Palabras de Mayra Navarro en la Presentación de la Colección Oralia
Hoy es un día de fiesta. Hoy estamos reunidos aquí para presentarles la Colección Oralia, con la que se abre en Cuba una etapa cualitativamente superior en el campo de las publicaciones teóricas, para el estudio y la divulgación de textos sobre la Oralidad y la Narración Oral, los cuales resultarán también de extraordinario interés para filólogos, antropólogos, sociólogos, así como para todos aquellos que deseen conocer y estudiar los fenómenos que abarcan esas materias y que serán, además, muy útiles para la enseñanza artística.
Creo que, ante todo, resulta imprescindible resaltar el hecho de que la Colección Oralia sea hoy una realidad, se debe a la favorable acogida que Omar Valiño, director de la Editorial Tablas-Alarcos, ofreció desde el primer momento, a la propuesta del Dr. Jesús Lozada Guevara, narrador oral, poeta y acucioso promotor e investigador de la oralidad, quien asume la coordinación de estas publicaciones.
No puedo dejar de mencionar, por supuesto, el enorme privilegio que es para nosotros el hecho de que el primer título de la Colección sea Celebración del lenguaje. Hacía una teoría intercultural de la Literatura, del Maestro Adolfo Colombres, un texto clásico e imprescindible para el estudio de la Oralidad y cuya presentación, en breve, estará a cargo de Jesús Lozada. A este título se irán sumando otros y puedo adelantarles que ya se encuentran preparadas dos antologías: La Hora del Cuento, con los primeros textos teóricos que fueran publicados por la Biblioteca Nacional en la década del sesenta, y El Árbol de las Palabras, en la cual se reúnen textos de 32 prestigiosos teóricos y narradores de 12 países.
No pretendo abrumarlos con un largo preámbulo antes de la presentación del libro con el cual se hace realidad material la existencia de Oralia, pero un hecho de relevancia cultural como este, no puede pasar por alto lo que considero, sin duda alguna, sus antecedentes y, además, por el hecho de que desde entonces a la fecha, han sido muy pocos y puntuales en Cuba los libros que tratan el tema que nos ocupa. Me refiero a la publicación en 1963 del El Cuento en la Educación, de Katherine Dunlap Cather, como parte de la Colección Manuales Técnicos de la Biblioteca Nacional José Martí, adaptado del inglés por María Teresa Freyre de Andrade y Eliseo Diego, mis maestros, e iniciadores del estudio y la promoción del arte de la palabra viva en nuestro país.
Apenas tres años después, en 1966, vio la luz la Colección Textos para Narradores, como parte de la labor del Departamento de Literatura y Narraciones Infantiles –dirigido por Eliseo-, dedicado a impulsar y difundir el arte de contar cuentos en todas las bibliotecas públicas del país, por iniciativa de la Dra. Freyre, Directora de la Biblioteca Nacional y de la Dirección General de Bibliotecas Públicas. Fue la Dra. Freyre quien desde principios de los años cincuenta del siglo pasado, venía dedicándose a crear un espacio para la narración oral de cuentos, en su quehacer desde el Lyceum Lawn Tenis Club, ofreciendo seminarios para bibliotecarias, y con un significativo artículo en la Revista Lyceum en 1952, aún de obligada referencia, en tanto precursor de estas lides y por la información que nos presenta.
La Colección Textos para Narradores asumía dos líneas para el desarrollo del trabajo: Teoría y Técnica del Arte de Narrar y Adaptaciones de Cuentos, de manera que ponía al alcance de quienes comenzaban a transitar los caminos de la narración oral, una documentación teórica sobre la especialidad y les facilitaba cuentos con las características necesarias para ser contados de viva voz. De la primera, se realizaron seis entregas entre 1966 y 1974; de la segunda, nueve para 1º y 2º grados (1966-l984); nueve, para 3º y 4º grados (1966-1977) y seis, para 5º y 6º grados (1966-1974).
Al preparar estas palabras, volví a leer la NOTA PRELIMINAR que escribiera Eliseo Diego para el primer folleto de la Colección, explicando la necesidad y las intenciones de su existencia por entonces: “La total carencia en nuestro idioma de obras sobre la técnica de narrar nos ha movido a iniciar varias series de traducciones de los trabajos más importantes que sobre estos asuntos se han escrito en otras lenguas (…) podíamos haber intentado la usual condensación que luego se presenta con visos de originalidad; hemos preferido una selección de verdaderos originales. La primera posibilidad ofrecería la ventaja, aparente, de un enfoque uniforme; la segunda, obliga a detenerse en el estudio de criterios distintos, a veces contradictorios, antes de formarse un criterio propio.”
A casi medio siglo de aquellos primeros intentos, podemos seguir sus huellas y se nos hace posible, gracias a los adelantos de los medios de comunicación, acudir también a los más destacados teóricos del pasado y de la actualidad, para desde sus diferentes puntos de vista, situarnos en marcos referenciales que nos permitan abrirnos el camino hacia una verdadera comprensión fenoménica del hecho oral contemporáneo.
Demos entonces la bienvenida a la Colección Oralia regocijados con la certeza de que su presencia entre nosotros marcará un hito significativo para la continuidad y el crecimiento de la labor de quienes dedicamos nuestros esfuerzos profesionales a la oralidad artística, en toda su dimensión y alcance.
¿La voz no deja marcas?
Palabras de Jesús Lozada en la presentación de Celebración del lenguaje. Hacia una teoría intercultural de la literatura de Adolfo Colombres (Ed. Tablas-Alarcos, Colección Oralia, Cuba, 2009)
La voz no deja marcas. No puede pensarse a sí misma. Al nacer muere. No tiene sentido de lo eterno ni de lo permanente. Al crear otros mundos los destruye. La palabra dicha es voz quemada. La escritura son sus cenizas. Sólo ellas pueden atesorar, sólo con ellas se puede hacer la historia. Esta podría ser la verdad: la escritura, es decir, ninguna otra tecnología del lenguaje más que ella, puede aportar las “evidencias forenses” – materiales y tangibles, que a su vez son las más confiables o verificables- que nos permitirán reconstruir, y por lo tanto crear, reproducir, trasmitir y conservar la escena del crimen histórico, si entendemos por tal a toda luz y sombra, cruenta o incruenta, o a todo suceso que va desde lo doméstico y privado a lo social y universal, y que, de alguna manera, logra hacer avanzar y desarrollar a la polis y a los individuos, ya sea reproduciendo esquemas circulares o espiralados o lineales, en dependencia de las filias o las fobias de un observador pensante, al que quizás sería mejor llamar “testigo”, término que nos permitirá mantener ese cierto “aire policíaco” que dentro del imaginario colectivo aún mantiene prestigio en tanto es visto como un sistema estable, perfectamente previsible y verificable, cuyos resultados son casi siempre confiables, y que, por lo tanto, está en las antípodas del caos.
Exceptuando a Thamus, rey de Tebas, que en el Fedro de Platón se enfrenta a Theuth -dios egipcio, presunto inventor de las letras- en defensa de la oralidad, son pocos los estudiosos que se atreven a ignorar el carácter sacrosanto de lo escrito, mucho más si está impreso, para entrar en el pantanal de lo dicho, que, como se sabe, viaja en un soporte material de existencia efímera, vacua, inasible, que no lo logra apresar o fijar del todo el discurso o el tejido que arman las palabras, y que, por lo tanto, hace difícil la operación tendente a que estas sean visibilizadas, atrapadas, estudiadas.
Apartándose del hecho de que la voz, como vehículo de las palabras, sale del ser humano, y que no hay nada más organizado ni material que él, sucede que habría que tener en cuenta, además, que el aire es su cuerpo, el que la transporta, y también que mientras él traslada los sonidos, además, se los lleva, los arrastra, los disuelve, los difumina y de alguna manera los hace desaparecer y con ellos a los significados y a las potencias. Palabras al viento.
Hasta hoy, aunque se han inventado artilugios que nos permiten conservar la totalidad del discurso, es decir, no sólo al texto sino sus ámbitos, el contexto, estas reproducciones, en materia de ciencia, no han logrado entrar el campo de lo globalmente aceptado, pues el audiovisual y lo digital son para muchos meras tecnologías que apenas crean la ilusión de ser un sistema productor de sentidos o que son un lenguaje no totalmente legítimo, sino embrionario, o, en el peor de los casos, los seguimos mirando como medios útiles pero fútiles, que están en manos del mercado o son instrumentos de la banalización imperial cuyo direccionamiento crea una ilusión de democracia de los contenidos y no un poder real, cosa que refuerza nuestra tendencia a verlos como a objetos en formación que , quizás, podrían llegar a ser pero que todavía hoy no han alcanzado “su definición mejor” y que por lo tanto no son científicamente aceptables.
Seguimos dependiendo más del texto que del discurso. Hasta Walter Ong, cuyas teorías están detrás de más de un estudioso de lo oral, no escapa a esta tendencia, casi visceral e inconciente, y su clasificación de la Oralidad mantiene como referencia a la presencia, la ausencia o la convivencia de la Escritura con lo Oral. Luego entonces Celebración del lenguaje. Hacia una teoría intercultural de la literatura de Adolfo Colombres inaugura otra verdad, aunque mejor sería decir, abre otra óptica, otra mirada para la aprehensión y construcción de la verdad. El autor nos lleva hacia una teoría de lo literario en la que se escuchan a un tiempo los ecos de la tierra y del hombre, de la escritura y la oralidad. Como en una gavilla, ata voces, gestos y silencios, proponiendo una nueva manera de abordar la más esplendorosa de las creaciones humanas: la palabra.
En la raíz de la tesis del autor está el desmontaje y la refuncionalización del concepto dominante de literatura que, como se sabe, hasta hoy únicamente es visto en relación con la letra - lettera-, con lo escrito, apoyándose en la etimología de la palabra y no en su función social. Para Adolfo Colombres, sin embargo, lo que importa son los significados que históricamente se le asignan a las palabras y no las mencionadas etimologías (Colombres, 2009, p. 53). Por lo tanto, el concepto literatura, que sustituye al de Bellas Letras en el siglo XIX y que está aún vigente, se refiere nada más que al conjunto de obras, de evidencias escritas, que permiten acopiar de manera estable los textos dedicados a o que contienen la creación de símbolos, signos, de matrices simbólicas estables y permanentes, de mundos ficcionales y de ideas. ¿Y eso qué significa? Simple: significa que apenas unas pocas lenguas —un exiguo por ciento de ellas—, como enseña Ong, son las que pueden pensar y crear, pues sólo un pequeño por ciento tiene la tecnología de la escritura que es la que hace que hablemos de literatura, que es creación y pensamiento. Lo oral y la producción escrita popular anónima serían entonces materia para etnólogos, antropólogos, sociólogos o folkloristas y no para filólogos, narratologos, etc., independientemente de la función o valor estético que estás obras posean, y únicamente, en este estado de cosas, nos sería permitido reconocerlas y estudiarlas en tanto “huellas” para el estudio de las etnias, las razas, o los pueblos en formación, pero nunca como obras literarias o artísticas.
Colombres se apropia del prestigio del concepto Literatura y lo llena de nuevos contenidos. A los ya conocidos atributos le suma las creaciones populares y tradicionales del mundo oral o escrito, dotándola de un universo más extenso e inclusivo, y por otro lado, libera al pensamiento y a las creaciones nacidas en y desde la Oralidad y las Culturas Populares de la tendencia todavía extendida de “folklorización” de sus saberes, que por ese camino pasan obligatoriamente a la Escritura, a veces a través de una segunda o tercera lengua dominante, y que, en la mayoría de los casos, se ven relegadas al plano de la curiosidad pues los resultados no logran equiparase o compararse con los de la cultura letrada.
Para nuestro autor literatura es más que letra e introduce también en el concepto a las palabras pronunciadas a viva voz, los lenguajes no verbales, los rituales, los relatos, los mitos, los cantos, las onomatopeyas, y la puesta en escena que componen el discurso oral. Este es un concepto que revolucionará los estudios e incluso la practica literaria y oral en los tiempos por venir.
Colombres dice:
“Al reafirmar el concepto de literatura oral queremos decir también que lo literario no debe ser definido por la letra, por la escritura, sino por el relato y el canto, por la expresión narrativa y poética en sí, al margen del sistema por el que se canaliza. Ello facilita también el abordaje de la literatura popular, que puede ser oral o escrita, y ésta última resulta de una escritura directa (por ejemplo la literatura de cordel del Nordeste brasileño) o bien de una trascripción de un discurso oral realizada por un compilador. La literatura popular, una vez rotos los esquemas decimonónicos del folklore, puede ser además tanto anónima como autoral, y tanto tradicional como contemporánea. La diferencia entre el texto oral y el escrito estriba en todo caso en que la autoridad del primero depende de la autoridad de la comunidad, y la del segundo, del crítico y las estrategias del mercado. En el texto oral, además, la estética no es sólo verbal, sino total”. (Colombres, 2009, pág. 54)
Antes había dicho:
“Si se quiere reivindicar la dignidad de la producción narrativa y poética de la oralidad, no se puede renunciar, tan sólo por un prurito etimológico, a ese baluarte con prestigio que devino el concepto literatura”. (Colombres, 2009, pág. 53)
Unos párrafos apenas y se nos descubre el andamiaje que sostiene este libro, que inaugura en Cuba la Colección Oralia de la Editorial Tablas-Alarcos -antes fue editado en Argentina en 1994 por Ediciones del Sol-.
Para su autor en Literatura no hay centralidades ni periferias, no hay culturas dominantes ni subalternas, no existe siquiera un concepto exclusivo de ella, sino que introduce una nueva visión antropológica que absorbe y fagocita todas las artes de la palabra, y las engloba en un sistema único en el que caben lo mismo Shakespeare, Dante, Cervantes, Rabelais, los griot africanos, los poetas guaraníes, y todos los dueños de la palabra, sin importar su origen o el sistema que usen para transportarla o manifestarla, e incluso pierde sentido la división entre prosa y verso, géneros o estilos privilegiando las obras.
Celebración… es un libro abarcador que entra en temas y resonancias de muy variado pelaje y talante que no podremos ni queremos discutir aquí pues solamente hemos intentado revelar lo que consideramos está en el centro de su estructura y que es la idea que la sostiene y desarrolla a través de sus trescientas páginas: la elaboración de una teoría intercultural de la literatura.
Ojalá sea esta una puerta al descubrimiento de un libro donde los amantes de lo polémico y lo verdaderamente retador se sentirán a sus anchas pues con una prosa elegante y ordenada nos introduce en los temas y motivos más importantes que se están dando en la Ciencia Literaria y la Antropología contemporáneas.
Este libro es además el kilómetro cero de la Colección Oralia, que se abre como respuesta a la necesidad impostergable de proponer a los narradores orales, en primer lugar, pero también a los científicos sociales, a los críticos, a los ensayistas, a los escritores e intelectuales, a los teatristas, a los interesados, de textos teóricos que permitan enrumbar y dar sostén a sus laboreos, y por otro lado -quizás sea este su aporte más sustancial- colocar en el centro de la discusión el tema de las matrices simbólicas e identitarias y sus soportes.
Agradezco a la Editorial Tablas-Alarcos que ha recibido con generosidad mi propuesta de Colección, pero especialmente quiero dar las gracias al Maestro Adolfo Colombres que nos entregó su obra, a Mayra Navarro y a los amigos del Foro de Narración Oral del Gran Teatro de La Habana, a Omar Valiño y a Ernesto Fundora, que a contrapelo de su jefe, que quería una serie editorial, dijo que la propuesta daba para más y actuó en consecuencia. También hay que agradecer la fineza y buen gusto del diseño de la Colección a Idania del Río, la cuidadosa edición a Laura Álvarez Cruz y la composición a Alina Fuente. Sin ellos y ellas no hubiera sido posible esta aventura que enrumba mi sueño de que algún día pueda crearse aquí un sello editorial especializado en la teoría y técnica del arte de narrar cuentos.
Esperen, en los meses por venir, La Hora del Cuento, antología de textos norteamericanos y cubanos de los siglos XIX y XX, que será la segunda entrega, y reciban el libro de Colombres, como lo que es, un clásico.
Pasito a paso, sin su vestido de raso porque es muy caluroso y los tiempos no están para tales ropajes, iremos avanzando por el camino estrecho que promete cotos de mayor realeza.
Junio 23 y 2010
Galería Servando
La Habana
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