jueves, 21 de febrero de 2008

Kaidara existe


Aproximación a Briznas de la Memoria ( Letras Cubanas, 2004) y Eshu ( Oriki a mi mismo) y otras descargas ( Letras Cubanas, 2007), de Rogelio Martínez Furé

I


En la era de las tecnologías y los artefactos aún se yerguen la Palabra, la Memoria y el Olvido, sobreviven frente a la velocidad y el afán consumista y depredador. Los humanos que en otras edades tenían “hambre y sed de justicia” eran llamados bienaventurados; hoy sólo tenemos deseos, prisa y gula. Consumimos “alimentos espirituales” de digestión rápida, recientes y servidos en mesa variopinta, y tiene eso la apariencia de ser bueno, sólo la apariencia. Al preguntamos si realmente lo es o no, si es lícito escoger y mezclar, si vale la pena, la sabiduría de los negros viejos nos responde con sorna: “lo que se sabe no se pregunta”. ¿Y qué es lo que sabemos si no sabemos nada? Aparecen de súbito los gurú de la postmodernidad, los profetas apocalípticos, los maestros de la ceguera como solución para tuertos, por aquello de que es mejor la invidencia que la visión a medias.

Las identidades y las culturas son el resultado de las mezclas –transculturaciones- más eso es un proceso colectivo, invisible, lentísimo, irreversible, independientemente de nuestros deseos, intenciones y necesidades, que se da en lo profundo de los pueblos y que no es nunca el resultado de la voluntad individual de escogencia de aquello que es fácil o rentable o de apropiación ligera. El crisol de las culturas es arduo, doloroso, desgarrador y hasta puede ser un sitio sangriento. La sociedad postmoderna quiere escapar del dolor y de la responsabilidad. El ensañamiento terapéutico, la eutanasia, el culto a la “belleza por la belleza”, el desprecio de lo feo, lo viejo o lo enfermo, la cultura de la muerte, la tolerancia más que el disfrute de lo diverso, el libertinaje, la economía como espacio humano desprovisto de ética y de responsabilidades sociales, la política entendida como trueque o negociación y no como intercambio, la mentira sostenida como verdad y la verdad como valor relativo y cambiante, sujeto a las reglas de la conveniencia, la magnificación del carácter instrumental de la Cultura, en fin, propuestas engañosas que se esconden tras conceptos que pueden ser tan válidos como calidad de vida, igualdad y libertad. Fíjense que nunca asimilamos de la tercera proposición de la modernidad: fraternidad. Y es que ella entraña una concepción colectiva de la vida. La fraternidad es la deuda pendiente de la civilización.

II

Los “ensayos-performance que utilizan los códigos de la oralidad”, descargas los llama Rogelio Martínez Furé, nacieron para ser “oídos y no para ser leídos”, sin embargo han terminada habitando, a saber, dos libros: Briznas de la Memoria ( Letras Cubanas, 2004) y Eshu ( Oriki a mi mismo) y otras descargas ( Letras Cubanas, 2007). Entran ellas en el reino de la Escritura, mayestática, infalible, cuasi divina.

El autor cree reconocer “en la mayoría de los coloquios, congresos o talleres… una singular paradoja: la ausencia de los modos y medios expresivos de la oralidad, que queda sepultada bajo incontables ponencias escritas”, y es que todos los que investigamos o cultivamos alguna de las Artes de la Palabra hablada, dígase narradores orales y cuenteros populares, poetas repentistas, conversadores, oradores sagrados o tribunos políticos, conferencistas, maestros, profesores, periodistas, comunicadores o propagandistas, vivimos hoy en sociedades que han llegado a ver la escritura como fetiche, como bien estudia y enuncia Martin Lienhard, aunque ella sólo sea un instrumento más, útil y necesario, como cualquier herramienta o tecnología. Más no podemos prescindir de ella tanto para la Memoria como para el Olvido.

Permítaseme una disgreción. Toda descarga es caótica por naturaleza, en tanto expresión oral, más su caos “tiene sentido, entendimiento y razón” lo que mismo que el cantar para el polo margariteño. La egolatría de algunos intelectuales letrados -más el hecho de que la palabra escrita sea un objeto palpable, tenga cuerpo, estructura física- convierte a la escritura en reservorio exclusivo de todas las garantías de la permanencia, en objeto eterno, cuando no en un “sujeto” que al salir de las máquinas posee definitivamente las marcas genéticas que le permitirán sobrevivir a su autor o ser independiente de él, representación de un determinado orden. Es decir, para algunos el libro, el periódico, la publicación permite que el texto se independice de su autor pero a la vez, como en un trueque, dote a este de una cierta cuota de inmortalidad proveniente del hecho de haber pasado la prueba del salto del manuscrito (perecedero y virtual) a la letra impresa (eterna y real), que posee en si misma toda esa dotación de atemporalidad. Vano y perverso espejismo. Las miriadas de productos editoriales que se elaboran hoy en el mundo hacen que la mayoría de ellos sucumba bajo el peso de la cantidad, toneladas de papel cuyo único destino serán las recicladoras o los vertederos de las grandes ciudades terminan corrompiendo la eternidad del texto.

Cada vez se tienen menores garantías de que un libro podrá ser realmente leído, atendido, no digo ya aprehendido. Este es un proceso más abrumador y palpable que el que ocurre en las manifestaciones orales, pero que sin embargo guarda una estrecha relación con los mecanismos de selección, conservación, memoria y olvido de la oralidad, porque ciertamente una de las cualidades más destacables de ella es su capacidad de selección. Los pueblos ágrafos o preferiblemente orales también tienen esos mecanismos, algunos con la sutileza que entraña cambiar apenas un nombre, un paisaje, eliminar un ancestro, o torcer el rumbo de una historia para favorecer a los intereses comunitarios, en el mejor de los casos, porque hasta se pueden hacer desaparecer tramos enteros de las genealogías o de los memoriales con tal de legitimar el orden vigente o al más fuerte. En la escritura lo que hace en peso de la cantidad por decantar la memoria, en la oralidad lo hace la necesidad y la utilidad, el bien común.


En las fronteras entre la Oralidad y la Escritura está tomando forma definitiva otro sistema simbólico de expresión, un nuevo modo de producción del lenguaje, la escritoralidad, que habría que estudiarlo en relación directa con la historia de las tecnologías del lenguaje que van desde la aparición del alfabeto, pasando por la revolución gutembertiana, hasta llegar a la actual globalización digital, y que se da hoy de manera más evidente en el campo de la Narración Oral, en el de la Literatura, y en el audiovisual pero que, seguramente antes, y sin que nos diéramos suficiente cuenta, ya se había manifestado en el habla cotidiana, generado por la alfabetización cada vez más extendida y el enfrentamiento diario de la mayoría de las gentes con los medios de comunicación masiva en los que se da una suerte de “ficción oral” u “oralidad secundaria” como la llama Walter Ong, que es un juego de apariencias, en el que un discurso escrito es emitido a viva voz, conjugando lenguajes verbales y extraverbales, además de ritmo y cadencia, que son típicos de lo oral, pero que en este caso la relación emisor-texto-receptor y la no presencia física de las partes no corresponde con la que se da en la Oralidad sino con la que se da en la Escritura, y también interviene aquí el contacto con el universo audiovisual que soporta a la música, la publicidad, la gráfica y las nuevas tecnologías digitales de la información que las conjugan.

“ El discurso retórico ideal de nuestra época posee ingredientes que proceden de la oralidad secundaria (es comunitario, participativo, orientado a lo psicológico-social, sencillo en su sintaxis) y rasgos que dependen de la naturaleza misma de los medios electrónicos de difusión (es breve, sincrético y multimediático)” ( López Eire, 2001) Ese discurso es la Escritoralidad, un sistema sincrético, hipertextual, generado por la profunda contaminación urbana a la que han ido a parar también, como en un enorme y poderoso mercado, los productos de la oralidad primaria, o lo que va quedando del mundo ágrafo, además de la escritura, los nuevos sistemas audiovisuales y las tecnologías de la información, mixturados en la pólis moderna.

Dice Lopez Eire que “Ni la tribu ni la nación son ya conceptos lo suficientemente amplios para encajar en este nuevo tipo de comunicación, ni la distinción entre mensaje oral, mensaje escrito, ni entre mensajes verbales y no verbales sirven ya para la nueva retórica del discurso sobre soporte electrónico, un discurso que admite lo verbal y lo no verbal, lo oral y lo escrito y se difunde a través de varios y diferentes medios de comunicación, o sea, es multimediático. Estamos ante un nuevo tipo de discurso que aparece como mensaje comunicativo transmitido por poderosas máquinas de comunicación impensables hace un siglo”. Este teórico no tiene en cuenta, o más bien no es su motivo de estudio, que esas máquinas son manejadas por seres humanos y que al final los mensajes van a parar a otro ser humano que termina siendo transformado por ellos pero que también los reelabora y los emite.

Las descargas de Rogelio Martínez Furé encarnan y prefiguran formas concretas de escritoralidad que hoy se dan en los márgenes de la cultura occidental, pero que pronto alcanzarán la centralidad que merecen.

Encontrar sitio a la Palabra de este poeta nos permitirá develar el verdadero sentido que tienen sus libros. Si usted los mira, como productos únicamente derivados de la escritura, no se podrá resistir al asombro e incluso cuestionarlos: ¿Por qué se mezclan los géneros y hasta los sistemas simbólicos de expresión? ¿Por qué cantos, instrumentos, ritos, groserías, erotismos, música, orishas, brujos, personas, paisajes diversos, pueden y tienen que convivir en el o los libros? ¿Por qué esa fijación con su condición de negro, de matancero y de cubano, de caribeño? ¿Por qué el abuelo “francés de Francia”, por qué Mamá Encarnación Hernández -con altivez mandinga, negra de holán de hilo y punta catalana, olorosa a ilang-ilang y pachulí-, por qué la abuela Veneranda, la que anunció que esa noche se moría y se murió, y San Rafael 824, y la madre, el padre, los amigos? ¿Por qué cantarse a si mismo, como si no bastara Walt Whitman? ¿Por qué a Aimé Césaire le llama padre? ¿Por qué insiste en Obba y le dedica poemas en los dos libros? ¿Por qué Oyá, Oshún y Yemayá, las Madres Ancestrales o la Gran Madre Ancestral? ¿La muerte, la muerte ronda, Ikú, que es macho, ronda? ¿Acaso es lógico en “libros orales” o en conjuntos poéticos incluir glosarios, bibliografías, entrevistas, notas a pie de página, como si fueran textos académicos? -¡Esto es relajo, mofa, puro choteo! gritaría el puritano tirando de sus cabellos, y llenándose el cuerpo con abundante polvo y ceniza. Todo eso son, y mucho más o mucho menos, los dos libros que nos ocupan.

Son descargas. Son los discursos de un poeta esencialmente oral, descendiente de los grandes djelis mandigas, de los poeta anónimos africanos, de los apwones cubanos, de Juan Francisco Manzano ( el poeta esclavo), de Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido, el peinetero), de Nicolás Guillén, pariente cercano de Eloy Machado (El Ambia), quizás el poeta contemporáneo de nuestro autor que más se le acerca, especialmente en Camán Lloró, el libro dedicado a Jacinta la Sufrida, Felicia la Cojina, Angelita la Baronesa, y una larga lista de celebrados, y que incluye una selección de textos sobre la familia, el país, las religiones, todo con sentido ritual, como quien canta y celebra la vida. Aunque habría que señalar que frente a la esbeltez y la tersura de la expresión de nuestro autor, tan popular pero también tan pegada a la sintaxis y la norma cubana del hablar poético, la poesía del Ambia, escoge un modo desmañado y caótico, que genera un discurso de calidades variables, y en el que se asoma cierta ingenuidad que los distancia. Su cercanía entonces está más en la escogencia de los temas que lo factual.

Encontramos también un cierto parentesco espiritual, más que escritural, con la poesía del mencionado Césaire, con los poetas sufíes ( especialmente Kabir Das y Rumi) y veterotestamentarios, y con la de Léopold Sédar Senghor, poeta que preciosamente ha traducido junto a otros muchos africanos de expresión francesa, inglesa o portuguesa:

¡Yoal!
Me acuerdo.

Me acuerdo de las siñares a la verde sombra
de las verandas…

Pero esa es harina de otro costal…


Todo el peso de la tradición, de la cultura, de la Poesía, yuxtaponiéndose en el Babá Martínez Furé, que es hijo de sus ancestros y de si mismo. Tenso, contradictorio, misterioso, profundamente ritual y sinceramente místico, si se entiende por eso toda relación trascendente, horizontal, en la que el ser humano entra en contacto con el Ser, y que no es propiedad de una religión específica sino del humano.


III

AUTORRETRATO

A El-Hadji Abbás Sall,
poeta senegalés.

En mi rostro
-noche africana-
El Magnánimo plantó
su creciente luminoso.
Cuando sonrío,
¡mueren de envidia
los soles sorprendidos
de mis ojos!


IV

Bendita, sagrada palabra que puede albergar en su lengua toda raza y nación, todo tiempo. Celebraremos en los años venideros al poeta que hoy se nos estrena ante nuestros ojos, pero que pensó y soñó esencialmente para nuestros oídos.


* verso de RMF. Kaidara es conocimiento profundo, sabiduría trascendente.

1 comentario:

jjLeandro dijo...

Boas poesias. Belas propostas. Convido-o a visitar-me no endereço
http://www.globoonliners.com.br/icox.php?mdl=pagina&op=listar&usuario=6059&mostrar=meublog