miércoles, 16 de mayo de 2012
!Honor y Respeto!
Apostillas a Los Dueños de la Palabra
Lo primero, es lo primero
Un alma bien temperada acoge, saluda, hace sentir al otro, a los otros, que están en el justo lugar, que llegaron a tiempo, que son bienvenidos. Empecemos por ahí. Y hagámoslo a la manera tradicional haitiana: ¡Honor y Respeto! Señoras, Señores, la sociedad… Esas palabras parecen contener todo el sentido, el entendimiento y la razón necesarios. Ellas fueron traídas por Mimi Barthélémy, la cuentera franco-haitiana, que tanto nos hizo intuir sobre el oficio de contar y sobre la realización misma de Los Dueños de la Palabra, jornada que tuvo lugar entre los días 24 y 26 de marzo, aquí en La Habana, capital insular y mítica, en celebración por los cincuenta años con el cuento oral de Mayra Navarro.
La Gran Dama del Cuento francés vino de la mano de Coralia Rodríguez, quien durante mucho tiempo ha estado ha hecho atravesar el Atlántico a algunos de los más importantes protagonistas del renacimiento de la cuentería en África y Europa, enriqueciendo las orejas y los ojos cubanos. Por esta vez se le unió también Hassane Kassi Kouyaté, patriarca del clan Kouyaté, que como se sabe es una de las familias de djeli más importantes e influyentes dentro del mundo tradicional africano, además de ser él mismo protagonista del panorama teatral de varios continentes.
Cuatro maestros para tres noches. Cuatro personalidades, estilos, cuatro avatares, más un solo propósito: contar y encantar.
Ellos serían las fuerzas, los hechizos, los talismanes que conjurarían el mal primordial de los espectáculos de Narración oral en este país: el Síndrome de las Butacas Vacías. No nos llamemos a engaño, salvo alguna que otra sala pequeña o festival de paso, los eventos de este arte adolecen del abandono y la indiferencia de las instituciones, la prensa y los públicos, o más bien, no han logrado concretar, materializar, uno que se le sea propio y fiel, que le acompañe y le juzgue. Y es que la Narración oral en Cuba no ha superado los estados nacientes, tan amateurs, y algunos insisten en permanecer en ese periodo de infantilismo conceptual que le hace competir con el Teatro o con las otras Artes Escénicas, en el mejor de los casos, cuando no se aferran a una supuesta condición actoral de sus hacedores. Esta indefinición, que será superada con el tiempo, el dolor y el trabajo, comienza a agotarse y ya está dando síntomas de que es necesario sustituirla por otra lógica, pues de permanecer, podría, si no terminar minando las bases de este arte milenario - cosa que es prácticamente imposible- sí, al menos retardando su desarrollo y adaptación a las nuevas situaciones comunicativas que entraña la hegemonía de una cultura global. Bien mirado, esa cultura podría ser enriquecida si no se pretendiera legitimar solamente algunas normas u “hormas” teatrales y se asumiera una visión ecuménica que incluya a los hitos de las otras artes, más las necesidades y realidades de unos receptores que, viviendo a tono con los tiempos, se parecen más a sí mismos que a sus predecesores. La pretendida universalidad de la Cultura, como si ella fuera un conjunto de leyes naturales inmutables, válidas siempre, y no un contructo, hace que seamos incapaces de reconocer que el problema fundamental del artista de hoy, incluido el oral, no se centra en la aceptación de un “tipo cultural válido para todos”, sino en la creación de un “tipo particular y único que sea capaz de comunicarse con todos y en todos” a través de la creación de un tiempo y un espacio fabular abierto, de un universo hasta cierto punto vacío, que permita la inclusión y absorción de todos en el Todo, o la conformación de un Todo en/con muchas partes distintas. Los aportes de las artes de la representación incluyen a los que vienen de los artistas orales, son el resultado también de su legado, aún cuando ellos se muevan en los predios de la Oralidad, sistema simbólico de expresión, creador de lenguajes, que maneja en su discurso no sólo el texto de la representación, sino además uno narrativo y otro de la recepción y del receptor. No se podrían entender las nuevas teatralidades sino se comprende cómo el Narrador oral, que a partir del Siglo XIX, rompiendo el esquema de la trasmisión tradicional, artesanal, fue capaz de crear una tecnología para su arte, aportando un oficio artístico contemporáneo, e influir con sus códigos y recursos en la trasformación de las mismas. Creo que no se podría comprender el valor de la corporeidad del artista, de su cuerpo como signo, sin la aportación esencial del cuentero, como tampoco el recurso de la mirada, el valor de los espacios comunes o el sentido mismo de la Palabra como vehiculo y vasija - entre otros aspectos- que seguramente serán estudiados con detenimiento cuando seamos capaces, ante todo, de decir “¡aquí estamos, somos lo que somos, mírennos!”, libres de complejos de inferioridad o de reacciones neuróticas y perretas de adolescentes.
El asunto es que al llamado de Los Dueños de la Palabra acudió público, sala llena en todas las funciones, y habría que preguntarse el por qué, cómo es que ese evento lo logró cuando otros apenas lo intentan, más casi siempre mueren de inanición por el camino. ¿Podría decirse que algunos acudieron para ver lo extranjero, lo exótico, que otros fueron por novelería o por esnobismo? Todo puede ser y hasta eso, pero no creo que fuera lo distintivo. La gente acudió a un llamado particular, específico, inconfundible: a escuchar cuentos de la boca de cuenteros bien definidos, que son maestros en su arte y que este alcanza en ellos una identidad sólida. Fueron a ver artistas de muy alto nivel y prestigio. Nadie propuso liebres sabiendo que abundarían gatos, y el auditorio intuyó la autenticidad de la oferta. Sé que además influyó una publicidad insistente o un compromiso personalizado, que por otro lado estaba el deseo y la obligación de celebrar a la Navarro y que ella tiene alumnos o áreas de influencia muy diversos; que se escogió una institución - la Sala Adolfo Llauradó- prestigiada por el alto nivel y la regularidad de sus ofertas; que se contó con el apoyo de personas e instituciones; que el programa no promovía una tendencia sino que se abría; que se creó un ambiente de confraternidad y complicidad; pero también no hay que olvidar que se tenía en contra la mala propaganda que insiste en la “no profesionalidad” de los narradores orales; la supuesta o real mediocridad de sus propuestas; la irregularidad de su programación; la visión errónea de que el trabajo del cuento narrado de viva voz es algo para los niños o la prioridad que algunos dan al arte del relato en su función pedagógica o de estimulación de la lectura o esa leyenda negra que gravita sobre él y que hace que algunos lo vean como el hijo bastardo de la Literatura, del Teatro, o la reducción de la cultura popular a espacios periféricos, etc.
Para tratar de entender y de explicar lo ocurrido en esas jornadas nos aventuraremos en el análisis particular de cada uno de los espectáculos, porque indudablemente la autenticidad de las propuestas o la definición y las estrategias de publicidad o gerencia; o las alianzas y sinergias; o las causas coyunturales, contribuyen a la consumación y recepción del acto, pero no logran explicar la valía del hecho artístico, pues él deberá explicarse por sí mismo, sin necesidad de muletas.
Entremos pues al hecho en sí, a la sustancia y al accidente que es el arte de cuatro cuenteros de excepción: Mayra Navarro, Mimi Barthélémy, Coralia Rodríguez y Hassane Kouyaté.
Contar cincuenta
El primero de los unipersonales presentados, como lo indica el subtítulo, fue el de Mayra Navarro, y hacía referencia directa al motivo de la celebración y preparaba para su recepción a un público que enseguida comprendió y constató que se trataba de una antología de textos orales más que de un espectáculo que se moviera dentro de una unidad temática y conceptual, aún cuando este motivo condicionara una cierta coherencia expresiva, pues el discurso se terminó de conformar a través de la relación particular que se estableció, en el aquí y ahora, entre las historias individuales, las circunstancias y cada uno de los públicos. Quiérase o no, con independencia de nuestra postura teórica, hay que coincidir en el principio básico de que la Oralidad parte, a diferencia de otros sistemas, de la integración en la elaboración del discurso de un receptor activo y cocreador, del que depende en mucho la estructura y hasta el contenido final de lo dicho; que es entonces obra no sólo de una personalidad puesta en situación espectacular, sino de la interrelación entre ella y los presentes.
A este momento no sólo le asiste una selección, una voluntad de escogencia, sino una historia y una práctica artística que le dan acabado y autoridad, potencia. La narradora cubana es hoy la principal figura de la Isla en su arte, además de ser la depositaria de una tradición que nace en la primera mitad del siglo XX con María Teresa Freyre de Andrade, se continúa con Eliseo Diego y los profesores de La Hora del Cuento en la Biblioteca Nacional José Martí, pasando por la Narración oral escénica como estación de paso obligado, hasta desembocar en el sistema pedagógico y de práctica artística oral que ella creara y protagoniza, distinguiéndola del conjunto de las personas y acciones que arman este derrotero en Cuba, siendo este el más coherente, flexible y estable, el que ha permitido una mayor interrelación y permanencia en sus acciones. Mayra Navarro no sólo mantiene una diversa y plural actividad en los escenarios cubanos y extranjeros, sino que ha sostenido un taller de formación básica y uno permanente por más de veinte años, ha mantenido publicaciones teóricas, creó el Foro de Narración oral del Gran Teatro de La Habana y hace funcionar el Festival Primavera de Cuentos. Todo este conjunto, organizado y relacionado, hace que podamos ver a su sistema como único en el país, pues los otros existentes o remedan al suyo, o tienen una influencia mínimo y parcial, o son tan rígidos y egocéntricos que provocan más la exclusión que la acogida y la libre participación.
Contar cincuenta no puede ser explicado sin la historia que lo calza y le sostiene.
La escucha y visualización de El devorador de pasteles –cuento tradicional de La India-; dos “divertimentos” de Eliseo Diego; Rancho con sol de Julio César Castro, María Dos Prazeres de Gabriel García Márquez; Caballo de Onelio Jorge Cardoso y La mujer chiquirritica de Rotha Bacmeister, bastaron para encantar a un público atento y entregado que colmó los espacios de la Llauradó, pudiendo asistir a un espectáculo de madurez y consumación. Nadie esperaba tanteos o búsquedas, sobresaltos y descubrimientos, sólo resultados, que se han ido sedimentando con los años y que han terminado siendo discursos clásicos en la historia de la palabra cubana. Cuentos batalladores y sólidos puestos en el cuerpo y la presencia de una narradora que ha ido creciendo, afianzando y acendrando su técnica con los años. Recuerdo a una mujer encantadora pero de cierta rigidez corporal en los ochenta del pasado siglo que hoy alcanza plasticidad y elegancia en sus desplazamientos, así como un equilibrio y cuidado en su energía poderosa, que bien pudiera, si anduviera descontrolada, ensuciar la emisión y estropear la recepción.
Una vez finalizada la función la UNEAC y su Asociación de Artistas Escénicos le entregaron un Premio Juglar honorífico, así como reconocimientos del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y la Universidad de las Artes. Sin embargo, lo más importante de aquella tarde-noche fue la participación, el reconocimiento y los delirantes aplausos de un público que, a pesar de que mayoritariamente conocía los cuentos, gracias a la maestría de la homenajeada, los recibió como únicos, irrepetibles y recién estrenados. Quizás el elogio más significativo vino de Hassane Kouyaté, quien en un aparte con la artista, le dijo que ella narraba no sólo desde su verdad, sino que desde la Verdad. Sabiendo, como se sabe, que para un ser humano de su estirpe, la Palabra dicha no es cosa menor ni ha de ser pronunciada sin respeto y responsabilidad. Este elogio hace evidente la categoría y calidad de lo presenciado, y, además, coloca en justa perspectiva todos los años que Maya Navarro ha entregado a la cultural oral.
La Gran Dama del Cuento dice cric, dice crac
Mimi Barthélémy, conocida en los predios de la cuentería internacional como La Gran Dama del Cuento Francés, estuvo aquí para refutar la exactitud de tal epíteto. La fraco-haitiana no es sólo lo que se enuncia, ella es una Gran Dama del Cuento, sin localización o frontera que la restrinja y la encierre; por eso en África, tierra natal de la especie humana, se le reconoce como poseedora de la Madre de la Palabra, es decir, como dueña de un saber ancestral y cósmico que le permite pronunciar, con igual solvencia, todos los tipos de Palabra, humanas o divinas. Todas. Ella se mueve entre lo estelar y lo telúrico con igual maestría. Es huracán y brisa, terremoto, delicado rubor, canto, grito, ira y elegancia. En ella se acumulan la rebeldía y la resistencia, la lucha por el autorreconocimiento y la realización. Esta mujer se hizo a sí misma, con sus propias manos y su voz, y es la síntesis de todos sus mundos posibles: por un lado desciende de Armand, el negro cimarrón que amaba y procuraba la libertad, o viene de mestizos burgueses que entendieron, o creyeron, que su futuro estaba más centrado en el aceptar e imitar al invasor que en negarlo y combatirlo; es la actriz, la luchadora social, la mujer de un agregado cultural o de un mulato cubano, o la que lucha por reafirmar su posibilidad de ser hembra y macho a mismo tiempo; la que comprendió el teatro latinoamericano de Santiago García y Enrique Buenaventura; la que aprendió y amó el creóle haitiano y en New York descubrió los cuentos con cantos de su tierra pero se los apropió desde una voz grave de mezzosoprano tan distinta a la sonoridad aguda y nasal del vodú; es la madre que cultivaba su propia huerta o la que levantó a sus hijos junto a ella o a pesar de ella; la estudiosa de los garifunas; o la que vivió con pasión y euforia aquel Mayo del 68. Hay una vastedad en su voz, en sus entrañas, que llevaría a un ser humano común agotar hasta la raíz la suma de incontables vidas. Mas para la Barthélémy fue suficiente una, vivida con inteligencia y prontitud, dándole a cada momento su justo peso, su exacta medida.
Frente a ella uno intuye, vislumbra, ese difícil proceso que es amansar la bestia interna, domeñar el corcel de las palabras, que intentan irremisiblemente desbocarse y acaparar todos nuestros actos, y que para que sea realmente escuchada y sentida en “la oscura raíz del grito”, tan exacta y lorquiana a un mismo tiempo, debe ser sometida a las bridas de la voluntad y la conciencia. La Barthélémy ha llegado a un estado de síntesis tal que todo lo que hace parece simple, natural, hecho al momento; y ya sabemos que no hay nada más difícil en materia de arte que llegar a ese estado de gracia. Es más fácil actuar como torrentera que como agua mansa. La generosidad de ella, tan proverbial, la llevó hasta arriesgarse a narrar en castellano, una lengua que no la es suya, con tal de ser entendida, atendida en toda su pureza, pues para esta poeta lo esencial no es exhibirse, ni siquiera mostrarse, sino compartir, es decir, partir el pan con otros, en otros.
Maestría enorme en cuerpo pequeño. Honor y respeto a una tradición caribeña y europea, a una mujer de alma tentacular y poderosa, que en Cuba nos habló del sentido de la libertad y su precio.
Piel del alma o el regreso al país natal
Coralia Rodríguez y Mimi Barthelemy compartieron la función del 25 de marzo, y comenzaron cantando, cada una por su parte, a dos de las diosas afrocaribeñas, Ercilí y Yemayá. Entonaron himnos sagrados de raíz bantú y yorubá. Fue una invocación que les permitió regresar a la lengua primordial, a la lengua del rito, el de ellas y el de nosotros. Después, tomaron rumbos distintos, y a la vez idénticos. La haitiana primero, la cubana para cerrar.
Sucede que las dos nos permitieron hacer con ellas el viaje. Como veíamos en el de Mimi, también el de Coralia fue un regreso a la tierra de la libertad, espacio esencial de la memoria y del alma, mas el destino de la cubana fue idéntico pero el camino otro, retorno a la isla y a la casa materna, aunque ambos símbolos pudieran fundirse en uno solo, es decir, sitio del alma y del espíritu individual, casa de iniciación, templo.
No es por azar que las dos historias que centran el espectáculo de la cubana radicada en Suiza fueran tomadas de Lydia Cabrera y Clarisse Píncola Estés, y de sus Cuentos negros de Cuba y Mujeres que corren con lobos: Se cerraron y se abrieron los caminos de la isla y Piel de foca, piel del alma. En el primero, dos jimagüas, almas gemelas, idénticas, que bien podrían ser una, quieren abrir los caminos, sus rutas, rompiendo la fatalidad y el encierro, representados por el Okurri Borokú, y en el otro una mujer-foca atrapada por un hombre solitario retorna “al mundo de abajo”, a sus orígenes, después de haberse dejado cazar (casar) y sufrir por más de siete años la devastación y la muerte que representan el secuestro de su piel y la obligatoria transformación en mujer. En una y otra historia la imposibilidad de moverse, de retornar o de avanzar, provocan la pérdida de la integridad y la salud física y espiritual; de allí que los protagonistas, y por extensión la cuentera, asuman las historia como una especie de ensalmo, de ebbó, donde la palabra libera y conjura, al permitirle no sólo el regreso si no la escucha de las voces, de lo intangible, de lo que no se puede atrapar, pero que es a la vez real y esencial. En ambas historias, además, la solución viene por el camino de los niños - Ooruk, Taewo y Caínde-, es decir, por el de la apelación a la pureza de los inicios, a la capacidad de adaptación y cambio que, sin embargo, no es conservadora sino que entraña la libertad de permanecer y pertenecer.
La cubana logra insuflar alma a la letra, al cuerpo narrativo, y comenzamos a sentir en ambas historias los temores y la sensación helada, el ulular del viento que se filtra entre los caminos cerrados o los hielos árticos, sin necesidad de artificios, solo dependiendo de su palabra, que si no hubiera estado respalda, asistida y sostenida por una historia ancestral, sencillamente hubiese sido nada más que “campana que suena o címbalo que retumba”.
Una de las preocupaciones más recurrentes en los ámbitos de la Narración oral se mueve alrededor de la construcción del narrador como signo, y para ello se ha postulado desde la utilización de un vestuario negro o blanco, procurando anular el cuerpo para dar paso a la historia, hasta la utilización de abigarrados diseños con marcadas y únicas intenciones decorativas. Uno y otra posición conducen al error. Lo primero que hay que decir es que el cuerpo del cuentero no puede ser borrado, y lo segundo, sería que pautar su aspecto, prediseñarlo con fines únicamente decorativos, es muy probable que conduzca a la emisión de mensajes dobles, desconectados, que producen discursos esquizofrénicos, como se sabe. Los ropajes de Coralia Rodríguez nos hablan de ella misma, de su intención de remarcar y poner en primer plano su cultura, su pertenencia a un país, a una tradición civil y religiosa, y son una prolongación de su piel y de su lengua. Al ser extensión de ambas, garantiza un grado de atención y de penetración tal que permiten al receptor, por un lado, apropiarse inmediatamente de los códigos de identificación y lectura, y por otro, al tener los ojos sobre su segunda piel, el narrador puede alcanzar un estado de vigilia más refinado y cuidadoso, haciéndolo participe de detalles que de otro modo necesitaría desviar su atención con tal de percibirlos o hacerlos concientes. La indumentaria tiene funciones estéticas pero también es un instrumento que permite la conexión entre los públicos y los artistas, al colocarlos en una misma dimensión y lectura, es decir en comunicación, arquetipos inconcientes, que, de no ser así, necesitarían de un discurso explícito que alejaría los sucesos y rompería la estructura del relato oral.
Discurso limpio y coherente, ceñido a las palabras y los hechos justos, que no pretende capturar, pero que lo hace, que no se propone reafirmar la supremacía de la cuentera sino la necesidad comunicativa y vivencial de lo narrado, contando para ello con la anuencia y la complicidad de las orejas y los ojos de los que habitábamos por esa ocasión en la “selva oscura”, insistentemente colmada hasta la última fila, demostrando a los incrédulos que para que eso ocurra sólo hace falta un artista en plenitud de forma y una buena historia.
El maestro de música y otros destinos
Contar en tándem es una aventura sigilosa y cortante que puede conducir al disfrute pleno de un hecho artístico realizado entre dos o más narradores, en dos o más lenguas, desde varias culturas, pero que también entraña el peligro de que, al fragmentar la emoción, no siempre se detenga el relato en sus pausas naturales, de modo que este se ralentice o se acelere contra natura. Aún sabiéndolo y sufriéndolo, ese era un riesgo que Hassane Kassi Kouyaté debía asumir en la función del 26 de marzo, la última de estas jornadas, si quería alcanzar a la mayor cantidad de espectadores. Su lengua natal es de la familia del bambará, su idioma de adopción es el francés, habla algo de inglés, mas nada de español. Así que vino en su auxilio una muy precisa Coralia Rodríguez, que tradujo no sólo palabras sino que introdujo al burquinabés en los misterios y la armonía de la norma cubana de esa lengua, nuestra. Si el djeli no hubiese sonado inmediatamente cubano, la comunicación hubiese demorado y hubiera llegado cuando ya no hacía falta o encabalgada sobre un nuevo suceso. La traductora, que no tradittora, participó del juego desde la discreción y la mesura, cuidándose de no ocupar el lugar del protagonista, sin robarle sus tiempos y sus palabras. Hay que agradecerle su humildad y discreción. De no ser así no hubiéramos podido disfrutar de un verdadero dueño de la palabra, que soporta sobre sí la herencia de los contadores de historia del Imperio Mandinga, que eran los del héroe Sundhiata Keita y su familia, y además reyes de los djeli, amos de las ceremonias e intermediarios en los conflictos. A pesar de que él posee la Madre de los Cuentos, ya se pueden vislumbrar los destellos que anuncian la Madre de la Palabra pues, cuando narra, todos los ancestros, todos los vivos, todas las energías y potencias de su nación y cultura afloran, se hacen presentes, en una suerte de encarnación de todos los tiempos y lugares, que por obra de su poder, de su logos, se hacen uno. El pasado, el presente y el futuro se tornan eternidad, que debe ser algo así como un no tiempo infinito o como todo el tiempo en uno, sin saltos ni interrupciones, haciendo nacer una sustancia nueva, gloriosa.
Este Kouyaté, como los que le antecedieron y los por venir, aprendió su oficio escuchando la voz de su sangre y la sangre de las voces que le rodeaban, fue djeli desde antes de la creación del mundo, oficio para el que se nace, y no se hace, aunque se tomara tiempo para reconocerlo. No existen escuelas de contadores de historia, sólo hay ritos iniciáticos que confirman lo que ya se sabe. Mas eso solamente no explica la efectividad y pulcritud comunicativa de este hombre, que maneja con soltura códigos que, a fuerza de su uso, se han hecho comunes y han logrado dimensionarse de tal modo que son imprescindibles si se quiere uno relacionar con sus contemporáneos. Estudió Teatro en Francia y Canadá; es hijo de Sotigui y de Mamá Kouyaté, ambos actores de prestigio; hermano, primo y sobrino de artistas de renombre; emparentado con los Diabaté; actor de la Compañía de Peter Brook; director de su propia compañía y del Teatro Tarmak; y ha participado en innumerables espectáculos alrededor del mundo, pero que no olvida los códigos y especificidades de su oficio primordial.
Esta es la segunda vez que visita La Habana y regresó trayendo un espectáculo alrededor del tema del destino como construcción y responsabilidad personal. Es por eso que repite la historia del hombre enamorado de la estrella, quien no llega a consumar su camino, vencido por el miedo o introduce la del Maestro de música, cuya historia parece recordarnos la idea confuciana, y universal, de que la mejor parte de la vida, lo esencialmente importante y disfrutable, está en el trayecto y no en la consumación de las metas, y que estas están más cerca de lo que imaginamos.
Las buenas historias, que en su caso parecen llegar y poseerlo más que ser gobernadas por su razón y voluntad, deben valorarse no sólo como parte de una tradición, palabra que sugiere un tiempo pasado, sino que integrándose a una realidad viva y actuante, que a fuerza de ser única, irrepetible y auténtica, logra comunicarse con nosotros salvando las posibles distancias. Lo esencial humano se descubre a través de los ropajes y los velos de las culturas locales, su universalidad, entonces, depende más de su autoctonía que de la existencia de un supuesto o real código común, inconciente y colectivo, pues si bien este es una “realidad”, hay que buscarlo detrás de las máscaras o de las esencias en las que se encarna en cada grupo humano, de manera única e indivisible.
Hassane Kouyaté regresó para reafirmar su principalía, reiterando un discurso limpio y eficaz, desprovisto de saltos y estridencias, apelando únicamente a lo esencial y confiándose no a su saber sino a la complicidad de los otros.
Tal como el maestro de música de su historia, el africano es Maestro es porque tiene canas, esta “ciego” – para la vanidad y la mentira- y hace milagros.
A este tiempo llamarán antiguo
Este verso del Dante nos recuerda la fragilidad y fugacidad de la vida y de la palabra dicha, que es producida y desparece a un mismo tiempo. Lo novísimo de inmediato se convierte en cosa del pasado, además de que, al remarcar lo finito de lo humano, hace que nos detengamos en la grandeza de lo simple, de lo pasajero, en lo importante de lo pequeño. Los Dueños de la Palabra ya es cosa antigua ya.
Al revisar cada uno de los espectáculos de Mayra Navarro, Mimi Barthélémy, Coralia Rodríguez y Hassane Kouyaté, al verlos como conjunto, desde la distancia, observamos que se ha tejido un delicado tapiz, lleno de sentido y resonancias, que nacen de la interrelación de estos cuatro hilos, cada uno de un color, de un grosor, de tan variadas cualidades, pero que finalmente terminaron armando una imagen única, que bien podría ser recordada como un solo acto en cuatro estaciones. La primera de ellas, esa suerte de antología oral de la homenajeada y sus cincuenta años de vida en el cuento y para él, actuó como nodo, centro y espejo. Ella puso la pauta y los otros siguieron sus derroteros, sin habérselo planteado concientemente, claro está.
Lo importante, lo realmente importante entonces, fue dar testimonio de vida, narración gozosa del camino. Los visitantes aportaron a este texto común diferentes matices y tonalidades acerca de la búsqueda de la libertad como destino, de la vivencia de ella en el sitio menos esperado, que es el lugar donde se está y se es; lo importante que es la humildad y la voluntad para seguirla; lo precisa que pueden ser, y son, las palabras simples, los hechos sencillos, la potencial nobleza de lo obvio; la esencia transformadora de las acciones concretas y correctas hechas en el momento presente; el poder de convocatoria de lo auténtico y lo verdadero; la posibilidad de conjugación en la Verdad de otras verdades pequeñas y parciales pero que la hacen a ella, sabiendo que todo esto no basta si no hay una sólida definición que sea capaz de convocar y contagiar a otros por su solidez y a la vez, por su plasticidad a la hora de definir y crear lo bello, lo útil y lo virtuoso.
¡Honor y respeto a los Dueños de la Palabra!
¡Honor y respeto a la Palabra!
¡Honor y respeto a las grandes orejas que escucharon, escuchan y escucharán hasta el fin de los tiempos!
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