sábado, 24 de noviembre de 2007

Pangur Bán, el monje y el cuentero


¡Salve Palabra de Fuego! Conversación gozosa a la que acuden vivos y muertos. Sorprendentemente no pelean. Es que Pangur Bán está rondando, pule las uñas, lame la piel y espera. Un gato espanta la discordia. El monje y el cuentero se asoman a la ventana, sonríen burlones. Se mofan.

Los muertos están quietos, silenciosos, ellos han reconocido el estado primordial de la palabra, que es la voz y en lo profundo de la voz han descubierto el Silencio. Los vivos no podemos desprendernos del ocio y el chachareo, a trancos avanzamos, pero nos detenemos en largas parrafadas. Entonces convertimos a la Nombradora en una ramera, paciente y animosa, que teje a croché mientras aguarda al próximo cliente, sudoroso y parco, empeñado en hacer muy rentables sus dos únicas pesetas. Por otro lado, los vivos son más tenaces que los muertos, es que ya ellos se las saben todas, entonces la tenacidad no es virtud. Virtuosos los que vencen la maldición y se concentran en las cosas reales, extrayendo de ellas el summun, es decir, la suma de todas las esencias.

El que cuenta cuentos es el más vivo de los vivos, sólo que se va muriendo detrás de cada hallazgo. Tiene necesidad de dejarse penetrar por el Silencio, de ser él voz de silencio. Así como Ignacio de Antioquia, en el siglo II d.n.e., tenía la certeza de que sería hombre total después de la muerte; el cuentero sabe que de ese morir depende todo su arte. Su oficio verdadero es ser Silencio, es traducir el Silencio. Es por eso que algunos piensan que ellos son literatos también, sólo que en vez de marcar tablillas marcan el aire, casa de misterios.

Hablemos de traducciones y traiciones. Traduttore-traditore. Comentemos un poema anónimo, escrito por un monje celta de Kells.

Saltamos por la ventana al scriptorium del monasterio. Las abejas han labrado cera perfecta. Huele pegajoso. El monje se asusta, el cuentero protesta y Pangur Bán se echa en un rincón, no está para sobresaltos el felino, lo más simple sería cazar. Él no entiende porque los hombres dan saltos inútiles. – Bah, pobrecitos los hombres. Son tan raros. Podría decir sino pesara sobre él la maldición de la mudez.


Yo y Pangur Bán, mi gato
nos aplicamos juntos en nuestra tarea,
él se deleita cazando ratones
y yo paso la noche cazando palabras.


Pangur Bán, el monje y el cuentero se aplican y cazan. Se entrenan largamente y aceptan lo que natura les dio. “Salamanca non presta” o presta en usura. Lo sabemos de cierto. Entonces ¿para que se entrenan el monje y el cuentero? Para cumplir su destino: desnudar la Palabra, quitar de ella la patina de Tiempo. “Traducirla” en sangre. Por eso en algunos lugares de África al que cuenta se le llama diali.

Contar es traducir entonces, pero ¿ qué traduce el que cuenta? Aparentemente trasmuta palabras habladas en palabras vividas, palabras escritas en palabras dichas, palabras vacías en palabras llenas de sentido. Dije aparente. Todo eso trasfondo. En lo recóndito traduce la vida, que se expresa en Silencio. Entonces la sangre no es el cuentero: es el Silencio.




Mucho mejor que las alabanzas de los hombres
es el sentarse con un libro y una pluma.
Pangur no tiene nada en contra mía
y él también se aplica a su sencilla habilidad.
Alegra ver lo contentos que estamos con nuestras tareas.
y cómo sentados en casa
encontramos ocupación para nuestra mente.


El que cuenta, canta y está sentado en su “sencilla habilidad”. La del cuentero consiste en hacer sonar, con el mismo son, Silencio, Palabra y Voz. Rara avis. Alegra ver las pocas veces que el cuentero alcanza la sinergia, la conjugación perfecta. La Piedra Filosofal, el mercurio, el agua quemada, el fermento sacro, el grial del cuentero se alcanza en la renuncia. Herrero en el fuego. Arde el Silencio.


A veces un ratón se cruza
en el camino del héroe Pangur;
a veces mi agudo pensamiento
pesca un sentido en su red.
Fija en la pared su mirada
penetrante y fiera, aguda y astuta;
Yo, contra la pared del conocimiento
pruebo mi corta sabiduría.
Cuando un ratón sale disparado de su escondrijo
¡qué contento se pone Pangur!

El gato caza, el monje pesca, ¿y el cuentero, que hace el cuentero? Ni una cosa ni la otra: el cuentero espera convertirse en Palabra. La palabra sale de su lugar y cruza: ¡qué triste se pone el cuentero! Él presiente al Silencio. Polvo. ¿Enamorado?


¡Y qué satisfacción experimento yo
cuando resuelvo las dudas que me interesan!
Así nos aplicamos pacíficamente a nuestras tareas
Pangur Bán, mí gato, y yo;
en nuestras artes encontramos nuestra dicha,
yo tengo la mía y él la suya.
La práctica diaria
ha hecho a Pangur perfecto en su oficio;
Yo adquiero sabiduría día y noche
al convertir las tinieblas en luz.


La perfección del gato, la sabiduría del cenobita, la dicha y la constancia de ambos, la transformación de la oscuridad en llama podrían resumirse en la vida del cuentero, y no. Él es perfecto, sabio, dichoso, constante y luminoso…para perderlo todo en un segundo. Comienza a morir detrás del Había una vez… Él se vacía para llenar a otros que también serán vaciados. La memoria no importa en el arte de contar, lo que importa es la sangre.


Pangur Bán salta al tejado, el monje escucha las campanas que le llaman a descansar, el hermano que guarda el fuego comienza su ronda, y el cuentero se va. A lo lejos, en el pueblo, la gente parlotea. El cuentero llega al bar, único y sucio, la gente se calla, él hace un gesto, abre la boca, todos saben que contará una historia, ven como pasa por el fondo de sus ojos, que de pronto se cierran. La venta se abre de golpe. El cuentero ha desaparecido. Un viejo dice…







* Poema original: I and Pangur Bán, my cat,/‘Tis a like task we are at;/Hunting mice is his delight,/Hunting words I sit all night./Better far than praise of men/‘Tis to sit with book and pen;/ Pangur bears me no ill will,/He tooplies his simple skill./‘Tis a merry thing to see/At our tasks how glad are we,/When at home we sit and find/Entertainment to our mind./Oftentimes a mouse will stray/In the hero Pangur’s way;/Oftentimes my kee thought set/Takes a meaning in its net./‘Gainst the wall he sets his eye/Full and fierce and sharp and sly;/‘Gainst the wall of knowledge I/All my little wisdorn try./When a mouse darts from its den,/O how glad is Pangur then!/O what gladness do I prove/When I solve the doubts I love!/So in peace our tasks we ply,/Pangur Bán, my cat, and I;/In our arts we find our bliss,/I have mine and he has his./Practice every day has made/Pangur perfect in bis trade;/I get wisdom day and night/Turnuig darknes into light.[1]

[1]George Otto Simms, Exploring the Book of Kells, Dublín 1988, The O’Brien Press Ltd, 20 Victoria Road, Dublin 6, Irlanda. Traducción de Francisco R. de Pascual, ocso, Abab de Viaceli.

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