domingo, 17 de abril de 2011

Il migliori fabbri del parlar materno (Los mejores maestros de la lengua materna)




Un amigo discute, más bien porfía. Il miglior fabbro, el mejor maestro, el forjador, es Ezra Pound; así lo califica Elliot cuando le dedica The Waste Land. A fin de cuentas estaba en deuda con él, que llegó a fundar La sociedad de amigos de T. E. Elliot, con tal de que se publicara el libro, que, pensándolo bien, no deja de anunciar a voces la presencia de su mano portentosa, con enmiendas y correcciones abundantes, por mucho que el talento del autor hiciera lo suyo. No hay dudas, tiene que ser él y no otro. Argumenta mi amigo e insiste: - Sólo con un poeta, en justicia, podría calificarse de ese modo. Y tiene razón. Los poetas merecen ser llamados hacedores de la lengua, forjadores del hablar materno. Maestros. Ellos atraen las gravitaciones, fuerzas y violencias de las palabras y las convierten en Palabra. Los poetas saben pronunciarla, sin ellos fuera nada más que sonido, balbuceo, y no potencia.

Sólo que el elogio del norteamericano, tan inglés en sus modos, tiene mucho de broma. Es una cita erudita, que no deja de ser socarrona y hasta irónica. Humorada británica, tan del gusto del autor, entre otros textos capitales, de Cuatro Cuartetos, libro de 1943, que en la traducción de Omar Pérez alcanza en nuestra lengua alturas que antes intuíamos, más no podíamos gozar.

El primer fabbro, el que provoca el nacimiento del epíteto, es el trovador occitano Arnaut Daniel, gentilhombre ajuglarado que vivió a caballo entre los siglos XII y XIII, famoso por su refinamiento y complejidad un tanto amanerada, a quien Petrarca consideraba fra tutti il primo (el mejor entre todos) y gran maestro d´amor . Más no es él quien lo llama il miglior fabbro del parlar materno sino Dante Alighieri, y lo hace en el Canto XXVI de la Divina Comedia, aunque para ello se esconda detrás de Guido Guinizzelli; elemento que habla bien y mal del poeta toscano, pues, por un lado, no tiene reservas en elogiar a un colega – cosa rara entre literatos-, pero, por otro, coloca la reverencia en boca ajena, como protegiéndose, de modo que se pueda salvar, a su debido tiempo, de un desliz de la suerte o de la fama que pudiese hacer caer al celebrado en sitio de mala memoria, como sucede hoy, cuando el nombre del trovador ya casi nada dice. A sólo unos pocos nos interesa recordarlo, entre otras cosas, porque nos permite colocar al oficio de juglar, de contador de historias, de poeta oral, y con ellos a la Oralidad, en los fundamentos de nuestra cultura y civilización. La voz deja su marca, aunque sea rasguño. La Palabra hizo al hombre y a las cosas.

Hoy se conocen nada más que dieciocho de las composiciones de Daniel, dos de ellas con su música, y casi nadie las recuerda, cita o canta, y lo que es más llamativo, hemos dejado de calificarlo como lo hacía el Dante y en su lugar colocamos a un extrañísimo poeta norteamericano que hasta hoy es piedra de toque entre los de su gremio.

No soy de los que cree que el tanto saber confunde o lleva a la locura; pero sé que algo le pasó al autor de los Cantos pisanos en lo profundo de su ser, en la raíz, que hizo que este erudito, enemigo de la usura, amigo de raros poetas y traductor libérrimo de poemas chinos y provenzales, terminara vociferando a favor de la dictadura de Benito Mussolini y que juntamente fuera uno de los más extraordinarios artistas de cualquier lengua o nación, uno de esos que no sólo forjan una lengua sino que levantan toda la Poesía.

Celebremos a los dos migliori fabbri, a Pound y a Daniel, pues de algún modo, ambos tienen el común destino del trobar clus.

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