Octubre 12
Salto en un solo pie, aunque otra sea mi vocación y gusto.
A mis años – pocos pero muy pesados- y con escasos bastimentos, salirse a la vera del camino y cruzar la talanquera puede ser un acto de temeridad; así que la mayor aspiración que se tiene y que se sostiene cuando se alcanza esta serena madurez no pasa de ser idéntica a la del viajero inmóvil lezamiano, aunque bajo aquella cáscara, que es en mucha la nuestra, se puedan escuchar los ecos del lamento que se disfraza de ironía. Pensacola, Montego Bay y México bastan para desmentirlo. Rictus que no sonrisa, mucho menos carcajada y trompetilla. Jiribilla en el Gólgota. Para él, como para muchos de nosotros, el pájaro en mano de la imaginación vale tanto o más que la triste manada que mora entre lo posible y la futuridad.
La redondez de la Tierra, las especias de la India, el tesoro perdido del último de los Incas, la Fuente de la Eterna Juventud, El Dorado, quedan reducidos a la brevedad de una conversación o al vislumbre de la alegría escondiéndose tras un ciervo sigiloso.
Las Tunas era para mí un sitio por descubrir. Ciudad entre la solidez de las formas y la fragilidad de las palabras. Fuente de las Antillas, obra de Rita Longa, y Jornada Cucalambeana, obra de todos.
Uno tiene su plan, su mapa, sus sueños y otro será, seguramente, el territorio.
Aviones, pases a bordo, desplomes y nuevamente entre José Lezama Lima y El Caimán de Sanare. Temblor ante los milímetros que nos separan de la eternidad, cuerpo del pájaro metálico, y la visión de San Pedro que hace todo tipo de requiebros y carantoñas con tal de conquistarnos para que hagamos el viaje sin retorno. Algunos fingirán dormir, y otros, alcanzaremos la notoria simplicidad de la cotorra.
Octubre 13
Ha llegado el día y será mejor que recuerde que una es la palabra y uno el hombre, decente en su varonía: lo prometido es deuda. Dije que estaría el 13 en Las Tunas y debo hacer todo mi esfuerzo. Estuve.
El aeropuerto de La Habana sigue siendo uno de esos sitios que flotan entre el polvo, la nada y el olor penetrante de todos los aromas que le cruzan, ya que ninguno de ellos le conoce, sin renunciar nunca a su condición de útil para los embarques y los encuentros.
Salimos en hora. Mayra Navarro, Gertrudis Ortiz, Osvaldo Manuel, Elihete Manzo, Dayana Deulofeu y yo. Cielo despejado. La hojalata que vuela es decente y querendona a pesar de sus muchos años. Cosas de vieja, no peca pero aconseja.
Casi en la pista, Verónica Hinojosa, inconfundible en su sombrero blanco. Ofrece una merienda, exagerada y oriental, que asusta los estómagos capitalinos, acostumbrados más al biscocho y a las salazones desde los tiempos en que la ciudad no se había desbordado a través de las puertas de sus murallas. Aquella merienda era almuerzo. Buen signo. Barriga llena, corazón…contento.
Octubre 14
Nuestros anfitriones, en la mañana, nos llevan hasta la sede del Consejo Provincial de las Artes Escénicas. Presentaciones de rigor, saludos, encuentro con conocidos, y un desfile por las calles de la ciudad hasta el Monumento al Héroe Nacional. En ese lugar recordé a Bernardo Figueredo, que de niño había conocido al Apóstol en Cayo Hueso, y a Cintio Vitier, que escuchando al primero decir que si su voz “se pudiera trasladar al sonido instrumental, correspondía a la viola en los instrumentos de cuerda, y al oboe en los instrumentos de viento”, llegó a la conclusión de que la voz de José Martí debió sonar “…entre la viola y el oboe” y que “tenía la voz natural del hombre”. Esa debería ser la de los cuenteros contemporáneos, una que hablara desde la raíz, sin impostaciones, sin falsedad en el timbre, conforme a la verdad, fiel a la gracia de la Palabra, cimentada sobre la utilidad de la virtud. Para eso se sueña y se trabaja. Ora et labora.
Después, a la hora en la que los cubanos del siglo XIX disfrutaban la mañana, es decir, una copita de ginebra, compartimos una conferencia que nos aproximó a los fundamentos de la Teoría General de la Oralidad, instrumento teórico a través del cual se puede explicar la Narración oral contemporánea, como expresión refuncionalizada de la oralidad ficcional (representaciones populares, poesía oral improvisada y cuentería).
Fue este un diálogo fecundo en el que, como ponente, me vi desbordado por la curiosidad y las ansias de saber de los asistentes. Esperemos que en un futuro, no lejano, pueda regresar y extenderme en temas pendientes, a los que llamé “camisas de once varas”, porque en apenas dos horas no se podían abordar con profundidad. De insistir en hacerlo, aquello hubiera terminado siendo un juego estéril o un ejercicio de malabarismo intelectual, donde más que aclarar, aportar, juntar, se corría el riesgo de desembocar en una suerte de exhibicionismo sin fines ni límites precisos, que no merecían los atentos y entusiasmados oyentes. Cuando no hay nada útil ni bello que decir lo mejor es callar. Con lo dicho bastó para sembrar la semilla.
Un narrador oral, siempre resistente a todo intento de teorizar, de analizar, de pensar alrededor de nuestro arte, terminó confesándome que por primera vez, había podido palpar la utilidad y el verdadero sentido de la teoría, que más que morir en sus propios fines y deleites, se prolonga hacia la práctica artística, iluminándola, acompañándola, siendo consustancial con ella en un camino signado por los ires y venires. Me doy por satisfecho.
En la tarde comenzó el espacio competitivo. Mención aparte merece este. La raíz desleal de los concursos no se hizo para mis fueros; el carácter agonístico, competitivo, de la cuentería no es necesario remarcarlo en ámbitos especiales, tampoco hay que alimentarlo o magnificarlo, él viene sólo, forma parte de su esencia; ahora, cuando este se regulariza, se pauta, se manipula, casi siempre arroja resultados funestos o impredecibles. Es duro ver a los competidores forzar los tonos, apresurar los procesos, exagerar las marcas, regodearse en lo fútil, con el único objetivo de mostrarse, de posar, de hacer ver una supuesta o real superioridad, cuando en nuestro arte lo que realmente importa es lo que media entre la creación o puesta en obra del discurso, por un individuo desamparado y solo que tiene que crear desde la historia propiamente dicha hasta el espacio y el tiempo fabular, y su recepción. Valdría la pena repensar al contador de historias desde la certeza de que el arte de narrar a viva voz únicamente alcanza su dimensión plena, su desarrollo más nítido, en el instante en que el relato, hecho voz, verbo y cuerpo, es recibido por el público, sujeto creador uno y múltiple, y se genera un nuevo espacio-tiempo que está en la raíz del cuento oral. Fuera de él la creación oral se torna innoble puja o cháchara que no conduce a ningún sitio.
Concluyendo: El concurso no tiene sentido, es ruido, que no aporta, es campana que suena o címbalo que retumba.
Como no tengo el don de la ubicuidad, no estuve ni en la Sala Teatro Guiñol, ni en la Fábrica de Tabacos. Fui a la Escuela de Instructores de Arte Rita Longa y pude disfrutar de una función de cuentos ante cientos de muchachos dispuestos a pasarla bien.
Los festivales muchas veces mueren sobre si mismos, al ser armados para artistas que viajan entre la platea y la escena, intercambiando sus papeles y funciones. Pero esta vez no fue así, Osvaldo Manuel, de Teatro de Palabra, abrió el fuego, contando, jugando, cantando, caminando, hasta abrirle con mucha solvencia el paso a sus colegas que, sin embargo, debieron tener cuidado en la extensión de sus intervenciones porque al ser demasiado largas, terminaron agotando al público, que si bien fue generoso y no dio ruidosas muestras de cansancio, no dejó de notarse la manera en que fue dosificando y disminuyendo su entusiasmo. Un cuento más y éste hubiera volado como el toldero Matías Pérez.
Es responsabilidad de los organizadores de eventos de Narración Oral ponerle freno a los desafueros y excesos que cometen algunos -amparados en el sano gozo de encontrar nuevos ecos y resonancias- al olvidar que una contada colectiva no es la suma de glorias y memorias individuales, sino una puesta en escena construida entre todos y con todos. Hay que conocer con antelación qué contará cada quien y con ese material estructurarla, pues tanto ella como las peñas o los unipersonales, requieren de una estructura interna, de una dramaturgia, que dé sentido a lo dicho, que tenga claro su discurso, pues, de no hacerlo, dejamos en los públicos una sensación de anarquía y vaciedad que no forma parte ni de nuestra tradición ni de nuestro deseo.
A las cinco de la tarde asistimos al estreno de Luna Nueva, espectáculo unipersonal de Ury Rodríguez. Una sesión de trabajo fue suficiente para que los técnicos del Teatro Guiñol hicieran un trabajo solvente y profesional, que ayudó al cuentero a sortear las trampas y los escollos que pueden aparecer en esas primeras veces. Dedicaré a Luna Nueva un texto, por lo que ahora prefiero aprovechar el espacio para hacer algunos comentarios sobre la diagramación de los eventos de Narración Oral, tan necesitados de orden y concierto, de armonía. En Narración Oral, como en el Polo Margariteño, esa reconocida canción venezolana, valen también el sentido, el entendimiento, la razón, la buena pronunciación y el sentimiento al oído.
No queremos ni debemos ser absolutos, donde quiera se cuecen habas. Algunos eventos, principalmente los internacionales, están pendientes de las sorpresas que se esconden tras de los currículos, los videos, las reseñas de prensa y hasta de la propaganda que acompaña a algunos participantes, que vienen generosa y graciosamente a encontrarse con nosotros, y entonces los diagramadores participan en una suerte de ceremonia espírita donde la nada guía a la nada; pero no es el caso de los que, como Palabra Viva, son eventos nacionales, donde participan artistas conocidos e incluso espectáculos vistos en otros foros. Es necesario jerarquizar, seleccionar, colocar a cada quien en su justo lugar. El espectáculo de Ury Rodríguez, teniendo en cuenta el palmarés del artista, era de suponer que podía tener el nivel que tuvo y debió programársele durante una gala nocturna y en una sala teatral para inaugurar. Lo mismo pudiera haber sucedido con otros, de modo que se hubiera podido programar también en ese mismo horario a Un tiempo para el Amor (del Proyecto Palabra Viva) o a los narradores Dayana Deulofeu y Gabriel Castillo, y haberle pedido a Mayra Navarro que hiciera el espectáculo de clausura. A ella, y a Osvaldo Manuel Pérez, estaba dedicada esta séptima edición. Se podría haber mostrado en condiciones óptimas, porque existían, a un movimiento profesional, incipiente pero vivo, que ganaría en la compresión de los espectadores e incluso evitaría, la confusión que, sin sonrojo, mostraron los especialistas del Consejo Provincial de las Artes Escénicas de la provincia sede, al calificar de manifestación teatral a un arte reconocido ya como independiente, alrededor del cual existe un variopinto cuerpo teórico, que desconocieron, entre otras cosas porque no hemos sido constantes y eficientes a la hora de organizar y mostrar la cara más sólida de nuestra obra.
Pero una cosa es lo que debió ser y otra lo que fue, y lo que de luminoso tuvo. En la noche, Verónica Hinojosa y Leonor Pérez, madre e hija, se presentaron con un sencillo espectáculo celebrando al amor que nos hizo disfrutar desde la intimidad y la complicidad. Sin cansar al público, ellas pasaron la llama a una Mayra Navarro, en plenitud de forma, que contó El devorador de pasteles (historia de la tradición oral de la India), dos divertimentos de Eliseo Diego, y Rancho con sol, cuento del uruguayo Julio César Castro, en versión, ya clásica, que aporta nuevos elementos compositivos que hacen que una historia escrita originalmente en un español porteño y con ambiente campesino, sin perder su sabor popular, gane hasta ser capaz de divertir y comunicarse con públicos muy diversos. Podría uno pensar que la Navarro llega hasta ese resultado apoyada únicamente en el “olfato” que le confieren sus casi cincuenta años junto la Narración Oral, y eso es cierto, pero no se debería descuidar, entre otros elementos, que también ella se apoya en un profundo conocimiento de la estructura del cuento, un conciente manejo de los procedimientos que le permiten el trasvase de la historia escrita a la norma de la oralidad, que es otra, además de un dominio de las reglas y leyes de la escena.
A muchos narradores, plenos de recursos vocales, corporales y psicológicos, se les destruye el discurso al dar palos de ciego contra el cuerpo frágil y bien temperado de cualquier estructura narrativa. Sirva la Navarro como paradigma del buen decir.
Octubre 15
Queriendo estar en todas partes no se está en ninguna, así que lo mejor que hice fue intentar ver a los que no conocía. Para ello fui de la competencia, a los espacios públicos, de estos al teatro y de la sala oscura al silencio.
Hubo de todo y hasta cambios en la programación como sucede “en todo festival que se respete”. Aún así, pude ver más de lo que esperaba, sólo que aquí me dedicaré nada más que a comentar tres espectáculos y a un cuento con su cuentero.
Dayana Deulofeu, sencilla y efectiva, cuenta de la historia de Paquelé. No intenta convencer, pero lo hace. Monta su trabajo a partir de una narración lineal, centrada en sucesos claros y perfectamente definibles, aunque arropados por la poesía y la pasión. La joven y probada narradora, se concentró en el acto de contar “en toda su pureza”. No pretendió más y terminó cautivando y, lo que es mejor, convenciendo y conmoviendo. Igual suerte pudo tener el camagüeyano Gabriel Castillo, de poderosa y bien temperada imagen y recursos, si se hubiera centrado en un texto espectacular claro y desarrollado hasta sus últimas consecuencias y si la tecnología la hubiera puesto en función de un tema que insinúa mas no completa, al menos en esta puesta. Él es uno de los jóvenes que demuestra comprender la necesidad de armar, desde las leyes propias del acto de narrar y de la escena, un conjunto expresivo funcional y armónico. Debajo de la imprecisión del estreno y de algún que otro descuido en los lenguajes, se descubre a un artista pleno de posibilidades. De no apresurarse, de repensar la estructura del texto y del discurso, en las próximas funciones Pinceladas otras, para una Imagen Cuba puede llegar a ser uno de los espectáculos más interesantes y completos que se verán en esta temporada. Los directores de festivales deberían invitar a Castillo, colocarlo en espacios teatrales, darle tiempo para que encuentre comunicación con los técnicos, para que ellos se adapten a su lenguaje y requerimientos, y el artista logre así abandonarse a la puesta y no intentar controlar, desde el escenario, las luces y los telones.
Otro fue el caso de Javier del Toro, quien ni siquiera con su Arca de Palabras logró salvarse de las aguas de un diluvio verbal incoherente. Presenciamos el raro caso de una puesta bella en su apariencia, pero incoherente y resentida. El ¿narrador oral? pareció vagar sin rumbo ni concierto, mientras susurraba textos, a veces incomprensibles, vagos, inconexos, que parecían enfrentarse entre ellos en un inútil combate. Ni su oficio de actor, ni su condición de director teatral, pudieron salvarlo de un inusitado naufragio, que no se anunció, que no esperábamos, pues la poderosa imagen inicial del crucificado sobre un texto de Saint Exupéry, con Albinoni de fondo, prometían otras nueces. Él venía precedido de señales propicias, más no supo defenderlas. Esperemos que para otra ocasión podamos disfrutarlo; por ahora, lo más sano sería salir del arca y dejarla reposar. Después, en otra temporada, regresar quizás, usando materiales sencillos, que en nuestro caso son narraciones e historias bien estructuradas, con mensajes perfectamente discernibles e intenciones claras. Retorcer la madeja por retorcerla no es un buen camino. Una embarcación necesita de una arboladura fuerte y armónica, de cuadernas sólidas, de velas marineras, pero sobre todo, de una buena mar, aunque esta sea violenta, de tripulantes curtidos en la sal y los vastos oficios, y especialmente de cartas de navegación confiables, de sextantes y brújulas, aunque en ausencia de todo eso sabemos que bastará con un norte definido y un capitán venturoso que escuche y decida.
Maike Machado, cuentero solitario de cuento solo, fue la gran sorpresa del festival. Llega, sube al escenario y se lanza con Caballo, de Onelio Jorge Cardoso. En los últimos veinte años hemos escuchado la versión de Mayra Navarro, que cuenta desde los ojos de Fresneda, y que logra armarse una historia creíble y magistral con sólo pronunciar el nombre de la bestia. Con ella la tragedia se presiente, se siente, incluso cuando Caballo es potrico, mas Machado opta por el sendero de los de afuera, de la gente que rodea a la bestia y a su dueño. Un taburete, un sombrero, y las palabras dichas en clave bien temperada le bastan. No hay un gesto vano, una palabra mal emitida o colocada simplemente como adorno. Sorprende la sencillez y el disfrute. El tunero no se metió en la pelea intentando mostrar su destreza, mas ella se hizo presente. Nada más un cuento, un cuentero y su público bastan. El guajiro es y, en el futuro, si no se pierde por alguna guardarraya, podremos seguir disfrutándolo. Tiene la gracia, aunque ella no baste.
Desde que fundamos la Bienal Internacional de Oralidad, signada por la obra de Joel James y la Casa del Caribe, procuramos que ella tuviera siempre un acercamiento fraternal y profunda, desde la admiración y el regocijo, con la Cultura Popular y Tradicional, con los espacios para el cuento, la poesía oral improvisada, y la fiesta popular. Es una suerte que todos los eventos ya incluyan en su programación habitual estas manifestaciones, sin desvirtuarlas, sin forzarlas a adaptarse a las leyes de la escena y del escenario. Otro es el arte del cuentero popular y uno muy distinto el de su par urbano y contemporáneo. Las Tunas, responsable en mucho de la vigencia de la poesía oral de raíz campesina en Cuba, nos regaló uno de los momentos de más alto linaje y hondura. Fuimos hasta la Casa de la Décima. Allí nos recibió Juan Manuel Herrera, sentado en un cómodo balance de majagua, sombrero alón, y plática franca. Como en el patio de una casa sucedió la conversada y el canto. Un tonadista de cinco años, un borrachito, un decidor de décimas jocundas, y Nelson Aragón - El Bichito de la Luz- dueño de su reino de seres cubanísimos, entre otros.
Aparte del café y del recuerdo de mi familia campesina, viene hasta mí con nitidez la palabra de Juan Manuel, contando sobre Perseverancia, el gato que durante años insistía en cazar a un huidizo ratón, hasta que un día de aguacero pudo trepar por el chorro de agua que bajaba de la canaleta hasta el aljibe para alcanzarlo. Muchos años después, recuerda él, regresó a su casa, y al evocar el suceso, en otro día de torrenteras, cuando estaba a punto de dudar sobre si verdaderamente Perseverancia había podido subir por el chorro, pudo descubrir, con exactitud meridiana, como aún, a pesar de los pesares, estaba allí, clarita, clarita, la marca que había dejado la bestezuela con sus uñas sobre el delgado cuerpo del líquido.
Las Tunas, Palabra Viva, debería potenciar y diversificar su relación con el cuerpo de la cultura del territorio, un buen camino podría ser el de los guateques, de las fiestas campesinas, donde pudiéramos disfrutar en toda su extensión del complejo de la décima y de la poesía oral, que las más de las veces cuenta y canta, dice y evoca, narra.
Para los narradores orales contemporáneos este vínculo es esencial. Además de a contar historias deberíamos ir a Las Tunas a escucharlas. Como dice Octavio Paz “para hablar aprende a callar”.
Octubre 16
Podríamos nombrar a éste como el día del colorín colorado o del resumen y las despedidas.
El balance de lo ocurrido es positivo. Valió la misa y la musa, aunque no fuera París ni nos acompañaran los aguaceros.
De afinar y reformular la programación y la selección de participantes, establecer los límites entre los profesionales y los aficionados, organizar un evento capaz de solventar las necesidades técnicas de espectáculos complejos, potenciar la relación con la poesía oral y otras manifestaciones de la Cultura Popular y Tradicional e intentar consolidar los espacios teóricos y de discusión, Palabra Viva podría convertirse en una plaza para la legitimación del movimiento profesional de Narración Oral.
La cuadriga que forman la UNEAC territorial, el Consejo Provincial de las Artes Escénicas, la Dirección Provincial de Cultura y el conjunto de instituciones y proyectos locales, pueden propiciar que el esfuerzo y el empuje de Verónica Hinojosa nos lleven hasta esos fines.
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