lunes, 22 de noviembre de 2010

La raíz y el grito ¿Dónde nació mi palabra?

Para Ernesto y Corina




Lucila Reyes daba miedo, era un daguerrotipo enmohecido. La tía murió muy joven de fiebres puerperales, tratando de parir la vida. Fue la mayor de una familia de once hermanos. ¡Los hijos de Don Antonio Reyes y Doña Felicia Rodríguez! ¡Mis bisabuelos maternos!

Antonio era un canario, pobrísimo llegó a Cuba en 1895 y se incorporó a la guerra, pero del lado cubano. Terminada la contienda no entregó sus armas y por lo tanto nunca cobraría la deshonrosa pensión con la que el gobierno interventor norteamericano pretendió manchar la gloria de un ejército desnudo que conoció la luz.

Abuelo Antonio no sabía leer, ni escribir, ni contar, pero sabía trabajar y debió tener además el don de gente o la bonhomía a flor de piel porque compró tierras, las labró y hasta hizo negocios con bancos americanos, puso una pequeña fabrica de quesos en su finca La Reserva, de Algarrobo, allá por “las llanuras marítimas del Camagüey”, y nunca tuvo problemas. El abuelo sabía pesar la vida.

Felicia era cubana, y por lo que se desprende de la conversación y el cuchicheo familiar, debió tener se raro amargor que acompaña a algunas camagüeyanas.

Lucila parió un niño muerto o la muerte le vino después. Se puso gravísima pero de pronto comenzó a mejorar. Así estaba cuando le dijo a la abuela Felicia:

- Mire mamá, soñé que esta rodeada de los ángeles. Y ya ha llegado la hora.

Dicen que sonrió, cerró los ojos, y que la cabeza se le descolgó hacía el lado derecho.

Lucila Reyes era clarividente.

Yo pasaba rápido por delante del daguerrotipo, y aunque no levantaba los ojos sabía que ella estaba allí, mirándome. Empecé a quererla el día que supe que tocaba el laúd. Desde entonces pasaba bajo el retrato y sentía que la música llenaba el aire.

Por otro lado, mi madre, la nieta de los Reyes, se ha negado siempre a ser sólo la señora de Lozada porque dice que ella es ante todo la hija de Generoso Fabián Guevara Pérez Perdomo y Muñoz, y que lo va a seguir siendo, aunque después le hubiera tocado la suerte de conocer a mi padre y ser la madre de tres Lozadas.

Mis bisabuelos, Candido de los Ángeles – alias Cañasanta- y Nanita – Susana- fundaron en Placetas La Voz de los Laureles, emisora que enviaba sus programas de música campesina hasta la CMQ habanera. Abuelito era el dueño, mi tío Sergio el único locutor y abuelo Generoso era el operador-grabador.

Todo se mezcla: por los lados de mi abuela el repentismo, el punto cubano, por los de mi abuelo la radio, la pasión por la décima oral improvisada y la capacidad de decir fabulosas mentiras.

De la familia de mi padre me vino el físico y ese seco ascetismo castellano llenándolo todo. De él también la pasión por la letra impresa.

Tuve; tengo mucha suerte.

Otra cosa es la ciudad, Santa María del Puerto del Príncipe, alias Camagüey.

Otra el país. Otra la tribu en el astro.

Mi patria no es la poesía, ni el cuento, sino una ínsula extraña y poderosa. Con ella los muertos y la Noche.

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