sábado, 30 de enero de 2010
He aquí a Dios que juega con Sus hijos
(versiones cubanas de poemas de Thomas Merton)
La Leyenda Primitiva--- Seis Fragmentos ---
Junio de 1963.
IV
Rápidamente puse en libertad a los jóvenes. Él se sentó, y fumo. Las flores se deleitaban. Y entonces aparecieron personas sobre la arena, y las naves se acercaban surcando el mar: pues en ese instante, mi país descansaba sobre el océano.
¡Cómo sonreían ellos! Hemos hallado, hemos hallado los sitios donde la lluvia es honda y silenciosa. ¡Hemos hallado las fuentes de la primavera, de donde Dios emerge remozado cada mañana! ¡Él puso Su mano sobre nuestros hombros, y nuestro corazón, como un pájaro habló!
¡Sus palabras eran reyezuelos silvestres, y millares de mundos retumbaban en sus gargantas: pues Él, que cantaba en sus cuerpos, era el centro de los planetas!
Sus pensamientos eran codornices en las paredes del palacio de Knossos.
Codornices de las montañas que están detrás de Phaesios
Codornices que aún hoy lo conocen, pues los pájaros no cambian.
Hemos encontrado los lugares donde el Señor de las Canciones
Donde el innominado se acuesta en los bosquecillos
Haciendo demasiado tímida su luz. El Valle florece con Él. Él duerme en la pradera sagrada.
Él despierta la lluvia en la colina secular.
Hemos descubierto que él no es ni lo uno ni lo otro,
Ni sagrado ni secular.
Las codornices que silban en la pradera
Son las mismas que aquellas de las paredes del palacio.
La codorniz pintada es sagrada.
La codorniz viva no es sagrada ni secular.
Hemos hallado los lugares donde el Señor de las canciones
Visita a sus amados. Encrucijadas. Cumbres de las colinas. Pueblos de mercaderes. Canchas de pelota. Bahías. Encrucijadas. Lugares de entrevistas. Puentes. Lugares donde el Señor de las canciones se refresca. Encrucijadas.
Es cuando se encuentra al Extraño, cuando se le conoce
En el encuentro imprevisto
Que el Innominado se vuelve un Nombre.
El llanto silente. La campana en la mañana.
El sitio donde se parte el pan.
Donde el anfitrión observa al visitante.
Y el Hombre adquiere un Nombre.
El señor de las Canciones es siempre la persona conocida.
Ni secular ni sagrada.
Vienen de la colina, los de Creta, los de Minos, los Incas, y los Mayas.
A ver pasar al dios de la piedra polvorienta.
Un dulce humillo. Grillos en el campo. Vinieron de la ciudad de la colina.
El olor del pan. El olor del maíz. El Señor de las Canciones
Buscaba a sus amados en el maíz.
(La piedra polvorienta es sagrada
El maíz vivo no es sagrado ni secular.)
Todas las razas silenciosas descienden de las colinas
A los caminos que se cruzan.
Me acerqué a ellos, abracé a mis hermanos, a los que ahora veía por primera vez, Colocaron sobre mis hombros sus manos inermes, y nos miramos unos a otros en los ojos.
El llano donde nos encontramos era elevado, rodeado de montañas: y se celebraba un juego de pelota - parte de un ritual-, tal como el que jugábamos hace diez mil años en nuestra montaña (¡pues sí, ésta era nuestra montaña!)
Era un juego con cuatro "goals", uno a cada lado del terreno, y se daba por descontado que la pelota era el mundo, y el nombre del juego era: ¡He aquí Dios que juega con Sus hijos!
Versión de Roberto Friol. Tomado de la hoja literaria Silencio Nuestro, Año II, Número 3. Mayo-Agosto de 1996. Edición de Carlos Manresa.
Canción para nadie
Una amarilla flor
(Luz y espíritu)
A solas canta
Para nadie.
Un áureo espíritu
(Luz y vacío espacio)
A solas canta
Sin palabras.
Nadie toque este sol delicado
En cuyo ojo oscuro
Alguien está despierto.
(Ni luz, ni oro, ni nombre, ni color
Ni pensamiento:
¡Oh, bien despierto!)
Un áureo cielo
Canta en soledad
Una canción para nadie.
Versión de Octavio Smith. Tomado de la correspondencia de Cintio Vitier. Publicada por primera vez en la hoja literaria Silencio Nuestro. Número 2. Enero-abril de 1996. El poema aparece en el libro Emblems of a Season of Fury (1963).
Ama al invierno cuando la planta no dice
¡Oh bosques pequeños, humildemente
Tocad la nieve con las ramas bajas!
¡Oh piedras encubiertas
Esconded el lugar del crecimiento!
Secretas
Palabras vegetales,
Agua iletrada,
Cero diario.
Ruega impasible,
Árbol crespo
En acero esculpido
¡Cenit sepultado!
Fuego, vuélvete adentro
Hacia tu fuerte débil,
A la fornida tacha infantil,
Casa de nada.
Oh paz, bendice este lugar demente:
Silencio, ama este frío crecimiento.
Oh silencio, cero dorado
Sol sin poniente,
Ama al invierno cuando la planta no dice nada.
Versión de Eliseo Diego. Publicado por primera vez en la hoja literaria Silencio Nuestro. Año II. Número 2. Enero-abril 1996.
82
Una lluvia fría y oscura cayó el día de Santa Teresa del Corazón
Porque aún nadie sabía que festejaba sus quince años.
Llovió como en invierno en honor de su sagrado corazón
Porque los señores habían construido una muralla de piedra negra alrededor de su corazón
Y los prelados, alcaldes y confesores preferían las puertas cerradas.
La lengua de su corazón, dijeron, podía insultar a la visión.
Así que construyeron cuatro murallas de lluvia fría alrededor de la visión.
Y la lluvia reprimió a la visión en honor de su amor.
En la celda teológica, donde había sido encerrada a solas con la visión, su corazón fue traspasado por miles de agujas de fuego.
Entonces los alcaldes, prelados y confesores lloraron todos juntos en honor de su amor.
Todos a la vez fueron a las murallas de la ciudad lluviosa y fortalecieron sus mentes envolviéndolas en los pliegues de la tormenta negra.
Tras ellos, en el pueblo invisible, las cárceles y los conventos se incendiaron.
En su pequeña ventana, Santa Teresa, olvidada por estos bromistas extasiados, convirtió su corazón en una paloma.
La lluvia cesó en ese momento.
La paloma había volado al centro ardiente de la visión.
De Cables para el As.(1968)
Versión de Carlos Manresa. En el libro Collected Poems of Thomas Merton publicado por New Direction Books el poema aparece con el número 82 en la sección del libro Cables para el As. En otras publicaciones este poema aparece por separado como Rain and Vision (Lluvia y visión).
Canción para Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Niñas blancas
Árboles que levantan sus cabezas
Niñas negras
Flamencos reflejándose en las calles
Niñas blancas
Cantan como el agua las agudas notas
Niñas negras
Conversan en silencio como tierra mojada
Niñas blancas
Abren los brazos como nubes
Niñas negras
Cierran sus ojos como alas
Ángeles reverentes cual campanas
Ángeles que se levantan absortos cual juguetes
Porque las estrellas
En el cielo de la noche
Hacen la ronda
Y del mosaico, que es la tierra,
Se levantan
Volando
Todos sus fragmentos
Como pájaros en estampida.
Versión de Jesús Lozada. Poema escrito en el Hotel Casagranda de Santiago de Cuba en 1940 e incluido en “La Montaña de los Siete Círculos” (1948).
La comparsa en Oriente
(Una conga)
Despiertan los tambores de la tardecita
La montaña plena de mineral, y el cañaveral,
Arriba en el Cobre los altos tambores llaman
Uno que suena gangarrias con un clavo,
Otro con plumas por mangas,
Otro cuyos brazos son pájaros,
Otro con llamaradas en la boca
Y luces en lugar de palabras.
Uno con un sombrero de hojas de tabaco
Suena su tambor como una campana,
Y con las claves baja los santos del cielo
Desde la cima de la colina constelada;
Un ángel negro golpea una mandíbula de burro
Y (tic, tic) uno blanco, las claves
Con la complicidad de la Virgen bendita
Que sigue detrás, cargada de flores.
Cinco ángeles que golpean los bongós,
Siete santos que están sonando sus campanas,
Visten sus trajes hechos de papel dinero
Y zapatos de cáscara.
Y escandalizan como una alcancía,
Cargando torres encendidas:
Y las hacen girar con una solemnidad de sabios,
En el aire, templos de papel.
Tras las cañas las luces vuelan como pájaros
Y luego suspenden sus vuelos en los güiros,
Cuando la comparsa sale hacia los campos
Con fuego en la boca, pero no palabras:
Pues los diez ángeles suenan gangarrias
Cuando la comparsa se va,
Con los de la loma y los peregrinos
Danzando rumbo a Camagüey.
Ruega pues por nosotros, Madre de Jesús,
Caridad, Merced,
Reina del Cobre, también desde las tres torres
Que velan sobre Camagüey:
Los diez ángeles están tocando gangarrias
Y la comparsa se va.
Traducción de Rafael Almanza,
Para la Novena de la Virgen, MMII.
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