miércoles, 16 de enero de 2008

Hassane Kouyaté o las tres verdades



I
Todo comienza, todo está por inaugurarse. Es enero y uno acepta como verdad que la vida es joven, que una puerta se está abriendo. Es por eso que los cubanos hacemos fiesta, comemos en familia, lanzamos agua, mucho agua por la puerta, como signo y además deseando de que por ella, y con ella, se vaya la porción no deseada del pasado, lo feo, lo sucio, lo desagradable, lo agresivo, tratando además de garantizar que lo que entre, que lo venga, sea fresco, limpio, manso. Nosotros tenemos un raro sentido de futuridad que se encarna en el año naciente o en todo lo nuevo; pero para que exista algo “nuevo” debe haber algo “viejo”, anterior o muy anterior a lo que está brotando que no debe ser necesariamente torcido o maligno porque es capaz de engendrar lo naciente y siempre ello está relacionado con la pureza.

Acaso esa tendencia a centrar la existencia en lo futuro, verdadero culto al porvenir, sea síntoma de inmadurez o de extrema juventud como pueblo y es que ciertamente “ lo cubano” es joven, es apenas una cualidad última del hombre americano, pero también en las culturas ancestrales que nos conforman – aunque alguna de ellas padece ya de verdaderas zonas de cansancio- se dan manifestaciones de celebración de lo nuevo como posibilidad de mejoramiento, ¿ acaso los ritos bautismales, la bendición del fuego y del agua en las ceremonias católicas del Sábado Santo, los ebbó, las purificaciones rituales, los banquetes sagrados, las rogaciones, los toques, no son también manifestación de la necesidad expresa de que se concrete en lo visible el deseo oculto -muchas veces no tan subyacente ni escondido-, de que se operen cambios, de que se manifieste, al menos en lo posible, una realidad distinta cualitativamente superior a la que se está viviendo o enfrentando en el presente.

Así pues el “culto a lo porvenir” más que una cualidad insular es una característica de toda la especie, que sigue creyendo en la posibilidad de conjugar todos los tiempos, e intenta desarrollar y desarrolla productos culturales de muy diversa índole que le permitan la convivencia de todos o al menos la traslación del ser humano entre ellos sin que este pierda su integridad física o espiritual. De allí nacen los mitos tecnológicos como la Máquina del tiempo y la investigaciones de la física cuántica sobre la posibilidad de existan diferentes pliegues de la materia o realidades otras paralelas en diferentes frecuencias de honda de la energía o el mundo de los Mitos, los Ritos, la Oralidad en todas sus variantes y especialmente la Oralidad narradora, ¿o es que acaso en los cuentos, las leyendas, las epopeyas, los mitos fundacionales, no existe algo que es nuevo, viejo y futuro al mismo tiempo?

Los cuentos, los cuentos son así. Los cuentos existen y son “historias de ayer, contadas hoy, dedicadas a mañana”. En los cuentos el hombre creó uno de sus vehículos que hasta hoy le permite el viaje en el tiempo sin peligros, aunque esta no peligrosidad sea ciertamente relativa. Tuve la tendencia de decir que eran el “único”, pero en materia de especulación y de espiritualidad los absolutos son excluyentes y peligrosos, pues existen, no hay dudas, otros muchos modos de viajar o de concretar todos los tiempos en uno y que de alguna manera se visualizan en todas las grandes manifestaciones del espíritu humano.

En Cuba las culturas que se mixturan para armar su rostro, siempre en construcción, le fueron aportando al país modalidades muy específicas de viaje. Reconozcan ustedes que en el romance, la décima, los cantos sagrados de las religiones africanas, los mitos, los cuentos, la trova y hasta en el son, la guaracha y el complejo de la rumba, los carnavales y la danza el cubano ha ido construyendo la posibilidad de la peregrinación y del viaje entre los tiempos.

La verdad o su encuentro, que a fin de cuentas es la finalidad última del viaje, es también obra de la confluencia de tres verdades: la verdad mía, la verdad tuya y la Verdad, que al encontrarse muestran su rostro definitivo y a la vez múltiple.

II

Enero 6 de 2008. Día de Reyes en La Habana, Cuba. Teatro Las Carolinas. Amargura 61. 7:00 p.m.

Suena un pequeño tambor por detrás del público, entre ellos retumba, la gente se asombra, unos callan, otros miran, algunas comentan, un hombre viene con su instrumento y sonríe, lo carga bajo el brazo y golpea el cuero con una pequeña baqueta curva. Canta, se mueve, danza y entra. Es Hassane Kouyaté. Está vestido con un hermoso traje azul, de su tierra ( Burkina Faso), y sonríe. No es carcajada, es sonrisa que nace del fondo de sus ojos. Ellos son realmente pequeños, pero el djeli sonríe con todo su cuerpo y con todo su espíritu, a través de él sonríe África y uno puede sentir que esa sonrisa es también suya. No está riendo sólo un hombre negro, que es lo es en toda su grandeza, sino que con el sonríe la humanidad, desde el primero hasta el último. No ha dicho palabra, porque aprendió primero a callar, porque sabe el valor y el decir del Silencio, y uno de inmediato descubre que está delante de un Maestro de la Palabra, aunque unos días después él reconozca que sólo posee la Madre de los Cuentos, que sus mayores le han dicho que para llegar a atesorar la Madre de la Palabra le hace falta controlar su generosidad, porque es demasiado generoso.

Kouyaté está de pie, y es que así circula mejor su energía. Primero nos escucha el alma, esta ahí parado y lo hace con los ojos, con la piel, con la sangre. Ya tendrá ocasión de escucharnos con los oídos.

Abre la boca y salen las primeras palabras. Generosas, cálidas. Agradece a los que lo trajeron hasta aquí, en primer lugar a la gran narradora y actriz Coralia Rodríguez, que además será su traductora, y después para cada uno de los que le están prestando sus orejas, porque el cuento para él no se hace sólo en la lengua, en la boca del que cuenta, sino que es cosa que viaja de boca a oído, se realiza allí y se devuelve. Cada de uno recupera su Palabra en la palabra del cuentero.

Habla de la Verdad, confiesa que no la tiene y que la tiene al mismo tiempo. Posee la suya, pero espera por la verdad de los que están frente a él, que juntos llevarán esa verdad hasta lo alto y allí, fundidas las dos con la Verdad podrán entonces contemplarla.

Es un sabio, pero no como lo entendemos en Occidente. Lo es porque tiene tras de si al menos siete siglos de saberes que acumuló su pueblo y que los Kouyaté han atesorado. Hassane Kouyaté es un djelis, un griot, pero no cualquier griot.

El clan Kouyaté desde 1235, año de instauración del Imperio de Mali por el Mansa Soundjata Keita (1190-1255), hasta hoy son los Djelis del Mansa y Belen Tiqui en la Gbara – es decir, son además los amos de las ceremonias-; así está reconocido en el artículo 43 de la Carta de Madén ( Kourukan Fouga), constitución de transmisión oral sin precedentes en la historia de la humanidad, que declaró, entre otras cosas, abolida la esclavitud, organizó el Imperio y otorgó a Balla Fasséké Kouyaté la condición de amo de las ceremonias y mediador principal, así como se le permitió bromear sobre todas las tribus y también con la familia real. Desde entonces ellos son guardianes de la tradición y mediadores en los conflictos tanto en dos personas, como entre clanes, tribus, en las relaciones con otros reinos y pueblos, y también entre los djelis. Ellos fueron uno de los siete clanes de Nyamakala (energías ocultas) del Imperio y en alguna medida hoy siguen siendo lo mismo.

Esas energías invisibles, pero ciertas, salen por los ojos y la boca de Hassane Kouyaté, también actor, músico, director artístico de la compañía de Peter Brook, hijo de Sotigui, hermano de Dany, hijo de Adama Kouyaté, Caballero de las Artes y las Letras de Francia y de Burkina Faso.

Cuenta. Apenas recuerdo íntegramente dos o tres de los cuentos que contó esa noche, y es que esos son mis cuentos, los que debo recordar y no otros o los que me escogieron, los que me conmovieron, pues con los ellos sucede lo que dijo Kouyaté: “ Son las historias las que me escogen a mi, pero una de ellas puede perderse durante cinco o seis años en mi vientre y reaparecer de forma inesperada”.

Ahora aparece un primer cuento: El pequeño Juan.

Pequeño Juan, era un hombre joven y fuerte, gracioso y bueno para cantar y bailar, buen mozo y había aprendido las artes y las mañas que le gustaban a las mujeres, pero era muy, muy, muy haragán.

Un día se casó con una hermosa mujer y ella, junto a la madre de él, comenzó a hacerlo todo en la casa, pero no sólo allí, sino que también en el campo. Las dos eran el sostén de la familia porque, como ya dijimos, con el hombre no se podía contar, era muy, muy haragán.

El enojo de la esposa y la tristeza de la madre crecía por día, mientras ellas se enojaban, sufrían, pero sobre todo trabajaban, Pequeño Juan dormía y holgazaneaba.

También había otro problema en la familia. Pasados los quince años de matrimonio Juan no tenía descendencia, pero parecía no importarle, a él sólo le interesaba comer, dormir, dormir, comer y holgazanear.

La madre trabajó tanto que fue perdiendo poco a poco la vista hasta que se quedó ciega del todo. Entonces sólo la esposa podía trabajar. Estaba cansada de trabajar y de esperar inútilmente un hijo, uno que pudiera ayudarla en el futuro, uno que le hiciera compañía, porque ella sabía que Pequeño Juan no servía para nada o mejor, sólo servía para dormir, comer y vagabundear.

Un día amaneció con el cansancio al borde y se le desbordó la vasija, por lo que se presentó delante de su marido, que por su puesto dormía y dándole un puntapié le dijo:

- Pequeño Juan, levántate y busca trabajo. Si no regresas con empleo tendrás que irte de la casa.

El se puso en pie, descubrió que su mujer estaba hastiada, cansada y furiosa. Y una mujer furiosa es de temer. Tuvo miedo unos segundos, pero como era muy haragán, en vez de buscar trabajo se fue a dormir debajo de un frondoso árbol.

Durmió todo el día, al llegar la tarde le dio hambre y quiso regresar a su casa, pero como no lo podía hacer sin haber conseguido empleo, y él no se había molestado en buscarlo, tomo polvo de la tierra y con él se embadurnó los zapatos y los bajos del bubú.

Llegó con cara de cansancio y lloroso le dijo a su mujer:

- Mujer, déjame entrar a la casa. No conseguí trabajo por mucho que lo busqué. Anduve por todos lados. Mira el polvo en mis zapatos, mañana seguro tendré más suerte. Déjame pasar.

La mujer lo dejó entrar, había visto el polvo.

A la mañana siguiente se repitió la escena, pero Pequeño Juan, que era el hombre más haragán del mundo, volvió a hacerlo mismo que antes, se fue debajo del árbol y se acostó a dormir. Así estaba cuando lo despertó una voz de trueno:

- ¡Despierta Pequeño Juan, despierta!

Era Dios el que le hablaba. Pequeño Juan no alcanzaba a verlo. Estaba muy alto.

- Ya sé lo que te pasa. Te voy a resolver tus problemas. Pídeme un deseo y sólo uno…Ah, no se te ocurra pedirme uno de esos deseos que son tres, me aburren y además me irritan…

Pequeño Juan no lo podía creer, Dios en persona le hablaba a él.

Pero Juan no sabía que pedir, el necesitaba trabajo o dinero, pero como era muy vago decidió pedir dinero de modo que no tuviera que trabajar, en esas estaba cuando Dios volvió a hablar:

- No me vayas a pedir nada de lo que después puedas arrepentirte. Mejor te vas a tu casa, piensas bien el deseo, lo consultas con tu familia y regresas mañana.. y recuerda que es uno sólo… uno.

El regresó a su casa, le contó a su mujer lo sucedido y ella dijo:

- Pide un hijo, pide un hijo. Eso es lo que debes pedir…

Y él como le debía tanto a ella y deseaba complacerla le dijo que si; pero detrás de la puerta estaba escuchando su madre que lo llamó y lo recriminó de esta manera:

- Llevo años trabajando para ti, hijo haragán e ingrato, estoy ciega de tanto trabajar y ahora Dios te da la oportunidad de pedir un deseo y pides un hijo, porque tu mujer te lo pide…! Desnaturalizado! Deberías pedir la visión para tu madre.

Pequeño Juan, se quedó sólo pensando. Su mujer quería un hijo y tenía razón, su madre quería recuperar la vista y era justo, él quería salir de la pobreza sin trabajar y eso era muy necesario. Pero como era muy haragán pudo pensar poco pues se quedó dormido hasta que al amanecer la mujer lo levantó y le recordó lo que debía pedirle a Dios.

Él se fue pensando por el camino, llegó hasta donde estaba el árbol y espero hasta que apareciera Dios, y este apareció y le ordenó formular el deseo.

Pequeño Juan se rascó la cabeza, se rascó la axila y dijo:

- Dios, yo quiero que mi madre pueda ver a mis hijos comer en platos de oro.



Ahora tengo dudas y certezas, este es el cuento que contó Hassane Kouyaté y no es. Lo advierto, debo ser honesto. Como la de Obbara la palabra puede ser veraz y mentirosa a un mismo tiempo. Esta es mi memoria del cuento, pero no es el cuento o acaso lo es, al menos en mis ojos, en mis oídos, en mis entrañas, lo es, puedo asegurar que esta es la memoria que tengo de la historia, del cuento contado una noche en La Habana, pero sin los gestos, la piel y el aliento de su narrador. Este es un cuento para los ojos, aquel uno para el oído. Falta aquí la precisión del lenguaje gestual del Maestro, el desplazamiento justo, faltan las palabras en bambará y la multitud de lenguajes verbales y no verbales que se agolpaban en el cuerpo de Kouyaté. Cuando hablaba la mujer del Pequeño Juan él insinuaba la gestualidad con la que las féminas de la actual Burkina Faso manifiestan el enojo, la gestualidad social que las caracteriza y eso es imposible de reproducir en la escritura, si bien esta puede ayudar a recordar nunca podrá sustituir al entrenamiento riguroso y al poder de la presencia del ser humano, cisterna frágil ciertamente, pero hasta hoy insustituible. No importan las grabaciones de sonido o de imágenes, el audiovisual, hay en la presencia del Narrador oral lo que podríamos llamar energía de la memoria ancestral, que la tecnología mata, que no posee.


III

La verdad de Hassane Kouyaté, mi verdad, la verdad colectiva, la Verdad, se hacen una.

Esta fue la mejor manera con la pudimos abrir el año aquí. Gracias al clan Kouyaté, Maestros de la Palabra, Amos de las ceremonias, Mediadores, gracias al África, que aún conserva viva e incontaminada la Palabra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maravilloso artículo Lozada. Te lo agradezco profundamente. Un gran abrazo, la otra Cora.