miércoles, 13 de febrero de 2008

La secreta escala


Por la secreta escala, disfrazada
San Juan de la Cruz



La escala, secreta por invisible, por escondida, espiral vuelta sobre si misma, pero que sin embargo se yergue, asciende, manifiesta su cualidad aérea sin perder contacto con la tierra firme, podría elegirse como vía unitiva para entender los poemas - ¿por qué no la poesía?- de Esenios (Ediciones Abril, 2004), libro de Leonardo Sarría Muzio, que en 2003 obtuviera el Premio Calendario.

Sorpresa de encontrar, en los tiempos que corren, un libro de poemas a medio camino entre la poesía mística y la poesía religiosa, de una rara catolicidad, eso si, heterodoxa y liberadora, cubanísima; a la que Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), Julián del Casal, José Lezama Lima, Eliseo Diego y Raúl Hernández Novás terminan insertándose.

La huella carmelitana, tan cerca de Agustín y de la tradición cenobítica, logra ponerse en contacto con Tomás de Aquino, cima de la dogmática, y en esta suerte de cenáculo, de aposento alto, es de donde brota el discurso, pero este, para un oído no atento, puede ser lugar de confusión.

Por el hecho de estar arriba podría pensarse que desde el inicio se ha alcanzado el fin de la subida, pero no es así; lo que el poeta parece insinuar desde el pórtico es que ella, como en los poemas juaninos, se consuma por el camino de la ascesis, que es renuncia, invitación al silencio, creación de un espacio vacío de deseos y propósitos de modo que lo divino encuentre donde instalarse, donde morar:

El silencio naciendo
en medio de la torre desolada,
mientras los ojos viendo
la llama ensimismada
se hundieron en la página sagrada.


Verso añejo, castellano más que español, denotando la antigua y tersa cualidad del silencio, la severa tradición del poeta destinado a la mudez, al ser en el Ser disuelto, que abre una minúscula puerta, la puerta de la torre, pero que ella está desolada de antemano, es decir, el poeta comienza advirtiendo que todo entusiasmo en este libro es vano, que todo emocionalidad es ilusoria, que si algo logra ensimismarse, no será en los ojos sino en la llama, en el torrente divino; que la plenitud no estará en la anécdota, en la fabula o en los recuerdos, sino que a partir de allí todo será resuelto por la ruta de Jacob: los que bajarán y subirán por la escondida escala del sueño serán los ángeles; al hombre, al poeta, le quedará sólo el silencio, el duro y terso silencio de la piedra, el combate sin palabras con Dios que de antemano sabe perdido, y no sólo por la condición omnipotente del adversario sino por el deseo expreso del humano de ser vencido.

Todo poema es el testimonio de que el poeta quiere ser vencido, de que él es el hombre de las derrotas. Si su objetivo fuera la niké usaría el mármol, el bronce, o los aceites, sin embargo, el poeta elige una sustancia indócil y engañosa, destinada a fracasar: el lenguaje.


COPISTA EN EL FUEGO

No debió hacer de la capitular un perfil de muchacha. Tan
diestro para los cornos del Juicio, para las bestias
y los ángeles, ¿por qué mezclaría el óleo pardo al rosa,
la grave fuente al resplandor de la joven desnuda? Ellos
lo han sorprendido en la ventana, cuando bajan bromeando
por la colina las labriegas. Dicen que arderá fuerte, solemne
y alegórico. Mas, mientras llegan los interrogadores, voy
aprendiendo el arte de mezclar el óleo pardo al rosa.


El juicio humano, la desnudez, que a fin de cuentas podría ser “un perfil de muchacha” en el que se mezclan el óleo pardo con el rosa, la propia humanidad, se ofrecen.

Lo platónico, en tanto separación del cuerpo y el alma, no tienen lugar aquí; más bien se regresa a las fuentes primigenias, para las que cuerpo-alma-espíritu, forman una trinidad indisoluble y eterna, que poco favor se harán los “interrogadores” en tratar de separar por el camino del fuego, porque este adquiere la cualidad alquímica de la transmutación o mejor aún, el fuego es también el fermento sacro de los ortodoxos griegos, esa porción de cuerpo de Cristo que se suma al pan nuevo de modo que impulse, empuje, propicie la conversión ( transustanciación), es la victima la que abre las puertas al cuerpo glorioso, resurrecto. Hace falta pues el fuego, que la sustancia arda.

Los tres primeros peldaños de la escala parecen indicarnos que de allí en lo adelante los temas – el silencio (vacío primordial), la imposibilidad de viaje (thánatos) y la resurrección (eros)- se replicarán, de una forma u otra, a través de los restantes catorce textos; de lo que se desprende, que más que una escala simple, monda y lironda, atravesaremos una espiral, torcida, doble hélice, vuelta sobre si misma.

Ya leyeron el primero de los tres poemas pórtico, les propongo los otros dos:

SIMEÓN DESDE EL FARO

¿Cuándo, Señor,
cesarán de agobiarme
las naves que se alejan?
He envejecido así
inmóvil aunque suenen
en el océano las tibias flautas.

Tonto siervo de Dios
que aguarda todavía
y alumbra desde el faro
los tablones deshechos.

Flotas minúsculas
para ahuyentar la aciaga
vacuidad de las calles,
remos buscándote entre efigies
y bustos derribados.

Una mesa tranquila, te suplico,
un pan sin levadura, y los muchachos
aún ingenuos y próximos.
Una mesa tranquila...
Sólo entonces
permíteme morir.


SÁBADO DE GLORIA

La catedral está llena porque algo debe suceder después
de tanto.
Mi madre se retoca las pestañas, se ajusta la medalla y sale
despaciosa, porque después de tanto sólo hay una compasiva
imagen de madera donde depositar el peso de lo mucho.
.Es por los malos tiempos .afirma el gran intérprete., luego
renegarán de esas simplezas agotadas.. Pero en la catedral
el órgano enamora y los fieles se juntan para permanecer
en paz hasta la niebla.


No me aventuraré a tratar de desentrañar la estructura total de la escala. Es un complejo texto, que yo vería como un solo poema, en el que una vez presentados los tres temas, se desarrollan variaciones, agrupadas en cuatro unidades, cada una de ellas reproduciendo la forma sonata de la música clásica (adagio-variación-coda), en las que los dos textos referidos a San Juan Bautista, el precursor, son como el trompetazo en medio de la noche, que irrumpe, haciendo que el discurso alcance iluminaciones recias, pacientes, donde se va desde la fijeza de los ojos muertos del profeta, pero que sin embargo no dejan de ver “cómo cambian las cosas/en Jerusalén.”, hasta los del poeta, presumiblemente el mismo autor de los versos, que encarna y asume la misión de anunciar la corrosión y la ausencia, la fragilidad y la desmemoria, que acaso son la raíz última del bautismo por agua, baño de conversión, y que encuentran plenitud en el baño del espíritu, que es como acceder a las honduras del mar y la consolación.

Leamos esos dos textos, que tanto podrán indicarnos la ruta:

ESENIO

Fantasías de los maestros de la ley:
la cabeza tronchada sobre el plato
no podrá despertar.
Es ese el fin:
unas pupilas rígidas mirando
cómo cambian las cosas
en Jerusalén.
Ah!, cuán preciosos temblores
los del vientre en la danza.
A fin de cuentas no era
más que un agitador
en las orillas del Jordán,
y el agua es siempre una sospecha,
una advertencia
contra los velos de palacio.
Bajo los lentos abanicos
Herodes sueña con el húmedo vientre
mientras se van hundiendo las columnas
y los ancianos que creyeron
oír palabras eternas.
Calla, hijo mío.
Es ese el fin:
unas pupilas rígidas mirando
cómo cambian las cosas
en Jerusalén.


IN FLUCTIBUS MARIS AMBULAVIT

Las aguas han chocado
también contra mi alma.
Lo más terrible del salitre es el gusto
a corrosión y ausencia.
No pongas los cubiertos, no tendrás
sino una frágil cena
que la marea cubrirá para arrancarte
de tu inútil memoria.
Esenio entre las barcas
o los profetas que disputan
si Jericó será rendida,
esenio ante la virgen del santuario
donde los pescadores solían pedir
la mar en calma
y la consolación.

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