martes, 15 de abril de 2008

La tía Lucila, el laúd y la controversia del siglo


1.

Lucila Reyes daba miedo, era un daguerrotipo enmohecido, colgando de una pared de la casa familiar. No había necesidad de preguntar por ella para saber que estaba muerta, no más la vi, lo supe. Tenía esa expresión de paciente soledad con la que los muertos nos tratan de engañar, con la que los muertos nos consuelan.

La tía Lucila murió muy joven de fiebres puerperales, mejor hubiera sido de consunción o de pasión de animo o de risa, como el pobre Julián, pero se murió tratando de parir la vida, y es que para ella eso era un imposible, esa cara no daba para más.

Fue la mayor de una familia de once hermanos: ella, Juana, Rosa, Reinalda y Libia, la menor, mi abuela, y Fero, Pedro, Alejandro, y Gasparillo, que se murió rezongando contra una imputación canallesca que nunca logró entender y mucho menos aceptar. ¡Los hijos de Don Antonio Reyes y Doña Felicia Rodríguez! ¡Mis bisabuelos maternos!

Antonio era un canario, pobrísimo llegó a Cuba en 1895 y se incorporó a la Guerra, pero del lado cubano. Luchó bajo las órdenes del General Mario García Menocal y delante de él nadie pudo llamarlo jamás el Mayoral de Chaparra y mucho menos acusarlo de nada, aunque podríamos acusarlo de cualquier cosa o mejor de algunas cosas indignas que el imaginario popular no puede conciliar con la imagen del más joven de los generales independentistas.

Terminada la guerra Antonio no entregó sus armas y por lo tanto nunca cobraría la deshonrosa pensión de setenta y cinco pesos con la que el gobierno interventor norteamericano pretendió manchar la gloria de un ejército desnudo que conoció la luz.

Abuelo Antonio no sabía leer, ni escribir, ni contar, pero sabía trabajar y debió tener además el don de gente o la bonhomía a flor de piel porque compró tierras, las labró y hasta hizo negocios con bancos americanos, puso una pequeña fabrica de quesos en su finca La Reserva, de Algarrobo, allá por “las llanuras marítimas del Camagüey” que tanto celebrara Eliseo Diego, y nunca tuvo problemas. El abuelo dicen que tenía el don del pesaje, es decir, levantaba algo del suelo, con la mano limpia, y decía su peso en libras o en quintales, como usted lo quisiera. Sabía pesar la vida.

Felicia era cubana, y por lo que se desprende de la conversación y el cuchicheo familiar, debió tener la firmeza de carácter, o ese raro amargor que tienen algunas viejas camagüeyanas, y que también exhibía la tía Rosa, que sin embargo en Madrid lloró mucho el día que descubrió unos chocolates que sabía a mi me gustaban.

Lucila parió un niño muerto o la muerte le vino después al vejigo, no sé, esas cosas todavía hoy no se hablan en la familia, yo no sé a ciencia cierta que fue primero, lo que si sé es que ella se puso gravísima, dicen que hasta llegaron a colgarla por los pies, cabeza abajo, procurando que aquellos humores negros se le salieran, y que de pronto comenzó a mejorar, estaba tan bien que mandaron a sentarla. Así estaba, con muy buen semblante, cuando le dijo a la abuela Felicia que si se acordaba del sueño que le había contado hacía unos días atrás. La abuela quiso cambiar de tema, pero ella se empeñó, y le dijo:

- Mire mamá, fue el sueño en el que me vi rodeada de los ángeles. Ya llegó la hora.

Dicen que sonrió, cerró los ojos, y que la cabeza se le descolgó hacía el lado derecho.

La enterraron en el mismo lugar en el que habían colocado a su hijo.

Lucila Reyes era clarividente. Y eso daba miedo, también me daba miedo.

Yo pasaba rápido por delante del daguerrotipo de la sala, y aunque no miraba sabía que ella estaba allí y que me miraba.

Yo empecé a querer a Lucila Reyes el día que descubrí que ella tocaba el laúd, nuestra bandurria, el tiple de los poetas. Fue extraordinario, desde entonces pasaba bajo el daguerrotipo y sentía que una música llenaba el aire. Ella tocaba y mi abuela aún compone versos, dicen que improvisaba décimas, aunque ahora sólo escribe graciosas decimitas de ocasión.

Por otro lado, mi madre, la nieta de los Reyes, se ha negado siempre a ser primero la esposa de Lozada porque dice que ella es ante todo la hija de Generoso Fabián Guevara Pérez Perdomo y Muñóz, y que lo va a seguir siendo, aunque después le tocara la suerte de conocer a mi padre, el Lozada claro está, y la de que violentamente -fuimos sacados por cesárea- se hiciera madre de tres de ellos, dos hembras y yo, que valgo por cien lozadas, no por lo virtuoso, sino por todo lo contrario.

Por ese camino vino la décima.

Mis bisabuelos, Candido de los Ángeles – alias Cañasanta- y Nanita – Susana- fueron amigos de Clavelito, de Chanito Isidrón, de la Calandria, quienes trabajaron para ellos en La Voz de los Laureles, emisora familiar que tenían en Placetas y que enviaba sus programas hasta la CMQ habanera. Abuelito era el dueño, el jefe, mi tío Sergio era el único locutor y abuelo Generoso era el operador-grabador, y todo lo demás que se ofreciera.

En una entrevista que el investigador y poeta Virgilio López Lemus le hiciera a Isidrón este reconoce que fue mi bisabuelo quien a él y a los otros poetas villareños les abrió las puertas de la radio, medio naciente pero que después se convirtiera en el más poderoso y popular de los medios de difusión y en mucho es responsable de la consolidación del repentismo en la identidad cubana.

Todo se mezcla: por los lados de mi abuela el repentismo, el punto cubano, por los lados de mi abuelo la radio y la pasión por la décima oral improvisada.

De la familia de mi padre me vino el físico y ese seco ascetismo castellano llenándolo todo. Tuve, tengo mucha suerte.

2.

Puedo entender lo que sucede hoy. Frente a un fenómeno como el secularismo, la muerte de lo sagrado, el pragmatismo, formas avanzadas y exitosas de alfabetización y de instrucción generalizada, liberadora pero también generadora de ciertas simetrías culturales o lo que es peor, amiga de borrar las sabrosas y enriquecedoras diferencias, ante esta avalancha una forma oral resiste.

La cultura de la oreja en Cuba convive con la cultura del ojo, y es que está en nuestros genes. Ya se que algunos dirán que la cultura del oído está hoy más corrida hacía el complejo de la rumba o del hit hot, hacía productos más urbanos, que hacía estructuras campesinas. Ciertamente, pero es que desde hace mucho la poesía oral improvisada, la décima, el punto cubano, giraron hacía la ciudad, dejaron de ser un patrimonio únicamente rural para ser nacional.

La primera mitad del siglo XX cubano que es el período de las caminatas, el de las lentas caminatas: el son con el ejército viene de Oriente a Occidente y la cultura campesina va del campo a las ciudades, o del campo al campo, tratando de matar el hambre y el tiempo muerto.

La cultura cubana del siglo XX se hizo caminando, y su expresión más acabada, la epopeya civilizatoria de la segunda mitad del siglo, se inauguró con una serpenteante caravana que terminó el 8 de enero del 59 frente al moribundo Palacio Presidencial, pero que continúa siendo hasta hoy el signo más evidente de la nueva cultura de la caminata, sólo que ahora por el tipo de paso -apretado, apurado y no exento de tropiezos y zigzagueos- podríamos llamarla cultura de la marcha, y así desterrar la posible sospecha del paseo, del ocio.

Esta cultura del camino se suma a otros fenómenos puntuales como son la aparición hace ochenta y cinco años de la radio en Cuba y los más de cincuenta años de la televisión. Los grandes medios masivos fueron y son enormes difusores pero también brutales homogenizadores. Ellos borraron las fronteras entre el campo y la ciudad, entre la ciudad y el mundo, entre el mundo y el universo. Ahora tenemos la certeza y la evidencia de estar en una misma nave, todos. De alguna manera hoy es el tiempo de Noé, el tiempo del arca, por lo tanto, se han hecho inoperantes muchas categorías y divisiones entre ellas campo y urbe.

Si nos atenemos a José Fornaris, si aceptamos que fuera él quien afirmara que la décima es la “estrofa del pueblo cubano”, estaríamos aceptando de plano algo que podemos asumir como tal aunque el poeta no lo haya dicho realmente, ya que dejaría de ser importante quién lo dijo para suscribir lo que se dijo. Si tenemos en cuenta además que mayoría del pueblo cubano hasta bien entrado el siglo XX era campesino o de origen campesino, si aceptamos que la décima y el punto son campesinas y el campesinado mayoría, adquiriría la estrofa de manera casi automática carácter de nacional, carácter popular.

Pero veamos que además de esta mayoría evidente del campesinado confluyen otros factores para que la décima espinela se convierta en “estrofa nacional”: la guerra emancipadora, especialmente en su última etapa, y algunos eventos puntuales como la reconcentración de Weiler o las crisis económicas de la neocolonia monoproductora que empujaron al campesinado a las ciudades, a la periferia de las ciudades, donde se acomodó con su cultura y donde además de otros marcadores identitarios llevó a la décima, que empezó a ser verdaderamente nacional en tanto borró las fronteras que separaban lo urbano de lo rural y se inició un fenómeno, que hasta hoy dura, de alejamiento cada vez más tenaz del lastre bucólico, de esa poesía que trata de repetir las formulas cucalambeanas o siboneitas y que idealiza la vida campesina y el campesinado mismo.


Un guajiro con la caña a tres trozas y cuarenta varas de hambre no podía verse reflejado en un cantar pintoresco, idílico, lleno de palmas y de yegüitas trotonas, el campesino empezó a cantarse a si mismo, a su realidad, usando la misma décima espinela que le había acompañado siempre pero en función de su ser, es decir empezó a hacer una décima desde él y para él.

La televisión y la radio fueron testigos y multiplicadores de este fenómeno, que encontrará su expresión más certera en la voz de Angelito Valiente, Chanito Isidrón, Clavelito – amén de la superchería y el comercialismo-, el Indio Naborí y otros, que fueron conformados por la cultura de su comunidad. Ellos, cada uno a su modo, jugaron su papel con absoluta libertad y talento, pero no creo justo intentar entender el fenómeno de la décima oral improvisada en Cuba usando categorías literarias como serían las nociones de autor y de originalidad.

Los poetas orales son el resultado de una experiencia profundamente comunitaria, eso, reiteramos, no quita que juegue un papel importante el talento personal, pero lo esencial, lo realmente esencial en la Oralidad es su carácter comunitario, formulaico, es decir el poeta no hace más que repetir estructuras creadas por la comunidad porque su objetivo no radica únicamente en la producción de la belleza, aunque su productos sean bellos, sino en la supervivencia de una cultura, de una forma de ser y de vivir.

La décima espinela, que es la estrofa que los cubanos adoptamos en la conformación de ese ser nacional, tiene características propias que hacen que pueda adquirir ese sello frente a otras estrofas, incluso más sencillas o de más larga tradición en la poesía popular castellana. La estrofa se adapta de manera perfecta a la norma cubana del español (y al español todo como enseña Tomás Navarro Tomás) tengamos en cuenta que muchos personas en el país usamos, sin saberlo, un nombre y dos apellidos que sumados arman un octosílabo o que muchas veces nuestras frases cotidianas, nuestros refranes, tiene esa medida; además de que la ductilidad del verso octosílabo, la colocación de la rima y su estructura hacen que de ella un vehículo noble en el que se pueden colocar todos los temas con relativa facilidad, además de permitir una musicalidad y un tempo que benefician la improvisación por un lado o la memorización, y quisiera detenerme un momento en este punto. La poesía popular está hecha para el canto y la memoria, por lo tanto debe cumplir ciertas normas que le permitan participar de estrategias nemotécnicas, que la décima espinela permite cumplir con rigurosa efectividad: ritmo, aliteración, consonancia, repetición y equilibrio serán alguna de ellas. Revisen las estrofas de los más importantes cultores del género, tanto en su versión oral como escrita, y encontraran en ellos la presencia de esas estrategias. Pero esa es harina de otro costal.


3.

Hace mucho tiempo en mi familia escuché hablar de la famosísima controversia del siglo. Ellos no eran una excepción, entre los improvisadores camagüeyanos y habaneros, realmente los de todas partes, hasta los más jóvenes, hablaban siempre de ella, había sido una controversia paradigmática.

¿Quienes fueron sus protagonistas y dónde se efectuó? Hagamos brevemente la historia. Sus protagonistas fueron Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, y Angelito Valiente. Se efectuó en dos partes: la primera se celebró el 15 de Junio de 1955 en el teatro del Casino Español de San Antonio de los Baños, donde naciera Valiente -que como ya ven no es sólo la tierra del humor, de Silvio Rodríguez, o del Cuinco y de otros personajes ilustres- y como quedaron empatados los poetas, porque era una competencia, se convocó a otra justa para el 28 de Agosto siguiente pero en Campo Armada, San Miguel del Padrón, tierra de Naborí.

Valiente representa, para mi, la expresión más alta del repentismo tradicional y popular; Naborí, por su parte, desde antes de la famosa controversia ya representaba el giro escritural de la décima oral improvisada en Cuba. ¿Quién de los dos es el mejor, el más puro poeta oral? Pregunta inoperante. Cada uno representa una tradición distinta. Valiente es la expresión más alta de la pureza oral y popular, Naborí inaugura los nuevos tiempos que encuentran consumación y expresión en la décima oral improvisada urbana y contemporánea, que con una altísima elaboración estética mezcla las fuentes primigenias y la poesía escrita, universal y cubana, ya que en alguna medida, estos poetas (Tomasita Quiala, los Papillo, Emiliano Sardiñas y Alexis Días Pimienta, entre otros) son los hijos de la reacción campesina letrada al coloquialismo, son los hijos de la Poesía de la Tierra, del llamado tojosismo, tendencia trunca, que si se hubiera desarrollado hubiera alcanzado cotas inimaginables porque que hubiera conservado y desarrollado la matriz identitaria campesina, que hoy reconstruyen, a saltos, los poetas improvisadores y que se encuentra en poetas como Roberto Manzano, especialmente en su antológico Canto a la Sabana, que no sólo es un gran poema sino que la cima más alta del tojosismo, consumación de su ideario y el comienzo de su decadencia. A partir del Canto… su autor deja de ser el poeta de la tierra para ser el poeta del camino. Los otros tojosistas no pudieron saltar el listón del guajiro.


4.

La controversia, quizás la más autentica y viva expresión de la poesía oral improvisada, no da espacio al fingimiento, aprovecha, intercambia, responde a los estímulos no sólo del contrincante sino que del público asistente, introduce sucesos que ocurren en la inmediatez o que tienen que ver con la historia local y lo hace siempre sin violar en lo más mínimo la rígida estructura del verso, tanto en el metro como en la rima. En distintos países de iberoamérica se cantan o se recitan décimas, muchas veces dichas por interpretes más no por poetas improvisadores, donde se produce una especie de “oralidad fingida o ficticia”, donde el interprete entona los versos y le da toda la apariencia de que allí se está produciendo un acto de repentismo pero no es así, incluso hemos visto en la televisión y escuchado en la radio fingidas controversias, pero para los oídos entrenados enseguida aparecen las costuras y se descubre el embuste, pues no es raro que aún a maestros de la improvisación se le escapen ripios o aparezcan rimas forzadas.

El poeta repentista es un ser humano que atiende, que está en permanente vigilia y aprovecha cualquier situación o idea que le ronda y que ronda. Recuerdo hace unos años atrás en la finca de la familia Urquía para un fin de año se armó un guateque y nos invitaron, eran campesinos, poetas improvisadores puros, andariegos, hombres de trabajo que en sus horas de ocio improvisaban versos, y empezaron dos de ellos a enfrentarse, cada uno trataba de demostrar ante el otro más conocimiento de la poesía, elogiaban la palabra bien dicha, a los finos poetas, a sus más altos paradigmas. Uno de ellos, evidentemente había llegado al final de su cultura libresca y no encontrando a quien celebrar metió mano de Emilio Castelar y Ripoll, político español del siglo XIX muy conocido no sólo por haber sido presidente de la Primera República en su país sino, y sobre todo, por haber sido un orador y prosista de mérito, pero no un poeta. El repentista ensalzó los méritos del supuesto poeta Castelar y justo en ese instante la controversia torció su rumbó y se desvió hacía el camino de la sátira, habiendo detectado la pifia un repentista, y no sin cierta saña, recomendó al otro que leyera, se informara, fuera cuidadoso, respetara al verso y al público. La noche entonces fue la Noche de Castelar, hasta que me tocó terciar y pasamos a otros asuntos.

Si aquella no hubiese sido una controversia realmente improvisada la pifia se hubiese tenido que dejar pasar pues no hubieran existido recursos para atajarla, sin embargo estábamos ante un acto súbito e irrepetible, ante una estructura temática abierta que les permitió aprovechar la circunstancia y reorientar la contienda. Pero lo que es más interesante: en ese momento los que escuchábamos nos pudimos confirmar en la certeza del acto improvisatorio.

Entre oídos entrenados pasar el gato por la liebre es difícil.

5.

El jurado de la competencia entre estos dos titanes de la improvisación estaba integrado por los poetas Raúl Ferrer, José Sanjurjo y Rafael Enrique Marrero, ellos fueron testigos además de que los poetas conocieron los temas, seleccionados por el público, justo en el momento en que estaban ya sobre la escena, estos fueron, en la primera sesión El Amor, La Libertad y la Muerte, en la segunda El Campesino y la Esperanza. Cada poeta improvisó diez décimas sobre cada tema, es decir se cantaron aproximadamente 100 espinelas, o lo que es lo mismo, 1000 versos, a razón de 500 versos por poeta. Se dice fácil, pero nada más se dice.

Las décimas a la Muerte, en mi opinión, poseen los mayores logros formales, la mayor cuota de nobleza poética. Son además tan mentadas aún entre mis familiares y conocidos que llegaron a ser para mí, durante muchos años, las únicas que creía habían sido improvisadas en esas contiendas. Mi abuelo decía siempre recordar la controversia en la que le cantaron a la Muerte, nunca le escuché siquiera mencionar los otros temas.

Esas décimas a la Muerte son joyas, joyas en las orejas y el corazón cubano, que no necesitaron de la escritura para ser; aunque hoy debamos agradecerle, y nunca será poco, a la poetisa y taquígrafa María de los Refugios Segón que las tomó al vuelo, al investigador español Maximiano Trapero que las publicara íntegras por vez primera y a Virgilio López Lemus, que prologó la edición cubana de Décimas para la Historia (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2004), cuarenta y nueve años después de celebrada la justa oral.

Los Urquía se saben algunas de estas décimas de memoria, y con ellos sus amigos, estas décimas no fueron rescatadas del viento como supone Trapero, sería mejor decir que estas décimas o algunas de ellas, para ser justos, vivieron en el viento y en las gargantas de muchos cubanos que las repetían... De todas maneras hay que ser agradecidos y venerar la obra del Maestro Trapero que fijó en la imprenta la versión que conocerán los cubanos del futuro.


6.

Valiente


La muerte, enorme gigante,
invisible, puesto en pie,
no se siente, no se ve
y en todo está vigilante.
Nadie adivina el instante
De su exacta aparición;
Brota de la confusión,
Porque se proyecta igual
En la punta de un puñal
Que en brazos de una pasión.

Naborí

Es para el místico anhelo
camino de salvación,
una breve transición
entre la tierra y el cielo;
la necesidad de un vuelo
hacia un lejano paraje;
algo como dar un viaje
de una orilla a la otra orilla;
una cosa tan sencilla
como cambiarse de traje.


7.

Virgilio López Lemus al prologar la edición cubana de Décimas para… llega a afirmar: “…un momento cimero del repentismo, que ha trascendido el instante al adquirir el valor textual.”

Seguramente el investigador y poeta está refiriéndose únicamente al trasvase de la oralidad a la escritura de las décimas improvisadas y no a que la transformación del discurso poético en texto poético dote al primero de una cualidad atemporal o estética que desde mucho antes ya poseía sin necesidad que esta hubiese ocurrido o a que el texto sea siempre superior al discurso. La metamorfosis ocurrida trasforma uno en otro más no le garantiza en medida alguna la adquisición de calidades que antes no poseyese. El discurso ciertamente se torna texto, pero no por eso adquiere cuota nueva y superior de valor, más bien adquiere valores otros.

La memoria y el juicio popular relativizan no ya la necesidad de la conservación escrita de este particular y cimero monumento oral pero si su condición de “imprescindible” para lograr que este siguiera vigente, operante en la sensibilidad cubana. La oralidad tiene su dinámica interna e incluso su propio sentido de temporalidad. Lo que no funciona o no es necesario desaparece o se transforma. Si las décimas de la controversia del siglo llegaron hasta hoy en forma parcial, si algunas de ellas se ha borrado, es porque ya no eran funcionales, no respondían a la necesidad colectiva de conservar matrices identitarias o patrones de utilidad.

No me opongo a los trasvases, es más, los celebro, los disfruto, los aprecio en su justa dimensión cultural. Yo soy un ser humano hecho de palabras escritas, de memorias orales y mundo digital, soy un hombre de la escritoralidad. Más no estoy de acuerdo cuando detrás de un supuesto rescate se esconde el criterio de que de no ser por esa acción el discurso hubiese muerto en la desmemoria o que este sólo a través de la escritura logre resonancias y dimensiones más altas de las que podría tener si sólo se hubiese entendido o mantenido como oralidad pura. Las palabras dichas a viva voz, improvisadas con todo el cuerpo y el espíritu, vuelan tan alto en el tiempo como su propia cualidad les permita, del mismo modo que toda palabra escrita por el sólo hecho de haber sido escrita no recibe de manera automática una cuota de eternidad, la palabra dicha no vuela sino nace con la cualidad aérea.

8.

Notas, manchas sobre el papel y una larga parrafada que cruza. Huellas en la arena, “rasguños en la piedra”. Celebración y fiesta. Gozo de estar vivos en la memoria. Suena el laúd de Lucila, el Indio Naborí y Angelito Valiente cantan. El Paraíso es un buen sitio.