domingo, 30 de diciembre de 2007

Thomas Merton y la Isla brillante IV


El juego, el noble juego que regresa, para terminar la partida de este ajedrez sin fichas negras o blancas, compuesto sólo del entramado urbano de cuatro ciudades de la “isla brillante” frente a los ojos de un poeta que quiere visitar a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, él es Thomas Merton, ustedes lo saben, y durante cuatro artículos hemos rumiado sus andares. Se deslumbra, se equivoca, ve reinos, paraísos por todas partes, exulta en una ciudad, se recoge en otra, para al final salir decepcionado y mudo de la visita a la Virgen: una mujer de negro se interpone entre él y la mambisa y no lo deja hablar, y lo que es peor no lo deja escuchar. Pareció que todo el viaje hubiese perdido sentido y sustancia, que el peregrino cambió capa y cayado por la botella de agua “pura” del turista, que es la perversión contemporánea del viajero.

Si todo el viaje se reduce a comida abundante, ruidosos ómnibus, misas por doquier, un camarín de santuario y una gaseosa en el pueblo minero del Cobre, Merton fracasó. Pero el discípulo nunca es mayor que el maestro, y el joven poeta debió pasar, con amarga sorpresa, claro está, por la verdadera senda del peregrino que es el abandono y el fracaso. Sus armas, sus premios, su estandarte están ahí. Imaginemos por un instante la escena: A pesar de escuchar el Kyrie “en una de las chozas” del pueblo – aviso obvio, petición tranquila a morir- Thomas no resiste la sensación del derrumbe y a pesar de que dice “Regresé a Santiago”, una respira, intuye, que tras la lacónica frase lo que se lee es “Espantado regreso, frustrado retorno”. No fue suficiente que la Virgen de la Caridad se escondiera, no se dejara ver nunca tras los ceibos de la estrecha carretera central, no fueron suficientes los rosarios y las ganas enormes del encuentro, no bastó el esfuerzo y la elección – recuerden que Merton tuvo que decidir entre viajar a México o Cuba, y eligió la ínsula-, no bastó la exaltación ni el temblor, no fue suficiente que alterando todo realidad el peregrino transfigurara a Cuba y casi la convirtiera en la civitas dei agustiniana, no bastó el silencio. De pronto se ve almorzando en la terraza del Hotel Casagranda. Todo ha terminado. Pero…” la Caridad del Cobre tuvo algo que decirme”, exclama y regresa el tono alto el discurso, le entrega un poema, “el primer poema que jamás había escrito”, el que “señalaba el camino a otros muchos poemas”, el que “abría la puerta”, el que le “hacía tomar un rumbo cierto y directo que había de durar varios años”.

Santiago de Cuba, Cuba, un tema cubanísimo, es el manantial desde donde comienza a brotar la torrentera enorme de la obra de Thomas Merton, poeta norteamericano de los más importantes de su siglo, por muchos considerado además “un gran maestro espiritual”. Nudo que enlaza la historia de la cultura, que es la historia de un pueblo, de ese país con la nuestra. Sello pétreo. Marca indeleble. “ Canción para Nuestra Señora del Cobre” monumento alto, secuoya enorme plantada en la isla.
Desde el primer día anunciamos que hablaríamos de contemplación, de experiencia mística, de alto vuelo del espíritu. Y eso hemos hecho. El recorrido por la Cuba de 1940, el acompañamiento a Thomas Merton en su aventura literaria nunca debe alejarse de la comprensión y la aceptación de que quien nos interpela es un místico cristiano, hijo de la tradición monacal occidental. Aún cuando su visita a Cuba y el poema cubano son anteriores a su entrada a la Abadía Trapense de Gehtsemaní (Kentucky, USA), no se olvide que es allí donde el poeta escribe su autobiografía, La Montaña de los Siete Círculos, que como dijimos es la fuente más confiable desde donde se puede ver una Cuba más cercana a la que realmente era y no a la de los Diarios, hijos del improntus y la emoción de un peregrino que le urge escuchar y ser escuchado. El de La Montaña… es un joven monje que ha empezado a pasar su vida por el filtro de la experiencia monacal, que es una de las más revolucionarias a las que puede aspirar un ser humano, una experiencia de profunda transformación en la que todo toma su lugar y en la que “el hombre interior” se expresa, desborda y contagia a la “carne”, es la experiencia de aproximación del Paraíso, donde el ser humano alcanza la plenitud y la hombría verdadera, que algunos Padres Apostólicos vislumbraban como realidad futura, posterior a la parusía.

Démosle la palabra al propio Thomas, así veía él a La Montaña… en 1963, cuando se publicó la edición japonesa.

Es mi intención hacer de mi vida entera un rechazo y una protesta contra los crímenes y las injusticias de la guerra y de la tiranía política que amenazan con destruir a toda la raza humana y al mundo entero.
A través de mi vida monástica y de mis votos digo
NO
a todos los campos de concentración,
a los bombardeos aéreos,
a los juicios políticos que son una pantomima,
a los asesinatos judiciales,
a las injusticias raciales,
a las tiranías económicas,
y a todo el aparato socioeconómico que no parece encaminarse sino a la destrucción global a pesar de su hermosa palabrería en favor de la paz.
Hago de mi silencio monástico una protesta contra las mentiras de los políticos,
de los propagandistas y de los agitadores,
y cuando hablo es para negar que mi fe y mi iglesia puedan estar jamás seriamente alineadas junto a esas fuerzas de injusticia y destrucción.
Pero es cierto, a pesar de ello, que la fe en la que creo también la invocan muchas personas que creen en la guerra, que creen en la injusticia racial, que justifican como legítimas muchas formas de tiranía.
Mi vida debe, pues, ser una protesta, ante todo, contra ellas.
Si digo que NO a todas esas fuerzas seculares, también digo

a todo lo que es bueno en el mundo y en el hombre. Digo SÍ a todo lo que es hermoso en la naturaleza, y para que éste sea el sí de una libertad y no de sometimiento, debo negarme a poseer cosa alguna en el mundo puramente como mía propia.
Digo SÏ a todos los hombres y mujeres que son mis hermanos y hermanas en el mundo, pero para que este sí sea un asentimiento de liberación y no de subyugación, debo vivir de modo tal que ninguno de ellos me pertenezca ni yo pertenezca a alguno de ellos.
Porque quiero ser más que un mero amigo de todos ellos me convierto, para todos, en un extraño.

Regresemos a la estancia cubana. Thomas Merton deja Santiago de Cuba con verdaderos tonos de exaltación, tranquila eso si, de gozosa sorpresa y entra en La Habana, una ciudad de puertas abiertas, al menos para él. Ya no sólo le parece que el cafetín, la vía pública y la casa se desbordan, se confunden, se mixturan, sino que también las iglesias entran en ese trasvase. Dice: “las puertas – de las iglesias claro está- permanecen abiertas mientras se celebra la misa y, por desgracia, los asistentes perciben también todo el ruido y la actividad que se está desarrollando fuera, en la calle: el sonido de las campanadillas de los trolebús, las bocinas de los autobuses y los gritos agudos de los chicos de los periódicos y de los vendedores de billetes de lotería”.

Ciertamente la nuestra es una ciudad con demasiado ruido por todas partes, pero veremos que es lo que le depara entre la bullanga y la confusión. Una broma, uno de esos chistes en los que el sentido del humor de lo divino se expresa. Ciertamente no hay carcajada, pero si fina ironía, delicadeza en la sorna.

Thomas Merton se va a misa a la Iglesia de San Francisco, que según Cintio Vitier, no es la que conocemos hoy, sino otra que ya no existe. Es domingo y “un vendedor de lotería se paseaba arriba y abajo fuera del templo anunciando su número con la voz más fuerte y aguda que escuché en toda Cuba, y Cuba es un país en que se habla en voz alta. Era un número que sonaba muy bien:
Cuatro mil cuatrocientos CUA-TRO;
Cuatro mil cuatrocientos CUA-TRO.

Lo repetía una y otra vez, añadiendo de vez en cuando un chillido casi ininteligible que tal vez tenía algo que ver con san Francisco: probablemente que a san Francisco también le gustaba este número.

Primero bromea Merton, quizás contagiado por el choteo cubano, sólo que la “broma colosal” está por llegar. Examinemos el número o los números. En Cuba el billete de lotería, la bolita, la charada, siempre ha sido visto en sentido cabalístico, la gente busca esos números en el sueño, el accidente, la insinuación, donde quiera que pueda ver o crea ver una señal; los vendedores de billetes siempre fueron vistos como agentes del misterio, de la sombra, dotados de una rara conexión con el “más allá”. Y por ahí comienza la broma, el poeta cree que la hace en alusión al santo y su posible disfrute del número, pero la broma no está fuera sino está en el número o la combinación. La broma se la hacen a Tom, aunque piense lo contrario.

No pretendo desviarme demasiado, pero si damos una revisión al cuatro como símbolo comprenderemos que broma y de que juego se habla hoy y en las pasadas semanas. Cuatro es el número de la totalidad, pariente del cuadrado y de la cruz, que es el cruce de un meridiano y un paralelo que divide la tierra en cuatro sectores, cuatro es plenitud y universalidad, cuatro letras tiene el nombre de Dios (YHVH), cuatro los evangelistas, cuatro letras tiene el nombre del primer hombre (ADÁN), cuatro simboliza la tierra…etc. No los abrumo: en un buen Diccionario de Símbolos, como el de Chevalier, que está en la Biblioteca Nacional, podrán encontrar su amplia significación.

Regresemos a los sucesos. Thomas Merton llega a la Iglesia de San Francisco y un vendedor de billetes no se cansa de repetir esa combinación de cuatros que es el número cuatro mil cuatrocientos cuatro. Comienza la misa, durante la epístola llegan unos niños que ocupan los primeros bancos acompañados de un fraile, y terminada la consagración los infantes proclaman el Credo, es decir el símbolo de su fe, era “una gran aclamación que salía de todos aquellos niños cubanos, una gozosa afirmación de fe”.

“Luego, tan pronto como la aclamación, y tan definida, mil veces más brillante, se formó e mi espíritu una conciencia, una intelección, una comprensión de lo que acababa de celebrarse en el altar, en la consagración: de la consagración en una forma que Le hizo pertenecerme”.

En el diario hay descripciones de los objetos, de la ceremonia, en la autobiografía se centra más en la luz, en la calidad de la luz, en el deslumbramiento y termina afirmando:
- El Cielo está aquí, enfrente de mí. ¡El Cielo, el Cielo!

En medio de situaciones y luces ordinarias, de sueños despierto, en La Habana, rodeado de una ciudad exaltada y rugiente, este muchacho tiene la sensación y la certeza de la posibilidad del Paraíso, se le ha acercado un reino que hasta entonces era sólo deseo, intuición o ejercicio intelectual.

En la autobiografía, tan útil para observar la escenografía cubana, no encontramos los datos del suceso o los vemos mediados por la crítica y el error de entender que la mística o la experiencia mística es un asunto directamente proporcional a un entrenamiento de oración, por eso habla de los diferentes tipos de ella, y no se centra en la experiencia esencialmente gratuita y generosa. Vayamos al diario: “ directamente ante mis ojos, o directamente presente a cierta aprehensión u otro yo que estaba por encima del de los sentidos, estaba al mismo tiempo Dios en toda su esencia, todo su poder, Dios en la carne y Dios en si mismo y Dios rodeado por los rostros radiantes de los miles, de millones, del incontable número de santos que contemplaban su Gloria y alababan su santo Nombre. La inquebrantable certeza, el conocimiento claro e inmediato de que el cielo estaba directamente frente a mí, me sacudió como un rayo, me recorrió como un fogonazo de luz y pareció despegarme limpiamente de la tierra.”


Este “fogonazo de luz” es la broma, la divina ironía. Un hombre viene a buscar a la Caridad del Cobre, tienes cosas que hablar con ella, cosas que escuchar de ella, y camina, más no la encuentra. Regresa frustrado, quizás dolido y hasta resignado, y es entonces cuando se le muestra el verdadero sentido de su peregrinación, de su juego. Dios es quien andaba en su búsqueda, Dios es quien le hace el juego, un Dios que a parir de allí Thomas Merton entenderá que el hombre se pierde sólo para ser encontrado por Él.

Final del viaje cubano. Quizás en otra ocasión volvamos a Thomas Merton. Este es apenas el inicio de su juego. Nunca más regresa a Cuba, sin embargo sus vínculos con la isla son múltiples y sustanciosos, a través de su discípulo nicaragüense, Ernesto Cardenal, mantendrá una extensa e intensa correspondencia con Cintio Vitier, Fina García Marrúz, Eliseo Diego, Octavio Smith y otros poetas cubanos; se mantuvo pendiente de la Cuba revolucionaria, él que sería más tarde precursor del dialogo católico-marxista. Escribió mucho y bueno, pero nunca olvidó aquella canción primera escrita en la “isla brillante”.

Thomas Merton y la Isla brillante III


Hace tres semanas avanzamos, recorremos la isla, una Cuba soñada o plena de luz, prisionera, más que “rodeada de agua por todas partes” (Piñera, 1943). Metida en el centro del huracán de un hombre llamado Thomas Merton, en una espiral de contemplación, de intuiciones, que van tomando forma, preparando su alma para encuentros trascendentes y que la tienen como escenario perfecto.

Cuba es el escenario del juego del poeta.

Detengámonos unos instantes en el término juego. No estamos hablando de competencias o banalidades. Recuerden que Merton viaja a Cuba a encontrarse con Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, a ofrecerle a ella su deseo de consagración total a Dios y para eso recorre el país: La Habana, Matanzas, Camagüey, Santiago de Cuba y otra vez La Habana. El viaje es una peregrinación en la que vamos encontrando elementos agonísticos – manifestados en los conflictos entre los protagonistas: por un lado la Cuba descrita en la impronta del diario, el país más cercano de las memorias, las esperadas visiones de los ceibos y la realidad transfigurada que termina apareciendo-; también encontramos las sombras del vértigo y la vivencia en él –illynx- , el azar que interviene como providencia – alea- , y la imitación del imposible como posible – mimesis-. Es decir, aparecen todos los principios que Caillois (1958) describe en su conocida teoría de los juegos. Iremos verificándolos en este andar con paso mertoniano. Ya lo hemos hecho en los dos artículos anteriores. Recuerden lo acontecido en La Habana, en Matanzas y en Camagüey. Ahora estamos llegando a Santiago de Cuba, apoteosis del juego cubano de poeta, que es a la vez preparación para el cierre de la partida, un final habanero en el que ocurre el verdadero “apocálypsis”, es decir, la revelación, el corrimiento de los velos y la muestra de la verdadera cara, del verdadero propósito de sus estancias.

Tengamos paciencia. La suma de pasos hacen el salto, la pirueta, y proporcionan el verdadero placer de los caminantes, que no consiste en llegar sino en avanzar, “ pasito a paso”.

Salimos de Camaguey y vamos rumbo a Santiago de Cuba. Posiblemente Merton saliera por los lados de la Terminal de Trenes de Santa María del Puerto del Príncipe, más abajo, en la calle Avellaneda, en el cuchillo que formaba un hotel y en el que se posaban los ómnibus, animales rugientes dispuestos a todo. Los chóferes serían muy parecidos a los de hoy, esa es una especie de pocos cambios: camisa de mangas largas, bajo ella la camiseta Perro blanca y de botones dorados, corbata, reloj de bolsillo y leontina de metal barato, y seguramente por algún lado Cachita o Santa Bárbara, en medallón escandaloso o estampita borrosa. A voces los auxiliares anunciaban los rumbos.

Finalmente, mi ómnibus marchó rugiendo a través de la llanura seca, hacia la muralla azul de las montañas: Oriente, el fin de mi peregrinación. Dice Thomas y la bestia avanza. La vemos, seguramente es abril o mayo de 1940. Un pequeño detalle, la realidad se burla, le hará piruetas al muchacho que se atreve, aún años después, a anunciar que oriente es el fin, cuando apenas es aperitivo de lo que vendrá después.

Dejemos a nuestro amigo avanzar. En La Montaña de los Siete Círculos nos los presenta así:

Cuando íbamos cruzando la sierra divisoria y bajábamos por los verdes valles hacia el mar Caribe, vi la basílica amarilla de Nuestra Señora de Cobre, de pie en una prominencia, sobre los tejados metálicos del pueblo minero que emergía de las profundidades de una honda concavidad de verdor, defendida por peñascos y pendientes escarpadas cubiertas de matorral.

Una pequeña, y quizás burda precisión. En 1940 no era basílica aún la iglesia, lo fue en la década del ochenta, entonces era únicamente Santuario Nacional, pero si ya era un centro de poder, un lugar de entrañable resonancia para el cubano. Recuérdese que en 1916 el papa Benedicto XV, a petición de veteranos de las guerras de independencia, reconocía como patrona de Cuba a la Virgen mambisa, coronaba una trayectoria de amor mutuo nacido en la Bahía de Nipe en pleno siglo XVII y que hasta hoy dura.

Al ver la iglesia recortada contra el verde y el cielo, el poeta exclama:

- ¡ Ahí estás, caridad del Cobre! Es a ti a quien he venido a ver; tú pedirás a Cristo me haga su sacerdote y yo te daré mi corazón, Señora; si quieres alcanzarme este sacedocio, yo te recordaré en mi primera misa de tal modo que la misa será para ti y ofrecida a través de tus manos, en gratitud a la Santa trinidad, que se ha servido de tu amor para ganarme esta gran gracia.

Merton continua: El ómnibus se abrió camino hacia abajo por la falda de la montaña, rumbo a santiago. El ingeniero de minas que había subido en lo alto de la cordillera divisoria estuvo hablando todo el camino cuesta abajo en inglés, que había aprendido en Nueva York, contándome el soborno que había enriquecido a los políticos de Cuba y de Oriente.

En la edición de los diarios que poseo, que es la 2001 de Ediciones Oniro, de Barcelona, en el tomo que recoge los de 1939 a 1960, sólo aparece una selección de ellos, y únicamente dos asiento cubanos, uno fechado en Abril de 1940. La Habana, Cuba – citado por mi in extenso en los dos artículos anteriores- y otro el 29 de abril de 1940 situado por error en Camaguey, porque describe sucesos ocurridos en La Habana, en la Iglesia de San Francisco, y que son posteriores al viaje a Santiago de Cuba, y a los que me referiré en la última entrega de esta serie. Ahora me interesa volver la mirada al asiento primero donde se describe aquella Habana “bañada en el éxito”, “analogía del reino de los cielos”, irreal, motivada por la emoción y la inmediatez, contaminada por la exaltación espiritual propia del converso, una ciudad contrapuesta a la de la autobiografía, salvada por vendedores y pordioseros, una isla continuada por apacibles y polvorientas provincias, pero que llega a Santiago de Cuba, ciudad en la que el poeta aterriza, o lo hacen aterrizar. Un hombre de tecnologías, en inglés, su lengua, para que no tenga dudas, le habla de la corrupción insular, del cáncer de los políticos que se comía a la república de sainete; porque Cuba, a pesar de la constitución del 40, no nos llamemos a engaño, era un burdel. Se escribió la carta magna con letra muerta; aquel era un país que vivía en la futuridad, era candidato a resurrección, ya lo sabemos, estaban todos los ingredientes de la gracia secular, pero estaba muerta la isla. Virgilio Piñera, por esos mismos años, en La Isla en peso, la describe así:

El rastro luminoso un sueño mal parido
un carnal que empieza con el canto del gallo,
la neblina cubriendo con su helado disfraz el escándalo
de la sabana,
cada palma derramándose insolente en un verde juego
de aguas,
perforan, con un triangulo incandescente, el pecho
de los primeros aguadores,
y la columna de agua lanza sus vapores a la cara del sol cosida
por un gallo.
Es la hora terrible.
Los devoradores de la neblina se evaporan
hacia la parte más baja de la ciénaga,
y un caimán los pasa dulcemente a ojo.
Es la hora terrible.
La última salida de la luz de Yara
empuja los caballos contra el fango.
Es la hora terrible.
Como un bólido la espantosa gallina cae,
y todo el mundo toma su café.
¿ Qué puedeel sol en un pueblo tan triste?...

Duro texto, no siempre bien entendido, que tendrá su lugar en esta columna, pero que ahora nos sirve para describir una realidad que se encuentras en las antípodas de la creación. Esa es la Cuba que Merton atraviesa y que apenas mira. El estaba atendiendo a una vocación, le apremiaban dar una respuesta, y no vio Cuba, apenas la intuyó. No es su culpa, no vino aquí a tomar lecciones, a elaborar un tratado de política o un levantamiento de la realidad cubana, vino a ver a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, nada más.

Llega a Santiago, se hospeda en el Hotel Casagranda, no lo nombra, pero lo describe, “frente a la catedral”, comió en la terraza, vio los estragos de uno de esos temblores de tierra, que comparados con otros más parecen estornudos que sacudidas, aunque a veces sorprendan y asusten. Va al Cobre en una guagua a la que califica como “el más peligroso de todos los furiosos ómnibus que son el terror de Cuba”, danza frenética en dos ruedas y a 160 kilómetros por hora, a punto siempre de explotar. Reza rosarios todo el camino, pero llega. Así siempre pasa en Cuba, se llega aunque sea con el credo en la boca, pero se llega.

Llega al santuario, sube hasta el camarín, y allí encuentra la “virgencita alegre y negra, cubierta con una corona y vestida de magníficos ropajes”, la llama Reina de Cuba, y lo es, claro que es la reina, señora de reino variopinto, en el que usted se puede encontrar con algunos súbditos que creen en ella pero no en Dios o a quien la llama virgen y la cree zalamera y mujer de varios hombres. En fin, cubanismos.

Trata de rezar pero “una piadosa sirvienta de mediana edad, con vestido oscuro”, “ansiosa por venderle una porción de medallas”, no lo deja, se escurre del camarín a la iglesia, pero ella lo persigue. El se va, desilusionado, “sin decir lo que quería a la Caridad ni llevar muchas noticias de ella”. Rápido aprendió Merton que esos lugares de mucha concurrencia no son buenos para el recogimiento.

Salé, compra “una botella de una especie de gaseosa” - ¿sería pru oriental?- y sucede un milagro: desde una de las casas, no desde la iglesia, escucha sonar un armonio, y tocaba el Kyrie eleison.

Alguien le pide perdón. No le habíamos dejado hablar y le pedimos perdón.

Regresa a Santiago de Cuba, y en la terraza del hotel Casagranda, almorzando, sin sonidos de armonio, quizás con piano a lo lejos y el chasquido de la suela de los zapatos de los meseros y los comensales, quizás con el fondo de las copas de cerveza Hatuey y el rozar de cubiertos contra el plato de loza inglesa, la Caridad del Cobre tuvo una palabra que decirle, “entregó la idea para un poema que se compuso tan suave, fácil y espontáneamente”, que lo escribió “casi sin una corrección”:

Así que el poema resultó ser ambas cosas: lo que tenía que decirme y lo que yo tenía que decirle. Era una canción para la Caridad del Cobre; era, por lo que a mi se refiere, algo nuevo, el primer poema verdadero que jamás había escrito o, de cualquier manera, el que me gustó más. Señalaba el camino a otros muchos poemas; abría la puerta y me hacía tomar un rumbo cierto y directo que había de durar muchos años.

El poema decía:

CANCIÓN PARA NUESTRA SEÑORA DEL COBRE (CUBA)
(versión de José Mª Valverde)

Las niñas blancas alzan la cabeza como árboles,
las niñas negras van
reflejándose como flamencos en la calle.

Las niñas blancas cantan, agudas, como el agua,
las niñas negras hablan silenciosamente como la arcilla.

Las niñas blancas abren los brazos como nubes,
las niñas negras cierran los ojos como alas:
los ángeles hacen reverencias como campanas,
los ángeles alzan la mirada como juguetes,

porque las estrellas del cielo
están en corro:
y todos los trozos del mosaico de la tierra
se levantan y escapan volando como pájaros.


Debería alguien preocuparse por poner estos versos en un lugar visible del Hotel Casagranda, o quizás, en bronce puro, dejarlos en el camarín de la Virgen, junto a la Medalla del Premio Nóbel de Ernest Heminguey, para recordarnos que la luz es posible.

Una vez más tomé más espacio del debido y me conmino a terminar el viaje. Thomas Merton regresará a La Habana y allí le serán mostradas las verdaderas razones su viaje. El saber popular puede ser, en ocasiones, chota, pero casi siempre certero, ustedes y yo estamos casados de decir “que una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero”. Y en la peregrinación, en el juego mertoniano, esto se cumple. Pero lo veremos en otro momento.

A ustedes les queda tiempo, todo el tiempo.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Thomas Merton y la Isla brillante II


Si usted me está siguiendo los pasos, si el mío ha logrado moverse al ritmo de los suyos, si mi bastón de ciego parlanchín le guía entre la montaña de legajos y papeles, si ha logrado liberarse del polvo y las termitas, si la poesía le está siendo familiar y gustosa, no he perdido mi tiempo. Y lo que es mejor, usted sabrá de lo que estaré tratando, porque el poeta de esta ocasión es el de la semana pasada: Thomas Merton, el mismo que viste y calza, el que pintó en su diario una Habana “analogía del reino de los cielos” y en su autobiografía otra con “ calles peligrosas y lupanares”. Ya lo explicábamos, el diario es un género de improntus, la autobiografía uno de memoria.

Hoy descubriremos además nuevas claves, que sumadas a las ya dadas, nos permitirán seguir el andar de Merton por la “isla brillante”, como él llamó a Cuba en su autobiografía, que no en su diario. Sin dejar de darle peso al improntus. Decíamos que era un católico converso, es decir un hombre que decide en conciencia aceptar la fe católica romana, uno que se bautiza adulto más por convicción que por tradición, decíamos además que este catecúmeno tiene vocación, del verbo vocare que significa llamado, y esta vocación era un llamado a la vida sacerdotal, pero que no sabe si lo están llamando a ser hermano franciscano o monje trapense. A estas alturas ustedes, ciegos pero no mudos, se están haciendo una pregunta, ¿Quién llamaba a Thomas Merton? Simple, lo llamaba Dios. Entonces las respuestas que necesitaba Tom las tenía el Otro, y había que buscarlas, y una manera de hacerlo era echarse a andar.

El llamó a su estancia aquí “vagabundeo por Cuba”, pero hay que dejarlo explicarse porque parecería que estamos delante de una “ de aquellas peregrinaciones medievales que consistían en nueve décimas partes de vacaciones y una décima parte de peregrinación”(Merton). Y no, él poeta vino a Cuba a “ hacer una peregrinación a Nuestra Señora del Cobre”, según sus propias palabras, es decir, Merton no estaba aquí de vacaciones, había venido a encontrarse con la Virgen, con la patrona que nos dimos los cubanos.

Eso explica el nivel de exaltación que se respira en su diario y la deformación que sufre La Habana de 1940 cuando él la describe, tanto es así que años después al hablar de su experiencia cubana reconoce que le acompañó cierta dosis de “inmunidad frente a la pasión o el accidente”. Aquí por accidente se puede traducir realidad y esa inmunidad viene como un don resultante de su renuncia a poseer cualquier cosa del mundo o de la expresión privada y posesiva de ese mundo que es el cuerpo.

El viaje de Thomas Merton por Cuba o se entiende en términos de peregrinación o se fracasa, es ahora que podemos descubrir por qué La Habana en él es más parecida a la visión de la tierra prometida de Moisés sobre el monte Moria que la visión que de ella tienen otros viajeros o la que se desprende de la vociferada y vociferante prensa habanera de la época. Merton no es un viajero, es un peregrino que “ a cada paso que daba se abría un nuevo mundo de gozos, gozos espirituales, placeres de la mente, la imaginación y los sentidos en el orden natural, pero en el plano de la inocencia y bajo la dirección de la gracia”.

Atiendan este final, que es significativo: nuestro poeta no vino a Cuba sino que fue traído. ¿Traído a qué? A que le contestaran ciertas preguntas pero sobre todas las cosas por la certeza de que él necesitaba de un ambiente católico, porque, sostenía, “antes de que haya alguna posibilidad de una experiencia completa y total de todos los goces naturales y sensibles que desbordan de la vida sacramental” era necesario el ambiente del catolicismo francés o italiano o español. Se desprende que esa vivencia era un imposible en la sociedad norteamericana, había que buscarla en Cuba, con un catolicismo todavía muy español, a pesar de los treinta y ocho años de “república”. Aquí describe iglesias “cargadas de impetuoso dramatismo español” en las que encuentra “en todos los rincones a cubanos en oración, pues no es verdad que los cubanos descuiden su religión…o no es tan cierto como complacientemente piensan los norteamericanos, basados sus juicios en las vidas de los jóvenes ricos y lívidos que vienen al norte desde esta isla…”


Sin cometarios. Aunque vale la pena que hagamos algunas precisiones. El cubano ciertamente “no descuida su religión”, pero ¿de cuál religión hablamos? De la suya propia, de su imaginario, de la que nace de la rara combinación del bautismo católico por tradición y el anticlericalismo por cultura. Pero eso seguramente es tema para los científicos sociales. ¡Zapatero a tus zapatos!

Hay otro elemento que le cautiva de Cuba: el idioma. A Merton el español le parece una lengua fuerte, ágil, precisa, con la cualidad del acero, que le da la exactitud que necesita el verdadero misticismo, pero que es a su vez suave, gentil, cortés, devoto, galante y suplicante. Le parece, como a Víctor Hugo, “una lengua apropiada para la oración y para hablar con Dios”. Vino a peregrinar y quiso hablarle a Dios en un idioma que le fuera grato, una lengua que “tiene algo de la intelectualidad del francés” pero que “nunca desborda en las melodías femeninas del italiano”.

Aquí fue un príncipe, un millonario espiritual, rodeado de seres humanos que resistían el ruido persistente y estridente de la ciudad. Extraño cada día esa cualidad que la visión mertoniana nos otorga: paciencia frente al vaho sonoro que nos envuelve; porque la cualidad principesca es aún abundante y empecinada. Valgo una digresión más.

De iglesia en iglesia, del parque Central a la casa, ¿qué casa, dónde estuvo, sería por los costados del parque, por Centro Habana o más cercano al Vedado? ¡ Quién sabe!! Quién supiera! “Cuando estaba saciado de oraciones, podía volver a las calles, paseando entre las luces y las sombras, deteniéndome a beber enormes vasos de jugos de fruta helados en los pequeños bares, hasta que regresaba a casa a leer a Maritain o Santa Teresa hasta la hora de almorzar”. No habla de la casa, ni del libro o los libros de Maritain, más de Santa Teresa si: lee su autobiografía.

De La Habana, va a Matanzas, a Camagüey y a Santiago de Cuba, atraviesa, en un bárbaro ómnibus, la isla, pero la ve gris aceitunada, ¿ sería acaso daltónico? Esta isla es verde, inmensamente verde, al menos así me lo cuentan los que cosas verdes ven. Yo la veo también gris aceitunada y soy daltónico.

Thomas esperaba ver a la Virgen en algún ceibo del camino, pero no la vio, bella, en ninguno de los ceibos.

En Matanzas va un parque, no dice tampoco cuál, la gente gira como manillas de reloj, mujeres a compás y hombres a contracanto. Seguramente miradas furtivas, pequeños roces, un guiño, una tos nerviosa, una sonrisa detrás del abanico. Tom convoca una pequeña multitud y en español les habla de su fe, una escena tierna y conmovedora, ciertamente infantil. Uno dice, no sé por qué lo imagino viejo y mulato, que Merton es “un católico muy bueno”. Duerme feliz en Matanzas, le gusta el elogio.


Sus pasiones, que no alborotaban, regresaron en Camagüey, despertaron, pero no tenía por qué preocuparse, Santa María del Puerto del Príncipe no era un lugar peligroso. Yo que soy de allí me limito a decirle a Tom que no ande en esa gaveta, que no toque esa tecla, que mejor dejamos las cosas como están, que pueblo chiquito es averno grande, aunque aquella, mi ciudad, no es tan pequeña como la pintan ni tan grande como hubiéramos deseado. Es gracioso su dibujo: “ ciudad muy insípida y soñolienta…en donde prácticamente todo el mundo estaba en cama a las nueve de la noche”.

En Camaguey leyó a Santa Teresa de Ávila, “bajo las palmeras grandes y magnificas de un jardín enorme que tenía enteramente” para él. Cintio Vitier, que pasó su luna de miel por esos lugares, cree que Merton se refiere al Casino Campestre, parque lleno de árboles de diversas especies, el más grande de Cuba, en el que está un ceibo, El árbol de la República, como lo llama el poeta Rafael Almanza; pero creo se equivoca. El Casino es parque no jardín, las palmas sólo guardan la avenida que actualmente conduce al stadium y que por la costumbre que han tenido las tiñosas de tomarlas por casa nada de admirable ofrecen, por debajo de ellas hay que andar en marcha apurada, no se puede leer, además bajo las palmas -flacas, pestilentes y manchadas- no hay bancos. Más parece que nuestro amigo describe los jardines del antiguo Hotel Camagüey, antes Cuartel de Caballería del Ejército español y hoy Museo Provincial. Es un jardín de palmeras enormes, con bancos y una fuente recoleta en la que un niño de mármol orina con inocente desfachatez. Rodeado de arcadas de medio punto, es un lugar solitario y silencioso, propicio para la lectura en la que uno tiene la sensación de que el mundo es suyo y sólo suyo. El casino quedaba en las afueras del Camaguey de los años 40, el Hotel quedaba a dos cuadras de la Terminal de Ferrocarriles y a unas cinco o seis cuadras del lugar desde el que llegaban y salían las guaguas de la línea Santiago-Habana en la calle Avellaneda. Además, para leer en el Casino hay que disponerse a viajar, los hoteles de la época estaban distribuidos en las calles República, Avellaneda y Maceo, y el Hotel Camaguey estaba en los inicios de la Avenida de los Mártires.

A favor de la hipótesis de Vitier esta la devoción de Merton por la Virgen de la Caridad, motivo de su peregrinar. Para ir a saludarla en Camagüey hay que atravesar una avenida y llegar a un barrio, los de la Caridad justamente. A su costado está el Casino Campestre. Era una zona bien comunicada, los tranvías, los coches, los ómnibus, todo llegaba hasta allí, en esa zona estaba la Colonia Española, un hospital de prestigio; pero el poeta no menciona esa iglesia, sino otra del centro, la de Nuestra Señora de la Soledad, advocación rarísima, que le acompañó siempre. Si Merton hubiera ido al Casino Campestre hubiera visitado al Santuario, si lo hubiera conocido lo hubiera descrito, tenía un altar mayor de plata pura y gruesa, muy barroco, dicen que hermoso, del que sólo quedan pedazos, obra de unos curas belgas a los que les urgía la entrada del Concilio Vaticano II en Camagüey.

Veamos a Thomas Merton describir mi amada parroquia: “… encontré una iglesia dedicada a la Soledad…una pequeña imagen vestida, en una hornacina sombría: apenas podía uno verla. ¡La Soledad! Una de mis mayores devociones; no se la encuentra, ni se oye nada acerca de ella en este país – se refiere a USA-, excepto una antigua misión de California que fue dedicada a ella”. Realmente la imagen no es tan pequeña, tiene unos 150 o 175 cm de altura y con el manto abierto, de terciopelo negro bordado en oro por monjas catalanas, otros tantos. Es un esqueleto de madera del que solamente vemos la cara y las manos. Por debajo, que es un busto, la Virgen tiene senos que casi nadie ha visto, pudorosamente se le cubrían con un corpiño y cuando se le iba a vestir se mandaba a salir a los intrusos. Estaba en esa época ya en un nicho bien iluminado, aunque las luces sólo se prendieran durante las misas, lo sé de cierto por el padre Miguelito Becerril y por Fausto Cornell, dos de mis amados amigos difuntos. La iglesia tenía el piso de lozas grandes de barro cocido y las paredes blancas, pintadas con cal. Merton no debió haber oído misa allí, hubiera recordado el poderoso órgano Hamont, todavía hoy famoso a pesar del tiempo, y las tres naves totalmente llenas de luz, mientras no había liturgia la penumbra y el silencio se enseñoreaban.

No más comentarios, me excedí. Apenas debe quedar tiempo y no llegamos a Santiago de Cuba. Será para el próximo artículo.

martes, 25 de diciembre de 2007

Thomas Merton y la Isla brillante I


Thomas Merton o la semilla de Fray María Louis o el proyecto del Padre Tom, estuvieron en Cuba, los tres que son uno: el poeta, el monje trapense y el místico. Roble, madera tallada, carbón ardiente. Los ojos que vieron Cuba en 1940 estaban listos para la contemplación, ya contemplaban, “atendían en toda su pureza” ( Diego).

“La vida de fe… orienta a los cristianos a vivir como si estuvieran viendo al Invisible. Pero los lleva también, y por el mismo movimiento a descubrirlo y hacerlo presente entre las cosas visibles” dice José Román Flecha en uno de sus textos sobre nuestro poeta; y es precisamente por allí por donde quiero que comencemos este viaje.

Hablemos de la contemplación. Estamos delante de un acto de supuesta quietud que entraña las más altas migraciones del espíritu; el hombre camina hacia el Uno trascendente, Dios, y El “se abaja”, se mueve al mismo son y hace suyas las miradas humanas, ahora divinas, magníficas intuiciones. Dios y el hombre arman comunidad. A solas con el Solo, dirán los cistercienses. De ahora en adelante quedará claro que cuando decimos contemplación no sólo hablamos de miradas fijas, de arrobamientos, de intensidades y silencios sino que también de un estado que se expresa en la revelación de lo no visto, de un Invisible que se ofrece a una comunidad, le muestra su faz y le cambia el rostro, se lo transforma en luz.

Los poetas, no importa su credo, son solitarios que aprenden a mirar el invisible de las cosas, son los hijos de Prometeo, dispensadores del fuego. Toda poesía es conversación en las orillas del mar primordial e ignoto del Silencio. Todo poeta es un contemplativo.

Comienza el viaje.

Thomas Merton llegó a Cuba en abril de1940, poco después de Pascua; había sido operado, le quitaron la apéndice, y quería reposar, además de encontrar rumbo a su vida, sería sacerdote católico, estaba decidido, pero se debatía entre los hijos de Francisco de Asís o los de San Benito. El dinero le alcanzaba para viajar a México o a Cuba, optó por la ínsula, y decidió bien: aquí encontró, según sus propias palabras “una isla brillante donde la bondad y solicitud que me acompañaban a donde quiera que dirigiese mis débiles pasos alcanzaron su grado máximo”.

En su diario describe una Habana “bañada de éxito, una buena ciudad, una ciudad real”, en la que él ve” abundancia de todo, inmediatamente accesible y, hasta cierto punto, accesible a todos”. El hasta cierto punto salva a Thomas de la visión indolente del turista. Recuérdese que ese es el año de la constitución de 1940 -hecha con la participación de los sectores más diversos, incluidos los comunistas, con brillante ejecutoria en la constituyente-, recuérdese que por la situación de guerra en Europa y la distante mirada de los Estados Unidos que no entraban aún en el conflicto, la industria azucarera cubana estaba en época de vacas gordas, además de la aparente estabilidad política. Eso hacía que se viera una ciudad ruidosa, llena de faroles, de negocios, de bares y cantinas, sin embargo, detrás del “progreso” estaban sus víctimas y no escaparon a los ojos de Merton: “cuando abandonaba la iglesia no faltaban mendigos”. Los mendigos hacían la diferencia.

De todas maneras la gran exaltación espiritual del futuro poeta y monje le juega una mala pasada y en su diario pinta una ciudad reconocible sólo a pedazos.

Como lo más interesante es que usted pueda conocer a los poetas por lo que dicen y no por lo que yo digo, me impondré la costumbre de citarlos in extenso, aunque con la advertencia de que ciertamente los cito a capricho, a voluntad diríamos. Ese es el único privilegio del ciego que escribe, el único que me es dado y como no es recomendable que un ciego guíe a otro, lo mejor sería que cada cual busque la fuente y beba, allí las aguas siempre son cristalinas aunque bravas.

Volvamos a La Habana y veámosla con los ojos de Tom, un joven ingenuo y apasionado, nacido en Prades – Francia- en 1915, tiene ahora 25 años, es un católico converso, que quiere seguir un camino alto. La isla es un misterio, La Habana un acertijo para él:

La animación de los bares y cafés no está secuestrada tras las puertas y los vestíbulos: todos ellos están ampliamente abiertos a la calle, la música y las risas llegan a la calle, y los peatones participan en ella, de la misma manera que los cafés participan también en el ruido, las risas y la animación callejera.

Esa es otra característica de la ciudad de tipo mediterráneo: la completa y vital compenetración de todos los ámbitos de la vida pública y comunitaria. La vida real de estas ciudades se encuentra en la plaza del mercado, en el ágora, el bazar y los soportales.

Vendedores de billetes de lotería, de tarjetas postales o de ediciones extraordinarias de periódicos vespertinos (casi a cada minuto aparece la edición de algún periódico) entran y salen de la multitud y de los bares. Bajo los soportales se instalan músicos que cantan o tocan algún instrumento para desaparecer después.

Si estás comiendo en una mesa de las terrazas de la plaza, participas de la vida de toda la ciudad. A través de los soportales puedes ver, recortada contra el cielo, una musa alada de puntillas en la parte superior de las cúpulas del Teatro Nacional. En la parte baja, los árboles del parque central: y todo el mundo parece estar circulando a tu alrededor, a pesar de que los viandantes literalmente no vienen ni van de las mesas en que se sientan los comensales, que comen sabrosos platos de judías negras o pintas.

El alimento es abundante y barato: pero es que, además, sino tienes dinero, no tienes que pagar por él, porque es de todo el mundo, se desborda e inunda las calles. Tú animación no es algo privado, pertenece a todos los demás, porque cada uno te lo ha dado a ti en primer lugar. Cuando más observas la ciudad y te mueves por ella más amor recibes de ella y más amor le devuelves y, si así lo deseas, pasas a formar parte integrante de ella, de todo el complejo abanico de alegrías y ventajas, y esto, después de todo, es el modelo mismo de la vida eterna, un símbolo de salvación. Esta pecadora ciudad de La Habana está construida de tal manera que, cualquiera que sepa vivir en ella, puede interpretarla como una analogía del reino de los cielos.

El entusiasmo exagerado, la exaltación, la vida anterior balanceándose entre la Europa de la bohemia – su padre era pintor- y el mundo académico de los Estados Unidos, país del que se hará ciudadano en 1950, y, por qué no, el pecado mortal de lo libresco, hacen que Merton vea sin ver, reconozca una Habana mítica en la que conviven el cuerno de la abundancia y el bárbaro noble, generoso, un país donde el sufrimiento y la inequidad no existen, donde todo parece oler a frijoles negros y colorados, donde la gente abreva en la Fuente de la Eterna Juventud. Más que La Habana creo ver una ciudad mezcla de la Utopía de Moro, la Ciudad del Sol de Campanella y la Civitas dei de San Agustín. No aparece nunca el olor del arroz blanco, huevo frito y plátanos de las apuradas muchachas de los Barrios de Colón y San Isidro, no aparecen la ausencia de olor a comida o el mal olor de los hacinados solares centrohabaneros, tampoco el rictus de la Timba, El Fanguito,no escuchamos el grito de Pogolotti, barrio de negros y de obreros.

De todas maneras algo se filtra, la sensibilidad del poeta y el místico están ahí esperando agazapadas. Los vendedores de periódicos entran y salen de todo sitio en busca del centavo salvador, los músicos fantasmagóricos cantan y tocan, aparecen y desaparecen, artistas del rebusque y la lucha, los vendedores de billetes se llevan la suerte tras sus pasos y voceos. Están en las páginas del diario de Merton, en su memoria y en su corazón, de modo que después limpiará sus ojos de las escamas del lujo y la apariencia logrando entender el devenir de la isla, ciertamente en peso.

Los renglones torcidos, ¡perdón Teresa!, después se convertirán en escritura derecha. Tengamos paciencia.

Por ahora vayamos a la ciudad real que pinta nuestro poeta: una urbe en la que lo público y lo privado se mixturan, se confunden con algarabía y desparpajo, una Habana en la que de balcón a balcón se lanzan piropos, improperios, ensalmos y polvos de brujería, una en la que el choteo y la risa conjuran la frustración y el dolor. Ciertamente La Habana, espacio mítico en el que bien se representa el ideario insular, es una ciudad de puertas abiertas, capaz de la acogida y la asimilación, en donde uno puede tener cualquier intercambio con cualquiera, donde se hacen pocas preguntas y se enuncian excedidas respuestas, donde nadie es huésped, extranjero, sino familia, compadre, contertuliano.

La cita larga viene de su diario, sin embargo en la autobiografía de Thomas Merton, La montaña de los siete círculos, best-seller en su época, grandioso y rebosando de sustancia, filtra otras apreciaciones:

No creo que un santo que hubiera sido elevado al estado de unión mística pudiera cruzar las calles peligrosas y lupanares de La Habana con una contaminación notablemente menor de la que parezco haber contraído yo.

El diario, escritura súbita, casi automática, generalmente más centrada en la emoción y la inmediatez que en la reflexión, entra en contradicción con la autobiografía, género en el que se habla de lo pasado, de lo sentido, pero ya en conexión con la cabeza. Es por eso que en La Montaña… se describe una Habana grata, acogedora, escenario de su “vagabundeo” místico pero que tiene calles peligrosas y lupanares que la hacen irreconocible en aquella “analogía del reino de los cielos” que aparece en el diario.

Yo pensaba que una breve estación bastaría para Thomas Merton. Pero no es así, aún no he revelado los misterios del poeta en Cuba, nos quedan sus visitas a Matanzas, Camaguey, Santiago de Cuba y su regreso a La Habana; nos queda lo mejor del viaje.

En la próxima estación encontrarán ustedes nuevos motivos para acercarse a Thomas Merton.

viernes, 30 de noviembre de 2007

DISCURSOS, MEMORIAS


En Cuba, quizás sólo en Cuba, hay una tendencia a olvidar el origen de la celebración del Día del Narrador, o más bien sustituirlo por una fecha más “universal”. Detrás se esconde la reacción antigarzoniana, que puede tener bases justas o no, pero que ignora el protagonismo cubano en la historia de la oralidad escénica y narrativa contemporánea, lugar de privilegio y fundación.
Quiero aclarar que no hay en mi ánimos chovinistas, cada país tiene su historia y difícilmente se pueden enlazar los orígenes colombianos, argentinos, brasileros, entre otros, con los cubanos; pero que en la idea de conformación de un movimiento escénico hay aporte cubano, vía Francisco Garzón claro está, y esto puede ser suficientemente documentado.
Publico estos discursos como testimonio.

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL DR. JESÚS LOZADA GUEVARA POR EL 19 DE MARZO EN LA HABANA// 19 DE MARZO Y 2003


Queridos hermanos y hermanas,

Me han pedido que cuente un cuento. Y eso me honra y me emociona. Después de veintitrés años en compañía de las palabras no he perdido aún el susto y la alegría de la primera vez. Este cuento que quieren escuchar es el cuento de mi propia vida, o más bien uno de los cuentos del libro de mi existencia. Los cuentos son cosas serias, sagradas, son cosas de camino.

Para empezar quiero pedir perdón por no haber amado lo suficiente a mis amigos y enemigos, es por eso que no soy el primero de los cuenteros de este país; si hubiera amado mucho, mucha también sería mi gracia al contar.

Cuando, de adolescente, alucinaba, veía que mis palabras resonaban en las paredes del rectángulo de San Juan de Dios, en mi amadísima y soñolienta ciudad de Camagüey. Un día quise fundar en ella La Peña del Farol, pero allí no sólo habían, y hay, pastores y sombreros, sino que también especimenes menos felices: un señor adusto y solemnísimo dijo que contar cuentos no era conveniente en esa plaza, pues en ella había estado el cadáver del bayardo Agramonte, y nos recomendó nos fuéramos al patio de la Casa Natal del Mayor Ignacio Agramonte. Nunca he sido más feliz que en aquellos días de génesis y avivamiento. La necrofilia del burócrata nos obligó a celebrar la vida, la de aquel diamante con alma de beso, al decir de Martí, y la nuestra, joven, impetuosa, inexperta, hecha sólo de Amor y de entrega sincera. El 14 de Marzo de 1987, es decir, a finales del siglo pasado, acompañados de una canción de Ali Primera y del Credo de Aquiles Nazoa, puesto en mi lengua, nacía La Peña del Brocal.

Francisco Garzón, mi maestro y el de muchos en esta sala, había insistido. Ya ustedes saben que él tiene una disciplina cuasi religiosa para esos asuntos de fundar lo que hay que fundar, en el tiempo que debe ser fundado. Y como nosotros, él, y Luis de la Cruz, Mariela Pérez Castro y María Magdalena González, habíamos trabajado y hecho lo que nos tocó en suerte, entonces decidimos celebrarlo. Al año siguiente me estrené un espectáculo, Los Cuentos del Cazador, que junto a uno de María Eugenia Llamas, La Tusita, se recuerdan hoy en los anales de la narración oral escénica como los dos primeros unipersonales iberoamericanos que usaron un director de escena – Garzón, por supuesto era el director-. Fue un éxito, no sé si porque yo estuve bien, dicen que en aquellos tiempos yo era bueno en el oficio, o porque era una novedad, la cosa es que Anamari García Pérez, promotora excepcional y entonces Presidenta de la Asociación Hermanos Saíz, nos propuso a Garzón Céspedes y a mi hacer un Festival Nacional de NOE. Y lo hicimos, y se inauguró el 19 de Marzo de 1989, como homenaje al segundo aniversario de La Peña del Brocal y se entregó por primera vez el Premio Cuentería, que es nuestro humilde y hermoso Premio Nacional de NOE. Según dicen es el primer Festival Nacional que el Movimiento de Narración Oral Escénica hizo.

Demasiadas veces he pronunciado el adjetivo “primer”. Nosotros no lo sabíamos, o fingíamos no saberlo, pero en aquellos tiempos casi todo se hacía por primera vez.

Un tiempo después, en 1993, en las Islas Canarias, tierra de mis ancestros, se estaba celebrando un Festival Iberoamericano de NOE, y en unas de aquellas reuniones maratónicas, apasionadas, conflictivas y memorables, Germán Argueta, antropólogo y cuentero mexicano, propuso que escogiéramos el 19 de marzo, día de la inauguración de aquel humilde Festival primero, para celebrar el Día de la Narración Oral Escénica.

Eso es lo que estamos celebrando hoy, aún cuando algunos no sepan y otros hayan olvidado el por qué del jolgorio. Lo importante, lo realmente importante, es que estamos aquí, salvados del tiempo y muchas veces a pesar de nosotros mismos, que no hemos sido capaces de la generosidad y la cortesía.
Por último quiero celebrar a los protagonistas verdaderos de aquel 19 de marzo de 1989: A Francisco Garzón Céspedes, iniciador, a Anamari García, a la ciudad amada de Camagüey y a mis coterráneos, a Haydeé Arteaga, Señora de los Cuentos y de tantas otras cosas señora, Mayra Navarro, historia viva y cuento excepcional, a Miriam Broderman y Menchy Núñez, a Manolito Martínez, a Magdalena González, y a mi mismo, permítaseme la alegría de celebrarme y cantarme por lo único artísticamente hermoso que he hecho: responder cuando el llamado de los cuentos no encontraba casi ningún eco.

Para el final, lo más importante, nada de lo que hicimos fue posible sin Historia, sin la desprestigiada y desvirtuada historia, sin esa Historia única y verdadera, que no depende del cuento que quieran contar sino del cuento que es. Gratitud eterna a Eliseo Diego, María del Carmen Garcini, María Teresa Freire de Andrade, Haydeé Arteaga, Luis Carbonell, Luis Gómez, Rómulo Loredo, Onelio Jorge Cardoso, el Gordo Hinojosa, Fernando Ortiz, Lidia Cabrera, Rómulo Lachateñere, Samuel Feijoó, Rogelio Martínez Furé y todos los folkloristas y etnólogos de este amado país tan nuestro. Luz eterna a los hombres y mujeres que contaron para nosotros y para los que aún cuentan e investigan.

Para ustedes sea la gloria, para mí la oscura memoria, el rincón. Hice lo que tenía que hacer, en el momento en que esperaban que lo hiciera, ahora haré lo mejor que puedo hacer: ¡ callarme!.

Muchas gracias.

DISCURSO POR EL DIA IBEROAMERICANO DEL NARRADOR ORAL (19 de Marzo de 2006)

Queridos Narradores Orales
Distinguidos Invitados
Amigos:

Palabra cubana, mixtura y contundencia, gozo y “hondos dolores”, afirmación y reto, ¡bendita seas! Elogio y larga vida a ti, sagrado instrumento.

Benditas sean también las lenguas que te sostienen, las maledicientes lenguas cubanas, las chismosas lenguas, las procaces, las poéticas, bendita la lenguaraz cubanía, choteo, desparpajo; bendita la lengua del panfleto y la solemnidad, la del orador sagrado, la del catedrático, la del político, la del aguafiestas, la del borracho, la del loco, elogios y gloria a la lengua de la trompetilla, la burla o la ira santa, pero, sobre todo, bendita sea la lengua de los contadores de cuentos de relajo y de chistes políticos, es decir, benditos seamos todos los cubanos que vivimos del cuento, por el cuento y para el cuento, nosotros, que para todo tenemos una historia, hemos sido salvados de la desesperanza, librados del miedo y rescatados de la barbarie por obra del cuento, seamos benditos ¡ sea por siempre bendito el cuento!

Hace diecisiete años cuando el 19 de Marzo de 1989, junto a Francisco Garzón Céspedes y Ana María García Pérez, inaugurábamos el Primer Festival Nacional de Narración Oral Escénica en Camaguey, celebrando los primeros dos años de La Peña del Brocal, no tenía idea de la puerta que estábamos abriendo. A veces he pensado que lo que abríamos fue una caja. Pero eso es otra historia, la de las mejores familias, claro está. Decía que no tenía idea del porvenir pero si del pasado, de ese que sostenía mis plantas, que es “lo único que necesitamos para caminar”, como decía Chuag-tse, el poeta. Venían a mi los muertos y los vivos, la lengua del país, que tiene nombre algunas veces - Luis Mariano Carbonell, Haydeé Artega, Luis Gómez, El gordo Hinojosa, el Ciego Hermógenes, Chago Mantequilla, Mariano Mercerón, Pomares y los relacioneros, el inmenso Eliseo Diego, Mayra Navarro, las bibliotecarias, las liceístas - pero otras veces la lengua del país no tiene nombre, esos también valen y estaban con nosotros. Muchas de las historias de mi vida son historias de las que me apropié y que se las oí contar a “intocables”, o más bien, a esa lengua de Cuba que no tiene nombre, que funciona como la bola y la radio bemba, viva y eficientemente.

Hermoso que el mundo celebre hoy a los Narradores Orales con el Solsticio de Primavera, lo creo justo, poético, así nuestra lengua puede reverdecer; un año es mucho tiempo cuando de menear la sin huesos se trata y necesitamos de esa resurrección. Eso está bien, es azar, concurrente y lezamiano, está bien, coincidimos, pero al cubano no debe bastarle. Nosotros celebramos otro verde, que es historia nuestra. No importa que del tapiz formemos parte apenas, no importa que algún aprendiz de parca trate de deshilacharlo, no importa que nuestra fotografía no aparezca, ni que nuestro nombre fuera borrado con saña y desmemoria, lo importante, lo realmente importante, es que la tela existe, y que uno de hilos le fue añadido un día como hoy. No olviden el día, el hecho, pueden olvidarnos a nosotros que fuimos sólo accidentes del lenguaje. Hoy es el día del Narrador Oral en Iberoamérica, y tiene un origen que hay que recordar.

No olviden, escarben en la memoria. El que borre será borrado. No olviden incluso a quienes los olvidan, los ningunean, los ignoran. Complázcanse en hacer lo deben, en el momento presente y nada más. La tela flota al viento aunque el buitre piense que un paño no tiene alas, luego entonces nunca podrá volar. Ustedes lo saben, de sobra, los paños siempre vuelan.

Muchas Gracias

sábado, 24 de noviembre de 2007

Pangur Bán, el monje y el cuentero


¡Salve Palabra de Fuego! Conversación gozosa a la que acuden vivos y muertos. Sorprendentemente no pelean. Es que Pangur Bán está rondando, pule las uñas, lame la piel y espera. Un gato espanta la discordia. El monje y el cuentero se asoman a la ventana, sonríen burlones. Se mofan.

Los muertos están quietos, silenciosos, ellos han reconocido el estado primordial de la palabra, que es la voz y en lo profundo de la voz han descubierto el Silencio. Los vivos no podemos desprendernos del ocio y el chachareo, a trancos avanzamos, pero nos detenemos en largas parrafadas. Entonces convertimos a la Nombradora en una ramera, paciente y animosa, que teje a croché mientras aguarda al próximo cliente, sudoroso y parco, empeñado en hacer muy rentables sus dos únicas pesetas. Por otro lado, los vivos son más tenaces que los muertos, es que ya ellos se las saben todas, entonces la tenacidad no es virtud. Virtuosos los que vencen la maldición y se concentran en las cosas reales, extrayendo de ellas el summun, es decir, la suma de todas las esencias.

El que cuenta cuentos es el más vivo de los vivos, sólo que se va muriendo detrás de cada hallazgo. Tiene necesidad de dejarse penetrar por el Silencio, de ser él voz de silencio. Así como Ignacio de Antioquia, en el siglo II d.n.e., tenía la certeza de que sería hombre total después de la muerte; el cuentero sabe que de ese morir depende todo su arte. Su oficio verdadero es ser Silencio, es traducir el Silencio. Es por eso que algunos piensan que ellos son literatos también, sólo que en vez de marcar tablillas marcan el aire, casa de misterios.

Hablemos de traducciones y traiciones. Traduttore-traditore. Comentemos un poema anónimo, escrito por un monje celta de Kells.

Saltamos por la ventana al scriptorium del monasterio. Las abejas han labrado cera perfecta. Huele pegajoso. El monje se asusta, el cuentero protesta y Pangur Bán se echa en un rincón, no está para sobresaltos el felino, lo más simple sería cazar. Él no entiende porque los hombres dan saltos inútiles. – Bah, pobrecitos los hombres. Son tan raros. Podría decir sino pesara sobre él la maldición de la mudez.


Yo y Pangur Bán, mi gato
nos aplicamos juntos en nuestra tarea,
él se deleita cazando ratones
y yo paso la noche cazando palabras.


Pangur Bán, el monje y el cuentero se aplican y cazan. Se entrenan largamente y aceptan lo que natura les dio. “Salamanca non presta” o presta en usura. Lo sabemos de cierto. Entonces ¿para que se entrenan el monje y el cuentero? Para cumplir su destino: desnudar la Palabra, quitar de ella la patina de Tiempo. “Traducirla” en sangre. Por eso en algunos lugares de África al que cuenta se le llama diali.

Contar es traducir entonces, pero ¿ qué traduce el que cuenta? Aparentemente trasmuta palabras habladas en palabras vividas, palabras escritas en palabras dichas, palabras vacías en palabras llenas de sentido. Dije aparente. Todo eso trasfondo. En lo recóndito traduce la vida, que se expresa en Silencio. Entonces la sangre no es el cuentero: es el Silencio.




Mucho mejor que las alabanzas de los hombres
es el sentarse con un libro y una pluma.
Pangur no tiene nada en contra mía
y él también se aplica a su sencilla habilidad.
Alegra ver lo contentos que estamos con nuestras tareas.
y cómo sentados en casa
encontramos ocupación para nuestra mente.


El que cuenta, canta y está sentado en su “sencilla habilidad”. La del cuentero consiste en hacer sonar, con el mismo son, Silencio, Palabra y Voz. Rara avis. Alegra ver las pocas veces que el cuentero alcanza la sinergia, la conjugación perfecta. La Piedra Filosofal, el mercurio, el agua quemada, el fermento sacro, el grial del cuentero se alcanza en la renuncia. Herrero en el fuego. Arde el Silencio.


A veces un ratón se cruza
en el camino del héroe Pangur;
a veces mi agudo pensamiento
pesca un sentido en su red.
Fija en la pared su mirada
penetrante y fiera, aguda y astuta;
Yo, contra la pared del conocimiento
pruebo mi corta sabiduría.
Cuando un ratón sale disparado de su escondrijo
¡qué contento se pone Pangur!

El gato caza, el monje pesca, ¿y el cuentero, que hace el cuentero? Ni una cosa ni la otra: el cuentero espera convertirse en Palabra. La palabra sale de su lugar y cruza: ¡qué triste se pone el cuentero! Él presiente al Silencio. Polvo. ¿Enamorado?


¡Y qué satisfacción experimento yo
cuando resuelvo las dudas que me interesan!
Así nos aplicamos pacíficamente a nuestras tareas
Pangur Bán, mí gato, y yo;
en nuestras artes encontramos nuestra dicha,
yo tengo la mía y él la suya.
La práctica diaria
ha hecho a Pangur perfecto en su oficio;
Yo adquiero sabiduría día y noche
al convertir las tinieblas en luz.


La perfección del gato, la sabiduría del cenobita, la dicha y la constancia de ambos, la transformación de la oscuridad en llama podrían resumirse en la vida del cuentero, y no. Él es perfecto, sabio, dichoso, constante y luminoso…para perderlo todo en un segundo. Comienza a morir detrás del Había una vez… Él se vacía para llenar a otros que también serán vaciados. La memoria no importa en el arte de contar, lo que importa es la sangre.


Pangur Bán salta al tejado, el monje escucha las campanas que le llaman a descansar, el hermano que guarda el fuego comienza su ronda, y el cuentero se va. A lo lejos, en el pueblo, la gente parlotea. El cuentero llega al bar, único y sucio, la gente se calla, él hace un gesto, abre la boca, todos saben que contará una historia, ven como pasa por el fondo de sus ojos, que de pronto se cierran. La venta se abre de golpe. El cuentero ha desaparecido. Un viejo dice…







* Poema original: I and Pangur Bán, my cat,/‘Tis a like task we are at;/Hunting mice is his delight,/Hunting words I sit all night./Better far than praise of men/‘Tis to sit with book and pen;/ Pangur bears me no ill will,/He tooplies his simple skill./‘Tis a merry thing to see/At our tasks how glad are we,/When at home we sit and find/Entertainment to our mind./Oftentimes a mouse will stray/In the hero Pangur’s way;/Oftentimes my kee thought set/Takes a meaning in its net./‘Gainst the wall he sets his eye/Full and fierce and sharp and sly;/‘Gainst the wall of knowledge I/All my little wisdorn try./When a mouse darts from its den,/O how glad is Pangur then!/O what gladness do I prove/When I solve the doubts I love!/So in peace our tasks we ply,/Pangur Bán, my cat, and I;/In our arts we find our bliss,/I have mine and he has his./Practice every day has made/Pangur perfect in bis trade;/I get wisdom day and night/Turnuig darknes into light.[1]

[1]George Otto Simms, Exploring the Book of Kells, Dublín 1988, The O’Brien Press Ltd, 20 Victoria Road, Dublin 6, Irlanda. Traducción de Francisco R. de Pascual, ocso, Abab de Viaceli.

sábado, 27 de octubre de 2007

DE VULGARI ELOQUENTIA (1)


I

Vayamos al centro del asunto, tomemos al miura por los cuernos y salgamos al ruedo de la palabra. Este es un espacio agonístico por su propia naturaleza y por la de los contendientes, y eso acarrea serias dificultades. Hablar de Oralidad hoy es algo más que asumir la necesidad de resistencia de las culturas subalternas o periféricas, apoyadas fundamentalmente en el habla, enfrentadas al agotamiento de los centros, escriturales por definición, pero no por eso menos agresivos. Hablar de ella es asumir la certeza de que se está reconstruyendo el paisaje, que como enseñara José Lezama Lima, es “lo único que crea cultura” (2)

El paisaje aquí es la palabra pronunciada a viva voz, sustancia inasible que sin embargo genera, anuncia, insinúa, manifestaciones concretas y no por eso menos problemáticas. Por un lado se encarnan los sonidos y por otro se doblegan los significados convirtiéndolos en signos. La palabra dicha deja marcas, graba, aunque no desde la misma intensidad o cualidad que la escritura, en tanto que entre lo dicho y lo escrito median los mundos del oído y del ojo que generan paisajes diferentes, muchas veces distantes uno del otro u otras veces de difícil diferenciación como en la Edad Media o en la sociedad postmoderna mercantilista dominada por el audiovisual y las tecnologías de la informática y las comunicaciones, y que por lo tanto generan también culturas distintas, es decir, otras lógicas de entender y representar, otros paisajes.

Walter Ong dice que “ Más que la visión, el oído había dominado de manera significativa el mundo intelectual de la Antigüedad, incluso mucho después de que la escritura fuera profundamente interiorizada (y que) La cultura del manuscrito en Occidente permaneció siempre marginalmente oral”.(3) Es decir, parece que mientras el texto, lo que se ve, se puede repasar, releer, volver a escribir, entrar a la sustancia del mismo; el discurso, lo que se escucha, a penas permite asirlo de manera “superficial”, porque es único, irrepetible, enmarcado en el aquí y ahora y excepcional, pero esto no es tan así; lo que sucede realidad es que ambos – el texto y el discurso- apuntan a dos formas distintas : uno, el oído, se manifiesta como discurso, “conjunción de proposiciones superpuestas que se van hilvanando de modo reiterativo y que en su sonoridad van comunicando el mensaje deseado” (4) y el otro, el ojo, aparece como texto, que se expresa desde una rígida lógica formal; pero aparentemente, y esto es ciertamente motivo de discusión, se puede verificar que “no hay diferencias sistemáticas entre las estructuras léxicas, sintácticas o de discurso de la producción oral y de la escrita” (5); además de que la cultura del ojo aún hoy está profundamente marcada por la del oído y viceversa. Cuando escuchamos a los narradores orales contemporáneos o cuando leemos los relatos orales recogidos y posteriormente publicados en forma de libros por antropólogos, etnólogos, y otros especialistas, descubrimos que unos y otros no aplican la lógica acumulativa y episódica de lo oral sino que la estructura lineal de la escritura, y que, por otro lado, aún en muchas universidades las defensas de doctorados u otros actos académicos y en las vistas orales de los juicios en el Sistema Judicial de muchos países se usa la presentación oral.

Abría que señalar que, por otra parte, la oralidad secundaria y el mundo de la propaganda y la publicidad, más los restos de oralidad primaria, han generado un nuevo sistema simbólico de expresión, un nuevo paisaje, que en otro ensayo llamo escritoralidad, y que es obviamente una modalidad combinada de lógica del ojo y lógica del oído, una oralidad nueva.

Las culturales orales y escritas “se complementan y le sirven al ser humano para sus actividades diarias. La herencia oral y sus formas de expresión son un complemento importante y necesario para nuestra conciencia abstracta” (6), que es la hija predilecta del ojo, de la escritura.

La venezolana Alexandra Álvarez Muro dice que “la oralidad es un sistema simbólico de expresión, es decir, un acto de significado dirigido de un ser humano a otro u otros, y es quizás la característica más significativa de la especie” (7), de lo que se desprende que no estamos hablando aquí de cualquier “paisaje” sino que del “paisaje humano”, que según sea el autor, puede ser dividido, clasificado, de diferentes formas:

1. Para Manuel de Lecuona, citado por Alexis Díaz-Pimienta, a la oralidad la podemos dividir en Discurso Científico ( donde se incluyen las clases, las conferencias, la oralidad científica y filosófica, etc.) y Discurso connotativo ( donde se incluyen la oratoria, la conversación y las formas de literatura oral)(8), en tanto destierra el concepto de texto y asume el de discurso nos parecería atendible esta clasificación sino fuera porque repite la decimonónica idea de “literatura oral” para reunir a géneros orales como el cuento, el refrán, los chistes, los proverbios, las adivinanzas, la poesía oral e improvisada, etc. y que nos sigue pareciendo inoperante y por demás excluyente. Parece decirnos que para que la producción intelectual y espiritual del ser humano sea reconocida como tal debe estar escrita porque es imposible la conservación de la oralidad sin la escritura (9).

2. Por otro lado está la conocida y muy general clasificación de Walter Ong (10), que la clasifica en oralidad primaria y oralidad secundaria. El primer término alude a la oralidad no mediada o más bien pura, en la que se incluyen desde la oralidad cotidiana hasta las formas narrativas, poéticas, filosóficas, pedagógicas, etc. y en el segundo término el autor incluye la que se produce a través de los medios masivos de comunicación (radio y televisión). La clasificación de Ong aparentemente es muy general pero sigue siendo la más operativa.

3. Por su parte Francisco Garzón Céspedes introduce el término oralidad artística (narración oral artística y poesía oral) (11) de lo que se desprende que hay una no artística y en la que él privilegia a la “conversación interpersonal cotidiana”(12) y de la que formarían parte además la oralidad doctrinaria u oratoria, la docente, la difusora, la comercial, la histórica, la terapéutica y la legal. Garzón termina haciendo aparecer dentro de la narración oral artística “tres grandes presencias: la oral artística comunitaria o tribal, que surgió en las sociedades de oralidad primaria (cuentero); la oral artístico para/con los niños, nacida a fines del XIX y principios de XX en las sociedades de escritura, y que se desarrolló vinculada a la docencia y a la lectura (contador de cuentos o cuentacuentos de la corriente escandinava); y la oral artístico escénica, creada en nuestras sociedades de escritura y oralidad audiovisual, extendida desde 1975 por los Talleres de la Palabra, la Voz y el Gesto Vivos, y desde 1989 por la Cátedra Iberoamericana Itinerante de NOE/CIINOE, cuyo prototipo es el narrador oral escénico.”(13)

Toda la oralidad narradora parece desembocar en él. Grave error metodológico y burda manipulación. La clasificación garzoniana, además de otros males, termina mezclando la clasificación de Ong con la suya, y si la primera es ciertamente funcional no tiene sentido sustituirla, y además este autor excluye de la suya otras manifestaciones narrativas o artísticas urbanas surgidas en muy diversos lugares del mundo, al unísono, y sin autor personal reconocible, además de echar fuera otras realidades narrativas orales que ciertamente no pueden ser vistas ni como comunitarias ni tribales aunque si como tradicionales (14).

De tener que elegir entre estas clasificaciones yo preferiría la de Walter Ong, justamente por lo sencilla, abierta y fácilmente operable que se nos ofrece, porque a fin de cuentas la oralidad narrativa urbana y escénica que se está desarrollando en el mundo no es más que la adaptación conciente de la necesidad humana de narrar en las condiciones de un paisaje que conjuga la lógica de la escritura, la de la oralidad y la del mundo audiovisual e informático y que ciertamente está por verse su resultado, por ahora imposibles de verificar como ya lo podemos hacer con la oralidad primaria de los pueblos ágrafos y las sucesivas revoluciones escriturales ( quirográfica y tipográfica).

II

Ahora centrémonos en la descripción del paisaje. La Oralidad es el sistema primario de expresión, ella vive independientemente y con su competidora más cercana, la escritura, pero para entenderla muchas veces hay que contrastarlas. Nos acogeremos a Walter Ong cuyo libro Oralidad y escritura ( Tecnologías de la palabra) ( Fondo de Cultura Económica, México, 1994) es un clásico y además común recurrencia de investigadores de todas las lenguas y tendencias; sin embargo trataremos de centrarnos en la Oralidad más que comparándola con la escritura y haciendo énfasis en las características narrativas orales.

1. Unidades temáticas, Fórmulas lingüísticas y lugares comunes:

Quiéranlo o no estamos sujetos a la lógica de la escritura y concebimos los discursos narrativos orales usando sus estructuras y no las de la oralidad. Cuando pensamos al cuento es al cuento moderno a quien pensamos, al nacido a partir del siglo XIX y que hasta hoy se repite, independientemente de que en mucha literatura se prescinda de la trama e incluso se recompongan fragmentos orales a partir de la acumulación y superposición de episodios. Este es un cuento en el fácilmente podemos reconocer su estructura y lógica escritural, y que está formada por tres partes: una introducción, un nudo y un desenlace.

Sin embargo en la oralidad no mediada es la estructura episódica basada en fórmulas lingüísticas y unidades temáticas la que aparece, estas pautas se recuerdan con facilidad y más que responder a un afán estructurador u organizador, que de hecho lo son, lo que la caracteriza es su sentido puramente mnemotécnico. A la acumulación de episodios se le añaden otros recursos como el ritmo, la aliteración, la asonancia, la repetición y el equilibrio.

La concepción de autor y originalidad le son ajenos, mientras que nosotros inventamos hasta el derecho de oralidad o de versión oral, en la oralidad no hay quien organice la historia sino que son los individuos, las comunidades y un conjunto de circunstancias las que se ponen en contacto y las generan sobre la base de temas y fórmulas. Van directamente a los sucesos, entre otras cosas porque las historias son los soportes de su conocimiento y no una formulación abstracta, son el reservorio de su saber y el sostén de su sobrevivencia.

Cuando estudiamos los cuentos negros, especialmente en la versión de Lidia Cabrera, descubrimos que están construidos como una tela o mejor como una pintura al óleo, capa sobre capa, episodio sobre episodio, uno consecuencia del otro, y ese otro causa del siguiente. Cuando en 1990 me preparaba para estrenar El dueño del monte disfruté una de las experiencias más extraordinarias que he tenido en mi vida de cuentero: descubrir como las formulas, los lugares comunes, iban componiendo un conjunto de resonancias impredecibles que funcionaron ante el público como una maquinaría de relojería suiza. La Cabrera hizo funcionar sus historias desde la lógica de la oralidad.

2. Redundancia:

Los sucesos, las ideas, las formulas, los lugares comunes, no bastan para mantener cierta continuidad en la expresión oral, por lo que deberán ser repetidas durante la emisión del discurso oral. La eliminación de la redundancia lo empobrece.

Cuando recuerdo los cuentos más efectivos del repertorio de muchos narradores orales contemporáneos encuentro en ellos estructuras redundantes. La mujer chiquirritica, Caballo y Rancho con sol en las versiones de Mayra Navarro con cuentos en los que ciertas estructuras, frases y/o fórmulas verbales y no verbales se repiten constantemente permitiendo al público seguir cómodamente la historia y disfrutar cada suceso sin dificultad, con fluidez y coherencia. Lo mismo ocurre con la Mona monísima, El majá, La isla de Puerto Rico, La Flaca y Francisca y la Muerte en las versiones de Elvia Pérez, Lucas Nápoles, Carolina Rueda, Marcela Romero y Francisco Garzón por sólo poner unos pocos ejemplos.

3- Conservadurismo y tradicionalismo:

Las culturas orales emplean gran energía en conservar y repetir las historias y los discursos y prácticamente ninguna en innovar y experimentar. En todo caso su innovación deriva hacia lo ritual, hacía el conjunto de elementos no verbales que enriquecen y completan la trama narrativa. Las culturas orales no padecen de la enfermedad infantil del hombre moderno y postmoderno: la búsqueda desesperada de la originalidad y de lo nuevo; por lo que prestigian el saber tradicional y sus portadores más fieles, los ancianos.

El repertorio de muchos cuenteros tradicionales, griot y otros maestros de la palabra en el mundo oral es idéntico al de muchas generaciones que le antecedieron, porque en esas historias se conservan las más profundas estructuras espirituales de su comunidad que de no existir estás se caerían en pedazos rompiéndose no sólo las matrices identitarias de esos grupos sino hasta los individuos mismos.

4. Cercanía con el mundo vital humano:

El mundo de la palabra a viva voz es concreto y cercano, interactúa con un espacio vital y una comunidad específica, que sólo ella reconoce en sus referencias y en sus códigos.

Hay una famosa anécdota de Misael Torre en una comunidad indígena, donde él llega y cuenta lo mejor de su repertorio, puros cuentos de humor, probados en fiestas y parrandas, teatros y universidades, cuentos de esos que los narradores saben que con ellos nunca fallarán, no importa a quien tengan delante, nunca se rajan esos cuentos; pero con aquellos seres humanos, fallaron. Estuvo veinte minutos contando y nadie sonrió, nadie habló, permanecían inmutables. El paró y no se pudo aguantar y le preguntó al cacique qué sucedía y este le dijo que lo que pasaba era que nadie había mojado la palabra. Se fue, trajo aguardiente, la gente tomó pequeños sorbitos, y el Misita volvió a contar los mismos cuentos y la gente se desternilló de la risa. Entendieron el código del rito que faltaba, lo vivenciaron, se conectaron con su vida y a partir de allí es que comenzaron poder participar del discurso. Lo oral es comunitario, plural, mientras que la escritura apela a la singularidad, a la soledad, a lo uno.

Lo mismo sucede cuando contextualizamos una historia, cuando la ponemos en contacto con el mundo referencial de los oyentes, enseguida obtenemos respuesta.

5. Matices agonísticos

El matiz de la lucha, de la estimulación, de la ganancia frente al otro, de la apertura del proceso hasta límites insospechados, es otra de las características de la narración oral y de la oralidad. La lógica de la escritura excluye el combate, el texto esta solo frente al lector solo, es decir nos encontramos ante una relación de solitarios que no interactúan.

En las contadas colectivas, en las controversias de los poetas repentistas, algunas famosas hasta hoy después de muchos años de muertos sus protagonistas como aquella que con el tema de la muerte enfrentara a Jesús Orta Ruiz y a Angelito Valiente, en el intercambio de chistes de relajo o políticos entre contertulios, en las discusiones y debates públicos sobre temas de actualidad, en la enunciación de adivinanzas y proverbios, encontramos a flor de piel la condición combatiente y competidora de la oralidad. Una palabra saca a la otra, un cuento reta al otro a que se haga presente; pero además no puede ser de otro modo cuando el viaje y la ida y vuelta no es sólo verbal sino que se interrelacionan los cuerpos físicos, los estados de ánimo, las posturas, los gestos, se movilizan los saberes colectivos.

6. Empatía y participación

Havelok, citado por Ong, reconoce que para una cultura oral aprender o saber significa lograr una identificación comunitaria, empática y estrecha con lo sabido. Es por eso que el narrador de cuentos, el cuentero, se identifica de tal modo con la historia que comienza a deslizarse dentro de ella. Se hace protagonista de sucesos míticos o milenarios.

Es el caso de El caimán de Sanaré, un maestro de la palabra venezolano, que ha sido protagonista de muchos de los episodios de tío Tigre y tío Conejo, y hasta se ha encontrado con los espantos más conocidos de su tierra. Yo le he escuchado de sus historias con La Silbona, La Llorona, La Sayona y la Dientona. A esta última, en una noche de cuatro y de parranda, se la encontró El Caimán, pero no la reconoció, cuando ya estaba a punto de ejecutar lo propio del varón en esos casos, ella abrió la boca y él le miró la dientamenta; se mandó a correr espantado y ella detrás, hasta que llegó a un campo de auyamas, se metió en una muy grande que era muy de su gusto pero tuvo la mala suerte que de madrugada vinieron unos cortadores, cortaron la vianda y la treparon en un camión. Ese fue el primer viaje de ese señor desde su pueblo hasta Caracas.

Historia, Narrador y público arman una unidad indisoluble.

7. Funcionalidad y refuncionalización

El discurso oral necesita de códigos entendibles, comunes, vigentes, tanto desde el punto de vista verbal como no verbal. Lo que no cumple estas características se elimina o más bien se decanta. Sale del juego, del intercambio. Muchas veces sucede que cambia de significado. Esto explica la marcada estructura literaria y escénica que se aprecia en la narración oral contemporánea que más que obra de una voluntad individual es un proceso que se genera tanto al interior del discurso como de sus portadores o sus beneficiarios.

III

Hasta aquí hemos hablado de algunos elementos que apuntan hacia la enunciación de nociones sobre la oralidad y la oralidad narrativa pero que sólo tendrían sentido y pertinencia si intentamos reconocer y aplicarlos de modo práctico.

No bastara con saber sobre la lógica de la oralidad y la de la escritura, sobre su funcionamiento interno y propiedades, si esto no se traduce concretamente, si no somos capaces de identificar que el cuento, la materia narrativa, que hoy conocemos y el modo con que la estamos trabajando es altamente escritural, que se aleja de la lógica de la oralidad, sin dejar de pertenecer a ella, y que por eso nos aproxima al al teatro, a lo representacional, sin pertenecer a él, que nace de la escritura, que disuelve al narrador y a la línea narrativa detrás de los personajes y de sus conflictos, y que ciertamente narra pero no lo hace oralmente, que el fenómeno del mestizaje y la hibridación se están gestando dentro de la Narración Oral Contemporánea pero que será necesario conservar los elementos que sean esenciales para seguir siendo lo que somos y no una suerte de “actores de segunda mano”, de mediocres graciosos que aspiran a usurpar cotos para los que no tienen talento.

La escritoralidad está ahí frente a nosotros, la estamos conformando, y por otra parte ella nos está haciendo a nosotros. De lo que se trata es de no perder esa “cierta majestad ceremonial, cierta elegancia que viene de la raíz del ser, y la fidelidad casi fanática a los diseños de la palabra viva” que Eliseo Diego reconocía en los verdaderos narradores populares.(15)

Notas

1. Nombre de un tratado inconcluso de Dante Alighieri, redactado en latín, pero que defendía el uso del dialecto toscano (latín vulgar) como lengua doméstica y literaria. Ante la aparente contradicción de usar códigos escritos para pensar la Oralidad, me acojo a la lógica del poeta y hago el elogio de esta otra elocuencia, aún cuando sea desde la escritura.

2. Lezama Lima, José La expresión americana, Ministerio de Educación, La Habana, 1957, pág. 18.

3. Ong, Walter Oralidad y escritura, FCE, 1994, pág. 118

4. Bengoa Cabello, José Memoria, oralidad y escritura tomado de www.antropologia.cl/docs/Jose%20Bengoa%20-%0Memoria%20Oralidad%20y%20Escritura.pdf

5. Alvárez Muro, Alexandra Oralidad y escritura, tomado de www.rrppnet.com.ar/oralidadyescritura.htm

6. Boito, María Eugenia La importancia de la oralidad en la cultura contemporánea-El caso de los cuenteros de Córdoba tomado de www.ull.es/publicaciones/latina/argentina2000/21boito.htm

7. Alvárez Muro, Alexandra, Análisis de la oralidad:una poética del habla cotidiana, 2001 tomado de www.elies.rediris.es

8. Díaz Pimienta, Alexis Teoría de la Improvisación, Ed. Unión, La Habana, 2001, pág. 161

9. Algunos autores tan respetables como Adolfo Columbres en su Celebración del Lenguaje ( Ediciones del Sol, Buenas Aires, 1997) defienden el término pero por razones operacionales, para este autor dado el prestigio de la literatura nos sería preferible aceptar la idea teniendo en cuenta que entraríamos a espacios de mayor legitimación. Es lo mismo que sucede con la tendencia de reafirmar la condición teatral de la Narración Oral como medio de legitimarla. Hacerlo es un disparate soberano y una traición impernodable.

10. Ong, Walter ídem.

11. Garzón Céspedes, Francisco Oralidad escénica , Editorial Ciudad Gótica, Argentina, 2006, pág 113.

12. ídem.

13. ídem. Pág. 114

14. Existen otras experiencias en el mundo árabe, en China y Japón con tradicionales y muy exquisitas manifestaciones que están lejos de ser comunitarias o tribales, además de que producto de las grandes emigraciones africanas han legado a Europa maestros de la palabra de ese continente y que han adaptado escénicamente las formas tradicionales de la oralidad continental hasta lograr prouctos urbanos contemporáneos que se alejan incluso de las formas más puras, tradicionales y rígidas heredadas en sus comunidades, ya inexistentes para ellos. Lo que puiede ser un verdadero etnocidio se convierte en una suerte de conservación alternativa de culturas que de lo contrario, al desaparecer sus hábitat, hubiesen desaparecido.

15. Diego, Eliseo, Ensayos, Ediciones Unión, La Habana, 2006, pág. 104