¿Dónde escuché hablar por primera vez de ese personaje, mitad misterio, mitad burla, que algunos llaman El Bichito de la Luz? ¿Es un duende chocarrero o un espíritu burlón? ¿Acaso encarnó en un güije o es el Ángel de la Jiribilla?
Estoy seguro que no fue por Mantua o por Sibanicú, ni siquiera por los lados de Florencia donde nos presentaron, si es que eso ocurrió alguna vez. Alguien me habló antes de cuentos de velorio, de un hombre llamado Obregón, y hasta me hizo narraciones un tanto impúdicas donde ese caballero, intentando encontrar, en medio de la noche, a su potro, para que este lo llevara hasta la casa de la comadrona, montose, displicente, encima de una puerca, ¿ o fue un berraco?, da lo mismo, la cosa es que llegó y trajo a la susodicha para que ayudara a parir a la mujer, sin jamás otear la verdadera naturaleza de su cabalgadura.
No sé si fue por el Hoyo de Bonet, en el mismo sitio donde el Guajiro Joaquín dio su sonoro paso y los vecinos de aquel batey, más que asistir a una contada propuesta, tuvieron que irse replegando, hasta colocarse en la periferia del campito de pelota devenido plaza cultural. Aquel también fue el día en que una madre desnaturalizada le torció el cuento a Lucas Nápoles. La señora parecía cualquier cosa menos una cristiana; así que, a pesar de que nunca le llegamos a ver entre las manos una escoba, si podemos jurar y perjurar que echaba por sus fauces murciélagos, caimanes, ciempiés y hasta huevos de tiñosa viuda, lo que indica su condición brujeril.
Lo único que atino a recordar es que lo conocí. Y eso basta. Al Bichito de la Luz nada más hay que conocerlo, lo demás viene o le será dado a uno por añadidura. O no.
Entonces, ¿quién es el personaje?: Ah, él es un cuentero, y no uno cualquiera, sino el que con más conciencia y empeño, entre nosotros, ha aprovechado y bebido de los elementos de la fiesta popular, de las artes de la representación nacidas del pueblo, que son más narrativas que dialogadas, más basadas en los sucesos que en los conflictos, y ha aportado a la Narración Oral Contemporánea, a la Cuentería, el elemento del narrador-personaje, que antes conocimos en Colombia con Carlos Pachón, Jota Villaza, Robinson Posada, y otros, pero que en Cuba no tiene antecedentes; sólo que, a diferencia de los colombianos, él no parte de una base o estructura teatral sino que incorpora la tradición campesina que se manifiesta en los personajes danzarios y carnavalescos como el gavilán, los viejitos, los papalotes, los monoviejos, los ensabanados, los intérpretes del zapateo cubano que reproducen el cortejo de las aves, o en la performance que se da en el guateque, en la controversia de los poetas orales, en las narraciones de velorio, los altares de cruz, y en las parrandas y sanjuanes.
No confundirlo con un personaje del bufo, que es citadino y teatral, a pesar de los elementos de improvisación y de repentismo que le son propios a ambos. Al Bichito hay que verlo en su contexto, en sus fuentes, en su personaje, que no es un tipo, que no es un arquetipo, sino persona que cuenta, que es él mismo, pero puesto en situación espectacular, donde magnífica ciertos ritmos, modos y maneras que le son propios, aunque no con la intensidad y la notoriedad que adquieren en ese momento.
Detrás de la mofa, de la burla constante, del cubanísimo vacile, hay un entrenamiento, una agudeza verbal y rítmica de la misma intensidad y sustancia que se puede observar en la ejecución de la seguidilla o en la improvisación del son oriental. Una cadena de expresiones que se entrelazan y que tienen siempre, por detrás o por delante, una connotación sexual, un doble sentido, que forma parte de una practica de vida, aún vigente en el campo cubano o en las ciudades de algunos países, como en México con el albureo. Esta practica, esta manera de entonar, dan a su palabra un color que difícilmente tienen o pueden alcanzar los narradores profesionales urbanos.
Ahora bien, hay que dejar sentado, que una cosa es el choteo y otro el relajo, la procacidad. Él juega con el lenguaje, pero lo respeta, le devuelve ese sentido sagrado que sólo se alcanza en lo auténticamente festivo y popular.
Hasta hoy a este cuentero se le han reservado los espacios no teatrales, las contadas colectivas, pero sería hora que los programadores de eventos empezaran a retarlo para que intente sostener con su narrador-personaje un espectáculo, para que demuestre que puede domeñar el miura del público con un discurso lleno de gracia y de resortes que sólo él puede aportarnos.
Si realmente nos interesa el desarrollo de la Narración Oral en Cuba debemos abrirle la puerta grande al Bichito, con él avanzará la tradición, ya refuncionalizada, ya hecha conciencia. Fíjense ustedes, que a diferencia de otros, también llamados cuenteros, él únicamente usa fuentes orales que representan su ambiente, su mundo, y establece un juego, que es complicidad y guiño, pero que nunca llega a desbordarse, desbarrancarse de los límites. Tiene un sentido natural del tiempo y del espacio, que le permite construir, con perfección y tino, el espacio-tiempo fabular, y logra levantar de inmediato, entre él y el receptor, un puente hecho a partir de códigos sencillos, afectivos, de uso común, pero que están en la raíz del cubano y que pocas veces un artista de este tiempo se atreve a manejar con tanta sutileza y perfección.
Unos pocos elementos (un sombrero de yarey, un machete, etc.), una manera de colocarse la ropa como sólo sabría hacerlo un guajiro auténtico, un modo de presentarse en público y un mundo ficcional único e irrepetible le bastan a este artista para hacer de su persona/personaje un elemento imprescindible a la hora de intentar describir la actualidad e historia de la Narración Oral.
Ojala termínenos por atender, en toda su pureza y especificidad, a esa potente corriente de saberes que él representa, y que viene del pueblo, y saltemos la talanquera que nos encierra en el cuartón de la Escritura. Será por esa vía, por la suya, que finalmente nos entenderemos a nosotros mismos, y se nos revelará la esterilidad de algunas de nuestras creencias e intuiciones, pues la letra nos lleva hacia una concepción teatral del acto de narrar que puede ser ampliamente superada si enrumbamos hacia ese otro arte de la representación que es la Fiesta.
El que tenga ojos y oído que escuche el sonido de la retahíla y vea el destello de Nelson Aragón, El Bichito de la Luz.
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