lunes, 22 de noviembre de 2010

¿Narrar cuentos es un oficio? Modelo para armar



Mucho, variado y tendencioso, también de valor, se ha escrito sobre la legitimación y diferenciación de los oficios o profesiones, donde unos pocos, una élite, que se cree depositaria de la tradición o de la verdad o de preceptos válidos y socialmente funcionales, establece un conjunto de normas y elabora una teoría que más que caracterizar las estructuras y funciones de su objeto de estudio lo que hace, generalmente, es compararlo o diferenciarlo con otros y no caracterizarlo desde si mismo.

Hasta hoy en la Narración oral nos vemos, en muchas ocasiones sin desearlo, en la necesidad de confrontarla con otras artes presenciales, de la palabra a viva voz o de la representación. De esta “lucha de contrarios” empiezan a emerger supuestas o verdaderas regularidades que tal vez permitirían establecer el rostro y la definición del Arte u oficio del Narrador oral. Pero casi siempre lo que ha salido de la comparación han sido verdades engañosas o medias verdades, pues al no reconocer el tipo de relato y los mecanismos a través de los cuales este se produce en el Teatro caemos en la tentación de, primero, dar por antecedente del arte del actor y de su practica al narrador de cuentos, cuando en realidad el primero surge, brota, del Rito y la liturgia, y el segundo del Mito y su presentación y no de la representación de él, siendo vías paralelas y no tangenciales. El Teatro y la Narración oral, un arte escénico y un arte de la Oralidad, tienen un único punto de convergencia, que se da en los vectores escénico o pragmático y de narratividad, es decir, en el momento en que ambos se enfrentan a su puesta en obra, a su vivenciación, a su porción pragmática, donde cada una de esas artes apelan a recursos comunes que conjugan voz, palabra, gestos y movimientos, puestos en función de contar algo, pero desde vías y fines diametralmente opuestos, pues a pesar que en las dos se “cuenta una historia” en una se narran sucesos y en la otra conflictos.

Es decir, aunque valdría la pena profundizar en estos temas, para el propósito que nos ocupa lo que nos parecer más sano es intentar definir el Arte de Contar Cuentos como oficio o profesión, desde sí mismo, y no a partir de su diferenciación.

Para hacer lo que propongo debería partir de enumerar un conjunto de reglas o patrones de referencia que me permitan demostrar o renunciar a la hipótesis inicial de este texto que, aunque implícita y no revelada hasta ahora, es perfectamente sospechable y predecible: para mí contar cuentos es un oficio, una profesión y un arte independiente, que responde a un conjunto de características, estructuras, particularidades y regularidades que la definen.

La Narración oral es un Arte de la Oralidad y no de la escena, aunque algunos insistan en afirmar lo contrario, es un fenómeno de refuncionalización y reacomodo del arte milenario del cuentero a las nuevas necesidades comunicativas y expresivas de una sociedad letrada o, mejor sea dicho, de una sociedad de escritoralidad y predominio del audiovisual y las tecnologías digitales de la información-comunicación donde el sentido y las estructuras de la comunidad, incluso, han rebasado ya el concepto de “aldea global” de McLuhan.

Para definir el rostro del oficio del contador de historia propongo las siguientes bases metodológicas:

1. La profesión u oficio elabora un producto perfectamente definible y distinguible de los que elaboran otras u otros.

2. Tiene un objeto social que permite a sus hacedores una inserción diferenciada y a tiempo completo, en condición de exclusividad, en el mercado laboral y encuentra formas de remuneración dentro de él.

3. Se basa en una tradición sostenible y demostrable, es decir, perfectamente “documentable”.

4. Posee un cuerpo teórico que tiene capacidad de autorregulación, regulación, desarrollo y reproducción.

5. Socialmente es reconocible y distinguible de otros oficios, es decir, la sociedad en su conjunto entiende y diferencia el oficio de otros y lo tiene por tal.

6. Está dotada de un sistema de eventos y de formas de organización y de asociación gremial, social, empresarial, u otras.

7. Se rige por un código de normas éticas.

Corresponderá a cada quien ir analizando en su devenir y de acuerdo a las realidades culturales, regionales o de formas de organización de los estados nacionales correspondientes, cada una de las proposiciones que nos permitirían demostrar la hipótesis y luego sostener la tesis de que ciertamente la Narración oral contemporánea es hoy un oficio artístico, diferente incluso de otras modalidades o manifestaciones que se apropian de técnicas narrativas orales como serían los pedagogos, bibliotecarios, clérigos, tribunos políticos, conversadores, oradores, y otros oficios que apelan a la Narración oral como recurso pero que persiguen fines marcadamente educativos, doctrinarios o propagandísticos y no exactamente estéticos, independientemente de que sus resultados puedan generar la percepción de lo bello o lo socialmente útil.

Debemos destacar que en cada realidad cultural o nacional las regularidades propuestas como referencia o parámetros para definir un oficio adquirirán un rostro perfectamente diferenciado, preñado de particularidades, pero que en todas se habrán de manifestar aunque sea bajo ropajes y formas distintas. Cada quien, entonces, deberá ir adecuando este modelo para armar.

No puedo ocultar mi deseo de ser interrogado e incluso negado, de provocar el diálogo, la reflexión colectiva. Es por eso que algunas frases parecen saetas o sentencias. Es por eso que no oculto mi desagrado y desacuerdo ante la tendencia, cada vez más agresiva, entre los Narradores orales a evadir las definiciones de su oficio o a pactar u optar por la aceptación de su condición de “actores”, de participantes de un Teatro alternativo, en el mejor de los casos, pero Teatro a fin de cuentas, que se ampara en la inacción o la aceptación pasiva de un estado de cosas que debe cambiar. La legitimidad y el prestigio social que aún otorga el Teatro no nos puede segar. Las generaciones que nos precedieron y que trabajaron y trabajan por darnos el lugar que debemos tener no merecen menos.

Cuando nos iniciamos en el arte de contar cuentos, hace casi treinta años, no se planteaban dudas sobre nuestra existencia, y no era porque hubiera consenso sobre nosotros sino porque no existíamos, no éramos. Nadie se molestaba en discutir la realidad o irrealidad de la existencia de fantasmas. Sobre nuestra paciencia y tesón nació el presente y se engendrará el futuro.

No estoy anunciando la muerte del Teatro o su minoridad, estoy abogando por un Teatro vivo, que absorba y asimile el arte de narrar para sus fines estéticos y por la existencia, paralela e independiente, de la Narración Oral Contemporánea, capaz de comunicar y de decir a nuestros coetáneos y que, sin desdibujarse, aprovecha la larga tradición del hacer y del pensar teatral.

Pero para que esta coexistencia sea pacífica y enjundiosa cada cual debería antes saber quién es, de dónde viene y a dónde va. Tres preguntas que no por obvias dejan de ser actuales y actuantes, movilizadoras.

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