida más de la ficción, un argumento que se esgrime, una espada que el mismo autor se coloca sobre la cabeza y clama, y grita, y farfulla, y se retuerce sobre sus propias vísceras, implora, de modo que pueda reclamar una atención, que en buena lid no alcanzaría a tener si persistiese en usar sus estrategias cotidianas, que a fuerza de repetirlas comienzan a ser develadas, descubiertas, atesoradas o reinventadas por otros mañosos que pueden adelantársele y golpear doble, de modo que el “maestro”, por pereza, podría aparecer como “epígono” o quedarse sin lector.

Los escritores solemos escribir variaciones a un mismo y único tema, que ciertamente son dos – Eros y Thanatos-, y además nos gusta venderlas como siempre nuevas, o que la gente las crea súbitas o que finjan la sorpresa, aunque también nos agrada no ser descubiertos de inmediato, a la primera, porque si bien las mañas están ahí para ser sorteadas, creemos firmemente que hay que agregarles ciertas dificultades o en otros casos dejar evidencias manipuladas que confundan y fundan, desorienten, pero sin que se pierda la posibilidad de que la serpiente termine mordiéndose la cola, pues de lo contrario la pobrecita no llegaría a ser nunca un bicho verdadero, es decir, si el lector no llega a serlo o si la lectura no llega a consumarse, la maña deja de existir con todo el andamiaje, es más, si el texto implosiona por incapacidad del autor o hastío del lector, el recurso explota con él, por lo tanto, hay que guardar la parte tanto como al todo.

La maña es tal a partir del momento en que es reconocida, por lo tanto la angustia del escribano que no tiene nada que decir es una de ellas, de las más socorridas, tal vez, la más tramposa, aún cuando sea presentada en sentido lúdico. El autor, el buen jugador de asares, impulsa al lector hasta un espacio suyo, el desamparo, y una vez lograda esta ubicación, lo desarma, lo descoloca, y le reclama entonces muestras de piedad, de cierta veneración, y cuando esto ha logrado, se saca de la manga una carta última, marcada claro está, y lo obliga a aceptar la convención y el estallido de lucidez, porque finalmente estará estableciendo un discurso que tiene que ver directamente con la mayéutica, es decir con el arte de sacar de y desde si mismo y se supone que esto hay que agradecerlo irremediablemente. El autor merece la piedad y el lector nunca aceptará que es un mal nacido, así que se conduele y hace apuestas de grueso calibre a su favor. Cae en la trampa.

Pero… ante la inmensidad el autor se reconoce pequeño, y sabe que esta pequeñez es su victoria. El blanco no perdonaría el intento de aumentar un color al espectro. Siete ramas del árbol cósmico. Siete planetas. Siete cielos. Siete notas musicales. Siete días de semanas. Infinitamente siete. Si en el lugar del siete apareciese un ocho se rompería el equilibrio entre la tierra (el cuatro) y el cielo (el tres), es decir, sería imposible la totalidad, aparecería entonces la monstruosa visión de una tierra multiplicada, más bien duplicada, de una doble tierra (4+4), cuando el propósito de todo hombre de letras no es otro que la búsqueda de la armonía, de la composición perfecta de un territorio que contenga en sí mismo todos los ingredientes del equilibrio y de la verdad, que es a fin de cuentas el resultado del cálculo o de la suma de lo inconocible y de lo poseíble, de lo pasado y lo futuro, engendrador de un presente continuo que sólo tendrá basamento si se muestra cumpliendo todas las reglas de la proporción y de la perspectiva, es decir, las normas que garantizan que la ficción sea un mundo y no la representación de él.

Luego entonces el pánico ante el blanco es una farsa, o en el mejor de los casos el recurso que denota la existencia de un pánico absurdo ante el silencio. Renuncio a la maña. No temo a la página en blanco. Confieso que hoy no tengo nada que decir.
Octavio Paz decía “para hablar aprende a callar”, sin embargo uno no cierra nunca la boca, es más se cree obligado de oficio a tener que opinar sobre todo y todos, y cuando no tiene nada que parlotear estructura un discurso sobre el silencio, o sobre la nada o sobre el pánico al vacío, que no es más que la representación del silencio. ¿No será acaso que uno habla para acallar los alaridos del silencio que proclaman una verdad tan evidente como que uno no tiene muchas veces nada de que hablar o de que en realidad las únicas palabras posibles hablan de que uno se ha quedado sin argumentos, sin palabras?

La mudez. Deberíamos escribir un tratado sobre la mudez. ¿Mejor no sería callar antes de hacer elogio a la soberbia?

Todo lo anterior es pura guerra, batalla campal frente al dolor de un amigo que no puedo remediar, es más, ese es un dolor que no puedo repetir sin que me duela. El me regaló un poema originalmente escrito en gallego, Larga noche de piedra, y a un poeta, Celso Emilio Ferreiro. Más ahora me he quedado mudo frente al texto, quiero devolver su gesto y nada viene a mi cabeza sino esa sensación de ahogo que produce la cruz, ese salir del aire que poco a poco lo va llenando todo, pero que nos va dejando vacíos, muertos para las palabras. No hay quien resista la cruz. Es un imposible. Hay que saltar fuera del dolor, pero con él, saltar del otro lado, sin abandonarlo. El dolor es la puerta. Bienvenido el silencioso dolor.

Mejor callo.

Larga noche de piedra*

En medio del camino tenía una piedra
Tenía una piedra en medio del camino
Tenía una piedra
En medio del camino tenía una piedra.
Carlos Drummond de Andrade

El techo es de piedra.
De piedra son los muros
y las tinieblas.
De piedra el suelo
y las rejas.
Las puertas,
las cadenas,
el aire,
las ventanas,
las miradas,
son de piedra.
Los corazones de los hombres
que a lo lejos acechan
hechos están
también
de piedra.
Y yo, muriéndome
en esta larga noche
de piedra.
* Tomado del libro Larga noche de piedra, Rinoceronte Editora S.L., Galicia, 2007. Traducción de Penélope Pedreira y Moisés Barcia.

lunes, 25 de agosto de 2008

Palabras del mulo


Penetrar jubilosos en el bosque de letras, atravesar abismos, vadear torrentes, entrar hasta el corazón del libro. Tarea caballeresca, casi medieval. Tortuosa. Muchos imaginan o pretenden asegurar que ese es el camino que hacemos para encontrar los significados, los sentidos, las resonancias profundas de un texto, que a su vez puede ser objeto o sujeto, que debiera ser las dos cosas, pues está llamado a decir, a expresar, a comprometerse, a calcar o a presentar una realidad otra o a ser puerta que se abre a un universo increado o heraldo de posibilidades infinitas y que tiene además un cuerpo físico. En fin, leemos para develar secretos, únicamente para ello. Esa es una visión mágica que emparienta al libro o al texto con el lugar santísimo del Templo de Jerusalén: reservado nada más que para la divinidad – en el libro para los mensajes- , en el que sólo entran unos pocos escogidos y en contadas ocasiones – los que saben leer o los que pueden -, y en el que se almacenan unos pocos objetos –saberes- , es decir, allí encontraremos al arca y los dos querubines, dentro del cofre las tablas de la ley mosaica, la vara de Aarón y una muestra del maná con el que Yahvéh alimentó a su pueblo en el desierto, y nada más, en el libro claves, signos, símbolos, jeroglíficos que esperan ser develados rectamente, que esperan a que se rompan todos los velos que lo separan de la luz cotidiana para mostrar sus verdades. Para colmo de coincidencias el sitio está forrado de maderas de acacia y el texto descansa sobre papel, nacido de pulpas de madera.
Yo leo para escuchar una voz, para encontrar la Voz. Para nada más. Si acaso esa voz tiene algo que decirme, algo que mostrarme, es apenas una ganancia secundaria, que por su puesto agradezco, pero que si únicamente la escucho, la ciento, la presiento, me doy por satisfecho. Ese sonido puede ser el del autor – conocido o imaginado-, el del narrador o del sujeto lírico, el de los personajes, o mi propia voz, depende la circunstancia. Mucha gente al leer escucha su voz y nada más, y es que la ganancia de la lectura silenciosa es relativamente reciente, más nacida a partir de la imprenta que del libro copiado a mano. Es famoso el fragmento de las Confesiones en la que San Agustín, el africano, narra que se impresionó al ver a San Ambrosio leer sin mover los labios, sin emitir sonido, luego entonces no era esa la norma vigente, ni siquiera entre la gente más culta, y el futuro Obispo de Hipona lo era. La lectura era un acto sonoro y colectivo. El alfabeto, la escritura, en un principio, fueron apenas un recurso mnemotécnico, una tecnología para recordar y no un sistema productor de sentidos, un lenguaje que mucho después, quizás a finales del siglo XIX, es que se independiza.
Ustedes seguramente tendrán referencias sobre la costumbre monacal de la lectio divina, el oficio de las horas o la lectura en el refectorio o comedor común de los monjes donde uno de ellos leía mientras los otros comían o sobre los lectores de tabaquería tan cercanos a nuestras realidad y vigentes hasta hoy que convertían, y aun lo hacen, a la lectura en un acto colectivo donde las palabras pronunciadas a viva voz, son dichas para ser escuchadas primero que interpretadas.
Yo leo para sentir la música de las palabras.
Mucho antes de conocer todos los poemas de José Lezama Lima escuché su voz. Era una época difícil en la que nuestro poeta no era publicado y poco estudiado, apenas mencionado y si muchas veces ignorado o difamado. Recuerdo al jovencísimo Nelson Simón contarme espantado que una profesora universitaria en su natal Pinar del Río, que ofrecía un panorama de la literatura cubana, al ser interrogada por él sobre ese autor se limitó a decir que era un poeta, sin importancia, que además había muerto en Miami. Poco importa morir en la Florida, tierra que recibió los despojos del padre Feliz Varela, el que nos enseño en pensar, antes de descansar en el nicho de la Universidad de La Habana, y en la que reposan otros miles de cubanos buenos que también hicieron al país, como fueron los cientos de tabaqueros que confiaron en Martí para hacer la guerra necesaria. Lo realmente terrible y empobrecedor del actuar de aquella señora y de otros muchos, quizás demasiados, era que al ningunear al poeta mutilaban el cuerpo literario de la patria, ignoraban a una de sus voces más altas, una de esas sin las cuales Cuba, al menos la del espíritu, no tendría el mismo rostro.
Mi generación no alcanzó a leer la edición de 1970 de la Obra Poética Completa de Lezama que editara Letras Cubanas pues era prácticamente una rareza bibliográfica a consultar en bibliotecas, cuando no la tenían en una de aquellas famosas habitaciones sin acceso que bien existieron. Yo comencé a leer poesía alrededor de 1975, y por esa época eran pocos los que podían encontrarla, incluso fue difícil leer lo publicado después como Fragmentos a su imán y Oppiano Licario (novela). Sin embargo, en las salas de música de las bibliotecas o en algunos lugares donde se vendían discos se podía encontrar la placa negra que en 1978 editara la Casa de las Américas.
En la sala de música de la biblioteca Julio Antonio Mella de Camagüey pude escuchar primero y leer después a Lezama, así que cuando llegué a sus versos ya todos me sonaban con el inconfundible ritmo de su hablar asmático, ligeramente nasal y ciertamente baritonal, como seguramente él mismo calificaría su voz. Como él dejaba los finales de los versos abiertos, para tomar aire entre ahogo y ahogo, muchos de mis contemporáneos aún hoy leen con la cadencia lezamiana resultante, dando a sus poemas un tono impostado y falso que el poeta de Trocadero nunca tuvo, pues en él era más resultado de una necesidad fisiológica que de la búsqueda de una musicalidad particular.
Sigue siendo hasta hoy una de las experiencias más intensas y enriquecedoras escucharlo, saber que pensaba él de sus versos, que de las décimas y de Paradiso, su poema novelado, piedra de fundación y de escándalo aún, imaginarlo en la conversación cotidiana como si pueden recordarlo sus amigos y conocidos, o sentir el sonido de las conferencias que dictara en el año 1966 en el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, tan llenas de picardía, erudición y sentido pedagógico.
Celebremos hoy los treinta años de la edición del volumen dedicado a Lezama en Colección Palabras de esta América de la Casa de las Américas, una de las obras monumentales que marcó a mi generación y a todas, y que bien bastaría para justificar la existencia de cualquier institución cultural sino fuera porque la Casa ha seguido multiplicando todas las voces, e incluso dado voz a quien no la tenía.
El disco fue grabado en 1974, dos años antes de que muriera el poeta, justo a tiempo para legar la Voz, su voz, libre de la necesidad de la escritura, poderosa, viva en el tiempo y la eternidad.

lunes, 7 de julio de 2008

A la vez útil, fútil e instructor





Hace pocos días Coralia Rodríguez, actriz y narradora oral cubana, me confirmó que Hassane Kouyaté, griot de Burkina Faso y actor de la Compañía de Peter Brook, participaría en una compilación de textos sobre Oralidad y Narración oral contemporánea que estoy preparando, pero me recordaba que él era un hombre de la palabra viva y no de la escritura, entonces proponía que le enviara un cuestionario, él lo respondería, y que yo publicara la entrevista, como suelen ser publicadas ellas, es decir, firmadas por el entrevistador e incluyendo sus preguntas y comentarios. Estuve de acuerdo.

Hice el cuestionario, Coralia lo tradujo al francés, Hassane contestó de inmediato, ella tradujo al español, y llegó a mis manos. Era un discurso de una coherencia sorprendente, así que le quité mis preguntas, bajé o subí algún párrafo, alguna frase, introduje un elemento de enlace más o menos y el resultado es un sorprendente documento que está a medio camino entre la conversación, la teoría y el poema. No vale la pena que siga dando detalles anecdóticos. Dejaré que Hassane Kouyaté hable.


En mi tierra se dice que el silencio es el jardín de la palabra, es el momento que se deja para que la imaginación del auditorio tome su libertad, sueñe, por lo tanto, es también otro punto de comunión entre el narrador y sus escuchas. El narrador utiliza igualmente el silencio para escuchar al auditorio y de esta manera saber cuál es el camino a tomar, en qué dirección debe viajar su palabra y con qué energía servirla para que sea un plato degustable. Al mismo tiempo, el silencio es un lugar de reflexión y de respiración para el narrador. Existe un proverbio africano que dice: “Si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, es preferible que te calles”. Si tus pies te comprometen puedes retirarlos a tiempo, si tus manos te comprometen puedes también retirarlas a tiempo, pero cuando el compromiso sale de tu boca, es muy difícil volver atrás, porque la palabra, una vez dicha, no puede volver a ser tragada jamás. Por eso decimos que si bien es bueno saber hablar, saber callarse de vez en cuando no es cosa mala tampoco.

La lengua no tiene hueso, pero es capaz de romper muchos huesos, una flecha lanzada por la lengua puede matar, incluso a distancia. Así pensamos en mi país. Con la palabra podemos construir o destruir, cada quién escoge el uso que quiere darle, el griot prefiere la palabra que construye y desecha la que destruye. Por eso cuenta la historia de los pueblos, instruye y cura con sus cuentos, proverbios, cantos y adivinanzas.

La palabra es la esencia de la vida, un factor muy importante en cada lugar, por pequeño que sea, entre los humanos, es el pedestal de la cultura de los pueblos, es el vector para alimentar el alma, la mente y el cuerpo; es por eso que su mala utilización puede provocar grandes daños. En mi caso, poseo “la Madre de los Cuentos” porque tengo la tarea de contar e iniciar a los demás en el arte de contar, sin embargo no poseo “la Madre de la Palabra” porque la palabra es el universo, el universo es lo más grande y yo soy demasiado pequeño para poseer su madre. Puede que llegue el día en que la merezca, ese día ya no tendré necesidad de hablar. Solamente entonces poseeré “la Madre de la Palabra.”

La transmisión oral se realiza de padres a hijos y de madres a hijas. Es un aprendizaje por osmosis, nacimos, crecemos y morimos dentro de ese universo. En nuestra familia este proceso comenzó en 1235 cuando se creó el IMPERIO MANDINGA. Nuestro ancestro griot fue el emperador SOUNDJATA KEITA.

Es necesario hablar, contar, para que la palabra que ha sido entregada con respeto y amor se inculque en aquel que la ha recibido, para que no muera la palabra contada , para que pueda ser transmitida, para que trascienda el tiempo y el espacio. Por eso hay que confiársela a los niños.

Los Kouyaté siguen siendo reyes de griots, pero también griots de reyes, mi familia continúa preservando y perpetuando la tradición y la cultura de los pueblos.

La columna vertebral de esta enseñanza es la palabra, el cuento. Los cuentos son historias de ayer, contadas hoy, destinadas a mañana.

Mi pueblo acostumbra a contar y a escuchar en un espacio llamado “Caracol”, que es un lugar de comunión donde se juntan todas las generaciones, todos los géneros y todas las categorías sociales, es un lugar para despertar la conciencia, para instruirse y para distraerse. En la vida cotidiana es totalmente diferente, en las actividades de todos los días hay divisiones de clases sociales, de género y de edades.

Para mí las historias son como individuos, ellas escogen hacer el camino junto a mí, o no hacerlo. El camino puede ser más o menos largo; en efecto, cada historia tiene una estructura, una personalidad, y esa personalidad se mezcla con la del cuentero para ir juntos al encuentro del público. A veces, es como una cita a la que uno de los dos no asiste, otras veces, cuando los dos están presentes, todo funciona bien. Las razones para que funcione o no son múltiples: puede ocurrir que el narrador no esté en forma, que no perciba como se debe su auditorio, también puede ocurrir que el auditorio no se encuentre bien dispuesto para recibir al narrador, que las condiciones de escucha no sean favorables, o que el cuento escogido se ponga “caprichoso” y no salga bien ese día, en este caso yo digo que el cuento no escogió ese día para salir a pasear.

Nosotros evolucionamos junto con los cuentos que contamos, pero no evolucionamos de la misma manera, es por eso que nuestros caminos pueden llegar a separarse.

Para mí la narración de cuentos es la madre del espectáculo vivo, incluso hacemos teatro para contar algo. En el cuento cabe poner de todo (cuento y música, cuento y danza, cuento e interpretación teatral…) pero sin embargo, no podemos poner el cuento en todo.

En mi tierra se dice que mil y una personas podrán decir que la mentira es verdad, pero la mentira será siempre mentira. Mil y una personas podrán decir que la verdad es mentira, pero la verdad será siempre verdad. Mis cuentos no tienen la intención de establecer la veracidad o la falsedad de estas palabras, pero para los pequeños que juegan en el claro de luna, son relatos fantásticos; para las tejedoras de algodón en las largas noches de la estación más fría, son pasatiempos exquisitos; para los adultos son una verdadera revelación.


Cuento… cuento… cuento… eres a la vez útil, fútil, e instructor. Cada quien te escucha desde su propia verdad, porque, a saber, tres son las verdades: mi verdad, tu verdad y LA VERDAD.

Todavía no he conocido a nadie que posea LA VERDAD.

martes, 24 de junio de 2008

Declaración del derecho de la Ciudad a escuchar cuentos (Tercera versión)


La Ciudad nació en la Palabra, viva y sonora, como las historias que brotan de la mesa, los patios, las reuniones.
Por eso habrán de escucharse.


Por eso proclamamos:



1. La Ciudad es hermosa como los cuentos y gusta que nos encontremos reinventándolos.
2. La Ciudad amanece en el fuego, cuento para guardarse en la memoria y ser dicho cuantas veces ella salte.
3. La Ciudad ama al cuento que muere y resucita detrás de cada Había una vez…
4. La Ciudad en la voz del cuento descubre al Silencio.
5. La Ciudad al ser contada marca el aire, casa de misterios.
6. La Ciudad sabe que al narrar se desnuda la Palabra, se traduce en sangre.
7. La Ciudad encarna en los cuentos porque las palabras escritas se trasmutan en palabras dichas, las habladas en palabras vivas y las vacías en palabras llenas de sentido.
8. La Cuidad hace sonar con un mismo son al Silencio, la Palabra y la Voz.
9. La Ciudad no distingue a ser humano alguno por encima de otro, porque reconoce en todos a la Vida, cuento de los cuentos.
10. La Ciudad conversa a través de la Poesía.
11. La Ciudad multiplica las voces.
12. La Ciudad comparte la mirada, que es noble.
13. La Ciudad, por la inventiva del Amor, vence al miedo, a la soledad y a la cobardía.
14. La Ciudad siente pena por los mentirosos, su palabra es cántaro roto.
15. La Ciudad levanta la Verdad, que es su destino.
16. La Ciudad tiene nostalgia del paraíso, que primero deberá ser contado.
17. La Ciudad agradece el amor recíproco, donde brota la mejor narración.
18. La Ciudad será para siempre la Casa del Narrador de historias, él la cuidará.
19. La Ciudad es hermana del que cuenta, son uno, así, contar es fundar ciudades.


De este modo hacemos público que:

El Universo es una Ciudad
que tiene derecho a los cuentos,
luego entonces
nadie podrá arrebatárselos.
Quien lo haga
perderá la alegría.

martes, 3 de junio de 2008

El quetzal de la nada


Las islas, con la “maldición del agua” rodeándolas por todas partes, condenadas a prisión perpetua, si quieren viajar ascienden. La ascensión, también vista con su componente de fuga hacia lo alto, es la marca de identidad del poeta y la poesía insulares, de la gente de las ínsulas. De cierto lo sabemos, en este país nuestro se repite una y otra vez la obsesión del viaje. Hemos llegado hasta elaborar un imaginario viajero de tal magnitud que incluye la posibilidad que la isla sea levantada en peso, que la isla sea arrancada desde sus cimientos o que sea arrastrada a golpe de remo por una multitud que nos incluye a todos, es decir, hemos inventado formas colectivas de viaje, de escape o de ascensión. Concebimos el destino, que es la verdadera esencia del viaje, como asunto colectivo.

Fíjense ustedes que las formas de viaje o de enajenación individual e individualista aquí siempre han sido condenadas y no únicamente por las leyes, sino por las gentes, es un asunto casi de “derecho natural”. El alcohol y la marihuana u otras drogas psicotrópicas, el viaje al centro de la conciencia individual en solitario, liberadora de la barrera cortical, no han sido nunca aceptadas, bien vistas dirían en mi casa, a nivel social. Sin embargo el alcohol, y hasta las drogas, si forman parte de la fiesta, de la celebración colectiva, si son provocadoras del viaje, de la “ascensión” en masa, comienzan a ser toleradas cuando no aceptadas. La posesión, el trance, con su carga de ascensión, de entrada en una dimensión distinta, en este caso la de los muertos o de los dioses, que se da en el espiritismo o en la santería o en otras religiones sincréticas sólo tienen sentido si el “caballo” o el poseso hacen que el “santo” o el muerto se comuniquen con los presentes, les digan cosas, les permitan tener una anticipación del viaje.

Estas formas del viaje son apenas la cáscara, la apariencia, o mejor lo más visible. Para el hombre insular el viaje adquiere otros rostros: la resistencia, por ejemplo, que es ascensión, pero una ascensión que anula el sentido físico de lo de arriba y lo de abajo. Resistir es ascender hasta el núcleo de la nación, del grupo, del clan, de la familia, muchas veces mixturado, confundido todo esto. Para el isleño humanidad, patria, tierra, isla, familia son la misma cosa. Martí al centro. Cuando José Lezama Lima en Paradiso cuenta la historia de un hombre, José Cemí, y su familia, está contando también los avatares de un país que tiene rostro, habanero por cierto, donde el paseo del Prado parece más la rampa de lanzamiento de un país hacia lo alto que el lugar donde se mueve un paseante específico.

Resistir es ascender, ¿pero hacía dónde?, ¿para qué? Son preguntas duras, tenaces, que se nos aparecen a cada momento y que finalmente no acabamos nunca de bien formular o de responder, o sencillamente cada uno, cada generación, cada grupo tiene sus propias formas de vuelo. Dije vuelo e introduje un término ambiguo, que es una de las maneras de ser asertivos que tenemos los isleños.

Dos islas, dos. Una sustancia verdadera. Puerto Rico y Cuba, para Lola Rodríguez de Tió, pájaro. Alas de pájaro. Único. Por lo que se infiere, entonces, que la reiteración del ave, el vuelo, el viaje, la subida, la resistencia, en sus poesías y poetas serían, son, una constante, el centro gravitacional de sus maneras, que, a pesar de las cercanías, las comuniones y los apareamientos, nunca llega a concretarse en destino común. El proyecto martiano-hostosiano, tantas veces pospuesto y ciertamente inconcluso, viene a ser la carta de navegación de un viaje que se prolonga, se ensancha, permanece en lo invisible, en el misterio, en la almendra. Develarlos, develarla, es entrar al reino de las esencias, de lo posible, al núcleo de las resonancias.

Unos pocos nombres esenciales bastarían para concretar el proyecto de mirarnos, más no podemos. Es noche oscura. ¿Del alma? Es noche y basta. Noche (o nube) del no saber, que sin embargo alcanza, a trancos, por momentos, los tonos de una luz vuelta sobre si misma, concreta. Luz poseída.

Como ocurren los sucesos importantes, los esenciales, los que logran quebrar al corazón de piedra, tornándolo carne resucitada, un día llegó hasta mí sin avisar la lujosa edición de 2005 del Canto de la locura de Francisco Matos Paoli (Terranova Editores) preparada por el poeta franciscano Ángel Darío Carrero Morales – las notas críticas también son suyas- y que contiene además el ensayo El vuelo del quetzal: el Canto de la locura de Francisco Matos Paoli de Mercedes López Baralt y la Bibliografía completa… del poeta preparada por Isabel Freire de Matos.

Esa edición engolosina no más verla. Libro de gran formato, de tapas duras, sobrecubierta en la que se reproduce un fragmento del óleo de Rafael Trelles El quetzal de la nada, completo en la página 4 y de soberbia factura, otras xilografías y dibujos, una iconografía del bardo y las caligrafías de Antonio Martorell con versos del poeta. Impresión y edición que con el texto componen una obra barroca, pero más en el sentido musical que escriturario, pues todos los elementos parecen ser variaciones, en contrapunto, sobre el tema que sería el poema en si. Más que intento de guiar, que es también de alguna manera domesticar, al lector o convertirse en una especie de pentagrama otro que condiciona y ajusta las lecturas, el libro, su forma, intenta reflejar el contenido, pero no a la manera de los espejos que siempre terminan deformando la imagen o fabricando otra realidad, sino dejándose poseer por las esencias del poema, enmudeciendo para que sea él quien hable.

Aventurémonos en una lectura del texto, tratando de dialogar con él más que desentrañarlo, pues esa es una labor inútil y por demás estéril. Hagamos como los editores: ser el bajo de la polifonía barroca, rastreando los elementos de la poesía de las ínsulas que se encuentran en el texto de Matos Paoli, descubramos sus tonos y sus claves y cantemos, pues a fin de cuentas el poema está hecho para la voz, para ser entonado más que para danzar en los ojos. El poema es un asunto de boca a oreja. Ya lo hemos insinuado o dicho, si no entendemos que este es un discurso que pide la voz y la representación, la situación coral, más que abrir sus puertas estaríamos entrejuntándolas.

Este es un poema dramático de raíz griega clásica, habla el poeta porque en su voz se encuentra el coro, es el coro y el solista a un mismo tiempo, demos total, pero no por elección sino por designio. El autor está tan sorprendido que grita en la primera sección:

Yo. ¿Por qué yo?
Aún la conciencia vacila en el remordimiento.
Tiene delante las aristas fugases, las venas,
la música primaveral,
el confundido siervo que pelea
entre el río y el mar, absorto.

¿Qué busco ahora mismo,
en el instante atleta y fuera de mi mismo,
en la premonición segada,
en la oclusión del mundo que me incita?

Tal vez Dios me liberte
del arcoirisado tedio,
de las nubes que pasan henchidas de armonía.


El no sabe y sabe a un mismo tiempo, es el que posee todos los designios porque es poseído, penetrado, clavado. Su nada en la Nada. Lo eligieron porque dejó espacio, se hizo vacío, así pudieron entrar todas las voces, por eso puede contenerlas a todas, ser su vasija. El poeta se abaja y hace que el coro sea protagonista, de lo contrario este canto nacional puertorriqueño no tendría sentido. Llama la atención, además, que está dedicado a Lolita Lebrón, “nuestra Juana de Arco” la llama el poeta, una mujer que cuando el 1 de marzo de 1954 entra, pistola en mano, bandera al hombro, a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos junto a sus compañeros, y grita “¡ Libertad para Puerto Rico ahora!” y dispara, pero no para matar, pues ella “ iba dispuesta a morir”. Sólo ama en verdad la vida quien puede entregarla.

Matos Paoli entra al coro, a la multitud, se anula voluntariamente. Se hace locura, absurdo, como en la cruz el de Nazaret. Más que una referencia a los desequilibrios mentales, a la locura como patología, a la insanidad que brota del encierro, hay que hacer aquí una lectura otra: el dolor como locura, la redención por la sangre como absurdo para el mundo que logra sentido en la resurrección- ascensión. Por eso la lectura del franciscano Carrero es brújula, hay que leer al poeta con los ojos y la lengua de Pablo de Tarso y no con los de un psiquiatra o los de Erasmo de Rótterdam. Los desequilibrios químicos, el cerebro roto, producen engendros curiosos, nada más. No se trata siquiera de la “lúcida” locura de Friedrich Hölderlin:

Las delicias de este mundo ya he gozado,
Los días de mi juventud hace tanto, ¡tanto!, que se desvanecieron,
Abril y Mayo y Julio están lejanos,
¡Ya nada soy, ya nada me complace!

De lo que se trata es del absurdo, del profundo dolor, de la desgarradura del que se ofrece, del que deja de ser para que otros sean, pobre de rocío y enorme quetzal de la nada se llama a si mismo el poeta que entrará a la azul aridez de vuelos. La calandria, la mimosa, las palomas, las aves, que pugnan por no morir, las que se resisten, van junto a la inutilidad de los signos, las lenguas, los ríos, el mar, las islas, la amapola, el loto, los dolorosos caminos que no bastan, que no son suficientes. Tampoco quiere al sol:


Pero yo no quiero el sol
que fructifica en saludos:
quiero la serena oquedad,
el silencio vacío que tumba
el ala de los ruiseñores.

El primer poema del Canto…, y volvemos a la polifonía, enuncia el tema y la variaciones que sucederán hasta el poema XXVIII. Todo está dicho, de ahí en lo adelante sólo queda cantar., hacer obra de los amores. Por eso nos hemos detenido con fruición en él.

La lecturas del poeta, las referencias, la biografía, su relación y practica espiritista, su militancia independentista, podrían iluminar zonas, frases aisladas, crepusculares, podrían saciar nuestra necesidad de novedades, pero nunca aclarar el sentido último del texto, que empieza a comportarse como un cuerpo en si mismo. La recapitulación que se anuncia en el poema II no es el volver sobre las andaduras del poeta como algunos sugieren, y no creo que sea una referencia a la recapitulación paulina relacionada directamente con la parusía, sino de una inmediatez locuaz y palpable, más allá de las posibles lecturas relacionadas con el Dios coránico, o referencia a Isabel de la Trinidad o al misticismo trapense tan centrado en el estar “ a solas con el Solo”, aquí hay una referencia directa a Dios como Unidad que habla incluso desde la dolorosa elocuencia de los “acantilados rotos” que encuentra plenitud en la “ primera soledad de las olas sin mar”, es decir en el momento en el que creador y criaturas eran lo mismo, no había diferencias entre uno y otro, y que en alguna medida es una obra ya en construcción, recapitulada, desde el mismo momento de la encarnación.

No entender la encarnación como primer paso para la “recapitulación” no nos permitirá entender el sentido último de estos versos cuya clave será el verbo “desnace”, es decir no se trata de “nacer” en el sentido humano, no es regresar, volver a los capítulos, sino hacerlos nuevos, en alguna medida otros, como los joánicos cielos y tierras nuevas, que con cierta ingenuidad y pragmatismo, muy gringo, algunos representan como parques nacionales llenos de pequeños chalet donde viven perfectos y prósperos individuos sajones. Lo nuevo del cielo y de la tierra radica que serán y en alguna medida son ya, sustancia de resurrección, esencia. Unidad increada.

La voz del texto pasa por asumir las voces plenas del ser isleño, las palabras encarnadas. En Cuba Lezama Lima canta a Martí como Casa de las posibilidades, del alibí, para Francisco Matos Paoli, en la isla del encanto, el coro se llama Don Pedro Albizu Campos, para él: Dirigente del rocío, fundador del alba, Piedra de Puerto Rico, Piedra fluvial y alada… epítetos tan griegos que se convierten en formulas para cantar, para que se pueda asegurar y consumar su esencia coral, además de la posibilidad de que la palabra sea conservada y este siempre lista.

La enumeración de los mártires, de los hijos de la sangre, desemboca en la visión del poeta como “befa mayor de la palabra”. El poeta sólo es una voz tan frágil que no llega a cuajar, necesita del yunque y la fragua para poderse trasfigurar en fuego, y en esa fragua arden todas las palabras, los verbos, los que podrán convertirse, purificación mediante, en llama del hogar, yesca de la comunidad.


Canto al imposible, Canto coral de la isla, resistencia y piedra angular. Canto de la Locura. Celebración gozosa al ser puertorriqueño, que alcanzará plenitud cuando sea entonado como un himno, como estandarte colocado en las almenas.

El autor de Enemigo Rumor y La Fijeza contaba que una profesora universitaria mexicana le había notificado que por los años en los que se editó Paradiso en su país los estudiantes marchaban en las manifestaciones callejeras portando el libro abierto por las páginas en las que Cemí, alter ego del poeta, jadeante y presuroso participaba en la manifestación donde mataron a Rafael Trejo en el año 30. El Canto de la Locura debería ser enarbolado cada vez que un puertorriqueño quiera reivindicar el derecho de la Isla a ser, cada vez que queramos celebrarla como ala nuestra.

Ojala que en Cuba algún oído escuche, algún ojo vea, algún pecho se abra y más temprano que tarde podamos levantar gozosos este canto, hacerlo nuestro.

lunes, 19 de mayo de 2008

Isese prevalecerá



…Isese (la tradición) prevalecerá.
Isese permitirá que la humanidad prevalezca.

Poema del odu Ogundá Oché de los yorubá

I

Las islas, con la “maldición del agua” rodeándolas por todas partes, condenadas a prisión perpetua, si quieren viajar ascienden. La ascensión, también vista con su componente de fuga hacia lo alto, es la marca de identidad del poeta y la poesía, de la gente de las ínsulas. De cierto lo sabemos, en este país nuestro se repite una y otra vez la obsesión del viaje. Hemos llegado hasta elaborar un imaginario viajero de tal magnitud que incluye la posibilidad que la isla sea levantada en peso, que la isla sea arrancada desde sus cimientos o que sea arrastrada a golpe de remo por una multitud que nos incluye a todos, es decir, hemos inventado formas colectivas de viaje, de escape o de ascensión. Concebimos el destino, que es la verdadera esencia del viaje, como asunto colectivo.

Santa María del Puerto del Príncipe, el Camagüey, es una ciudad que viaja y asciende.

Fundada el 2 de Febrero ( día de la Candelaria, Fiesta de las luces o de la Purificación de Nuestra Señora) de 1514 o de 1515 – a decir de Hortensia Pichardo- en la costa norte de la isla, en la zona de la Punta del Guincho, en la bahía de Nuevitas, pronto se traslada hasta la zona de Caonao, asentamiento indígena, “a razón del azote de las hormigas” o de los mosquitos o de los jejenes o sencillamente por falta de agua dulce, la cosa es que poco duraron los terrenos arreglados para Plaza de Armas en un lado y en otro, porque ya en 1527, e impulsados por el alzamiento de los nativos, se decide levantar la villa y llevarla hasta su emplazamiento actual en una zona entre los ríos Hatibonico y Tínima. De un traslado a otro, más el incendio de 1609 y el saqueo de la ciudad en 1668 por el pirata inglés Henry Morgan, se perdieron, quemaron o desaparecieron los documentos fundacionales. A falta de textos sólo quedó la memoria, una cruz y una campana. Discurso que no texto.

Allí la memoria se conservó en vasijas orales, y aunque aún hay algunos investigadores que las relacionan directa y únicamente con la conversación cotidiana como género privilegiado, en estas tierras se adoptó una forma más elaborada y compleja: la leyenda. En la misma medida en que en algunas culturas el cuento, la poesía épica, se refiere a hechos reales o a fantásticos indistintamente, aquí la leyenda recogió los hechos recientes o de un pasado inmediato y los elaboró de tal modo que tuvieran la apariencia de un tiempo muy anterior al presente.

Un ejemplo. La construcción de la Ermita de la Soledad, desde el siglo XVIII construcción de ladrillo y argamasa con sangre de toro, de imponente majestuosidad, se envuelve en los velos de una leyenda que sostiene que fue la misma Señora quien de un modo discreto, pero firme, indicó el sitio donde quería habitar. Una carreta se atasca en día de mucha lluvia, entre el lodo y la basura de una ciudad naciente y caótica, y se empieza a hundir; los carreteros apurados hacen saltar a lugares más firmes bastimentos y cajas, en eso, se abre una y aparece la imagen de la Virgen, justo en ese momento, el agua para, el carromato no se hunde más y los hombres interpretan que ella quiere quedarse. Levantan una ermita de yagua y paja y se coloca un altar humilde, que hasta hace unos veinte años aún se conservaba guardado en las catacumbas de la iglesia cuando un cura de mucho brío lo convirtió en leña para sabe Dios que fogón.

Esos sucesos ocurrieron presumiblemente a inicios del siglo XVIII, porque ya para finales de ese siglo la iglesia, que de yagua y palma pasó a madera, se había construido usando los dineros del presbítero Adriano de Varona y su hermana, más la suscripción popular, y en 1800 fue declarada parroquia. No han pasado cien años de los sucesos y ya se convierte en leyenda, lo mismo sucede con el Aura blanca o Dolores Rondón, el santo Sepulcro, el Indio Bravo, etc. Sucesos, efectiva o relativamente resientes alcanzan la dimensión del mito, y para relatarlos se usa una oralidad ritualizada. La misma de la que tal vez se apropiara Silvestre de Balboa y Troya de Quesada para componer su Espejo de Paciencia en 1608, producto oral en mucho, aún cuando su autor lo escribiera en octavas reales y presumiblemente fuese sometido al mismo proceso que los delmontinos usaron con la poesía de Juan Francisco Manzana; es decir, muchas de las “incongruencias” del texto del canario y la desaparición del original o la reserva en mostrarlo se podrían explicar si José Antonio Echeverría hubiera transformado el original en un texto más cercano a las normas de la escritura y más presentable a los fines de dotar a Cuba de tradición poética. Si usted lee con atención podrá encontrar cierto tono aforístico y formulario, cierto ritmo oral inocultable en todo el texto.

Pero esa es harina de otro costal, aunque antecedente de la oralidad típica de estas tierras. Sigamos con lo nuestro.


Recuerdo a Fausto Cornell, sacristán de la Iglesia de la Soledad, contarme sucesos y costumbres citadinas, hablarme de personajes con todos los recursos de la épica homérica. Por él supe del Padre Olallo Valdés, que el próximo 28 de noviembres será beatificado, de Fray José de la Cruz Espí, de sucesos que no aparecen en libros ni memoriales, supe del padre Manuel Martínez Saltaje, párroco de esa iglesia, cubano e independista, que no escamoteaba su simpatía con la mambizada y que amortajó los restos del Mayor General Ignacio Agramante junto a Olallo poco antes que lo incineraran en los terrenos del cementerio de El Cristo. Es protagonista de un divertido Miércoles de Cenizas en el que el Teniente Gobernador español que estando apurado, lo presionaba para que le impusiera rápido las cenizas y el cura, ni corto ni perezoso, terminó no imponiéndole las cenizas y si mandándolo para ese sitio marinero que por fuerza de la costumbre hicimos cubanísimo: ¡ El carajo!

En boca de Fausto conocí a un Camagüey que tuvo limosneros millonarios, viudas alegres, borrachos que en la noche meditaban sobre la muerte y al amanecer ocupaban el nicho de San Juan Bosco, bueyes de oro, judíos tontos que compraban tiñosas, millonarios que ayudaban a reconstruir una iglesia con cuarenta centavos y unos días después lo perdían todo, conocí historias de sacristías y conventos; por mi propia boca hablé y exageré las historias de Chafa – el loco que sin reloj daba la hora exacta y que siempre estaba por La Vigía-, el viejo Patae´rumba, el rascabuchador Caricato – después arrepentido y de vida intensa en otros caminos-, los cuentos de Carlín Galán, María Juana Campamento, la Patinadora, las Altísimas, Paquito Prada, Teodoro (el director que tanto “elogiaba” Guillén), el maestro González Allué, el maestro Cástulo Harquer, Nikitín, René Escobar y sus amigos, los carnavales en la calle Príncipe y en Lugareño, Los Comandos… somos Los Comandos/ lo que sea/ venimos arrollando/ como sea… y lugares tan “culturales” como El Hueco, La Popular antes de ser Casa de Cultura, el CV Deportivo, el Cabaret Caribe… Las Cuatro Esquinas del Ángel y las Plazas de San Juan de Dios y El Carmen, el Barrio de El Cristo, donde vivía intensa la cultura negra, tan silenciada en el blanco Camaguey. Recuerdo aquel hermoso juego de palabras que en el caló de los negros del Carmen describía la conquista y colonización de una madama, los pasos comenzaban por la filandovia, y continuaban por el soprache, el sobajeo, la enterrazón del muñeco y por último “ver las palomas blancas de Benito volar…”.

Al menos hasta mi generación se vivía aún del cuento y en el cuento. Todo lo principeño y hasta lo camagüeyano, que son dos categorías distintas de ser en la sabana, es y fue materia mitológica; desde las puertas de la Iglesia de la Soledad cuyos cerrados boquetes de fusilería las asociaban a la defensa de la ciudad durante el sitio y saqueo de la misma por el pirata Morgan a pesar de que este hecho hubiese ocurrido muchos años antes de que las puertas y los muros fuesen levantados en su estado actual hasta personajes como el imaginero que vivía en la calle de San Esteban casi esquina Avellaneda y que para muchos era un ser privilegiado y especial que conservaba el secreto y la verdadera historia de Dolores Rondón, y no un simple comerciante de imágenes de yeso, de muy mal gusto por cierto.

La nuestra fue, y en alguna medida es, una ciudad de puertas adentro, de la penumbra de los patios interiores, del enrejado fino de la celosía, de la intimidad, una sociedad de medio punto. El origen de nuestro teatro está más en las representaciones familiares que por Mayo (para la celebración de la Cruz) o Navidad tenían lugar en casas solariegas de mucho ringo rango o en los discretos paseos del Día de Reyes y su carga negra, que en las grandes representaciones operísticas y zarzueleras del teatro Principal, sitio también con mitos y leyendas, incluso de mitología tecnológica por llamarle de alguna manera. Todo el sistema acústico del teatro giraba alrededor de un enorme foso central, boca misteriosa, rodeado de tinajones y botellas de cerámica para guardar cerveza inglesa, que una vez eliminado en el eufórico 1976 – año en el ganamos por primera vez el campeonato de pelota – trajo como consecuencia que el teatro se quedara para siempre sordo y mudo.

Allí también está el ambiente de la tertulia de muy diversa índole. La historia las recoge desde la fundación con Don Silvestre y sus amigos sonetistas, las tertulias familiares que realizaban los asociados a las sociedades de instrucción y recreo como La Filarmónica y La Popular en el siglo XIX, hasta las más contemporáneas del bar Correo donde asistían desde Nicolás Guillén en una época hasta Rolando T. Escardó, Manuel Villabella, Lucio, Pericruz, y el difundo Miguel Álvarez Puga, poeta y hacedor de verbos tan sonoros y excitantes como aquel “sexuar”, en otra. La conversación, la memoria y el gusto por la palabra llevaron a la Dra. Ángela Pérez Lama y sus alumnos a escribir lo que es hoy una verdadera joya bibliográfica, el libro de leyendas y tradiciones Camaguey legendario. Roberto Méndez en 2006 continuó esa obra con el magnífico e imprescindible Leyendas y tradiciones del Camagüey. En la segunda mitad del siglo XX, las tertulias adquirieron formas nuevas acordes con los tiempos: la del Consejo Nacional de Cultura con Raúl González de Cascorro y Rómulo Loredo, a donde fueron a parar Efraín Morciego, Roberto Funes y otros, que era más que otra cosa una conversada informal en el Departamento de Literatura o los esfuerzos de Rómulo por reunir a contadores de historias y decimistas como el mítico Lucas Buchillón de la zona de Jatibonico – entonces eso era aún territorio camagüeyano- o los recitales de poesía que organizaba la Brigada Hermanos Saíz, después Asociación, o las que se hacían alrededor de Fefa Gómez o Pimentel y Pupi en el Departamento de Música o de Cheni y las otras “raras y valiosas” o en el Departamento Juvenil con Zaida Montells, Beba, y muchas más, todo en la Biblioteca Julio A. Mella situada en la otrora casa del Márquez de Santa Lucía, o los espacios fundados por Zully Jaspe Fondín, Rafael Esteban Peña, Miguel Escalona, Lucio, e incluso las reuniones semanales del Taller Literario Rubén Martínez Villena dirigidos por Juan Ramírez Pellerano.

La tradición de tertulia dio lugar a la de la peña, que son hoy aún recordadas u olvidadas: la Peña del Museo Provincial con Filo Torres Jr., la de Filo Torres padre y Candita Batista, la del Museo Estudiantil con Rafael Esteban y Zully, La Peña de los Sueños o el té de Manolo Martínez, Encuentro con un mundo de cosas que dirigía el periodista Jorge Santos Caballero o La Peña del Brocal. Unas fueron resultado de las otras, unas influenciaron a las otras, aun cuando sólo fuera para no hacer lo que creíamos que el otro hacía mal. Eran espacios de oralidad pura, clásica, centrada en la voz humana, resonante y viva. Unas dedicadas a la trova, otras a privilegiar la entrevista en vivo, otras a la narración, la poesía, otras integrándolo todo. La cosa es que fue una época en que la identidad de la ciudad se consolidó.

El silencio de las editoriales, primero manifestado como “colchón editorial” infranqueable y después como ausencia y muerte, condicionó de modo tal a los poetas, a los cuentistas, a los narradores, que en los ochenta y en los noventa, resucitó una tradición antiquísima, la publicación a viva voz, que algunos daban por muerta y que aún sigue estableciendo pautas incluso sobre la manera de componer o estructurar el discurso y el texto. Pero eso es viento para mover otros molinos.

II

La Peña del Brocal. Yo fundé esa peña, pero las aguas y el brocal estaban allí desde siempre, “desde antes de la creación del mundo”.

Teresita Fernández, bajo las altas yagrumas del Parque Lenin, fundó la Peña de los Juglares; pero como todo el mundo sabe que su genio no es de género práctico, ella es sólo nómada, libre y buena, y eso es mucho más de lo que se puede esperar de un mortal, realmente fue Celia Sánchez quien soñó ese lugar para ella y María Vilaboy quien lo mandó construir y quien la trajo, y al que llegó poco después Francisco Garzón Céspedes, camagüeyano tenía que ser, y le dio forma definitiva a una tertulia en la que se hablaba de lo humano y lo divino – que en mucho era Martí- y en la que lo mismo se escuchaba la palabra sagrada de un recogedor de basura y un guerrillero, hasta la de Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez, Ernesto Cardenal, Roque Dalton, Silvio Rodríguez, Alicia Alonso, Tania Libertad, Sara Larocca, y otros. Allí también nació el Brocal, desde los ojos asombrados y el oído atento de un joven que regresó a su ciudad deseando ser grande para fundar una peña, y contando, con desparpajo y atrevimiento, los cuentos que escuchó allí. Era 1981.

En coordinación con Rómulo Loredo, con Mario Guerrero, con Pedro Castro, con Elgida Gil y seguramente otras personas más, trajimos en múltiples ocasiones a Francisco Garzón Céspedes para que enseñara a contar cuentos, o mejor, que nos enseñara a contar como “hecho escénico”, aún él no se atrevía nombrar lo que después fue Narración oral escénica. Y un taller dio lugar a otro, y la gente comenzó a contar o a aprender a escuchar, y nació la necesidad de tener un espacio estable donde se contaran cuentos.

Yo quería fundar La Peña del Farol, bajo uno de los faroles de la Plaza de San Juan de Dios, pero el funcionario que en esa época determinaba que se hacía allá y hasta acullá, solemnemente anunció que eso de contar cuentos en ese sitio era casi sacrílego. No se debían hacer cuentos en el lugar en el que por unos instantes yació el cuerpo sin vida del Mayor. Le propusimos entonces hacer La Peña del Brocal en la Casa Natal de Ignacio Agramonte. Y aceptó. Fue hermoso, los cuentos no podían convivir con la muerte de Ignacio pero si con su vida, beso y diamante.

El 15 de Marzo de 1987, domingo, a las 10 de la mañana, se escuchó allí una canción de Alí Primera que decía

“… No todos los domingos son
para el descanso, no son…


A trancos, pero con pasión no descansamos hasta 1989 Mariela Pérez Castro, Luís de la Cruz, Maria Magdalena González y yo. Los demás, Manolo Martínez incluido, estuvieron por algún tiempo, aunque ese fuera uno valioso, esencial y eterno.

La peña dio a conocer en Camagüey a poetas novísimos hoy voces esenciales de la poesía cubana como Arístides Vega, Heriberto Hernández, Frank A. Dopico, invitó a Luís Carbonell, primer cubano que subió en 1957 los cuentos a un escenario, Amira Navarro, Haydee Arteaga, Linda Mirabal (la soprano), Senel Paz, Antonio Orlando Rodríguez, Guillermo Vidal, Thelvia Marín, Nazario Salazar, Papito García, Filo Torres, Candita Batista, Miguel Escalona y su grupo, Waldo Leyva, poetas improvisadores, y otros muchos.

Necesitábamos público e hice talleres, en el primero de ellos (del 22 al 26 de noviembre de 1988) terminó contando cuentos Manolo Martínez. Recuerdo su pasión mientras decía un texto de Fausto Mazó. Alumno de ese taller fue también Pedro Gutiérrez Torres, director de televisión, que si bien sabía que nunca narraría un cuento oralmente pudo hacer historias audiovisuales de altísimo nivel. El que si contó cuentos alguna vez fue Gustavo Pérez, el documentalista y poeta, que no pasó los cursos conmigo sino con Garzón y que pronto supo que lo suyo estaba entre el verso y la imagen.

En época de cansancio e inactividad teatral en la ciudad, que pareció durar siglos, produjimos y montamos Francisco Garzón, Magdalena González y yo la obra de Franz Xaver Kroetz Concierto de deseo (Wunschkonzert) en traducción de Ugo Ulive. Era una historia sin textos, realista hasta el detalle, de estructura compleja, que disfrutamos mucho hacer. El público colmó la sala cada noche. Sólo entraban diez personas a cada función… de ahí el “lleno total”. Tuvimos buena crítica, eso sí.

Para el segundo aniversario de la Peña, previo estreno el 3 de febrero de 1989 de Los cuentos del cazador, mi espectáculo unipersonal dirigido por Francisco Garzón, y por iniciativa y contando con la fe y el trabajo descomunal de Ana María García Pérez, inauguramos el 20 de Marzo de ese año el Primer Festival Nacional de Narración Oral Escénica, primero en Cuba y en Iberoamérica, importante por muchas razones, tantas que en 1993, y a propuesta del antropólogo y narrador mexicano Germán Argueta, los narradores de la corriente garzoniana decidieron que ese fuera el Día del Narrador Oral. Aún lo celebran en España, México, Argentina y Cuba fundamentalmente.

Ese festival además es importante porque se comenzó a otorgar allí el Premio Cuentería, aunque ya antes había nacido en 1988 el Premio Brocal, pionero en los de ese arte, y especialmente porque allí estrenó su primer espectáculo para adultos la Maestra Mayra Navarro Miranda (Cuentos para colmar el silencio), que aunque lo hacía con niños desde 1962, no se había decidido a dar el salto hacia el otro público. El 25 de Marzo de 1989 en Camagüey arranca un camino de la Navarro que llega hasta hoy y que ha dado forma y sustancia real a un movimiento de Narración oral en Cuba. Casi todos los narradores han pasado por sus manos: Octavio Pino, Lucas Nápoles, Mirtha Portillo, Nuvelia Leyva, Elvia Pérez y otros muchos… Recuerdo cada detalle de esa función.

En el festival se abrieron las puertas a la experimentación y a la integración de las artes en un momento en que por la razonable necesidad de reafirmar el carácter artístico del arte de narrar cuentos se prefería no mezclar, no integrar. No es cierto entonces que eso llegara propiciado por eventos posteriores. Si bien Mayra Navarro y yo presentamos espectáculos a palabra limpia y a cuento desnudo, María Magdalena González estrenó Corazón abierto, mezclando escenas de dos tragedias de Federico García Lorca (Yerma y Bodas de Sangre, hechas junto al actor Juan Surí) con cuentos y poemas; Manolo Martínez (Credo para una voz olvidada) cantó acompañado del pianista Juan Pompa, y también recitó y contó; aunque a decir verdad, Francisco cuidó que se privilegiara el cuento.

La Peña del Brocal gustaba a unos y a otros no. Levantaba pasiones y polémicas. Hicimos cuentos, teatro, poesía, conversamos, cantamos, comimos. Estábamos vivos. Pero un día tuvo que terminar y se convirtió en cuento, por eso cuando escribo o habló de ella podría muy bien decir “Había una vez…” o “Érase que era…” o “Crip…crap…” Pero yo prefiero aquello de que “La Peña del Brocal. Yo fundé la peña…”


III

Durante casi veinte años no volví a contar en Camagüey. No iba, no me invitaban. Razones tendrían. Traté de fundar allí en 1995 la Bienal Internacional de Oralidad pero no les interesó el proyecto a las autoridades del Sectorial de Cultura o las informaciones que tuvieron sobre ella eran idénticas a aquellas famosas bolas negras de los clubes privados. Fátima Pattersson y la UNEAC de Santiago de Cuba prepararán en 2009 la 7ma. Bienal. Santiago y Camagüey tienen vasos comunicantes, que bien podrían ser Adalberto Álvarez, Son 14, José Rodríguez Lastre, Pedro Castro, y la Bienal. ¡A pasear en coche…! No hay de otra.

Las aguas siguieron pasando bajo el puente de La Caridad. Manolo Martínez hizo una carrera y hoy son él y Zaida Montells los principales sostenedores de una experiencia y una vida en la Narración oral que sinceramente envidio. Si algo me gusta ser y hacer en este mundo, es ser principeño y conversador, y narrador de historias. Ellos lo son. Y me hacen muy feliz. Soy memoria, pasado, y no lo digo por modestia, sino por apego a la verdad.

Entre el 8 y el 12 de abril de 2008 el Proyecto Sociocultural eJo -que dirigen y fundaron Omar González Catá y Julio Hernández- organizó el 1er. Festival de Narración oral Cuenta Cuentos en homenaje a Manolo Martínez. Honrar, honra.

Convocaron a una treintena de Narradores orales de Ciudad Habana, Matanzas, Ciego de Ávila, Las Tunas, Guantánamo y Camagüey; entre los que se encontraban algunos de los más importantes narradores del momento. Fiesta de lujo, como su organización. Pocas veces uno llega a un evento donde el artista es el centro, y todo se mueve en función de él, donde más que la parafernalia y el auto elogio, la manipulación de los invitados en función del darle brillo y renombre a los convocantes, ellos se sometan al más estricto anonimato, de modo tal que se privilegie en primer lugar al público, a su crecimiento, a su disfrute, y para lograrlo se cree una atmósfera cordial, distendida, calma, de modo que los invitados tengan la oportunidad de desplegar toda su creatividad. Eso hizo el equipo promotor.

No crean que se estaba en un ambiente edulcorado y aristocrático, tan sólo prevaleció el buen gusto, las buenas maneras, la sencillez. Se agradece. Aunque habría que repensar la programación y los horarios, definir los objetivos y estructurar el evento de modo tal que sin abarcar demasiados espacios y temáticas se pueda alcanzar profundidad y permanencia, quizás tocar menos el trabajo callejero, que no abandonarlo, priorizando los espacios universitarios, las escuelas, los centros culturales, de modo que se vaya ganando un auditorio real y no termine la fiesta como muchos espacios que mueren sobre sus propios cadáveres, es decir, los artistas terminan ocupando el lunetario y la escena alternativamente, y si sucede, como sucede, que muchos repiten la participación en el amplio sistema de eventos que abarca todo el país y después de haber presenciado una misma contada o espectáculo en los cuatro puntos cardinales se agotan y condicionan, aunque no se crea, el acto de la representación y su acogida. Pero esas son sólo pequeñas manchas, porque la luz se hizo.




Virginia López Arnau, actriz y narradora oral formada en Teatro Escambray y directora del grupo Campanario de Guantánamo, presentó fragmentos de La voz del monte, que fue quizás el momento espectacular de más alto vuelo visto aquí. Tejedera de historias haitiano-cubanas, sin abandonar nunca la condición narradora de su verbo, se empeñó en presentarnos una historia compleja, basada en la sonoridad y el color de la voz, en el ritmo y en movimientos que más que simples desplazamientos en el espacio pudieron considerarse parte de un discurso otro muy bien integrado, coreografía hiperexpresiva y a la vez sutil. La ayudaba el diseño de vestuario de Ury Rodríguez quien construyó con un enorme lienzo un funcional traje de múltiples nudos y recovecos que contribuían a reafirmar esa sensación de urdimbre y misterio de la manigua. Los ojos, ah, los ojos de la Villy. Esos ojos valen por mil palabras. Discreta, sencilla, grande la narradora, una de las mejores del país, nos dio una lección de serena maestría.

En las antípodas Sherezada otra vez de Cila González. Historia conocida y subyugante, que bien pudo garantizar la efectividad narrativa de antemano, pero que quien la dirigió o la propia narradora optó por un discurso folklorista, basado en velos y ropajes árabes así como en una dicción que trataba de entonar el castellano con los aires de esos pueblos, que le daban más el tono de un dibujo animado o de la farsa que el de un discurso escénico que pretendía darle voz a un texto clásico. Lenta, lentísima la emisión. Excesivos movimientos que no llegaban a concretarse en danza, música que demoraba o ralentizaba la narración, cuerpo no entrenado para hacer efectiva la referencia cultural que insinuaba. Puede haber sido el susto de contar ante un público de especialistas lo que le jugara una mala pasada a una mujer cuya presencia escénica podría tonarse agradable y efectiva si tuviera detrás una mano sabia que aportara y dirigiera.

El menú, divertimento para narradores expertos, concentró el esfuerzo y la gracia de Nuvelia Leyva, Mirtha Portillo, Lucas Nápoles y Octavio Pino. Lástima que en el programa no aparezca el nombre de los músicos ni yo haya tenido la precaución de anotarlos, pues ellos fueron la contraparte de un discurso que consiguió hacer gozar a los oídos sin dejar de acariciar sutilmente el pensar. Ellos, como el polo margariteño enseña, concentraron sentido, entendimiento y razón durante los minutos -se nos hicieron brevísimos- que duró ese juguete escénico, efectivo y certero. No siempre las complicadas historias y los saltos y los zarandeos frenéticos llevan a un resultado magnífico, que como este pareció cocinarse ante nuestros ojos sin previo aviso ni ensayo.

En las funciones callejeras estuvo la gracia y la vida de este festival. Osvaldo Manuel, Daniel Hernández, Joaquín García, Verónica Hinojosa, Ury Rodríguez, Nelson Aragón (El bichito de la luz), Lucas Nápoles y el grupo de gigantería Altitonante hicieron las delicias de un público cambiante y difícil que sin embargo agradeció, aplaudió y participó de una oferta inesperada, de una sorpresa. La gente va a sus labores, a su destino, a sus problemas y de pronto es interrumpida por un cuento, por un ser humano encarnado en él, por un intruso que le arrebata su ruta y lo entra en otra, por muy breve que sea la historia, es siempre una interrupción, una pausa, y podría esperarse que el sorprendido responda con enfado o con indiferencia; es que lo desviaron, pero vaya sorpresa, vaya magia la de la lengua y el cuerpo, la del cuento, el interrumpido responde participando, respira hondo y sigue. Todos los que entraron en el juego estuvieron magníficos.

Volví a hacer La Pena del Brocal el miércoles 9 a las 5 de la tarde; buena hora, la hora de Federico. Tres fueron los invitados Ury Rodríguez, Mayra Navarro y Manolo Martínez. Ellos me hicieron creer más en el cuento, en la posibilidad de encantar con sólo la palabra. Cada uno desde su maestría y su luz.

Quizás otro de los momentos altos fue la visita a los paredones de la Sierra de Cubitas, al Hoyo de Boné. Allí la naturaleza, la historia habló por nosotros. Yo me quedé mudo de asombro. Para la tarde función en la comunidad de Vilató. Sitio para reafirmarse en “la utilidad de la virtud” martiana. Niños asombrados y gozosos, que sin embargo viven bajo los fuegos de una violencia sorda, de un hablar ríspido, de un estado de necesidad espiritual. Adultos que prefieren mirar desde lejos, que se entregan a la desconfianza. El proyecto eJo puede hacerles mucho bien si logra implicarlos, si les descubre que ellos tienen historias que contar y bellezas que armar, sino se centran en un “asistencialismo” estéril y excluyente. La experiencia, si bien citadina, de Zaida Montells y el Taller La Andariega, con niños y adolescentes, tiene mucho que hacer allí. Ellos tienen tacto y sabrán hacer bien las cosas. Es mi esperanza.


Manolo Martínez. No se puede escribir la historia de la oralidad artística en Camagüey sin él. Razones muchas para dedicarle un evento en el que reinó no sólo por su historia sino por su quehacer delante de todos. Efectivo y de buen gusto, haciendo un esfuerzo extraordinario de mesura y contención para que las emociones no lo desorganizaran, no lo desbordaran, no le jugaran la mala pasada del nudo en la garganta y la lágrima, aun cuando yo mismo no me pude contenerme en muchos momentos. ¿Cómo pudiste terminar en el Brocal la Elegía a María Belén Chacón de nuestro admirado Emilio Ballagas? Aún me lo pregunto, ¿cómo hiciste para terminar en pie? De la tragedia a la risa, de la memoria al presente, de la picardía al elogio, saltaba un Manolito – ya nadie le dice así, es cosa de viejos amigos- vital y con tablas, con muchas tablas, que adquirió en los tiempos de cantar en el Cabaret Caribe y en aquel que quedaba en la calle Príncipe, frente al periódico Adelante hoy Telecentro, y de cuyo nombre no puedo yo acordarme, y que ha reafirmado en los múltiples espacios que ocupó durante estos últimos veinte años. Yo me precio de haberle abierto las puertas, lo demás lo hizo él con esfuerzo y talento. Del Cabaret a los campamentos, de la contabilidad al silencio, del cuento a la vida. Esa es la historia verdadera. Desde hace mucho dejó de ser mi alumno, si alguna vez lo fue, porque yo no creo haberle enseñado algo que realmente valiera la pena. Es mi compañero de avatares.

Fui feliz por Manolo, con Manolo Martínez. Agradecido, como si fuera a mí a quien reconocían, cuando la ciudad decidió otorgarle el Espejo de paciencia, a Mayra Navarro y a Georgina Almanza. Camagüey se honraba. Georgina Almanza, Premio Nacional de Radio, que en su modestia y finura, no dejó nunca de recordar que apenas comenzaba en la Narración oral, estaba sorprendida de tanto afecto. La Navarro es hoy una gran artista y además la creadora de un sistema pedagógico sólido y de probada eficacia. Los mejores narradores del país han sido y son sus alumnos. Ella que fue la que acompañó a Eliseo Diego, a María Teresa Freyre de Andrade, a la Biblioteca Nacional José Martí en el esfuerzo multiplicador de La Hora del Cuento, la que inspiró a Francisco Garzón cuando la vio contar bajo una luz cenital y a puro cuento en el Teatro Carlos Marx, la que sostuvo el trabajo de la Cátedra Iberoamericana de Narración Oral Escénica durante quince años, la creadora del Foro de Narración oral del Gran Teatro de La Habana y sus eventos y acciones, la primera en obtener categoría profesional como artistas de la escena, la Maestra.


IV

Durante muchos años soñé con que mis cenizas, el polvo que seré, fuera depositado en el rectángulo sagrado de San Juan de Dios. Ya no sueño con eso. Ya ni siquiera sueño. Soy polvo, “polvo enamorado” en la plaza. Me he levantado con la ciudad, he ascendido, en peso.

jueves, 1 de mayo de 2008

Cuentos en el equinoccio


El contador de cuentos excepcional no sólo conoce el cuento de
arriba a abajo, sino que sabe todo del cuento a través de su experiencia”
Steven Sanfield


I

Todo cuento pasa por mi cuerpo, por mi mente, por mi espíritu. Todo cuento es mi historia, irrepetible y única. Sólo yo puedo contarla, al menos desde mi centro, desde mis propias resonancias, sólo yo. Ella me transita, habla de mi mismo.

El oficio del narrador de historias es el de la desnudez y no sólo el del desamparo. Vacío de máscaras él se muestra, que no se exhibe, se dona en medio de su soledad. A solas con el mismo encuentra los puentes para comunicarse con una soledad otra, la del otro, estableciendo una red, misteriosa y soterrada, de vínculos solitarios y solidarios. Pequeños pasos hacen que él vaya poniendo en evidencia luces y sombras, certezas y dudas, angustias y alegrías, filias y fobias, su agonía de estar y su alegría de ser. Las irradiaciones del cuento son las que iluminan. Muchos hasta hoy piensan que es lo contrario. Craso error. El cuento, que es vasija de todos los saberes ancestrales y premonición de los porvenir, es la fuente y la yesca; el narrador es apenas la brizna que se deja incendiar, el fanal que protege al fuego, la cisterna. Él está hecho de palabras, de las palabras del cuento. Así pues el narrador es engendrado por el cuento, por la Palabra.

Encontrar hoy un espacio que sin temores ni complejos privilegie el centro, la médula del oficio del Narrador oral, es un acto de valentía y de honestidad. Poner en primer lugar la hibridez, la mixtura, el mestizaje, la integración, parecería estar más acorde con el espíritu del siglo, así quien se defina por la palabra desnuda y el gesto pleno de sentidos, pero libre, sin artificios ni apoyaturas, parecería – y esto es puro juego de apariencias- que es el que está apostando por una ortodoxia retardataria y que se sitúa en la banda de los que niegan la connotación escénica, espectacular e integradora de un arte que entró por derecho en el siglo XXI y que está trabajando, desde ya, por la asunción de un nuevo sistema generador de lenguajes, la escritoralidad.

Primavera de Cuentos, el festival de Mayra Navarro, es quizás el que en Cuba, dentro el variopinto y plural sistema de eventos de narración oral, ha mostrado desde sus inicio la identidad más sólida y definible. Aclaro, y este es mi parecer: la “no identidad” o la “pluralidad y apertura” pudiera ser la marca identitaria de las otras fiestas o el signo de sus fortalezas, pero es este el que ofrece un sello propio, más definible, que lo hace ser espacio de excepción en el ámbito latinoamericano, donde la avalancha de resortes comerciales, la creación de un artificial sistema de estrellas palabronas y la magnificación del humor y el facilismo y la inmediatez comunicativa, hacen que se desvirtúen las esencias de un arte antiguo y siempre vigente, que se ha sabido adaptar a los tiempos, sin perder el rostro y sin necesitar reciclar sus fundamentos.

Este festival, organizado como parte del trabajo del Foro de Narración oral del Gran Teatro de La Habana, y que tiene sus antecedentes en los eventos que la Cátedra Iberoamericana de Narración oral escénica de Francisco Garzón promoviera en Cuba, siempre con la impronta y tenacidad de la Navarro que convertía en actos esos proyectos, alcanzaría cotas más altas de brillantes si pudiera encontrar una financiación adecuada y estable – en divisas- , de modo que, al menos, estuviera en capacidad de convocar a un pequeño grupo de narradores internacionales de primerísimo nivel que pudieran garantizar una programación modélica y previsible, ajustada a sus fines y propósitos. Hasta hoy ha funcionado el tino y las buenas maneras de su principal conductora, así como la generosa solidaridad de muchos, pero creo que ya es hora de que pueda alcanzar, prestigio y obra sobran, un nivel de autonomía y selectividad que lo convertirían en uno de los festivales de más alto nivel en el ámbito de nuestra lengua.

Habría que pensar en mecanismos de integración regional o financiación externa, propiciados claro está por las autoridades competentes y no por la consabida “gestión personal”, que hasta hoy funciona en algunos casos, no en este, pero que no garantiza una continuidad, estabilidad y montos necesarios.

Mayra Navarro, con más cuarenta años en el oficio, es hoy por hoy, una de las más importantes pedagogas y artistas de la Palabra, no sólo de este país sino de Iberoamérica, y valdría la pena comenzar a apoyarla con más intensidad, y pensar que su festival y ella misma podrían representar para Cuba un foco de irradiación cultural y un punto de influencia notable en el área, que no se expresaría nunca a través de manejos, manipulaciones y banalidades sino desde la multiplicación de saberes y poderes solidarios. Su sistema pedagógico es perfectamente reproducible y pudiera influir en los ámbitos de la educación popular y por el arte, las campañas por la lectura, la confirmación y reproducción de valores ancestrales y colectivos, la consolidación de la identidad de los grupos, etnias, minorías y nacionalidades, la estructuración de los nuevos discursos culturales, etc.


II

Hagamos memoria de la fiesta, y es que ella, la memoria claro está, es selectiva y caprichosa. Lo digo de antemano y con cierto pudor, lo advierto: No son estos los nombres y los cuentos, son apenas mis nombres y mis cuentos; primero porque uno tiene su historia y sus manías, por muy generosas y justas que pretenden ser las pobrecitas, pero no podemos renunciar a ellas y no por eso dejan de ser menos engañosas. Falso es cuando nos vestimos los ropajes de la imparcialidad o decimos portarlos, y es que ella se parece a la historia de Kalil Gibrán Kalil en la que la fealdad roba los vestidos a la belleza y desde entonces se pasean por el mundo las dos con ellos trocados.

Cuatro días de cuentos, colmada la sala. Entremos en materia

Los mexicanos del Foro Internacional de Narración oral ( FINO) que dirige Armando Trejo Márquez, llegaron en felices comienzos, con el nervio y la piel palpitantes, invitándonos a ver un México más allá del sombrero de charro y los mariachis, un país pleno de olores, sabores y colores, de seres humanos y de historias. Ellos me recordaron los días de 1990 en los que me estrenaba contando fuera de la isla y en los que aquel país, a fuerza de su generosidad y de mi daltonismo – es justo decirlo-, me hicieron encontrar un paisaje común. Catalina Cabello, Elizabeth Martínez, Javier Trejo y Elsa Oralia propusieron una visión discreta, pero de feliz memoria.
Estuvieron además tres argentinos: Lucila Bécquer, Hugo Corrías y Arolinda Andrada. La primera con buenas historias y generosas piedras de colores, pero necesitada de una expresión corporal más depurada, los segundos veraces y sencillos, impulsados por el viento o los despistes. Siempre comunicativos.

Cuba estuvo representada en mayoría y también desde calidades diversas. Desempeños notables los Lavinia Ascue, y su terrible y complicada historia dominicana y caníbal, sazonada con el discreto y atávico homoerotismo del protagonista, que encuentra en ella una depurada y sólida interpretación, amparada en la sugerencia y la emisión contenida y hasta podríamos decir que minimalista. Es una historia que no admitía estridencias ni efectismos. Por otro lado Nubelia Leyva y sus ciruelas de mayo, un difícil y clásico cuento de Guy de Maupassant, contado desde la más límpida emoción, precisión en los lenguajes y sujeción a una narración difícil y de escenario estrecho que hace que la historia camine más por las sensaciones que emanan del lenguaje que por el espacio físico, temporal o psicológico en el que ella transita. Un pequeño desliz vendería el final, presumiblemente erótico, pero que no lo es -al menos de manera convencional-, y entonces todo perdería sentido. Ella lo resolvió con brillantez y gracia.

Mención aparte merece el derroche de maestría de Mayra Navarro. Contó uno de sus cuentos más conocidos: Rancho con sol del uruguayo Julio César Castro. Este viene de la escritura, y aunque su autor imita la oralidad rural, no alcanzaría a comunicarse con el público citadino y contemporáneo sino fuera por la versión que ella hace y ejecuta. Muchas veces me he preguntado por qué una historia tan aparentemente sencilla y repetitiva logra funcionar con todos los públicos y en todas las circunstancias, y es que reproduce los elementos distintivos de la oralidad narrativa tradicional, los recursos que hasta hoy han garantizado que los cuentos clásicos lo sean tanto desde el punto de vista verbal, vocal, como gestual.

La parte cubana ocupó los mayores espacios; pero se haría necesaria para otras ediciones una selección más rigurosa de los participantes que impidiera que narradores de calidades diversas ocuparan un mismo espacio, en este caso la Sala Ernesto Lecuona del Gran Teatro, sitio en el que desde hace ya mucho tiempo se ha generado parte de la más destacada historia de la oralidad narrativa del país; por otro lado, esto permitiría que las sesiones de cuentos fueran más intensas, con intervenciones más largas, e incluso con la posibilidad de que cubanos pudieran presentar espectáculos completos y no fragmentos de ellos o cuentos aislados como sucede hoy. Podrían abrirse espacios en horas de la tarde, previos al comienzo de las funciones de la Lecuona, en sitios como la Galería Orígenes por ejemplo, situada en la planta baja del teatro, donde entre 4 y 6 de la tarde, se podrían programar a los narradores principiantes o cuya calidad no les permite sostener un espectáculo completo o a aquellos que teniendo calidad hayan decidido participar apenas con una historia. Pueden y deberían buscarse soluciones de modo que la diversidad y la existencia de categorías distintas sirvan de estímulo, además, y este es un ejemplo concreto, se podría abrir lugar y tiempo para la puesta de espectáculos como el gracioso y bien pensado El menú, visto en otros escenarios ya, donde en plenitud de facultades encontramos a Octavio Pino, Lucas Nápoles, Nubelia Leyva y Mirtha Portillo. No es que ellos estuviesen mal en sus apariciones en solitario, es que el espectáculo les da posibilidades comunicacionales y escénicas que difícilmente desplegarían en recitales de cuentos. Es una propuesta, sólo eso.


III

Apagón. Se hace toda la luz. Aparece un hombre joven, con pinta y andares colombianos. Se le están corriendo algunas tejas, diría mi abuela y rápido aclararía, ¡es que tiene unas entradas que casi son salidas! No es locura. Viste camiseta negra con una mano blanca marcada. Pide aplausos. Se retuerce, se contorsiona, se zarandea. Parece un animador de fiestas. Esto pinta raro. Un narrador oral que comienza recordando a los viejos cantantes de los mentideros del mundo que antes de cada función le señalaban al público que el aplauso es la medicina y la comida del artista. ¿Por dónde van los tiros? Esto pinta rarísimo. Al fin comienza la historia. El mismo es el autor. Es un hombre simple (Marcos) y una simple mujer (Malena). Tiene nombre de tango. Cada uno vive una vida idéntica y previsible, una vida sin rostro. Es posible que el cuentero los haya descrito, pero yo no me acuerdo, más bien creo que a cada momento yo le incorporaba rostros nuevos. Ellos eran todos los rostros. Tenían la certeza de estar viviendo una vida prestada, ya vivida, una vida organizada desde algún lugar arriba. Ella se muere, es que las mujeres trágicas siempre se mueren en los cuentos. El regresa a su vida cotidiana sin haber sabido retener al amor. La vida moderna nos da sólo una apariencia de haber vivido. La vida de una secretaria y de un mecánico no es vida. ¿Ella era secretaria y el mecánico? No sé. Nunca se sabe. Podría ser, y también ser doméstica y taxista, mesera y guarda parques, vendedora y fontanero, buhonera y sereno. No se sabe.

Desde la aparente guachafa, el desparpajo, la ironía y hasta el ridículo nos ha llevado de la mano a través de una parábola de la vida citadina, violenta y patética. Uno se queda con el sabor amargo de haberse reído y sonreído de la impiedad, uno tiene la duda si no ha asistido a su propia historia de frustración y apariencias. ¿Esto lo he vivido antes, lo he escuchado, lo he visto? No es necesaria la historia del sicario, del narco, del paraco, del pandillero, para recibir el mazazo, la contundencia del golpe de una existencia violenta y sin sentidos. Ojala sólo fuera el cuento una fábula, y no la fabricación de un artefacto de ficción con todos los elementos de la realidad. Este cuento bien podría ser un Frankenstein.


Sobrio, sin estridencias, sin grandes saltos cuando ya está en la historia, con cierta sorna, logra mantener la atención del público situado ante una estructura difícil, con sucesivas mudas temporales y espaciales. Se agradece su fuerza y su alegría de estar y de ser. Bien podríamos afirmar que estuvimos ante uno de esos momentos excepcionales en los que un cuento se transforma en la vida de un cuentero.

Es Iván A. Mantilla, alias Manoblanca, que desde su juventud arma un discurso escénico y textual de gran potencia. Aprovecha los recursos del melodrama, la comedia y el absurdo, nos zarandea, nos conmueve y nos mueve. Ese mundo no puede ser mío. Pare la bufonada del mal vivir.


IV


Viajar, viajar, la parábola de viaje, de la traslación, del salir, del afuera, del otro. La nostalgia por lo conocido, la imprecisa sensación del regreso, del origen, de que el viaje es lo es sólo si es a la semilla, la certeza de que todo es círculo, de que siempre regresamos al punto de partida, de que la humanidad no avanza sino que una y otra vez retorna. Todo eso estructurado en un discurso que tiene como base el cuento largo o la novela picaresca, según se quiera, de Francois Marie Atout (Voltaire) o de Monsieur le docteur Ralph (el señor doctor Rafael, ya que el autor nunca se reconoció detrás del seudónimo) Candido, o el optimista.

Voltaire o el doctor Rafael, quien quiera sea, se burla de la filosofía de Gottfried Wilhelm Leibniz, filosofo alemán para el que el universo, compuesto por mónadas – centros concientes de fuerza espiritual- , era el “el mejor de los mundos posibles”( «le meilleur des mondes possibles») en el que “todo ocurría para bien” («tout est au mieux»). El autor del cuento original, y a través de Cándido, Cunégonde, el Dr. Pangloss, y otros personajes, arremete contra el providencialismo del alemán.

Uno podría preguntarse entonces ¿qué aporta en estos tiempos de laicismo galopante una parábola del siglo XVIII? Pues bien, el cuentero, hace una inversión conciente de los asuntos y trastoca el viaje hacia El Dorado en un paseo literario ( mete mano a ejemplares de la literatura francesa, española, colombiana, rusa, inglesa y a la oralidad popular), es decir, un paseo virtual por el mundo de las palabras, y la providencialidad la convierte en el efecto anestésico que hacen hoy la propaganda y la publicidad empeñadas en presentarle a los humanos un mundo perfecto, proporcional, lleno de oportunidades para todos y todas, en el que lo feo, lo triste, lo serio, lo contrahecho, lo disfuncional, el dolor y la muerte están desterrados; para ellos si usted mira a su alrededor y ve algunas de esas “beldades” es puro juego de apariencias, ellas están ahí para que usted aprenda, pero no son reales. Codazo burlón a la Nueva Era, dicho sea de paso.

Cuando para algunos el cuento oral debe seguir siendo una especie de nana en prosa, es decir de discurso para adormecer, Jota Ramón ( Ramón Hoyos Martínez) nos lo presenta como píldora para despertar, él asume la tradición colombiana del narrador personaje ( Carlos Pachón, Jota Villaza, Robinson Posada, y otros), los aportes de la stamp up comedy norteamericana y la cuentería universitaria ( con su cínico desparpajo y tintes de dureza cruel) y se presenta como un marinerito medio atontado, al que se le cae todo el tiempo la cinta del cabello sobre los ojos, y que cree estar viviendo sólo una fatalidad que conocía de antemano y que por lo tanto es aparencial o en el mejor de los casos superable.

En época de confundir el recital o el concierto de cuentos con el espectáculo, estructura que sostiene un discurso lógico con fines y límites precisos, Jota Ramón llega a La Habana con uno de estos últimos. Teje las palabras y las acciones físicas como hilos de un único tapiz, y hay que poner mucha atención para descubrir los puntos de giro de la historia, porque esta es única y no sólo porque tenga como base un texto al que se adicionan otros, sino porque ese texto final ya no es el Cándido de Voltaire más la suma de La canción del pirata de Espronceda, El buque fantasma de Daniel Samper, El Zar y la camisa de León Tolstoy o El campesino y el genio de la tradición oral , sazonados por versos de T.S. Elliot, ahora estamos delante de una historia postmoderna, intertextual, absolutamente contemporánea y urbana, nueva e irrepetible, donde se rebasan los límites del discurso narrativo tradicional y se le introducen elementos de estructura dramática, que sin embargo en nada afectan la identidad de su resultado. Cándido, el tuerto de Jota es totalmente oral, hace que la historia siga cabalgando sobre los sucesos, y no sobre los conflictos, que es lo típico del Teatro, pero que aprovecha la tradición espectacular y dramaturgica.

Desde sus veintitrés años el cuentero se levanta y nos presenta un espectáculo tierno, socarrón, con ligeros toques de ingenuidad, que promete tiempos mejores porvenir.


V


Primavera de cuentos, hoy se levanta como uno de los más prestigiosos y sólidos festivales de Narración oral, demostrando que pobreza no es miseria, que limitación financiera no es obligación de mediocridad, que definición de la identidad y de fines no es sinónimo de castración y atraso.

Por este recorrido, parcial e interesado ya lo sé, ustedes han podido descubrir que, pueden convivir la experimentación, la integración, el minimalismo, la espectacularidad, la tradición y la academia, lo libresco y lo puramente oral; que el resultado siempre es el mismo: hay comunicación o no la hay, hay fidelidad a las estructuras del relato o no la hay, hay espacio para que la oreja componga su imagen de la historia o no lo hay, hay respeto por los diseños de la palabra viva o hay engaño, hay marca personal en el tapiz de la historia del cuento o hay rotura de sus hilos más delicados. Hay verdad o hay mentira.


La Habana, Marzo-Mayo, 2008

martes, 15 de abril de 2008

La tía Lucila, el laúd y la controversia del siglo


1.

Lucila Reyes daba miedo, era un daguerrotipo enmohecido, colgando de una pared de la casa familiar. No había necesidad de preguntar por ella para saber que estaba muerta, no más la vi, lo supe. Tenía esa expresión de paciente soledad con la que los muertos nos tratan de engañar, con la que los muertos nos consuelan.

La tía Lucila murió muy joven de fiebres puerperales, mejor hubiera sido de consunción o de pasión de animo o de risa, como el pobre Julián, pero se murió tratando de parir la vida, y es que para ella eso era un imposible, esa cara no daba para más.

Fue la mayor de una familia de once hermanos: ella, Juana, Rosa, Reinalda y Libia, la menor, mi abuela, y Fero, Pedro, Alejandro, y Gasparillo, que se murió rezongando contra una imputación canallesca que nunca logró entender y mucho menos aceptar. ¡Los hijos de Don Antonio Reyes y Doña Felicia Rodríguez! ¡Mis bisabuelos maternos!

Antonio era un canario, pobrísimo llegó a Cuba en 1895 y se incorporó a la Guerra, pero del lado cubano. Luchó bajo las órdenes del General Mario García Menocal y delante de él nadie pudo llamarlo jamás el Mayoral de Chaparra y mucho menos acusarlo de nada, aunque podríamos acusarlo de cualquier cosa o mejor de algunas cosas indignas que el imaginario popular no puede conciliar con la imagen del más joven de los generales independentistas.

Terminada la guerra Antonio no entregó sus armas y por lo tanto nunca cobraría la deshonrosa pensión de setenta y cinco pesos con la que el gobierno interventor norteamericano pretendió manchar la gloria de un ejército desnudo que conoció la luz.

Abuelo Antonio no sabía leer, ni escribir, ni contar, pero sabía trabajar y debió tener además el don de gente o la bonhomía a flor de piel porque compró tierras, las labró y hasta hizo negocios con bancos americanos, puso una pequeña fabrica de quesos en su finca La Reserva, de Algarrobo, allá por “las llanuras marítimas del Camagüey” que tanto celebrara Eliseo Diego, y nunca tuvo problemas. El abuelo dicen que tenía el don del pesaje, es decir, levantaba algo del suelo, con la mano limpia, y decía su peso en libras o en quintales, como usted lo quisiera. Sabía pesar la vida.

Felicia era cubana, y por lo que se desprende de la conversación y el cuchicheo familiar, debió tener la firmeza de carácter, o ese raro amargor que tienen algunas viejas camagüeyanas, y que también exhibía la tía Rosa, que sin embargo en Madrid lloró mucho el día que descubrió unos chocolates que sabía a mi me gustaban.

Lucila parió un niño muerto o la muerte le vino después al vejigo, no sé, esas cosas todavía hoy no se hablan en la familia, yo no sé a ciencia cierta que fue primero, lo que si sé es que ella se puso gravísima, dicen que hasta llegaron a colgarla por los pies, cabeza abajo, procurando que aquellos humores negros se le salieran, y que de pronto comenzó a mejorar, estaba tan bien que mandaron a sentarla. Así estaba, con muy buen semblante, cuando le dijo a la abuela Felicia que si se acordaba del sueño que le había contado hacía unos días atrás. La abuela quiso cambiar de tema, pero ella se empeñó, y le dijo:

- Mire mamá, fue el sueño en el que me vi rodeada de los ángeles. Ya llegó la hora.

Dicen que sonrió, cerró los ojos, y que la cabeza se le descolgó hacía el lado derecho.

La enterraron en el mismo lugar en el que habían colocado a su hijo.

Lucila Reyes era clarividente. Y eso daba miedo, también me daba miedo.

Yo pasaba rápido por delante del daguerrotipo de la sala, y aunque no miraba sabía que ella estaba allí y que me miraba.

Yo empecé a querer a Lucila Reyes el día que descubrí que ella tocaba el laúd, nuestra bandurria, el tiple de los poetas. Fue extraordinario, desde entonces pasaba bajo el daguerrotipo y sentía que una música llenaba el aire. Ella tocaba y mi abuela aún compone versos, dicen que improvisaba décimas, aunque ahora sólo escribe graciosas decimitas de ocasión.

Por otro lado, mi madre, la nieta de los Reyes, se ha negado siempre a ser primero la esposa de Lozada porque dice que ella es ante todo la hija de Generoso Fabián Guevara Pérez Perdomo y Muñóz, y que lo va a seguir siendo, aunque después le tocara la suerte de conocer a mi padre, el Lozada claro está, y la de que violentamente -fuimos sacados por cesárea- se hiciera madre de tres de ellos, dos hembras y yo, que valgo por cien lozadas, no por lo virtuoso, sino por todo lo contrario.

Por ese camino vino la décima.

Mis bisabuelos, Candido de los Ángeles – alias Cañasanta- y Nanita – Susana- fueron amigos de Clavelito, de Chanito Isidrón, de la Calandria, quienes trabajaron para ellos en La Voz de los Laureles, emisora familiar que tenían en Placetas y que enviaba sus programas hasta la CMQ habanera. Abuelito era el dueño, el jefe, mi tío Sergio era el único locutor y abuelo Generoso era el operador-grabador, y todo lo demás que se ofreciera.

En una entrevista que el investigador y poeta Virgilio López Lemus le hiciera a Isidrón este reconoce que fue mi bisabuelo quien a él y a los otros poetas villareños les abrió las puertas de la radio, medio naciente pero que después se convirtiera en el más poderoso y popular de los medios de difusión y en mucho es responsable de la consolidación del repentismo en la identidad cubana.

Todo se mezcla: por los lados de mi abuela el repentismo, el punto cubano, por los lados de mi abuelo la radio y la pasión por la décima oral improvisada.

De la familia de mi padre me vino el físico y ese seco ascetismo castellano llenándolo todo. Tuve, tengo mucha suerte.

2.

Puedo entender lo que sucede hoy. Frente a un fenómeno como el secularismo, la muerte de lo sagrado, el pragmatismo, formas avanzadas y exitosas de alfabetización y de instrucción generalizada, liberadora pero también generadora de ciertas simetrías culturales o lo que es peor, amiga de borrar las sabrosas y enriquecedoras diferencias, ante esta avalancha una forma oral resiste.

La cultura de la oreja en Cuba convive con la cultura del ojo, y es que está en nuestros genes. Ya se que algunos dirán que la cultura del oído está hoy más corrida hacía el complejo de la rumba o del hit hot, hacía productos más urbanos, que hacía estructuras campesinas. Ciertamente, pero es que desde hace mucho la poesía oral improvisada, la décima, el punto cubano, giraron hacía la ciudad, dejaron de ser un patrimonio únicamente rural para ser nacional.

La primera mitad del siglo XX cubano que es el período de las caminatas, el de las lentas caminatas: el son con el ejército viene de Oriente a Occidente y la cultura campesina va del campo a las ciudades, o del campo al campo, tratando de matar el hambre y el tiempo muerto.

La cultura cubana del siglo XX se hizo caminando, y su expresión más acabada, la epopeya civilizatoria de la segunda mitad del siglo, se inauguró con una serpenteante caravana que terminó el 8 de enero del 59 frente al moribundo Palacio Presidencial, pero que continúa siendo hasta hoy el signo más evidente de la nueva cultura de la caminata, sólo que ahora por el tipo de paso -apretado, apurado y no exento de tropiezos y zigzagueos- podríamos llamarla cultura de la marcha, y así desterrar la posible sospecha del paseo, del ocio.

Esta cultura del camino se suma a otros fenómenos puntuales como son la aparición hace ochenta y cinco años de la radio en Cuba y los más de cincuenta años de la televisión. Los grandes medios masivos fueron y son enormes difusores pero también brutales homogenizadores. Ellos borraron las fronteras entre el campo y la ciudad, entre la ciudad y el mundo, entre el mundo y el universo. Ahora tenemos la certeza y la evidencia de estar en una misma nave, todos. De alguna manera hoy es el tiempo de Noé, el tiempo del arca, por lo tanto, se han hecho inoperantes muchas categorías y divisiones entre ellas campo y urbe.

Si nos atenemos a José Fornaris, si aceptamos que fuera él quien afirmara que la décima es la “estrofa del pueblo cubano”, estaríamos aceptando de plano algo que podemos asumir como tal aunque el poeta no lo haya dicho realmente, ya que dejaría de ser importante quién lo dijo para suscribir lo que se dijo. Si tenemos en cuenta además que mayoría del pueblo cubano hasta bien entrado el siglo XX era campesino o de origen campesino, si aceptamos que la décima y el punto son campesinas y el campesinado mayoría, adquiriría la estrofa de manera casi automática carácter de nacional, carácter popular.

Pero veamos que además de esta mayoría evidente del campesinado confluyen otros factores para que la décima espinela se convierta en “estrofa nacional”: la guerra emancipadora, especialmente en su última etapa, y algunos eventos puntuales como la reconcentración de Weiler o las crisis económicas de la neocolonia monoproductora que empujaron al campesinado a las ciudades, a la periferia de las ciudades, donde se acomodó con su cultura y donde además de otros marcadores identitarios llevó a la décima, que empezó a ser verdaderamente nacional en tanto borró las fronteras que separaban lo urbano de lo rural y se inició un fenómeno, que hasta hoy dura, de alejamiento cada vez más tenaz del lastre bucólico, de esa poesía que trata de repetir las formulas cucalambeanas o siboneitas y que idealiza la vida campesina y el campesinado mismo.


Un guajiro con la caña a tres trozas y cuarenta varas de hambre no podía verse reflejado en un cantar pintoresco, idílico, lleno de palmas y de yegüitas trotonas, el campesino empezó a cantarse a si mismo, a su realidad, usando la misma décima espinela que le había acompañado siempre pero en función de su ser, es decir empezó a hacer una décima desde él y para él.

La televisión y la radio fueron testigos y multiplicadores de este fenómeno, que encontrará su expresión más certera en la voz de Angelito Valiente, Chanito Isidrón, Clavelito – amén de la superchería y el comercialismo-, el Indio Naborí y otros, que fueron conformados por la cultura de su comunidad. Ellos, cada uno a su modo, jugaron su papel con absoluta libertad y talento, pero no creo justo intentar entender el fenómeno de la décima oral improvisada en Cuba usando categorías literarias como serían las nociones de autor y de originalidad.

Los poetas orales son el resultado de una experiencia profundamente comunitaria, eso, reiteramos, no quita que juegue un papel importante el talento personal, pero lo esencial, lo realmente esencial en la Oralidad es su carácter comunitario, formulaico, es decir el poeta no hace más que repetir estructuras creadas por la comunidad porque su objetivo no radica únicamente en la producción de la belleza, aunque su productos sean bellos, sino en la supervivencia de una cultura, de una forma de ser y de vivir.

La décima espinela, que es la estrofa que los cubanos adoptamos en la conformación de ese ser nacional, tiene características propias que hacen que pueda adquirir ese sello frente a otras estrofas, incluso más sencillas o de más larga tradición en la poesía popular castellana. La estrofa se adapta de manera perfecta a la norma cubana del español (y al español todo como enseña Tomás Navarro Tomás) tengamos en cuenta que muchos personas en el país usamos, sin saberlo, un nombre y dos apellidos que sumados arman un octosílabo o que muchas veces nuestras frases cotidianas, nuestros refranes, tiene esa medida; además de que la ductilidad del verso octosílabo, la colocación de la rima y su estructura hacen que de ella un vehículo noble en el que se pueden colocar todos los temas con relativa facilidad, además de permitir una musicalidad y un tempo que benefician la improvisación por un lado o la memorización, y quisiera detenerme un momento en este punto. La poesía popular está hecha para el canto y la memoria, por lo tanto debe cumplir ciertas normas que le permitan participar de estrategias nemotécnicas, que la décima espinela permite cumplir con rigurosa efectividad: ritmo, aliteración, consonancia, repetición y equilibrio serán alguna de ellas. Revisen las estrofas de los más importantes cultores del género, tanto en su versión oral como escrita, y encontraran en ellos la presencia de esas estrategias. Pero esa es harina de otro costal.


3.

Hace mucho tiempo en mi familia escuché hablar de la famosísima controversia del siglo. Ellos no eran una excepción, entre los improvisadores camagüeyanos y habaneros, realmente los de todas partes, hasta los más jóvenes, hablaban siempre de ella, había sido una controversia paradigmática.

¿Quienes fueron sus protagonistas y dónde se efectuó? Hagamos brevemente la historia. Sus protagonistas fueron Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, y Angelito Valiente. Se efectuó en dos partes: la primera se celebró el 15 de Junio de 1955 en el teatro del Casino Español de San Antonio de los Baños, donde naciera Valiente -que como ya ven no es sólo la tierra del humor, de Silvio Rodríguez, o del Cuinco y de otros personajes ilustres- y como quedaron empatados los poetas, porque era una competencia, se convocó a otra justa para el 28 de Agosto siguiente pero en Campo Armada, San Miguel del Padrón, tierra de Naborí.

Valiente representa, para mi, la expresión más alta del repentismo tradicional y popular; Naborí, por su parte, desde antes de la famosa controversia ya representaba el giro escritural de la décima oral improvisada en Cuba. ¿Quién de los dos es el mejor, el más puro poeta oral? Pregunta inoperante. Cada uno representa una tradición distinta. Valiente es la expresión más alta de la pureza oral y popular, Naborí inaugura los nuevos tiempos que encuentran consumación y expresión en la décima oral improvisada urbana y contemporánea, que con una altísima elaboración estética mezcla las fuentes primigenias y la poesía escrita, universal y cubana, ya que en alguna medida, estos poetas (Tomasita Quiala, los Papillo, Emiliano Sardiñas y Alexis Días Pimienta, entre otros) son los hijos de la reacción campesina letrada al coloquialismo, son los hijos de la Poesía de la Tierra, del llamado tojosismo, tendencia trunca, que si se hubiera desarrollado hubiera alcanzado cotas inimaginables porque que hubiera conservado y desarrollado la matriz identitaria campesina, que hoy reconstruyen, a saltos, los poetas improvisadores y que se encuentra en poetas como Roberto Manzano, especialmente en su antológico Canto a la Sabana, que no sólo es un gran poema sino que la cima más alta del tojosismo, consumación de su ideario y el comienzo de su decadencia. A partir del Canto… su autor deja de ser el poeta de la tierra para ser el poeta del camino. Los otros tojosistas no pudieron saltar el listón del guajiro.


4.

La controversia, quizás la más autentica y viva expresión de la poesía oral improvisada, no da espacio al fingimiento, aprovecha, intercambia, responde a los estímulos no sólo del contrincante sino que del público asistente, introduce sucesos que ocurren en la inmediatez o que tienen que ver con la historia local y lo hace siempre sin violar en lo más mínimo la rígida estructura del verso, tanto en el metro como en la rima. En distintos países de iberoamérica se cantan o se recitan décimas, muchas veces dichas por interpretes más no por poetas improvisadores, donde se produce una especie de “oralidad fingida o ficticia”, donde el interprete entona los versos y le da toda la apariencia de que allí se está produciendo un acto de repentismo pero no es así, incluso hemos visto en la televisión y escuchado en la radio fingidas controversias, pero para los oídos entrenados enseguida aparecen las costuras y se descubre el embuste, pues no es raro que aún a maestros de la improvisación se le escapen ripios o aparezcan rimas forzadas.

El poeta repentista es un ser humano que atiende, que está en permanente vigilia y aprovecha cualquier situación o idea que le ronda y que ronda. Recuerdo hace unos años atrás en la finca de la familia Urquía para un fin de año se armó un guateque y nos invitaron, eran campesinos, poetas improvisadores puros, andariegos, hombres de trabajo que en sus horas de ocio improvisaban versos, y empezaron dos de ellos a enfrentarse, cada uno trataba de demostrar ante el otro más conocimiento de la poesía, elogiaban la palabra bien dicha, a los finos poetas, a sus más altos paradigmas. Uno de ellos, evidentemente había llegado al final de su cultura libresca y no encontrando a quien celebrar metió mano de Emilio Castelar y Ripoll, político español del siglo XIX muy conocido no sólo por haber sido presidente de la Primera República en su país sino, y sobre todo, por haber sido un orador y prosista de mérito, pero no un poeta. El repentista ensalzó los méritos del supuesto poeta Castelar y justo en ese instante la controversia torció su rumbó y se desvió hacía el camino de la sátira, habiendo detectado la pifia un repentista, y no sin cierta saña, recomendó al otro que leyera, se informara, fuera cuidadoso, respetara al verso y al público. La noche entonces fue la Noche de Castelar, hasta que me tocó terciar y pasamos a otros asuntos.

Si aquella no hubiese sido una controversia realmente improvisada la pifia se hubiese tenido que dejar pasar pues no hubieran existido recursos para atajarla, sin embargo estábamos ante un acto súbito e irrepetible, ante una estructura temática abierta que les permitió aprovechar la circunstancia y reorientar la contienda. Pero lo que es más interesante: en ese momento los que escuchábamos nos pudimos confirmar en la certeza del acto improvisatorio.

Entre oídos entrenados pasar el gato por la liebre es difícil.

5.

El jurado de la competencia entre estos dos titanes de la improvisación estaba integrado por los poetas Raúl Ferrer, José Sanjurjo y Rafael Enrique Marrero, ellos fueron testigos además de que los poetas conocieron los temas, seleccionados por el público, justo en el momento en que estaban ya sobre la escena, estos fueron, en la primera sesión El Amor, La Libertad y la Muerte, en la segunda El Campesino y la Esperanza. Cada poeta improvisó diez décimas sobre cada tema, es decir se cantaron aproximadamente 100 espinelas, o lo que es lo mismo, 1000 versos, a razón de 500 versos por poeta. Se dice fácil, pero nada más se dice.

Las décimas a la Muerte, en mi opinión, poseen los mayores logros formales, la mayor cuota de nobleza poética. Son además tan mentadas aún entre mis familiares y conocidos que llegaron a ser para mí, durante muchos años, las únicas que creía habían sido improvisadas en esas contiendas. Mi abuelo decía siempre recordar la controversia en la que le cantaron a la Muerte, nunca le escuché siquiera mencionar los otros temas.

Esas décimas a la Muerte son joyas, joyas en las orejas y el corazón cubano, que no necesitaron de la escritura para ser; aunque hoy debamos agradecerle, y nunca será poco, a la poetisa y taquígrafa María de los Refugios Segón que las tomó al vuelo, al investigador español Maximiano Trapero que las publicara íntegras por vez primera y a Virgilio López Lemus, que prologó la edición cubana de Décimas para la Historia (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2004), cuarenta y nueve años después de celebrada la justa oral.

Los Urquía se saben algunas de estas décimas de memoria, y con ellos sus amigos, estas décimas no fueron rescatadas del viento como supone Trapero, sería mejor decir que estas décimas o algunas de ellas, para ser justos, vivieron en el viento y en las gargantas de muchos cubanos que las repetían... De todas maneras hay que ser agradecidos y venerar la obra del Maestro Trapero que fijó en la imprenta la versión que conocerán los cubanos del futuro.


6.

Valiente


La muerte, enorme gigante,
invisible, puesto en pie,
no se siente, no se ve
y en todo está vigilante.
Nadie adivina el instante
De su exacta aparición;
Brota de la confusión,
Porque se proyecta igual
En la punta de un puñal
Que en brazos de una pasión.

Naborí

Es para el místico anhelo
camino de salvación,
una breve transición
entre la tierra y el cielo;
la necesidad de un vuelo
hacia un lejano paraje;
algo como dar un viaje
de una orilla a la otra orilla;
una cosa tan sencilla
como cambiarse de traje.


7.

Virgilio López Lemus al prologar la edición cubana de Décimas para… llega a afirmar: “…un momento cimero del repentismo, que ha trascendido el instante al adquirir el valor textual.”

Seguramente el investigador y poeta está refiriéndose únicamente al trasvase de la oralidad a la escritura de las décimas improvisadas y no a que la transformación del discurso poético en texto poético dote al primero de una cualidad atemporal o estética que desde mucho antes ya poseía sin necesidad que esta hubiese ocurrido o a que el texto sea siempre superior al discurso. La metamorfosis ocurrida trasforma uno en otro más no le garantiza en medida alguna la adquisición de calidades que antes no poseyese. El discurso ciertamente se torna texto, pero no por eso adquiere cuota nueva y superior de valor, más bien adquiere valores otros.

La memoria y el juicio popular relativizan no ya la necesidad de la conservación escrita de este particular y cimero monumento oral pero si su condición de “imprescindible” para lograr que este siguiera vigente, operante en la sensibilidad cubana. La oralidad tiene su dinámica interna e incluso su propio sentido de temporalidad. Lo que no funciona o no es necesario desaparece o se transforma. Si las décimas de la controversia del siglo llegaron hasta hoy en forma parcial, si algunas de ellas se ha borrado, es porque ya no eran funcionales, no respondían a la necesidad colectiva de conservar matrices identitarias o patrones de utilidad.

No me opongo a los trasvases, es más, los celebro, los disfruto, los aprecio en su justa dimensión cultural. Yo soy un ser humano hecho de palabras escritas, de memorias orales y mundo digital, soy un hombre de la escritoralidad. Más no estoy de acuerdo cuando detrás de un supuesto rescate se esconde el criterio de que de no ser por esa acción el discurso hubiese muerto en la desmemoria o que este sólo a través de la escritura logre resonancias y dimensiones más altas de las que podría tener si sólo se hubiese entendido o mantenido como oralidad pura. Las palabras dichas a viva voz, improvisadas con todo el cuerpo y el espíritu, vuelan tan alto en el tiempo como su propia cualidad les permita, del mismo modo que toda palabra escrita por el sólo hecho de haber sido escrita no recibe de manera automática una cuota de eternidad, la palabra dicha no vuela sino nace con la cualidad aérea.

8.

Notas, manchas sobre el papel y una larga parrafada que cruza. Huellas en la arena, “rasguños en la piedra”. Celebración y fiesta. Gozo de estar vivos en la memoria. Suena el laúd de Lucila, el Indio Naborí y Angelito Valiente cantan. El Paraíso es un buen sitio.