sábado, 17 de julio de 2010

Cuestión de cábala y arbitrio: leyendo a Juana García Abás

Todo es cuestión de cábala y arbitrio;

el polvo del arca, la sangre del cordero…

J.G.A.



© José Luis Fariñas

א

Los propósitos separan al caos del pecado del caos que nace de la duda. El pecado es una revuelta que no engendra, que no proporciona materia para las epifanías. La duda, por su parte, es nupcia con la eternidad, ligazón del Nombre con el origen, que es su destino.

ב

En poesía poco importa lo dicho o lo que se quiere decir o lo que se dirá. Vale el resplandor, la resonancia, el eco. Más que eso: cuenta lo no dicho, lo que el poeta no pudo, lo que se le atragantó, lo que originó el impulso, la primera causa no causada, lo que no dice, lo que calla.

He ahí el imposible de la crítica de poesía, su inutilidad o su utilidad por defecto. El crítico da forma a sus intuiciones y las presenta; si es honrado, si realmente quiere iluminar y no exhibirse, si lo que quiere es interpretar al otro, deberá reconocer la imposibilidad de tal acto o la inutilidad de su discurso si éste no aporta nuevos velos, si no coloca nuevas capas sobre la emanación del poema y lo completa o lo desarticula haciéndolo entrar en otros círculos, en otras espirales, donde la ceremonia del agua, el fuego, los metales y la madera se reduce a existir y no desata más que nuevas trasmutaciones. Al ocultar la obra, ¿alquímica?, bajo su manto le aporta nuevas dificultades. El poeta, por su parte, y es lo que hace Juana García Abás en Circunloquio: arma los pórticos y cose los velos, como los del Arca de la Alianza en el Sinaí, o introduce nuevas dificultades, telas renombradas, que dan sentido al texto, al lector, y a la lectura.

El lector hará lo mismo con el libro, hasta el punto de que el poema, al descubrirse vacío de sentidos, vaciado, estalla, creando una honda de expansión tan potente como la que dio lugar al universo. Poesía y poema se confunden, aunque estas sean apenas las expresiones más recurrentes, más socorridas, para nombrar lo creado. Cuando yo digo poema estoy pensando en los versos pero también en gestos, grafos, susurros, sonidos, gemidos… este poema-explosión crea una onda tan intensa que llega a chocar con la que proviene del otro, y ambos, comienzan un viaje inverso, peregrinación en retroceso, es decir, un viaje hacia el interior. Ese aposento en el subsuelo, o mejor, esa habitación en la penumbra, habrá de tener la máxima capacidad posible para recibir lo que se le avecina, que, como ya vimos, es el fruto de dos explosiones simultáneas que regresan a dos vacíos paralelos y que intenta que ambos sean uno o al menos uno en el uno.

Crítico y lector son ficción. Poeta es otra. Las tres ficciones esconden la soberbia. Una soberbia llamada a golpearse contra su propio muro, una que al reconocer su inutilidad se revierte y otra que renuncia. Humildes, las tres, se deshabitan y se penetran, por angosta vía, de modo que terminan siendo una unidad en el vacío, que se traga todo el esplendor posible. En sus bordes, las tormentas y los accidentes, parecen ser nuevas unidades de sentido, cuando apenas son los restos de la sustancia primordial que comienza a transustanciarse en un nuevo cuerpo de resurrecciones.

Los poemas entonces son apenas materia para la obra.

ג

Las “Semillas del Verbo”, que se intuyen, se anuncian en Ignacio de Antioquía, pero que alcanzan plenitud y forma en Clemente y Agustín, nos llevaron a reconocer en Platón a un precursor del Mesías, luego entonces, el filósofo se nos presenta como un Bautista donde la palabra alcanza el esplendor de lo revelado y tiene la capacidad para acoger a la muerte y a la resurrección. Estas cimientes parecen ser hoy cosa pasada, agua que no mueve. A fuerza de ser sinceras, ellas vienen muriendo desde la Baja Edad Media. Las nuevas piedras de molino necesitan otro trigo. Claman por semillas estériles.

Al sustituir la “oikuméne” por la “aldea global” el ciudadano se torna aldeano, es decir, pierde la totalidad del mundo para especializarse en la consumición. Surge un concepto nuevo del arte y de la poesía. Y aparecen las revueltas, los levantamientos, las resistencias. Brotan los circunloquios. Ellos son la resistencia de una especie a aceptar su destino. Se resiste a presentarse en sociedad, urbis et orbis, cumpliendo un rol para el que fue largamente entrenado, pero no consultado, ya que ni siquiera le propusieron, aunque fuese en opción única, aparecer con los trajes del bufón. El arte y la poesía de hoy o son del orden de la broma, la chusmería y el pastiche, o no son. Ambas tienen el deber de entretener y no de conmover. Para el consumidor contemporáneo ni siquiera es válida la poesía política, el canto coral o el intimismo, tan de moda hasta los años ochenta del pasado siglo y que era el último estertor de la “utilidad de la virtud”, al menos, en materia de poesía. Todo lo hemos sustituido por las diversiones de Onám. La materia fecundante cae en tierra y no va a parar a las cavernas en las que adquiere definición y resistencia.

Lo femenino-fecundante adquiere frente al varón-castrado nuevas luces. La insistencia de la primera devolverá al baldío las potencias de su origen. Todo gesto femenino adquiere la contundencia de lo político, es decir, de lo que organiza, de lo que da rigor. Lo femenino es, por naturaleza, flexible y receptor, está adaptado a cargar con la futuridad y lo posible. Tiene sentido de lo porvenir. Lo masculino es conservador y se agazapa ante la más mínima envestida.

La delicadeza del Circunloquio, sus gasas, su diálogo circular, su pasión esquiva, potencian al Eros fecundante, tan viril, y apropiándose de su discurso, lo deja mudo. Única manera que tendrá el ser humano, si quiere sobrevivir, para sus diálogos.

Eva engendra al Nuevo Adán. Se le adelanta y lo prefigura. ¿O será Liliht?

ד

αποκαθιστώ

La poesía como obra alquímica. No se trata de obtener oro potable sino de hacerla potable a ella. Trasformada en transformante. Regresar al orden primigenio las palabras es la forma, quizás primera, que tiene J.G.A., de recolocar, de restaurar, la armonía original y con ella a los otros sones, a la música otra, que es la de las esferas y la del hombre – contemporáneo- a un mismo tiempo. Sin embargo, el proceso, en apariencia simple y oculto, encuentra dos fases, complejas y políticas, en tanto sexuales: coagulación y solución. Como en la alquimia. Es ahí por donde aparece, y encuentra sentido, reiterado, el oruoborus, la serpiente que se muerde la cola, el reptil que representa los ritmos circulares. A través de él oteamos las señas, los guiños que desde la realidad o la literatura cubana nos llegan a cuestionar y nos provocan la entrada en una danza circular.

ה

Cábalas, numerología, insinuaciones o pistas falsas, escabrosas citas e intertextualidades gnósticas, teosofía, budismo zen y teravana, y múltiples “herejías”. Asistimos a la sabrosa actualización de los herejes y sus mañas. Orígenes, el castrado, al frente, en esa mezcla de hermenéutica aferrada a “recta doctrina”, recuérdese los sermones sobre los Salmos, hasta la tentadora idea de la salvación de todo lo creado por cooperación y libertad más que como resultado del sacrificio cruento, del cerramiento de la sangre del agnus dei - “Acaso una cooperación desinhibida con la gracia/repliega a los demonios,/cuando la angustia se reparte silenciosamente/(para no desperdiciar el neuma escaso);/o tal vez exista el mal para purificarnos; …”. Ángeles caídos y fieles – Rafael, Gabriel, Miguel, Lucifer, todos-, serafines, querubines, pecadores y publicanos, santos y prostitutas, usureros y endemoniados, todos serán acompasados y afinados en la Gracia, que coopera permitiendo la medicina del mal, pero que propicia, por otra lado, la conversión libre y voluntaria de unos en otros; así el caído, sea cual sea su naturaleza, se puede levantar y restaurar el orden primigenio que había interrumpido, más que perdido, o las potencias angélicas reiniciar el ciclo de la caída, la culpa y la concupiscencia.

ו

No negaré que los fracasos, los límites o la existencia de lo prefigurado más que lo figurado, asoman, de vez en vez, por este rodeo. Sin embargo, su presencia está colocada, calculada, consentida o aceptada, de modo tal que hasta el “error” sea recompuesto. Todo al hornillo alquímico. La alta temperatura de la palabra provoca los vaciamientos, las demoliciones, y por ese camino se llega al lento deslizarse de la sustancia por los caños del alma hasta provocar, por vaciamiento, la espiritualización del poema, su conversión en poesía que pasa, como ya intuimos, por la desaparición de la palabra. Esto es un proceso más que un suceso. Viene de las explosiones, de la expansión, pero también de la implosión, del regreso al no tiempo primordial.

La masa de la palabra, en tanto se resiste a cambiar, porque en su fuero interno goza con la estabilidad y la constancia, llega a tales puntos de concentración en lo infinitamente pequeño que sería capaz, y de hecho lo hace, de prácticamente desaparecer, para luego crear una honda de circularidades y arbitrios que se traga todo, no distinguiendo la noble alusión del grueso trazo, provocando que todo entre en el todo por vía de los renacimientos y los deslaves.

Los afectos, las simetrías, en clave bien temperada o disonante, nos devuelven o nos colocan en un espacio-tiempo directamente manifestado en lo divino o en el espacio-tiempo de la muerte, que lo penetra todo. La modernidad y sus post intentaron la divinización de lo público pero J.G.A. hace el camino inverso —más por fagocitosis que por osmosis—, al introducir en un mismo saco las convenciones del fracaso y la exactitud, lo religado y lo expulsado, lo íntimo y lo polifónico, ya que, al igual que sucede con el demonio origenista, aún sostiene la certeza, la esperanza, de que bien se puede intentar convencer a lo torcido, a lo no humano, a lo no armonioso, para que se deje conocer por lo divino.

Al centro está el “Culto de servidumbre” de la poesía, lugar densísimo e irradiante, que engendra todo un cosmos, un universo de espacios vacíos o hiperconcentrados que admiten la posibilidad del límite pero que por ahora se solazan, en ritmo sostenido y perfecto, si entendemos por perfección a que se mueven, a que pulsan, en idénticas magnitudes, independientemente del punto que escojamos para hacer la observación pues a partir del hueco cósmico todo el Circunloquio alcanza magnitud, es decir, a partir de allí es mensurable en la dimensión de lo alto, lo ancho, lo profundo y lo temporal. Este observar es vertimiento en el reflejo, como la autora exclama y aclama. Todo en el todo. Ars Poética.

Llegados a estas encrucijadas, donde se pasean los espíritus y el demonio juguetón, se impone el uso de las palabras más claras, aunque éstas sólo sean posibles en el silencio. Cuando se invocan aquí perfecciones y filigranas bien pulidas, y casi en una bocanada se salta a imposibles y fracasos, suena a corrimiento o capricho; pero este no es el caso, aquí hablamos desde la certeza del imposible de la rectitud y lo perfecto, pues, con Pablo, el judío de Tarso, sostenemos que toda visión es hoy como a través de cristal, que los verdaderos rostros vendrán mañana cuando todo vislumbre haya terminado, y para ese final hay que fracasar. El vidrio actúa como prisma y la visión resultante es obra del capricho más que de la voluntad. Cambiando la postura el visionario se lanza sucesivamente a nuevas frecuencias de ondas, cada una de ellas de un color distinto por lo que se engendra una imagen otra, aunque en apariencia todas provengan de la misma fuente y tengan idéntico destino. Estas imágenes, independientemente de su calidad o cualidad, forman un todo, un conjunto, de una estructura resistente y tersa que emite resonancias de rara perfección. He aquí el misterio de la poiesis de Juana: como en el polo margariteño ella tiene sentido, entendimiento, razón, buena pronunciación y sentimiento al oído. Es música donde se bien combinan los sonidos y el tiempo. Cada nota, en su lugar, tiende al orden y la armonía, cada compás arrastra su fracaso o su lumbre y se disuelve en el todo, infinitamente entrópico y armonioso, donde se transforma, se trasmuta. Cuerpo imperfecto-corpus glorioso.

Resumamos. En cada parte está todo, el todo. Puestos a escoger nos movemos hacia la naranja de Goethe, es decir, hacia esa naranja en cuya mitad está toda la naranja, como mismo sucede en el cubanísimo son. Viva la media naranja/Viva la naranja entera. La luz y la sombra se contienen una a la otra en tanto plenitud.

Además, seamos justos, y dejemos, de una vez y por todas, el asunto en su lugar: trigo y cizaña habrán de convivir pues de lo contrario la transustanciación sería un imposible.

ז

Ante el agotamiento de los saberes, de las ciencias humanas, de sus mañas y hormas, la Física Cuántica, devuelve al hombre al terreno de lo sagrado. Las revelaciones son anunciadas. Agotadas las cisternas, el ser humano se alimenta en el —hasta ahora—, hilo de luz que proviene de la Física. Los nuevos rapsodas con ese hilo tejerán el nuevo tapiz. Las tijeras de las parcas se engolosinarán. Habrá mucha tela para cortar.

Por ahora, Juana García Abás, entre nosotros, se nos adelanta aventurándose en el imposible de escribir un libro en el que la ciencia entra en el ámbito de los cielos y la tierra nueva, que entreviera San Juan en Patmos, sólo que ahora de la mano del cuanto y de la esquiva palabra. Obra de un derviche que esconde las potencias circulares, los rodeos.

martes, 6 de julio de 2010

Todavía no sé de dónde viene mi palabra. Conversación con Ury Rodríguez



I

Todavía no sé de dónde viene mi palabra. Uno quiere averiguarlo, saber cómo brota. Pero yo sencillamente hablo y no sé responder esas preguntas. A veces son los otros los que interrogan. Los por qué tienen la máscara del misterio. No sé. Honestamente no sé. Quizás nació de mi necesidad de contar, de comunicarme o me la encontré en el teatro, en la cuentería, o me tocó sin que yo lo hubiera pedido. Ella es también un don.

Me crié en un ambiente entre el campo y la ciudad y ese es un universo en el que aún se cuenta mucho. Los vecinos se reúnen en las noches y se hacen cuentos de aparecidos y desaparecidos, como aquel en el que un negrito chiquiticose trepaba sobre la grupa del caballo del que estaba narrando sin que se lograra saber nunca de dónde había venido o cómo había llegado hasta allí, o el del caballo blanco que en las noches lanza estrellas desde sus casos o los de las lloronas, las madres de agua, los fuegos fatuos o los de las muertas jóvenes y bellas que engatusan a los choferes de alquiler que acostumbran a ligar a las mujeres solas que recogen a la vera de los caminos sin siquiera saber de dónde vienen o hacia dónde van.

Creo que esas historias a mí me fueron endulzando la lengua y educando el corazón.

Mi mamá y mi papá nacieron en esos campos, también mis abuelos. Son de las montañas yateranas. Eran dueños de finca y se juntaban con los trabajadores de la recogida del café a contar y a escuchar. Allá todavía la palabra es muy necesaria e importante. Ella une, reúne y es la alegría.

Allí sigue existiendo la armonía que es el fruto de la palabra. Cuando subo a las lomas la puedo sentir.

Mi padre es también un hombre de la palabra, aunque no sea un artista, porque en mi familia no los hubo hasta mí, más cuando él o mi abuelo contaban yo podía verlos trasladarse de un lugar a otro o ir a visitar una novia o en las noches muy oscuras que pasaban cosas extraordinarias o cruzar un río crecido a las doce de la noche. Yo vivía esa fantasía que ellos trasmitían. Sus ojos eran mi camino. También sucedía con mi mamá. En Yateras hay mucho frío y allí la gente sabe abrir caminos con la palabra. Es un lugar muy duro. Arar un campo para sembrar frijoles en esos sitios debe acompañarse de la palabra. No se puede hacer en silencio. La palabra allí es un rito que acompaña a la necesidad. Es también un poder.

Por otro lado, vivir en Guantánamo marca. Es una ciudad que está muy untada por el Caribe, bañada por las aguas y las gentes que vinieron a vivir y a contar con nosotros; y los medios, ya se sabe,mhacen a las personas, las cultivan. Yo creo que ese sitio es muy importante para el nacimiento de mi imaginario. No hay nada más hermoso que las tradiciones que vienen de Haití, de Santo Domingo, de Puerto Rico, de Jamaica y que allí se juntan.

La magia de las palabras muchas veces llega sola o nace de mi búsqueda. Soy un conversador o soy un actor porque nací así y en esos lugares.

Mas, ante todo, soy un cuentero, y contar, hablar, decir, es mi primera necesidad. Eso nació en mí mucho antes de que pudiese estudiar teatro y ser actor, titiritero o director, o que pudiera pensar sobre las artes escénicas, eso es anterior aún a que todas esas formas o ideas se incorporaran en mí para integrar un universo que me permite entregar, redimensionado, lo que quiero decir, porque para mí lo esencial es comunicarme.

He ido construyendo, sin darme cuenta, un tipo de ritual para poder enfrentarme a cualquier hecho escénico, uno que responde y es hijo de ese devenir, de esa corriente. Por ejemplo, cuando fui a narrar El caldo de piedra o La sopa de hacha, que es una historia que tiene muchos títulos y que yo descubrí en un libro de cuentos tradicionales portugueses, comencé preguntándome cómo hacer para que él fuera mío y cómo hacerlo de modo que le pudiera servir a esos campesinos o a esas personas concretas que, como yo, vienen del campo o viven en él; en las periferias urbanas o en la cuidad. Me preguntaba también cómo podría encontrar una manera de decir que les pudiese ser útil, o cómo lograr que aquella narración dejase de ser portuguesa para ser de ellos. No fue delante de un escritorio donde encontré las respuestas: fue en la naturaleza, en los espacios habitados por ellos, que son los que realmente me ayudan a contar; fueron ellos mismos los que me afirmaron, los que hicieron la estructura. Poco a poco, en la serranía, el propio público me ayudó a construirlo. Ellos me alimentaron y ya no puedo dejar de hacerlo de ese modo. Esa es una ritualidad compartida y no puedo decir que renunciaré a sus modos porque ya es imposible; forma parte de mi ser, que es también, en mucho, un ser colectivo, una manera de estar y de presentarse; una manera de entregar y recibir.

Yo he ido a contar con muchos públicos y digo que voy a hacer tal o más cuento, pero cuando llegó al lugar y me hablan de algo, o veo, cambio de historia, porque empiezo a pensar en el ritual que se va a consumar cuando estemos frente a frente, en el aquí y ahora, y en lo que esas personas y ese espacio me provocan. Le doy mucho valor a esa interrelación.

Encuentro cuentos que quisiera contar, que me gustaría contar, pero primero me pregunto si le va a interesar al que me va escuchar, si le servirá. Pienso mucho sobre lo que puede pasar cuando se enfrentan los públicos y mi necesidad. Eso es un asunto que resuelvo, a veces, con intuición. Hay ocasiones en que entre el encontrar el texto y el contarlo no pasa más de una hora porque necesito enseguida poner en contacto a esa historia con la gente o sencillamente poder confrontar mi placer y mi estímulo con el de ellos. Otras veces dejo pasar el tiempo.

Casi nunca menciono el autor de lo que cuento —sé que eso es un problema en el mundo de los escritores o del derecho de autor— porque yo lo que hago es robarme las historias para contarlas. Me otorgo a mismo una suerte de patente de corso. Las versiono, las llevo de la escritura o de la oreja hasta la lengua, la mía; luego entonces los sucesos los arrimo hasta mis recursos, mis posibilidades vocales, expresivas, técnicas, y en alguna medida dejan de ser de él para ser míos y de los públicos. A los escritores les agradezco que me den los motivos para compartir, que me regalen la alegría de encontrarme con ellos o que ellos se atraviesen en mi camino.

Por ejemplo, narro textos de Niurki Pérez, una escritora camagüeyana, y con ellos tengo una relación muy hermosa. De Cuentos papatatos —libro que me robaron y que siempre sueño fue a caer en manos de un ladrón que le da mejor uso que el que yo le di— he narrado historias en México, en Colombia, en Venezuela, en España, en Cuba, y todo el mundo se alucina con la de la lagartija que no quería su cola o con la gallina que nunca había puesto un huevo. Pero entre lo que escribió la autora, entre lo leído, y lo que yo cuento han aparecido otras construcciones que fui haciendo o que el publico me fue entregando. Me gustaría que ella me viera contar, que escuchara sus cuentos ahora que son otra cosa. Cuando conté en Venezuela la historia de la lagartija que tenía aires de Miss Universo, como ahí hay una cultura alrededor de esos concursos, se crearon enseguida códigos, guiños, complicidades y señales que sigo usando y que hacen que ese cuento, al menos yo, lo sienta más mío que de ella...

Fíjate, por ahí, con esos presupuestos, es por donde armo mis ritos, por donde me siento más cómodo, donde le hago homenaje a la palabra, porque yo vivo en ella, no de ella.

La ritualidad, que podríamos llamar cotidiana, la del hombre de a pie, en circunstancias cotidianas, hace la recepción de la historia, como se sabe, pero en mi caso, ella, además, la construye. Por eso algo que viene de un autor, de una sensibilidad, se transforma y me transforma; se estructura y me estructura.

Claro, también hay otra ritualidad que sazona mi palabra, así como el culantro, el apio, o la cebolla de mi caldo. Yo crecí en una familia donde la conexión con las religiones, no así con lo sagrado, no estaban. Descubro ese mundo después en las comunidades, ricas y diversas, que van del espiritismo – cruzado o de caridad- al vodú y uno empieza a intercambiar con ellas y termina también metiéndose dentro su mundo espiritual, que se expresa a través de los bailes, los cantos, la veneración a las deidades - el Varón Samedí, Ercilí, Ochún o la Caridad del Cobre-, que también nos hacen caribeños, tanto como nos pueden distinguir la exuberancia en la gestualidad, la musicalidad al hablar o la inquietud.

Si me ves sobre la escena enseguida descubres estos elementos. Soy muy inquieto mientras actúo o narro, pero también me los puedes ver en los distintos registros de mi voz, en la armonía de los gestos y los desplazamientos. Todos esos elementos, que también se dan en las expresiones religiosas, los incorporo. No soy un fanático, ni siquiera practico alguna de ellas en específico; sin embargo tomo de todas, y a todas las puedes reconocer en mí. Vivir en ese contexto te hace, aunque a veces ni si siquiera uno se da cuenta de que está siendo moldeado.

Algunos se extrañan que yo pueda cantar o saber de religión, que yo sea diferente, pero es que soy guantanamero. Mi palabra tiene esas marcas, esos sonidos, que a veces son sacados nada más que usando una lata y un palo y que de algún modo son nuestras esencias o las representan, y que a pesar de ser cubanas tienen aires distintos, particulares. Si quieres confirmar eso, escucha los acentos diversos que tenemos incluso entre los orientales, dependiendo de la región en la que vivamos, sin que dejemos de ser unos y otros orientales y cubanos. No todos los de por aquí hablamos igual. Tenemos esa musicalidad, ese cantao, pero desde diferentes visiones, maneras. Cuando yo descubro esa música en mi voz, vibro.

Mis raíces fluyen en mí como el manantial, como el cielo.

Yo no he contado aún lo que quiero contar o todavía no he encontrado la historia que me hará feliz por el resto de mi vida. Me falta por construirla; quiero hacerla, pero sé que eso viene en el camino, que puede ser que pasito a paso ya la esté contado, porque uno se da cuenta del cuento que eligió pero pocas veces descubre al que te eligió o al que está por llegar.

A veces un cuento se me cuela, me selecciona, pero no hay que ignorar nunca que después de esa elección quien escoge es el público, que él es quien determina no sólo qué quiere escuchar sino cómo lo quiere. Uno termina acomodándose en el triángulo hermoso que forman el autor o la fuente, el cuentero y los receptores, porque ellos, como ya dije, forman parte de la historia. El público cuenta a la par de uno y el espacio cuenta y te transforma.

Por ejemplo, yo no puedo narrar Francisca y la muerte, el cuento de Onelio J. Cardoso, en un teatro, en una sala donde el público va a disfrutar, de la misma manera que lo hago rodeado de cafetales o en la Punta de Maisí donde la gente tiene otras expectativas, otra ubicación. El cuento asume formas diferentes. Este que es, además, el primer cuento que conté cuando aún era un niño, cambia especialmente. Una maestra camagüeyana, que se fue a vivir a Guantánamo, me lo puso en las manos y cuando me fue a preguntar qué pensaba de él, se lo conté de un tirón. Desde entonces he vivido múltiples versiones y emociones con ese mismo cuento, tan es así que cuando escucho a otro contarlo no puedo dejar de pensar ¿por qué hace mi cuento? ¿él no sabe que es mío? ... aunque sepa que ese cuento no lo escribí yo ni que esa Francisca sea la misma.

II

Llevo diecinueve años subiendo a lo alto, subiendo lomas, contando en lugares hermosos. Si cuento en Santa Catalina o en el Alto de Cotilla, por allá por Baracoa, donde hay un sitio en el que se ven las dos costas de la Isla, si cuento en los lugares donde está el campesino, descubro que he tenido la posibilidad de subir, de llegar lejos, pero también que no he llegado aún a lo que realmente está más alto. Yo y la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa lo que realmente queremos es subir hasta las alturas de esas personas.

He visto allí los rostros más bellos que un ser humano puede ver. He visto venir a un señor mayor, a un campesino, con su jolongo al hombro, con el machete a la cintura, subir del conuquito que tiene abajo, desde su sembrado de maíz o desde su finca enorme, y llegar porque se enteró de que alguien de la Cruzada iba a actuar. Lo he visto llegar rígido, porque el campo es duro, y he palpado las marcas en su rostro, que también son duras, y, de pronto, cuando yo arranco a contar una historia o varias he podido ver como él se relaja de tal manera que se convierte en algo angelical.

Lo realmente extraordinario es que un hombre que viene con la rigidez del trabajo duro, de pronto, gracias a la palabra o la música de la palabra o no sé si gracias al encanto o la magia o a la energía que fluye, y que sólo se puede sentir frente a frente, se va relajando de tal manera que el saco se va al suelo, sus manos se cruzan con ingenuidad y se queda mirándote y haciendo gestos de asentimiento con la cabeza, queriendo decir que así, que exactamente así fue como ocurrió, de que así es la historia. Eso es lo más hermoso porque en ese momento un ser humano dejó de pensar, por un instante, en que acaba de venir del trabajo y se ha detenido ha vivir otras historias, otros mundos, que alguien le ha llevado.

La belleza está en el amanecer, en el despertar, en la vida misma en las montañas, pero… esos rostros, ésos, esas gentes tan ingenuas; esas personas que te ofrecen la vida en un momento y a las que uno puede cambiar, enamorar, ilusionar, son lo realmente más hermoso. Esa es una de las satisfacciones más altas que una persona puede desear.

Creo que los públicos más agradecidos y más nobles están en las alturas, o los campesinos que viven en las llanuras, hombres y mujeres de campo que se entregan sin miedo, que no temen al ridículo, porque tienen un sentido de la cultura muy distinto al nuestro.

Una vez en la Cruzada llevamos un espectáculo teatral a un lugar que se llama Patana, que está en la tercera terraza, yendo desde Punta de Maisí a La Máquina en Gran Tierra, que es un lugar muy distante —para llegar a él hay que atravesar zonas de diente de perro— y en el que viven muy pocas familias. Presentamos un espectáculo titiritero, pero allá hay pocos niños y van los adultos también a las funciones. Dos títeres dialogaban, cuando de pronto un hombre dice “¡A mi nadie me jode, a ese muñeco lo tienen aguantao!” Hasta ese momento, con toda la ingenuidad del mundo, él pensaba que el títere era un actor, hasta que descubre que es un objeto animado, sostenido, por una persona. En ese momento se le rompió todo el encanto, más lo hermoso es que ellos tienen la libertad, sin temor alguno, de decir lo que creen o lo que sienten.

Esas son las cosas que enamoran y dan ganas de trabajar para ellos. No estoy diciendo que en las ciudades no me han pasado cosas hermosas y conmovedoras. Sólo digo que son otra cosa.

III

En Sao del Indio, sitio que está por San Antonio del Sur, hubo una vez un árbol enorme, tan grande que tres hombres no lo podían abrazar completamente, y que era la vida de aquel lugar; en él la gente amarraba sus caballos e iban a conversar, porque tenía una sombra grandísima, pero un día lo cortaron.

Uno de los de allí se quejó porque habían talado el árbol que guardaba la memoria de muchas familias.

Aquello realmente fue algo malo para la gente. Era un jagüey, uno de los muchos que hay en Guantánamo, y que siguen sirviendo para la costumbre afrocaribeña de sentarse bajo la sombra de los árboles a conversar, como antes lo hicieron y aún lo hacen sus ancestros africanos que se reúnen bajo el árbol de las palabras o de las conversaciones sencillamente para hablar, no importa de qué.

Yo he contado debajo de esos árboles y las raíces grandísimas que salen sirven de asiento. Allí yo he visto los rostros más angelicales del mundo.

IV

No hay nada mejor que tener conciencia, saber, para poder reconocer lo que miras. Digamos, estás en La Caridad de los Indios, y llegas, y los escuchas cantar en un Altar de Cruz, que es una de las tradiciones más hermosas que existen, un ritual que se hace en honor de la Virgen de la Caridad para pagar una promesa que se le ha hecho, por cualquier motivo, una tradición que tiene que ver con otras como la de la Cruz de Mayo, que es española, pero en la que se le canta especialmente a la Virgen, a la Cruz, a través de varios bandos que compiten por obtener los atributos que están en él, como pueden ser la bandera cubana, un barco, una paloma, las estrellas o los ramos de flores.

En el altar, que tiene siete escalones, encima está la Cruz y abajo la Virgen y en los siete escalonas hay velas. Hay una madrina que abre el Altar, con todos los rezos tradicionales, como los Gozos y los Perdones, pero los bandos, con un guía y un coro, después empiezan a cantar improvisando para poder ganarse los atributos que están en cada escalón del altar. Esta poesía improvisada narra la historia de la promesa, es decir, del por qué están ahí reunidos agradeciéndole a la Caridad del Cobre. Los sucesos, la vida de un individuo se transfieren a la comunidad, se hacen patrimonio común a través de la celebración, del canto, del rito, del contar.

La madrina es quien determina al final quién se va ganando los premios y el premio mayor es la bandera cubana. Después está la paloma, que es preciosa, hecha de algodón, está además el barco, que cuelga, las velas...

Van de lugares distantes a competir y después cuentan de sus éxitos, pero el premio mayor es la patria, la bandera.

El Altar dura entre las seis de la tarde y la medianoche. Una vez entregados los premios comienza la fiesta. La gente come, baila, bebe, hasta la madrugada.

Escuchar cantar los Gozos y los Perdones, con aquellas voces tan agudas y bellas, con aquellos rostros marcadamente indígenas, en medio del lomerío, lo hacen a uno levitar, pues se tiene la certeza de estar ante lo más alto de nuestra cultura.

Pero vas a otro lugar y te encuentras con el changüí, el quiribá, el nengón, o te encuentras expresiones muy mezcladas pero que aún hablan de un origen indígena, como podrían ser en los bailes, en los ritos del Espiritismo de Cordón, pero más que estudiar detalles, ver o comprobar, lo que sucede es que uno siente, recibe, sabe.

Allá arriba todo es mágico y distinto. El changüí de Yateras es más lento, más cadencioso que el que se toca en la ciudad. Ellos se pasan toda la noche bailando, entonces su baile no puede ser tan veloz, o las comidas tienen otro sabor, como en Baracoa, donde se come el bollo al aire o el bacán perdido, a partir de la leche de coco, o el frangollo, que es un dulce delicioso hecho con plátano verde.

Hasta esos lugares no hemos subido a conquistar, sino a compartir saberes, a hacer trueque, pero sobre todo, hemos subido a aprender de ellos.

Por allí he perdido hasta el nombre.

Para ellos soy Heliotropo, soy Miseria, soy el Negrito, soy el Chino…

Un día en Los Naranjos, en Felicidad de Yateras, que es uno de los antiguos cafetales franceses donde hubo una enorme casa de tres pisos, y en el que viven todavía los descendientes de una familia de colonos que vino después de la revolución haitiana, va con nosotros el grupo Batida Teatro de Dinamarca, y, cuando vamos llegando, leen unos carteles, colgados a lo largo de los cercados que conducen al pueblo, que decían “Viva Miseria”. Ellos se espantaron, ¿cómo era posible que en un pueblo le dieran vivas a la miseria?

Entonces tuve que contarles que Miseria fue un personaje que yo hice y que cuando representamos la obra allí me presenté diciendo: “Yo soy Miseria, de Los Naranjos”. Y eso fue suficiente para que ellos me adoptaran, sintieran que era uno de los suyos y que por eso me recibían dando vivas.

Desde entonces no puedo dejar de ir. Con ellos tengo un pacto de sangre. Un año no pude. Al siguiente, cuando fui, me recibieron llorando. Miseria no había estado, uno de los suyos faltó.

V

Yo cuento con todas las ganas, porque esta es mi necesidad, porque no sé ni quiero aprender a hacer otra cosa o si podría hacerla, porque mi felicidad está en poder mirarles a los ojos a la gente, en decirle las cosas que tengo guardadas, sin ningún tipo de vanidad.

Uno tiene sueños y quiere contarlos. Yo cuento los míos, y encontrar a alguien dispuesto a escucharlos es maravilloso.

Yo cuento lo que necesito y de cada sitio guardo muchos recuerdos.

Contar cuentos me ha hecho más noble.

Si alguna vez pude hacerlo para que me aplaudieran hoy creo que lo único que necesito es una mirada y un silencio reflexivo. No pido ni quiero más.

viernes, 2 de julio de 2010

¿Mambrú se irá a la guerra? Preámbulo para la Reunión Nacional de Narradores Orales convocada por la UNEAC



¿Quién sabe exactamente qué interesa o no a los lectores? ¿Quiénes son ellos, cuál es su rostro, cuáles sus apetencias y dónde están? ¿Cómo hacer para descubrir si la flecha llega al blanco o si apenas queda su rastro en el cielo o si la alegría de lanzarla muere sobre su propia estampa? Solamente conozco un método: ver, juzgar, actuar.

Intentaré descubrir, otear, hacerme un juicio y actuar. Dejar que la piel y sus miles de antenas me informen de la respuesta “real” al envío -que no polémica, aunque la hubiésemos deseado- de correos electrónicos con textos teóricos adjuntos sobre Narración Oral.

Desde hace muchos años vengo insistiendo en algunos asuntos que me parecen medulares para la existencia y desarrollo de las artes de la palabra viva en Cuba y que se pueden resumir de la siguiente manera:

1. El desarrollo de la Narración Oral aquí pasa por el reconocimiento, desde las estructuras del Sistema de la Cultura y desde la sociedad en general de la Narración Oral como un arte independiente y por lo tanto de los Narradores Orales como artistas.

2. Para que ese “consenso social” llegue a ser pleno y recto deberá estar acompañado de un proceso de autorreconocimiento, que pasa tanto por la formación teórica de sus protagonistas como por sus obras. No basta con que haya un narrador para hacer la Narración Oral en un país, hace falta un país con Narradores Orales, concientes y eficientes. No basta con que se piense a la Narración Oral, hace falta que ella se piense a sí misma y para sí.

Si se revisan mis textos se puede seguir el rastro de un vector de intencionalidad bien definido, en las direcciones apuntadas antes, y que aparece desde 1981, cuando recibí el primer taller de Narración Oral bajo la tutela de Francisco Garzón Céspedes, quien, si bien no había formulado aún el sintagma y la definición de Narración Oral Escénica, sí había enunciado que la Narración Oral era un “hecho escénico” y siempre un “arte entre las artes”.

Por esa época seguíamos a pie juntillas los presupuestos garzonianos, que a su vez venían, entre otras fuentes, de la lectura y estudio de los textos norteamericanos de teoría y técnica del arte de narrar que habían compilado y publicado Eliseo Diego y María Teresa Freyre de Andrade en la Biblioteca Nacional José Martí.

Desde el inicio hubo la tendencia a calificar a nuestro arte como Teatro o al menos de variante teatral menor y a nosotros como actores, que sin mucha potencia, lográbamos convocar al público en pequeños espacios y hacer espectáculos de muy bajo costo. Así que no es nuevo el asunto que estamos tratando, ni siquiera es reciente que haya “narradores” que se piensen y se vean así mismos como “actores que cuentan”. Manuel Villabella, columnista del único periódico de mi ciudad natal y crítico e historiador del Teatro, en uno de los pocos artículos elogiosos que escribió sobre mí, sin dejar de burlarse con socarrona ironía de lo que el llamaba “epítetos rimbombantes” – razón tenía, a veces-, en 1989 dijo que nuestro trabajo era idéntico al del “trotamundos Santiago Candamo…. [que] ya traía unipersonales, donde nos hablaba de los “estragos del brandy”… y cantaba el “tripili-trápala”, “la zarandilla” y el “Ataja, primo que te coge el berraco” (Adelante, Jueves 23 de marzo de 1989). Villabella nos comparaba con los actores, luego entonces siempre nos miró como Teatro, aunque ocasionalmente celebrara nuestra dedicación y perseverancia o admirara a Manolo Martínez.

Por aquella época teníamos que arrancar los talleres haciendo definiciones y separaciones. Padecíamos de la enfermedad infantil de la ignorancia, pero sabíamos que era necesario arriesgarnos hasta el ridículo con tal de formular deslindes porque de lo contrario nos tragaría la maquinaria y el “veneno” del Teatro, arte de prosapia teórica inmemorial.

Después vino una mayor solidez, pero no la calma.

Hasta aquí todos estamos de acuerdo, porque es historia y amén que yo pueda interpretar, seleccionar, de hecho lo hago, los acontecimientos están ahí y son verificables. Lo peligroso es que existan rumores que reproducen un real o ficticio conjunto de referencias y contrarreferencias alrededor del envío y la recepción de los correos electrónicos.

Por estos días me han comentado lo que algunos dicen por La Habana sobre el tema de los intercambios, que es, como ya se sabe, el sempiterno circulo de Narración Oral vs. Teatro y Narradores Orales vs. Actores-Narradores. Los resumiré, intentando ser lo más exacto posible y después los comentaré uno a uno:

1. Se trata de un enfrentamiento entre dos tendencias.

2. Nadie lee los textos, porque a los Narradores Orales les interesa más contar cuentos que leer sobre cómo se cuentan.

3. Están metidos en una disputa que resulta extemporánea y superada. En el mundo ya nadie se preocupa de estos asuntos.

4. Los correos son la preparación artillera para el enfrentamiento entre estas dos tendencias que están dispuestas a destruirse mutuamente antes de llegar a acuerdos y consensos durante la Reunión Nacional de Narradores Orales que promueve la UNEAC para septiembre.

Lo primero que tengo que aclarar es el ¿quién dice y qué dice? Hasta ahora nadie escribe nada, los Narradores Orales no se han sumado, por lo tanto, no ha pasado de ser un intercambio que no ha llegado a enfrentamiento. Se divulgó un primer texto, redactado con mucha antelación y no con fines de iniciar una polémica. Yo publiqué otro, que si bien está en las antípodas, no era una respuesta formal y mucho menos frontal. Luego circuló una selección de textos de Patrice Pavis y Marina Sanfilippo, y yo hice circular los textos enteros de donde salieron esos fragmentos porque ellos, separados del conjunto, parecían decir lo que no decían. De ahí en lo adelante yo he hecho circular documentos cuya única finalidad es aportar ideas para el diálogo y la deseable concertación que se deberá producir en septiembre bajo el paraguas de la UNEAC.

No creo cierto que estemos ante un cartel boxístico. Cada cual, generosamente, ha aportado elementos. Además, sí ha existido respuesta y favorable recepción por parte de Narradores Orales del país y de otros lugares, sólo que en el caso cubano sumarse al intercambio sin computadora personal o sin conexión a Internet o sin un simple correo electrónico es imposible. Como corresponde, a viva voz, tengo referencias de la recepción. Y lo que es mejor, los Narradores Orales están concientes de la importancia del tema que se discute y de sus resonancias futuras, independientemente de las posiciones teóricas que adopten.

Desde otros países me llegan correos e incluso me han pedido autorización para hacer circular los materiales. Es falso, de toda falsedad, que por un lado a los Narradores Orales no les preocupe el asunto y por otro que no se discuta hoy el tema de la pertenencia a las Artes Escénicas o a las de la Oralidad o sobre la condición de cuentero o de actor que narra o acerca de la estructura del relato y sus transformaciones, los lenguajes y las tecnologías o se intente definir la esencia de la Narración Oral en el contexto de la postmodernidad y la globalización, etc.

Quienes proclaman que a los Narradores Orales no les interesa pensar sino contar, escuchar sino ser escuchados -vengan de donde vengan y sostengan lo que sostengan- proclaman a los cuatro vientos un profundo desprecio por sus colegas, pues los colocan en el papel de tontos útiles, capaces de, sin convicción ni criterios, hacer coro en un cenáculo, como aquel personaje literario que siendo un idiota llegó a ser presidente, padre de la patria y pensador ilustre, cuando en realidad se “acariciaba el diente roto, sin pensar”.

En la reunión de septiembre si hay vencedores y vencidos la pérdida será irreparable. Por un lado acabaremos con la posibilidad de que exista un movimiento profesional de Narradores Orales y por otro terminaremos causando severos daños a las matrices simbólicas e identitarias de la Nación, porque destruiremos o tergiversaremos la esencia de sus portadores contemporáneos. Si la Narración Oral se convierte en Teatro e incluso si se le sigue viendo como una modalidad teatral, desaparece porque ya no es socialmente necesaria ni reconocible, y si, por otro lado, se abroquela en torno a una ortodoxia antañona e inflexible, que se cierra a la experimentación que hoy pasa por reforzar el vector espectacular que le es propio a la Oralidad, morirá más tarde pero lo hará definitivamente porque será incapaz de interpretar las nuevas tendencias, los nuevos temas y las novísimas formas que adquirirán la sociedad y el pensamiento, las tecnologías y los modos de interpretación. Al no reflejar la vida, primero se convertirá en “folklore”, después en “tradición”, para finalmente morir en las vitrinas de los museos como una curiosidad y no como un arte vivo.

No creo ser alarmista, ni estoy retando a nadie, ni quiero ser visto como Michel de Nostradamus; sólo deseo reafirmar que el intercambio de ideas, además de sano, es necesario, que a los Narradores Orales les interesa pensar y que, o llegamos a un consenso, o terminaremos desapareciendo. La Reunión Nacional de septiembre es una excelente plataforma y una mejor oportunidad.

De las nuevas coyunturas económicas nacerá otra manera cubana de organizar el país y por lo tanto al sistema institucional de la Cultura. Si esas estructuras nos encuentran en medio de indefiniciones y haciendo prevalecer egos y oportunismos, aunque nadie se lo haya propuesto todavía o esté en el horizonte, desaparecerá la posibilidad de existencia del movimiento profesional, que no de la Narración Oral ni de los cuenteros, y entonces nadie podrá ya predecir, con absoluta certeza, cuál será nuestro destino.

Los redactores del proyecto de Reunión Nacional, que trabajamos en el Foro de Narración Oral del Gran Teatro de La Habana – Mayra Navarro, Octavio Pino y yo- abierta y explícitamente consideramos que deberíamos llegar a un consenso básico que permitiera definir la Narración Oral como un arte independiente y a los Narradores Orales como artistas, y que sería necesario y deseable que, de común acuerdo e introduciendo los cambios que sean pertinentes, entreguemos a la Presidencia del Consejo Nacional de las Artes Escénicos un proyecto común de Calificador de cargo del Narrador Oral, partiendo de la propuesta que desde hace cinco años el Foro entregó y que, en honor a la verdad, no se llegó a discutir porque sólo se presentaron al debate los redactores y no los oponentes. Estos últimos sin haber estudiado el texto lo rechazaron de plano o lo ignoraron. De una lectura serena y analítica del mismo se hubiera podido arribar a la conclusión de que dicho proyecto no representa a una tendencia de pensamiento sino que apela a las regularidades que definen nuestro arte, es decir, a lo que es patrimonio común, y abre las posibilidades a todas las experiencias, incluyendo a la experimentación, que engloba, por supuesto, a aquellas obras que hacen énfasis en lo “escénico” o narran desde puntos de vista no convencionales.

Si Mambrú se va a la guerra, es decir, si hacemos de la concertación un campo de batalla, si no aprendemos a ceder y a conceder, si no adquirimos la flexibilidad y el buen tino de la coexistencia, si no prevalece la vocación de dialogar y de servir, no se nos debería olvidar la letra de aquel romance castellano, pues nuestro final será como el de aquél, que nos advierte que si bien el personaje se va a la guerra, que combatió, también, y de manera aplastante y definitiva, que “ ya nunca volverá”.

“¡Qué dolor, qué dolor, que pena!… ya nunca volverá.”