1.
No
pudiendo consignar todo lo que escuchó y oteó la Cabrera en su obra magna
intentaremos ir reproduciendo, pasito a paso, algunas de las historias de El Monte ,
porque - ya lo sabemos- en ellas están las esencias y los saberes de esos
pueblos ágrafos que emplearon una lógica simbólica como instrumento de cohesión
y de saber, y que a través de ellas, la autora logra construir uno de sus
textos más resonantes, cuyos ecos están hoy por estudiar a profundidad.
Aunque
fundamentalmente nos centraremos en los relatos sagrados, comenzaremos hoy
consignando dos sucesos que, aunque tienen que ver con lo religioso, la autora
nos lo presenta desde el humor, cosa tan poco frecuente en la cultura europea,
donde sólo ríe el pueblo o el diablo y la corte de pecadores, y a los
intelectuales y los santos les toca el
fardo de lo trágico, tornándose este muchas veces melodramático o ciertamente envarado. El pensamiento africano
es de otro orden, como sucede con las culturas amerindias, donde ciertamente la
risa, el humor, lo celebratorio, juegan un papel central, y por lo tanto sagrado.
Las
historias serán tomadas directamente de la edición de 1989 de la Editorial Letras
Cubanas , así que la paginación corresponde a ella.
Hablando
de la “posesión”, de la “bajada del santo”, cuenta la Cabrera sobre María G:
“… que se hallaba en la
habitación de una casa de huéspedes, recién llegada de pueblo. No conocía a
nadie en La Habana. No
se hubiera atrevido a andar sola por las calles de la ciudad. El marido salió
a comprar cigarros en algún café cercano, y al volver no la encontró. En su corta
ausencia, María, por primera vez, había “caído en santo”, y el santo la había
llevado a un toque en honor de la virgen de Regla – Yemayá-, su orisha, en una
casa distante de la
posada. Una hora después, un negrito llegó a avisarle a su
marido “de parte de Yemayá”, que fuese a buscar a su mujer a un tambor que
estaba celebrando en la
calle de Figuras , adonde la santa “subida” la había llevado.”
pág. 45
Unas
páginas más abajo, en la 54, aparece está simpática escena digna de La
Tremenda Corte , pero cuyos protagonistas son además de
policías, santeros y orishas:
“ “La guardia entró en una casa
de santo. Yeya Menocal – santera
famosa por el año 1890-, con Yemayá; Charito, con Oyá, y otra morena que
montaba Changó. La pareja cargó con todos los santos subidos para el precinto.
Y allá fueron todos, jaraneando en su habla, sin darle ninguna importancia…
¡Cómo que eran santos de verdad! La primera que entró en el precinto, entró
bailando. Era el teniente Francisco Pacheco. Yemayá, bailando y saludando,
“!Okuó yumá!”Les preguntaban sus nombres: “!Yánsa jekuá jei! ¡Alafia kisieco!!
Enseguida los dejaron en paz.” ¡Qué se larguen de aquí estos morenos!! ¡Lákue
lákua boni!” – dijo Yemayá, dando las gracias. Y el teniente Pacheco: “! Está
bien, está bien; no te entiendo, pero acábate de ir! ¡Pronto, ahuequen todos el
ala!”
En
las próximas semanas nos iremos aproximando a otros territorios, a otras formas
del relato, por lo que prometemos desde ya una sigilosa y desproporcionada
aventura.
2.
Una
de las personas a las que ella logró aproximarse, y que le contaron mucho de lo
que se dice en su manigua, es “nuestra buena Omí-Tomí”. Ella será quien cuenta
el relato que copiaremos a continuación:
“Pronto
salió embarazada y en mala hora. Nadie ignora que el niño que nace con diente
será brujo; que los que van a ser zahoríes lloran en el vientre de su madre, y
que de este don se les priva callándolos. La criatura que ella llevaba en las
entrañas lloró a los finales del embarazo estando presente su amiga y vecina, y
esta la calló; volvió a llorar y, de nuevo, imperiosamente, le impuso silencio.
Pero Omí-Tomí ni siquiera sabía que un zahorí lloraba en el claustro materno,
ni que toda mujer embarazada debe tomar ciertas precauciones para que no se
malogre la criatura: ella, que era hija legítima de Yemayá – de la mayor de las
Yemayá, de Olukun-, hubiera debido ceñirse el vientre con una faja azul y siete
reales de plata. Le faltó también, a la hora del parto, por olvido intencional
de la vecina, la estampa o la cabeza modelada en cera de San Ramón Nonato – un
Obbatalá que ayuda a las parturientas, blancas o negras, ricas o pobres, y de
la que nunca se prescindía, ni se prescinde, todavía entre las gentes del
pueblo, en los partos laboriosos. (Se reza la oración, se vuelve la estampa al
revés y se le enciende una vela, o bien se les pone a San Ramón sobre el
vientre.) Y a propósito de San Ramón… Un gobernador de la isla , el general Martínez Campos, de grata memoria,
estuvo a punto de hacerle la competencia a este santo convirtiéndose en nuevo
protector de las parturientas. A una mujer que difícilmente daría a luz una
noche, le trajeron por equivocación un retrato de este general. La mujer pudo expulsar
la criatura casi inmediatamente después de tener la imagen milagrosa sobre el
vientre. Descubierto el error, pasado aquel momento angustioso, se consideró,
con muy buen juicio, en vista de un resultado tan rápido y satisfactorio, que
tan útil en estos trances podía ser Martínez Campos como San Ramón Nonato; y el
retrato del gobernador hizo con éxito las veces de santo partero en muchos
casos, solicitado por cuantos se enteraron de su virtud. Acabó en poder de una
recibidora que lo llevaba con ella a dondequiera que prestaba sus servicios.”
Pág. 59
Esta
sola historia vale por un tratado sobre teoría de la Oralidad y es capaz de
generar varios textos de etnología y folclore. Pero esa es harina de otro
costal.
3.
Aquí
vamos reproducir una fabula que los santeros suelen narrar sobre “los beneficios que reportan en los
hogares” la presencia de animales:
“Un
hombre, padre de numerosa familia, era dueño de muchos animales que convivían
dentro de la casa con él y sus hijos. Como no es raro que suceda entre ciertos
individuos, y más de lo que ordinariamente se supone, este hombre entendía
perfectamente el lenguaje de sus animales. Por esto, al enfermar gravemente su
mujer, mientras todos los de la familia desesperaban de salvarla y ya daban a
sus llantos rienda suelta, nuestro buen hombre permanecía tan tranquilo como de
costumbre. Había oído al gato decirle al perro: - - La mujer de nuestro amo
está muy mala y va a morir. Dejémonos de retozos y correrías. No me muerdas,
porque no pienso arañarte.
Y
oyó al kikirikí, interviniendo en el diálogo, responderles lanzando una
carcajada: Bah, la mujer del amo, por muy mal que se encuentre, de esta no
morirá. No hay que ser cobardes y defenderla cuando venga Ikú…
Todos
los animales le temen a la Ikú; su visita –porque son clarividentes- les
horripila. Al cabo de unos días, durante los cuales la enferma empeoraba
gradualmente, la muerte, en efecto, llegó a buscarla. Al verla penetrar en la
casa bajo el aspecto de un esqueleto, todos los animales empavorecieron; pero,
cada uno en su idioma, expresó su terror en el tono más estridente. La Ikú,
adelantando un pie, vaciló, aturdida por aquella algarabía. El kikirikí,
atrevido y lleno de coraje, mientras los demás animales retrocedían sin cesar
en sus alaridos, salió a su encuentro y saltó decididamente sobre ella. En sus
revuelos, dejó prendida una pluma entre las coyunturas del brazo del esqueleto,
que al ver aquella cosa extraña que brotaba de sus huesos, se asustó y echó a
correr puertas afuera huyendo, no del kikirikí, cada vez más envalentonado,
sino de la pluma que la seguía en su fuga, y de la que, por más que corría, no
atinaba a librarse, en su azoramiento”.
Aunque
esta visita a El Monte no pretende
entrar en asuntos exegéticos o hacer una edición anotada y comentada del libro,
quisiera hacerles notar que en el relato, ya cubanísimo, se nota la huella de
nuestro imaginario, pues Ikú, en el mundo yoruba es macho, y aquí aparece según
la imagen europea, en la que la Muerte es mujer y calavera, tal como la asumimos
nosotros hasta hoy, por mucha ciencia y conciencia que nos arrope y
cobije. Ver y creer.
4.
La Cabrera cuenta una historia
que le narró Oddeddei:
“Un día que regañaba a una mujer
que había arrojado de la casa, a escobazos, a una gallina, le oí relatar esta
historia, que tenía por verdadera, y que sin duda hizo impresión en su oyente:
- Fue una mujer a la plaza a
comprar un pollo: “Quiero un pollo barato. ¿Real y medio? ¡Es muy caro! – y
después de mucho regatear, le dieron un pollito chiquito. “vaya, llévelo en un
real…” Lo compró. Tenía un patio grande. Pero como el pollo era demasiado
chiquito y flaco, lo despreció y lo echó fuera, al placer, donde había muchos
matojos. No se ocupó más de él. Por ahí anduvo pedio el pollito, picando esta
yerbita y esta otra, comiendo los bichitos que hallaba, y con el tiempo y su
buena estrella, se volvió gallina gorda y conoció gallo. Y puso huevos, y sacó
tres pollos, y un día que venía la gallina, ufana con sus tres pollones, la
mujer la vio. “!caramba, si esa gallina es mía!” – y fue a echarle mano, pero
la gallina se escapó. Mandó a su hija a que la recogiese y la gallina se pone a
hablar. La niña va donde su madre y le dice: “Yo no cojo a esa gallina. Esta
hablando como negra vieja” Va la madre, se acerca, y le dice a la gallina: “!
Siga su camino, atrevida!”.
“Figúrese usté! La mujer manda a
buscar al babalawo. El babalawo fue al placer, y ahora la gallina saca un
canto (que no anoté), y el babalawo lo
oye y le dice a la mujer: “La gallina me explicó que cuando usté la compró,
venía contenta a su casa para ayudarla, pero usté la botó: que nunca salió del
placer para echarle ni un grano de maíz. Que ahora ella tiene hijos, que está
feliz en el placer, que no quiere nada de usté y que se va con sus hijos.”
“La mujer dijo: “Esa es la pura
verdad. Pero es que estaba muy flaca y muy chiquita” – Y la gallina le
contestó: “ Esa no es una razón. Cuando usté va a la plaza y quiere gallina
gorda, páguela. Si no, cómprela flaca y engórdela.”
“En África nunca se bota un animal.
Usté se atrae con eso la desgracia: y déjese de darle más escobazos a esa
gallina, que le dará que sentir…”. Pág. 73
La semana que viene les
presentaré otra versión de esta misma historia, pues la base de la oralidad son
las versiones, en ella está su fundamento y su sobrevivencia. Más que hablar de
tradiciones, cuando se trata de lo oral, es mejor apelar al concepto de
versión, que es un vivo y actuante, que no tiene esa consistencia pétrea,
rígida, que entraña el concepto de Tradición.
5.
En
algunos pasajes de El Monte Lydia Cabrera nos permite reír con
verdadera gozo.
En
los encuentros con sus informantes estos no sólo contaban historias sagradas
sino que sucesos hilarantes o incluso las primeras podían tener algún elemento
cómico. Vaya por esta vez un ejemplo:
“La
procedencia de esta historia podría no merecernos mucha confianza. A quien me
la contó, le oí narrar una vez, en una de las tertulias de Omí.-Tomí y de
Oddedei, que siendo cocinero de un antiguo título habanero, perdió su bien remunerado
empleo por haber confeccionado tan de prisa un pastel de pollo, que al partirlo
su amo, el marqués, que tenía invitados a su mesa aquella noche, el pollo salió
vivo, piando, alteando y volcando las copas de agua y de vino, asustando mucho
a las señoras que se hallaban presentes, “que no sabían si desmayarse de
sorpresa”. Dos de las viejas, asiduas a estas tertulias que animaba Calazán, se
indignaron. “! Eso es mentira!: “¿Mentira? Retire esa palabra… ¡Yo nunca digo
una mentira, en mi vida!” Y a ese tenor, la discusión se avinagró seriamente;
tuve que contener la risa y hacerles a las viejas unas señas suplicantes de que
se callasen. Yo, al menos, fingí que no dudaba de su veracidad.” (Pág. 81)
Visto
este fragmento podemos entrar a señalarles otra de las artistas importantes de
la obra de la Cabrera: en ella no sólo se encuentran joyas del saber de las
religiones afrocubanas, sino que de la oralidad cubana. Esta historia que
citamos aquí nos adentra en un tipo de cuento y de cuentero popular, el llamado
cuento del yo mentiroso, tan común en
toda Iberoamérica, en el que por excepción, pues el cuentero popular
generalmente cuenta en tercera persona, se asume el punto de vista del narrador protagonista, que cuenta en
primera persona, y la historia asume los ropajes de la anécdota; recurso que
hace crecer el efecto hilarante al aparecer un elemento fantástico como tomado
de la realidad. El
cuentero se asume como protagonista y a través de la exageración y el ridículo
llega hasta el reino de lo cómico, arrastrando hasta él también a su público.
La semana
próxima este mismo informante de nuestra autora, dando un giro a su relato, nos
presentará un cuento de aparecidos. Así que los esperamos.
6.
Veamos que aparece en la página
81 de la edición de El Monte de 1989
realizada por la
Editorial Letras Cubanas :
“
Pues bien, cuenta este viejo, y si se piensa una vez más en la
autopersuación del negro, puede haber sido cierto – y si non é vero é ben trovato-, que una comadre suya vivía en un
solar que se llamaba de los Aparecidos, porque en cuanto anochecía, se veían
allí muchos fantasmas y se oían muchos ruidos. La comadre “era aficionada a
hablarles a los muertos”, y una noche que, urgida por una necesidad
inaplazable, tuvo que ir al fondo del patio, de regreso a su habitación oyó una
voz que le dijo así: “A ver si me das algo”, “ Hombre, sí, yo te daré algo si
tú también te comprometes a darme algo a mí –contestó la negra-. Treinta
misas gregorianas, porque estoy en pena.” “Bien; dando y dando.” “ Pues busca
ahí, debajo de esa losa floja, lo prometido”.
La negra levantó una losa que
halló, desprendida, próxima a sus pies, y encontró real y medio y un poco de
ceniza. No sintiéndose obligada a pagarle las misas de San Gregorio, por tan
pícaro proceder sufrió, sin embargo, durante meses, la persecución de la astuta
ánima en pena. En cuanto salía al patio, apenas se quedaba sola, en sueños, y
por último, a todas horas, escuchaba la voz gangosa del muerto reclamándole:
“¿Y mi misa? ¡ Mi misa!” Y a cambio de aquel real y medio, la mujer trabajó
durante meses y meses como una negra, para costear hasta la última de aquellas
misas gregorianas que el bribón del muerto le recordaba sin cesar. “ Yo la
ayudé con un doblón. Especifica mi amigo-, y todos los del cabildo la ayudaron
como pudieron.”
El lector, advertido de qué
fuente procede el relato, queda en libertad, como siempre, de creer lo que
mejor le parezca. Por mi parte, me inclino a aceptarlo como verídico, pues soy
testigo de otros hechos que parecerán tanto más o igualmente inverosímiles”
Ante
el relato oral no vale preguntarse sobre la verdad o la mentira de lo narrado.
Al crear un tiempo y un espacio fabular, cocreación del narrador y su público,
los implicados aceptan el pacto y todo empieza a funcionar a partir de las
leyes que el propio relato estable. Algunos llegan a plantear que el cuento
oral provoca “la suspensión temporal de la realidad”, pero a mi esa afirmación
no me parece exacto pues, según mi parecer, el contenido de la realidad en la
historia oral es otro, tan real y cierto, como el de la realidad real, es
decir, esa otra realidad sujeta a la camisa de fuerza del espacio concreto y
del tiempo cronológico.
Creer
o no creer no es importante en el cuento, y lo que hemos leído hoy no es más
que eso, un cuento popular, cuyas versiones o variantes se repiten en lugares y
culturas muy diversas. Hoy estuvimos delante de un cuento de aparecidos. ¿ Y a quién de nosotros no se le ha puesto la
piel de gallina alguna vez cuando, en medio de una narración de estas, una
puerta chirrea o un vientecillo fino se nos ha colado por la espalda? ¡A
temblar que no hay de otras! Uhhhhhhhhhhhhhhhhhh
7.
Transcribiremos una curiosa
persecución de un “espíritu” a la vecina de un solar habanero. Esta historia es
simpática, y tiene algo de policíaco mezclado con terror. Así son los géneros
populares:
…cuenta ese viejo, y si se piensa
una vez más en la autopercepción dl negro, puede haber sido cierto – y si non é vero é ben trovato-, que una
comadre suya vivía en un solar que se llamaba de los Aparecidos, porque en
cuanto anochecía, s veían allí muchos fantasmas y se oían muchos ruidos. La
comadre era aficionada a “hablarle a los muertos”, y una noche que, urgida por
necesidad inaplazable, tuvo que ir al fondo del patio, de regreso a su
habitación oyó una voz que le dijo así: “A ver si me das algo”, “Hombre, sí; yo
te daré algo si tú también te comprometes a darme algo a mí – contestó la negra-”. Treinta
misas gregorianas, porque estoy en pena””Bien: dando y dando” “Pues busca ahí, debajo
de esa losa floja, lo prometido”.
La negra levantó una loza que
halló, desprendida, próxima a sus pies, y encontró real y medio y un poco de
ceniza. No sintiéndose obligada a pagarle las misas de San Gregorio, por tan
pícaro proceder sufrió, sin embargo, durante meses, la persecución de la astuta
ánima en pena En cuanto salía al patio, apenas se quedaba sola, en sueños, y
por último, a todas horas, escuchaba la voz gangosa del muerto reclamándole: “
¿Y mi misa? ¡Mi misa! Y a cambio de aquel real y medio, la mujer trabajó
durante meses y meses como una negra, para costear hasta la última de aquellas
misas gregorianas que el bribón del muerto le recordaba sin cesar.”Hasta aquí
el Monte.
“Toma chocolate y paga lo que
debes”, parecía cantar el fantasma. Y recuerden ir al libro y leerlo, que no
hay de otras.
8.
Una historia de violencia contra
la mujer les colocaré en esta visita a El Monte – que será la última por ahora-. Es, hasta
cierto punto simpática, una narración simpática, donde una muerta resuelve un
problema terrible. Veamos:
“José D. era un hombre de luces –
aunque el alcohol, a veces. Se las enturbiase-: no creía en apariciones. Al morir cierta iyalocha, fue
a su tendido en el cabildo de Santa Bárbara, porque era madrina – iyabbuonna u
oyúbbona- de su mujer.
Cuando una iyalocha o una
babalocha mueren, sus colegas se reúnen en torno al féretro para cantarles a
las dieciséis Orishas y al desaparecido, “para pedir al santo”, una hora antes,
poco más o menos, de llevarlo a enterrar. Por último se le canta a Oyá, la
dueña del cementerio, y luego al santo principal, al padre, al ángel del
santero muerto. Es la hora más solemne, la de los ataques, en que suben de tono
estos últimos cantos con que “se sacan los pies del cabildo” al consagrado en
Ocha. Así se llama esta ceremonia_ “Sacar los pies del muerto”.
Cuando la iyalocha, a la cabecera
del ataúd, se desploma desfallecida en brazos de otra iyalocha al terminar el
último canto: cuando los que dirigen la ceremonia, arrojando el agua que “lleva
fresco a la casa santa”, gritaban: “! Abran!”, para que la concurrencia dejase
libre la puerta y tuviese cuidado de no impedir el paso a los espíritus y de
evitarlos, José vio a la muerta sentada encima de la caja. Ya habían colocado
el féretro en el carro fúnebre, y osé volvió a verla de pie en mitad de la
puerta abierta de par en par del cabildo, la cabeza envuelta en un pañuelo
morado, riendo satisfecha.
Esta aparición tuvo muy felices
consecuencias. José, como hemos dicho, era aficionado a la bebida, y cada vez
que empinaba el codo más de lo debido, no le ahorraba a su mujer chichones ni
cardenales. Después del velorio de la iyalocha, bastaba con que ella, el gesto
dramático e hincándose de rodillas, lo amenazaba con invocar el alma de su
madrina para que José se convirtiera en una seda .
Tenía temor de aquella santera muerta que había visto, con sus propios ojos y
en pleno juicio, asistir a su propio entierro”.Pág. 88
Poco importa el remedio, si la
enfermedad se cura. La cosa es que por la vía que sea, ese pobre hombre dejó de
golpear a su mujer, y créanme que era un pobre hombre, porque no hay mayor
miseria.
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