viernes, 2 de julio de 2010

¿Mambrú se irá a la guerra? Preámbulo para la Reunión Nacional de Narradores Orales convocada por la UNEAC



¿Quién sabe exactamente qué interesa o no a los lectores? ¿Quiénes son ellos, cuál es su rostro, cuáles sus apetencias y dónde están? ¿Cómo hacer para descubrir si la flecha llega al blanco o si apenas queda su rastro en el cielo o si la alegría de lanzarla muere sobre su propia estampa? Solamente conozco un método: ver, juzgar, actuar.

Intentaré descubrir, otear, hacerme un juicio y actuar. Dejar que la piel y sus miles de antenas me informen de la respuesta “real” al envío -que no polémica, aunque la hubiésemos deseado- de correos electrónicos con textos teóricos adjuntos sobre Narración Oral.

Desde hace muchos años vengo insistiendo en algunos asuntos que me parecen medulares para la existencia y desarrollo de las artes de la palabra viva en Cuba y que se pueden resumir de la siguiente manera:

1. El desarrollo de la Narración Oral aquí pasa por el reconocimiento, desde las estructuras del Sistema de la Cultura y desde la sociedad en general de la Narración Oral como un arte independiente y por lo tanto de los Narradores Orales como artistas.

2. Para que ese “consenso social” llegue a ser pleno y recto deberá estar acompañado de un proceso de autorreconocimiento, que pasa tanto por la formación teórica de sus protagonistas como por sus obras. No basta con que haya un narrador para hacer la Narración Oral en un país, hace falta un país con Narradores Orales, concientes y eficientes. No basta con que se piense a la Narración Oral, hace falta que ella se piense a sí misma y para sí.

Si se revisan mis textos se puede seguir el rastro de un vector de intencionalidad bien definido, en las direcciones apuntadas antes, y que aparece desde 1981, cuando recibí el primer taller de Narración Oral bajo la tutela de Francisco Garzón Céspedes, quien, si bien no había formulado aún el sintagma y la definición de Narración Oral Escénica, sí había enunciado que la Narración Oral era un “hecho escénico” y siempre un “arte entre las artes”.

Por esa época seguíamos a pie juntillas los presupuestos garzonianos, que a su vez venían, entre otras fuentes, de la lectura y estudio de los textos norteamericanos de teoría y técnica del arte de narrar que habían compilado y publicado Eliseo Diego y María Teresa Freyre de Andrade en la Biblioteca Nacional José Martí.

Desde el inicio hubo la tendencia a calificar a nuestro arte como Teatro o al menos de variante teatral menor y a nosotros como actores, que sin mucha potencia, lográbamos convocar al público en pequeños espacios y hacer espectáculos de muy bajo costo. Así que no es nuevo el asunto que estamos tratando, ni siquiera es reciente que haya “narradores” que se piensen y se vean así mismos como “actores que cuentan”. Manuel Villabella, columnista del único periódico de mi ciudad natal y crítico e historiador del Teatro, en uno de los pocos artículos elogiosos que escribió sobre mí, sin dejar de burlarse con socarrona ironía de lo que el llamaba “epítetos rimbombantes” – razón tenía, a veces-, en 1989 dijo que nuestro trabajo era idéntico al del “trotamundos Santiago Candamo…. [que] ya traía unipersonales, donde nos hablaba de los “estragos del brandy”… y cantaba el “tripili-trápala”, “la zarandilla” y el “Ataja, primo que te coge el berraco” (Adelante, Jueves 23 de marzo de 1989). Villabella nos comparaba con los actores, luego entonces siempre nos miró como Teatro, aunque ocasionalmente celebrara nuestra dedicación y perseverancia o admirara a Manolo Martínez.

Por aquella época teníamos que arrancar los talleres haciendo definiciones y separaciones. Padecíamos de la enfermedad infantil de la ignorancia, pero sabíamos que era necesario arriesgarnos hasta el ridículo con tal de formular deslindes porque de lo contrario nos tragaría la maquinaria y el “veneno” del Teatro, arte de prosapia teórica inmemorial.

Después vino una mayor solidez, pero no la calma.

Hasta aquí todos estamos de acuerdo, porque es historia y amén que yo pueda interpretar, seleccionar, de hecho lo hago, los acontecimientos están ahí y son verificables. Lo peligroso es que existan rumores que reproducen un real o ficticio conjunto de referencias y contrarreferencias alrededor del envío y la recepción de los correos electrónicos.

Por estos días me han comentado lo que algunos dicen por La Habana sobre el tema de los intercambios, que es, como ya se sabe, el sempiterno circulo de Narración Oral vs. Teatro y Narradores Orales vs. Actores-Narradores. Los resumiré, intentando ser lo más exacto posible y después los comentaré uno a uno:

1. Se trata de un enfrentamiento entre dos tendencias.

2. Nadie lee los textos, porque a los Narradores Orales les interesa más contar cuentos que leer sobre cómo se cuentan.

3. Están metidos en una disputa que resulta extemporánea y superada. En el mundo ya nadie se preocupa de estos asuntos.

4. Los correos son la preparación artillera para el enfrentamiento entre estas dos tendencias que están dispuestas a destruirse mutuamente antes de llegar a acuerdos y consensos durante la Reunión Nacional de Narradores Orales que promueve la UNEAC para septiembre.

Lo primero que tengo que aclarar es el ¿quién dice y qué dice? Hasta ahora nadie escribe nada, los Narradores Orales no se han sumado, por lo tanto, no ha pasado de ser un intercambio que no ha llegado a enfrentamiento. Se divulgó un primer texto, redactado con mucha antelación y no con fines de iniciar una polémica. Yo publiqué otro, que si bien está en las antípodas, no era una respuesta formal y mucho menos frontal. Luego circuló una selección de textos de Patrice Pavis y Marina Sanfilippo, y yo hice circular los textos enteros de donde salieron esos fragmentos porque ellos, separados del conjunto, parecían decir lo que no decían. De ahí en lo adelante yo he hecho circular documentos cuya única finalidad es aportar ideas para el diálogo y la deseable concertación que se deberá producir en septiembre bajo el paraguas de la UNEAC.

No creo cierto que estemos ante un cartel boxístico. Cada cual, generosamente, ha aportado elementos. Además, sí ha existido respuesta y favorable recepción por parte de Narradores Orales del país y de otros lugares, sólo que en el caso cubano sumarse al intercambio sin computadora personal o sin conexión a Internet o sin un simple correo electrónico es imposible. Como corresponde, a viva voz, tengo referencias de la recepción. Y lo que es mejor, los Narradores Orales están concientes de la importancia del tema que se discute y de sus resonancias futuras, independientemente de las posiciones teóricas que adopten.

Desde otros países me llegan correos e incluso me han pedido autorización para hacer circular los materiales. Es falso, de toda falsedad, que por un lado a los Narradores Orales no les preocupe el asunto y por otro que no se discuta hoy el tema de la pertenencia a las Artes Escénicas o a las de la Oralidad o sobre la condición de cuentero o de actor que narra o acerca de la estructura del relato y sus transformaciones, los lenguajes y las tecnologías o se intente definir la esencia de la Narración Oral en el contexto de la postmodernidad y la globalización, etc.

Quienes proclaman que a los Narradores Orales no les interesa pensar sino contar, escuchar sino ser escuchados -vengan de donde vengan y sostengan lo que sostengan- proclaman a los cuatro vientos un profundo desprecio por sus colegas, pues los colocan en el papel de tontos útiles, capaces de, sin convicción ni criterios, hacer coro en un cenáculo, como aquel personaje literario que siendo un idiota llegó a ser presidente, padre de la patria y pensador ilustre, cuando en realidad se “acariciaba el diente roto, sin pensar”.

En la reunión de septiembre si hay vencedores y vencidos la pérdida será irreparable. Por un lado acabaremos con la posibilidad de que exista un movimiento profesional de Narradores Orales y por otro terminaremos causando severos daños a las matrices simbólicas e identitarias de la Nación, porque destruiremos o tergiversaremos la esencia de sus portadores contemporáneos. Si la Narración Oral se convierte en Teatro e incluso si se le sigue viendo como una modalidad teatral, desaparece porque ya no es socialmente necesaria ni reconocible, y si, por otro lado, se abroquela en torno a una ortodoxia antañona e inflexible, que se cierra a la experimentación que hoy pasa por reforzar el vector espectacular que le es propio a la Oralidad, morirá más tarde pero lo hará definitivamente porque será incapaz de interpretar las nuevas tendencias, los nuevos temas y las novísimas formas que adquirirán la sociedad y el pensamiento, las tecnologías y los modos de interpretación. Al no reflejar la vida, primero se convertirá en “folklore”, después en “tradición”, para finalmente morir en las vitrinas de los museos como una curiosidad y no como un arte vivo.

No creo ser alarmista, ni estoy retando a nadie, ni quiero ser visto como Michel de Nostradamus; sólo deseo reafirmar que el intercambio de ideas, además de sano, es necesario, que a los Narradores Orales les interesa pensar y que, o llegamos a un consenso, o terminaremos desapareciendo. La Reunión Nacional de septiembre es una excelente plataforma y una mejor oportunidad.

De las nuevas coyunturas económicas nacerá otra manera cubana de organizar el país y por lo tanto al sistema institucional de la Cultura. Si esas estructuras nos encuentran en medio de indefiniciones y haciendo prevalecer egos y oportunismos, aunque nadie se lo haya propuesto todavía o esté en el horizonte, desaparecerá la posibilidad de existencia del movimiento profesional, que no de la Narración Oral ni de los cuenteros, y entonces nadie podrá ya predecir, con absoluta certeza, cuál será nuestro destino.

Los redactores del proyecto de Reunión Nacional, que trabajamos en el Foro de Narración Oral del Gran Teatro de La Habana – Mayra Navarro, Octavio Pino y yo- abierta y explícitamente consideramos que deberíamos llegar a un consenso básico que permitiera definir la Narración Oral como un arte independiente y a los Narradores Orales como artistas, y que sería necesario y deseable que, de común acuerdo e introduciendo los cambios que sean pertinentes, entreguemos a la Presidencia del Consejo Nacional de las Artes Escénicos un proyecto común de Calificador de cargo del Narrador Oral, partiendo de la propuesta que desde hace cinco años el Foro entregó y que, en honor a la verdad, no se llegó a discutir porque sólo se presentaron al debate los redactores y no los oponentes. Estos últimos sin haber estudiado el texto lo rechazaron de plano o lo ignoraron. De una lectura serena y analítica del mismo se hubiera podido arribar a la conclusión de que dicho proyecto no representa a una tendencia de pensamiento sino que apela a las regularidades que definen nuestro arte, es decir, a lo que es patrimonio común, y abre las posibilidades a todas las experiencias, incluyendo a la experimentación, que engloba, por supuesto, a aquellas obras que hacen énfasis en lo “escénico” o narran desde puntos de vista no convencionales.

Si Mambrú se va a la guerra, es decir, si hacemos de la concertación un campo de batalla, si no aprendemos a ceder y a conceder, si no adquirimos la flexibilidad y el buen tino de la coexistencia, si no prevalece la vocación de dialogar y de servir, no se nos debería olvidar la letra de aquel romance castellano, pues nuestro final será como el de aquél, que nos advierte que si bien el personaje se va a la guerra, que combatió, también, y de manera aplastante y definitiva, que “ ya nunca volverá”.

“¡Qué dolor, qué dolor, que pena!… ya nunca volverá.”

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