lunes, 28 de enero de 2008

Adivinanzas de Eliseo Diego


¿Será Eliseo Diego un Poeta, un cuentero o un señor equilibrista que se va “imaginando/ las venturas y prodigios del aire”?

Es un poeta y un equilibrista y quizás el más grande de los cuenteros cubanos porque a tiempo aprendió que el silencio sería (¿es?)el único que le permitiría descubrir y asumir esa “cierta majestad ceremonial”, esa “cierta elegancia que viene de la raíz del ser” y esa “fidelidad casi fanática a los diseños de la palabra viva”, que él reconoce en los “verdaderos narradores populares de cualquier latitud o lengua”. El poeta se emparienta con su celebrada Catalina Viehmann, la que contó los cuentos que después hicieran famosos los hermanos Jacob y Wilhem Grimm.

Muchos hasta hoy, incluso yo, alguna que otra vez, hemos repetido, sin mucho detenimiento y ceso, claro está, que en En la calzada de Jesús del monte se vislumbran ya algunas de los maneras o mañas que después alcanzarían plenitud en el conversacionalismo cubano más ortodoxo y que, en esa época de privilegios y exclusiones que le permitió a sus poetas crear el canon más endeble y falaz que conocimos, Diego asume definitivamente sus derroteros, y a los que eran y serán sus motivos más estables los viste con el ropaje del coloquialismo lírico o coloquialismo blando de fines de los setenta y principio de los ochenta o que él es el que determina su aparición juntamente con el poeta Luís Rogelio Noguera, autor de los más logrados experimentos del coloquialismo, que en esencia era hijo del ingenio y la sátira, valores esenciales del discurso coloquial que falla justamente al tratar de entrar lo “natural” de la conversación en la norma poética, más cercana al artificio de la música y por lo tanto tecnología más que fisiología.

Si bien es posible, vía el ambiente literario, que es cosa distinta de la literatura como enseña el poeta Roberto Manzano, la aparición de está mixtura, de esta influencia mutua, hoy nos parece que se nos harían más visibles al entender y comprobar la fuerte influencia de los poemas de raíz anglosajona, europea en general, que nos muestran sus versos, además del permanente disfrute que el poeta tuvo de las formas narrativas de raíz popular.

Eliseo Diego, pocos lo recuerdan es, junto a Carolina Poncet y sus estudios sobre el romance y otras formas de la oralidad, el más consecuente estudioso de la narrativa oral en el siglo XX cubano, a él se le deben la traducción de clásicos textos sobre este arte e incluso la instrumentación de un sistema de formación de narradores orales para La hora del cuento en las bibliotecas cubanas, que si bien estaban centrados en la llamada “promoción de la lectura”, no dejaron de ser reivindicadores de esta practica artística. Por otra parte Diego escribió magníficos ensayos sobre este tema, recordamos ahora los conocidos Los hermanos Grimm y los esplendores de la imaginación popular, Secretos del mirar atento: En torno a Hans Christian Andersen, Las maravillas de La Bella y la Bestia, Aviso y memoria de El gato con botas y Los cuentos y la imaginación popular. En estos textos se descubren los elementos que nuestro poeta cree esenciales en la oralidad narrativa como es la majestad en la forma, el respeto “casi litúrgico por las estructuras de los relatos que se van transmitiendo unos a otros a través de generaciones y en cuya creación participan todos como su fueran uno solo y que este solo para él es el Hombre, creador de “ un arte de medios escuetos, puros, ancestrales”, del arte de “la palabra del hombre”, donde todo aflora desde un estilo “directo, sencillo, ajustado a la acción, tomando impulso en las formulas antiquísimas” que “ nos lanzan a un tiempo mágico en (el) que toda caducidad es abolida” y a un manejo del tiempo de tal potencia que “no llega a herirnos nunca” porque “los cuentos populares son puros dominios del sueño que no conoce al tiempo”.

Si miramos con atención, si leemos con libertad, nos daremos cuenta que los poemas de Eliseo Diego reproducen estas estructuras en clave poética, donde las cosas alcanzan magnitudes tales que el tiempo no tiene poder sobre ellas, en las que lo lúdico se enseñorea, lo agonal se manifiesta, el azar del juego piola, la vacuidad de las cosas brota.

Los poemas de Diego, en su estructura, reproducen las características de la narrativa oral. En lugar de las unidades temáticas, las fórmulas, los lugares comunes, y en ocasiones con ellas, los poemas operan por el mecanismo de acumulación y superposición de unidades de sentido, aquí esa función la cumplen los versos, que actúan como células rítmicas superpuestas que a su vez interactúan entre ellas, repitiéndose, regresando una y otra vez, funcionando del mismo modo que las redundancias en el cuento oral.

Por último creemos ver en la insistencia del poeta en los objetos, en las cosas, la intención de acercar a la poesía el mundo vital humano, con sus matices de lucha, estimulación, competencia, ganancia y combate; además de que aquí se reconoce, como en toda cultura oral, una identificación con lo sabido, con lo acumulado, con lo almacenado.

Eliseo Diego no reproduce los hallazgos y constantes de la poesía oral improvisada como debería esperarse, no es este el caso, que en Cuba solamente vimos en Juan Cristóbal Nápoles Fajardo ( El Cucalambé) y en algunos de los siboneistas; tampoco trata de apropiarse de la conversación, como los coloquialistas ya mencionados; él quizás bebe las fuentes del romance, por un lado, pero lo que más le influye son las estructuras de la oralidad narrativa.

Por otro lado está lo biográfico, lo circunstancial, lo que algunos teólogos llamarían los accidentes y otros lo providencial: hablamos de la biografía del poeta, del niño que llevó su nombre. Este es el tiempo de ese niño que tanto interesaba a Eliseo Diego, “ el tiempo de los cuentos, que ni comienza ni acaba”. A ese encuentro “con la poesía de los cuentos populares, los que recogen el saber ancestral de las hogueras y hornos campesinos”, al de los cuentos de Mamá la oca que contara su linda amiga, la francesa, Olga de nombre, le debemos el poeta melancólico que nos acompaña, el poeta que se fue apagando y que terminó sus días, en la desesperación obviamente, regalando todo un Tiempo que sabía no era suyo, como hacen los infantes que regalan a sus amigos la estilográfica del padre o el juguete de la hermana, para luego llorar arrepentidos en la certeza de que serán perdonados y que el cuento volverá a empezar por el había una vez…, que es la única formula segura para abrir las puertas de la eternidad, fin de “esos túneles sombríos que de trecho en trecho” aguardan al ser humano.

Salgamos, salgamos, ya está listo el poema:


Himno a las postrimerías

En la Auvernia el Gato con Botas
me vino a ver con un peán de muerte.
Del pueblo viejo de Roayat venía
con mucha pompa y cortesía
como para anunciarme la Parusía
el Gato con Botas con su peán de muerte.

Mis seis años ya se apagaban
con el soplar de las tinieblas:
no veía nada sino la nada,
sólo sentía la cama helada
hasta que oí en la lejanía
el gato con Botas con su peán de muerte.

Rompió la fiebre en ascuas claras,
los olores se iluminaron
como vitrales al sol de junio;
volviese el tacto un plenilunio
para acoger la epifanía
del Gato con Botas con su peán de muerte.

Todo el campo de Francia consigo trajo,
los bosques serenos que son u aroma,
los ríos rolandos en que ella canta,
las piedras en que su corazón levanta,
todo ceñido a la cortesía
del gato con Botas con su peán de muerte.

Desde lo último de mi mismo
lo recibí como a victoria.
¡ Bien me enseñó que la belleza,
las cosas todas en su riqueza,
tocan a vida en las postrimerías
el Gato con Botas con su peán de muerte!

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