lunes, 23 de noviembre de 2009

Una carta inédita de Cintio Vitier


1.


A finales de los setenta yo tenía muy pocas cosas. Como casi todos. Es que en este país siempre hemos tenido pocas. Sin embargo, mi padre no dejó de enarbolar su blasón y su divisa: no me aporque la miseria. Pobres y honrados. Generosos. Felices a destiempo.

Yo aprendí que la pobreza era una virtud que irradiaba. No fue Orígenes quien me lo mostró sino mis abuelos maternos y mis padres. Los poetas vinieron después. Ser miserable es una esclavitud y una deshonra. Yo era libre y pobre.

Mi padre por leer leía hasta la guía de teléfonos. Mi madre me compraba libros. Bajo mis pies estaba una sabia que mezclaba todas las patrias del hombre; por eso cuando me invitaron, sin mucha cortesía, a abandonar mis estudios universitarios no hice otra cosa que esperar paciente mi retorno. En ese tiempo leía y escribía, soñaba y aprendía a lustrar y a deslustrar mis únicos zapatos, de modo que entre la mañana y la noche fueran cambiando de faz, si es que la tenían, y parecieran, entonces, una multitud de piezas únicas y no un pobre y solitario ejemplar, como en realidad era. Mi andar derecho y mi lengua de fuego impedían que alguien hiciera el viaje entre la cabeza hirsuta y el pie polvoriento.

El silencio es cosa rumorosa en la vida literaria. Nadie hablaba. Por aquellos años se pensaba que cada pared era una oreja, que cada palabra daba argumentos a un ser inasible e invisible que, sin embargo, agazapado, esperaba lanzarse sobre la joven república. No se hablaba abiertamente de nada y la Nada lo fue llenando todo. Y ya se sabe lo que sucede cuando ella se enseñorea. Trataré de describir la sustancia que la conformaba y me formaba. Eran tiempos difíciles. Ya lo sé.

Después que Lunes de Revolución, que era la cara pública de una guerra no declarada, pero cierta, diera los primeros golpes en el rostro del origenismo, incitara los odios y atrajera a su centro las polémicas de Ciclón, y que el Congreso Nacional de Educación y Cultura del año 1970 terminará por convertir en política la incultura, ignorando las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro, o redujera, con bastante saña, el alcance de la frase, devenida consigna, “con la Revolución todo, contra la Revolución nada”, cuando ya sabemos que en su nombre se cometieron hartos desafueros pues cada cual, según su interés o parecer, determinaba quién o qué estaba en lado del con o del contra. Sospecho que también hubo complicidad y simpatía desde los reales centros de poder. Los que venían de la mejor revista de su tiempo, aunque otras también se proclaman tal, se vieron reducidos a pequeños y tranquilos cubículos en la Biblioteca Nacional José Martí o en otros sitios. Los origenistas prácticamente desaparecieron de la vida pública e incluso hasta de los textos académicos.

El rumor vino a suplir las certezas y algunos, que rápidamente descubrimos las costuras y falencias de los poetas nuevos, a los que yo llamo penitentes, enrumbamos la nave hacia un Orígenes cubanísimo y variopinto, que nunca fue el monolito católico que algunos insisten en ver y enunciar y que la vida literaria se empeñaba en negar.

A través de la obra de Lezama, de Cintio, de Fina, de todos, fuimos desembarcando en los manantiales de la poesía cubana. Ellos fueron la puerta para llegar a lo primigenio y el impulso para aspirar a nuevos cotos, inexistentes, pero deseados. Salvando distancias y diferencias, los destierros de Martí y de Heredia (tierra y agua por medio) frente a los de Julián del Casal y Orígenes (viaje a los infiernos del alma) han sido de los dolores más resonantes e iluminadores de nuestra historia. Lo cubano en la poesía y Ese sol del mundo moral de Cintio Vitier alcanzan plenitud en el dolor. Los grandes poemas del origenismo encuentran verdadero sentido en el sacrificio colectivo de sus autores, que no renunciaron a la certeza de que la resurrección da sentido a la vida y es real.

Allí velé mis armas y aquella era una posaba convulsa y enjundiosa.

En esas circunstancias me acerqué a los poetas de Orígenes. Primero fue Eliseo Diego, después Lezama y el matrimonio Vitier-García Marruz. Todavía me queman los versos del poema La tumba de Martí. Todavía arden en mí:

Y la desproporción

descomunal (¡oh gloria!)

entre su prodigiosa vida y aquel sitio

que pretendía encerrarlo en este mundo,

era el tuétano de este mundo:

la extrañeza de todo lo que existe,

mendicante mano del riquísimo ser,

la ilusión, la ira, la pobreza de brasa de los ojos cubanos

en los ojos de Dios.

Con ellos, muchos empezamos a sufrir la burla, el escarnio y el ninguneo. Los del otro lado nos atacaban calificándonos de lezamianos o tildándonos de neorigenistas, cuando en realidad la mayoría de nosotros nunca pretendió reproducir aquel fenómeno coral porque sabíamos que aquella era una reunión de poetas irrepetibles que habían armado su propia tradición o su particular visión de ella, y que entre todos había escasos, aunque esenciales y singulares, puntos de comunión. Nos tocaba hacer y fundar más que imitar.

Aunque dicha sea la verdad, entre la naciente poesía cubana de los setenta y los ochenta se desató enseguida una profusa y enredada madeja de normas que iban desde la asimilación acrítica y epigonal de la tradición de Orígenes, a la creación de una fauna capaz de confundir venablos con venados, uso de la metáfora hasta retorcer sus fines y sentidos haciéndola ininteligible o apenas traducible por un reducido grupo de iniciados, cierta tendencia al esoterismo más que a la religiosidad, eliminación de la noción o la centralidad del lector a favor del reinado del poeta, conciencia de la pertenencia a una élite más que a una Cultura o la despolitización del discurso o la sustitución de la idea del compromiso social por la del compromiso literario, entre otras características.

Mi generación tiene la tentación de a verse a sí misma más como agnus dei que como lanza de soldado romano, y eso hace que sus juicios sean casi siempre extremos o lapidarios. Comenzamos amando a Orígenes en pleno y terminaron, algunos, afiliados a Ciclón, creando una división y una lucha inexistente o al menos extemporánea y manipulada, que disfrazó de polémica de la vida literaria y la Literatura a una contienda cuyo real objetivo era atajar a tiempo y minar las bases de la entonces naciente lectura de la historia y del pensar cubanos que dejaba a un lado el marxismo estalinista y de manual y se proponía leer a Cuba desde si misma, eligiendo sus propios instrumentos y fines, como siempre fue en este país desde José Agustín Caballero, José de la Luz, Varela, Saco, en adelante, en la que cabían la teleología – que pareció ser la tendencia dominante y que encuentra en Vitier su mejor y quizás única expresión-, el marxismo-leninismo, el marxismo europeo y latinoamericano, e incluso, lo más certero del positivismo, el existencialismo y el postmodernismo. Esta posibilidad de leer a Cuba eligiendo los cubanos, todos, no gustaba a ese sector que aspiró obtener libertades y prebendas para su clase o grupo social y no para todos. La fórmula del “amor triunfante” tenía para ellos el tufo del disparate populista, por eso sus principales ideólogos la emprendieron contra José Martí y Cintio Vitier, indistintamente, tratando de quebrar sus expresiones más acabados como cuerpo de ideas, como sistema, despreciando y no atendiendo, por otro lado, el intenso movimiento que alrededor de la “nueva izquierda” se estaba gestando y que en pocos años fue capaz de avizorar la debacle del Socialismo soviético y proponer alternativas múltiples que son las gestoras de las tendencias y movimientos políticos que hoy sacuden a América Latina.

En medio de toda esta vorágine conocí a los esposos Vitier-García Marruz. Me los presentó el periodista Amado del Pino en los jardines del Instituto Superior de Arte. Me quedé mudo. Yo que siempre hablo me quedé sin palabras, atiné a citar un salmo de la Biblia que habla sobre la generosidad de Dios y la alegría que ella provoca. Después me llevó a verlos Rafael Almanza. Cintio estaba molesto pues hacía unos minutos un fotógrafo insistía en fotografiarlos en su casa, sin aviso ni consulta, y Fina, para calmar los ánimos, habló del poema Ácana de Nicolás Guillén que, según ella dijo, suena con la clave cubana, además de que con el sonido de las claves. No recuerdo nada más, delante de ellos siempre tengo una sensación de plenitud y gozo muy similar a la que se siente en los sitios sagrados.

En 1994 Eliseo Diego y Fina García Marruz, junto a Roberto Fernández Retamar, premiaron mi primer libro de poesía en el Concurso Pinos Nuevos. En el lanzamiento, hace ya quince años, en la Feria del Libro, cuando esta se hacía en Pabexpo, Cintio recibió, en nombre de los dos, un ejemplar del libro y levantándolo sobre su cabeza me dijo: Soy muy feliz por esto. No se refería a mi libro, aunque él estaba incluido, se refería a la enorme grandeza de un país en ruinas que priorizaba la Cultura y la Poesía, que había descubierto que sólo es posible lo que se funda sobre su cimiento.

Pasaron dos años y en medio de una crisis espiritual descubrí a Thomas Merton, Fray María Luis, el poeta y monje trapense, nacido en Francia pero americano hasta la raíz, en el sentido pleno de esa palabra que entraña pertenecer al mundo. Leí todo cuanto pude hallar de ese autor. Buscando descubrí su amistad y ligamen espiritual con el padre Ernesto Cardenal y con Cuba. Supe que existían cartas inéditas dirigidas a Cintio. Y le escribí, le pedí que tradujera y publicara aquellas cartas. También se lo pidieron mis amigos Rafael Almanza y Carlos Manresa. Y él lo hizo generosamente. Encontró en Enrique Ubieta Gómez un editor capaz. Era 1996 y aparecieron las cartas en la revista Contracorriente (Abril/Mayo/Junio, 1996, Año2, Número 4, páginas 54 a la 63). José Adrián Vitier, nieto del poeta, las tradujo y él hizo un prólogo extenso y enjundioso que valdría la pena que leyeran. Como epílogo se reproduce Glosa del pecado de Ixión, poema de Merton que tradujo Cintio. Antes él me había escrito una carta, la primera y única que recibí. Está escrita a máquina más por generosidad que por distancia. Es la que trascribiré al final. Lo hago como homenaje a Cintio Vitier, fundador de Patria, y hombre de pureza singular.

Agradezco la carta, los recuerdos de mis breves encuentros con ellos, pero hay uno que es para mí una verdadera anticipación del Paraíso. Les cuento.

Vivíamos mi familia y yo en el Cerro, mi suegra en el Vedado, y fui a buscar a mi hijo, pero quise aprovechar y asistir a la misa dominical en la Parroquia de Línea, la de los Padres Dominicos. Unos bancos más abajo estaba el matrimonio de poetas. Juntos celebramos, juntos cantamos. Mis ojos y los de ellos contemplaron la gloria cuando Jesús, pequeño pan, era alzado.

Tanta luz merece el silencio, mi silencio. Termino.


2.


La Habana, 4 de abril de 1996


Jesús Lozada Guevara

Ciudad


Querido amigo:

Desde que recibí su hermosa carta del 11 de marzo me estoy ocupando de darle cabal respuesta. Por lo pronto le encargué a mi nieto José Adrián – el hijo de José María-, recién graduado en lengua y literatura inglesas, la traducción de las cartas que Merton me escribió. Algunas las recibí traducidas por el propio Merton, pero su español era muy defectuoso y, aunque a mi me encantan esas graciosas versiones, me pareció mejor utilizar los textos publicados en The courage for truth ( The letters of Thomas Merton to writters), New York, 1993. Ese trabajo ya está realizado, y nada me gustaría más que responder al pedido de ustedes dando a conocer enseguida ese breve epistolario (unilateral, porque no guardo copia de mis cartas). Pero resulta que después de la muerte de Merton recibí una comunicación del director del Thomas Merton Studies Center advirtiéndome que su correspondencia sólo puede publicarse con “específica autorización” de The Merton Legacy Trust, institución a la que corresponden los derechos del mencionado libro. Me veo obligado, pues, a solicitar esa autorización (para la traducción al español y la edición no lucrativa en Cuba). Supongo que nos la concederán, pero tenemos que esperar. Entre tanto vamos a pedir en nuestras oraciones, como ustedes ya empezaron a hacerlo, su intercesión a favor de nuestro país y del suyo. No olvido que él me escribió el 1º de agosto de 1963: “ I do think that the United States has failed miserably in understanding the Cuban revolution and in communicating with those in charge of it. The ambiguities and confusions that have followed from this have been very tragic.”

Con nuestros mejores votos para ustedes, los abrazan y les dan las gracias Fina y Cintio Vitier

1 comentario:

Pedro F. Báez dijo...

Cartas sumamente personales pero a la vez y sobre todo, muy esclarecedoras, sobre todo la última carta escrita a tí y su párrafo final en inglés, porque así es (así fue) en realidad... Te envidio, Jesús. Con una envidia buena que se alegra de que hayas pisado los umbrales de la grandeza entre personas y artistas tan depuradamente genuinos y cimeros. Atesora sus memorias y los senderos que ante tí abrieron e indicaron. Te disfruto grandemente, hermano...