viernes, 11 de enero de 2008

Arco Tenso de Teresita Fernández


Hace tanto tiempo, tanto. Pasaron las aguas bajo los puentes, las aves del cielo, las bestias del campo, los cometas y los aviones pasaron, pasé yo; todos pasamos, menos ella: fuerza de gozo, oratorio sin mancha, arco tenso. Y es que Teresita Fernández ha alcanzado el lenguaje menor del silencio. Arte mayor.

La conocí bajo los árboles frondosos del parque Lenin, tenía abierto un libro de Martí por alguna página y hablaba de los maestros ambulantes. Hablaba de si misma sin nombrarse, y hablaba de Li Po, el gran poeta chino de la Dinastía Tang, con la valentía de quien está citando a Dios. Recuerdo como en su voz la dureza del poeta, la cita amarga, recuperaba su sentido primigenio. Ella, mujer de eternidades, repetía con el poeta “los hombres nos pasamos la vida luchando por esa fruta inútil que es la eternidad”.

Y en ese momento se desprendieron las escamas de mis ojos y vi. La eternidad es un don que nos procura, nos busca, se nos ofrece después de dar el grito de abandono y exhalar el aliento, todo el aliento, hasta quedarse vacía. La eternidad se deshabita para dejar espacio al hombre.

Todo aquello no estaba rodeado de los signos exteriores del arrobo, del trueno y de la zarza, no estábamos en el Horeb, ni siquiera en una pequeña elevación, en un aposento alto, sino, en el fondo, en lo más bajo de una pendiente, en lo más profundo de una hondonada. Ella no estaba de pie, sino sentada, y hablaba, gesticulaba.

Hoy, cuando regreso sobre los pasos del poeta vuelvo a sentir la resonancia teresiana iluminándolo. Bajo otro cielo vivo, en otra tierra. Y reconozco el territorio de Li Po. Entro a él de la mano de una mujer que ha armado una obra literaria con poquísimas y esenciales palabras y ha creado el universo sonoro de cuatro generaciones de cubanos con algo más de tres acordes de guitarra, pero capaces de encerrar el bajo pedal de los moriscos, la gravedad del canto gregoriano y la cadencia de trova cubana en tan pobre indumentaria.

La pobreza, hermana de Francisco de Asís, crece como la hierba, como el coralillo en una cerca, y se apodera de Teresita Fernández. Ya no es una virtud, por evangélica que sea, sino un modo de vivir, es el ser, el núcleo de la poesía, del canto, de la vida, que se expresa además en la obediencia ciega a los mandatos de la conciencia, donde habita lo divino, y en el precioso don de la castidad, que esencialmente manifiesta la grandeza del cuerpo que desaparece, que se anula, se hace voluntariamente pequeño.

Iré hasta el límite
manchado por mi sombra.
Hasta el temblor último
de mi flor amenazadora.
Fuera del peligro que constituye el sol,
alta la brisa,
desterrada con el bagaje
de besos sin detonar.
Amarrada a la cruz
de los abiertos brazos.
Expulsada, impulsada
a los detritus
de la medianoche.
Condenada a realizar la nada
que me señala y me nombra.
Abrazada de rodillas.
Aferrada al olivo
de las meditaciones
grito hasta el final:
¡Sólo el amor!




Acéndrate, enraízate, sujeta
la veleta y fíjala mi rumbo.
Mi rosa de los vientos,
inmutable,
embriagada,
vagabunda,
conocida por el cielo.
A Dios le gusto así,
tan desasida,
sin ley donde apoyarme.
Mi muro en una hiedra.
enraízate, que ya casi
no existo de inconsútil;
sin embargo, mi nombre es existencia.
Quédate, que avanza mi locura,
aumenta mi entregar alucinado.
Para entenderme
destruye mapas,
historias conocidas,
preferencias antiguas.
Soy sólo un fuego que avanza
y se parte a si mismo,
ceniza de los muertos que se quedan,
eternidad de Dios en fuga.
Que se aleja.



Perseguida, persiguiendo, esperando. No hay reposo, no hay sitio para el reposo, no muro que contenga el avance del fuego o pare la marejada. A todo se renuncia, a todo. Los instrumentos de navegación han dejado de funcionar, no hay rutas prefijadas ni siquiera amores a los que aferrarse, hasta Dios se aleja. Esta es una de las experiencias más dolorosas, más terribles, a las que puede enfrentarse un ser humano en la fe, en la raíz última. El no sentir, el no saber, el no experimentar y seguir sin embargo creyendo, estando en presencia del amado, que ha apartado el rostro, ya no se experimenta el beso “ con besos de su boca”, ni los amores que superan al vino, ni el aroma penetrante, ni el suave olor de los perfumes. No hay consuelos, solo la inmensa “noche de los sentidos”, tan carmelitana, tan tremenda.

Teresita Fernández, quizás la primera de las poetizas místicas cubanas, resiste el embate de la indignidad y el no saber:

Este tiempo ha de tener horas de angustia,
un pozo negro y hondo
donde una piedra gris
se precipita a suicidar silencios.
Mirar con actitud demente el almanaque,
y contar los días quedamente.
Repercutir adioses en un crucificante eco.
Arrancar la rosa
o mirar una jaula
con el canario muerto.
Este tiempo abate mi jardín,
lo deja seco.
¡¿Cómo será, Dios mío?!
Yo no sé cómo será este tiempo.

Detengámonos en este poema. Quizás uno de los más sustanciosos y difíciles de la Fernández, el que detrás de su aparente sencillez encierra una complejidad conceptual y formal de gran altura. Empecemos por esto último. Carlos Bousoño, el autor de la importante Teoría de la expresión poética, describe un fenómeno al que él nombra superposición temporal, que no es más que la enunciación del tiempo futuro dentro del presente o del pasado en el presente. En este texto los cuatro últimos versos aluden al tiempo futuro pero está en presente: el tiempo que abate no se sabe cómo será. Es decir, es a un mismo tiempo porvenir y presente, y es que para la poetiza el presente no es más que prefiguración del Paraíso, porque abrazar el dolor, aceptarlo, vivir hasta su último trago, es ya un acto de liberación, de redención. Vacía de todo ella se dejará llenar por Dios. El tema de este poema es entonces la conjunción de una experiencia ascética y mística. Es una de esas intuiciones irrepetibles que Ignacio de Antioquia llama “semillas del Verbo”.


Inmensa catedral maciza. La soledad, madre de los paisajes, da comienzo al fulgurante ciclo, que encierra la vida trinitaria. El Dios que trasquila las ovejas del agua ( Padre y Paisaje I), el Dios Árbol ( Hijo y Paisaje II) y el Dios absoluto y azul ( Espíritu Santo y Paisaje III).

Hagamos una pausa y aclaremos que estamos hablando de los poemas de Teresita Fernández reunidos por Mayra Hernández Menéndez bajo el título de Arco Tenso y que se publicaran en el 2003 por las Ediciones Mecenas y Sed de Belleza. La autora los distribuye en cinco secciones. Hasta aquí hemos comentado tres de ellas, las dos últimas las dejaremos fuera. Pero más que comentar un libro, al que ustedes pueden tener acceso, estamos intentando leer y degustar la obra toda de la autora del Gatico Vinagrito, dándoles pistas, pequeñas pautas de lectura. No pretendo más.

Volvamos a lo nuestro.

Los poemas Soledad y Paisaje I, II y III constituyen el nudo de la revelación teresiana. La Soledad, vista como templo, casa de la muerte, pórtico de las renuncias, madera del desasimiento, da paso a la manifestación, por el paisaje, de la maravilla de la redención. Son cuatro complejísimos textos que únicamente pueden ser entendidos a través de la visión trinitaria católica, concepción que si bien está insinuada en los evangelios y proclamada por el apóstol Pablo explícitamente, no es hasta el siglo IV, y en el Concilio Ecuménico de Nicea, que termina de alcanzar definición y cuerpo teológico. Como ya dijimos Soledad, con su carga de muerte, de abandono, abre la puerta a los paisajes donde Dios se va revelando pasito a paso. La Fernández descubre al Dios Amor, reconoce la devolución de Dios a la tierra, encarnación, y la presencia de Dios, manifestación aérea, absoluta y azul.

Me detendré aquí.

El arte, la poesía, tiene esa extraordinaria cualidad poliédrica que la define, por lo que es peligroso tomar la parte por el todo. Yo apenas he esbozado una posible lectura a los poemas de Teresita Fernández o más bien a un pequeño conjunto de ellos. Ha sido una suerte de hermenéutica, de lectura simbólica, que seguramente dará paso a otras. Como ya he dicho está se sostiene sobre la afirmación de que ella es una poetisa mística, lo que no necesariamente se relaciona con que sea una “mística” en puridad, sino sencillamente en que esta poesía es la resultante de una vida centrada en Dios, o al menos dedicada a su escucha o el resultado de una confirmación gratuita e inesperada de la filiación divina o todas esas cosas al unísono.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La ultima vez que coincidimos, fuimos castigados por "rebeldes" como si lo etílico y la noche fuera reprobable. De aquella azotea -al ahora- tan sólo han pasado unas publicaciones, una hija, canas y abdómen abundante.

Me dio mucho gusto leerte y mucha tristeza no saber de nosotros. Este encuentro me refuerza las delicias del Internet.

Te saluda José Luis Solís desde el limbo del Colegio de los Varones.

Deseo saber de tí.

joseluissolis@cinemexicano.com

Anónimo dijo...

Se me pasó compartirte mi blog en el Diario Mexicano Milenio

http://www.milenio.com/index.php/2007/12/14/163001/

SALUDOS