I
La palabra dicha no ata, es frágil, fugaz, se escapa no más pronunciada y nadie acierta a seguir su destino. Más bien no lo tiene, porque es incapaz de construirlo. Está entre el crepúsculo del cuervo y el de la paloma, después se desvanece. Es demasiado grande el aire. La ruta de las palabras pronunciadas a viva voz es incierta e insegura. Todo eso es verdad y mentira a un mismo tiempo. Como en las viejas historias trataré de avanzar entre la urdimbre y la trampa, usando los mismos recursos, las mismas mañas, de las que están hechas.
Como en el famoso chascarrillo del negro que caza dos venados, uno para él y otro para la Vrigen de la Caridá, transformaremos la naturaleza de la trampa. Él cambió la soga de henequén por el alambre de púas, yo trocaré la horma de la escritura y usaré sus recursos, su habilidad y su estructura gráfica, de modo que pueda sostener, al menos por unos segundos más, la “evidencia”; porque no nos llamemos a engaño, quizás hace tres mil quinientos años en Sumeria, o en la época en que surgió el alfabeto vocálico de los griegos o más adelante, en los monasterios medievales e incluso hasta en el siglo de Gutemberg, era posible aspirar a la permanencia e incluso a la inmortalidad a través de lo escrito pero hoy apenas tenemos la garantía de que seremos bien leídos o entrevistos, en el mejor de los casos. Muchos lectores nada más leen los titulares de la multitud de ofertas informativas que se le insinúan en esta “aldea global”, cada vez más ignorante, por obra y gracia de la sobresaturación.
Si antes la voz se disolvía en el aire, y con ella toda su carga de símbolos y de historia, hoy el proceso es más lento y contaminador, pero real, pues corremos el riesgo de terminar en un maremágnum de celulosa reciclada o en medio de una Internet que de tanto abarcar ha terminado apretando tan poco que bien podría decirse que publicar hoy en ella es tan igual como pronunciar un discurso en medio de una ciudad atestada de desesperados y enajenados habitantes que corren y se apuran en busca de las nuevas tentaciones del mercado, sin pensar; es decir, que hemos regresado a los tiempos de la conquista del Vellocino de Oro, el Grial, El Dorado y la Fuente de la Eterna Juventud, sólo que ahora usando instrumentos que contienen una falsa promesa, una garantía fatua, que no la tenían nuestros antepasados, que consiste en la repetición de la mentira, hasta convertirla en verdad tutelar, de que la carrera podrá ser, al menos, documentada y por lo tanto llena de sentido.
Sigue sin ser sustituida la confiabilidad de lo pronunciado. Las personas recordamos las palabras dichas al paso en una esquina, en una comida familiar, las palabras del abuelo o de la maestra o tenemos memoria del dolor que nos causaron las pérdidas o de las alegrías de los enamoramientos, aunque también sigamos necesitando de las cartas y de los billetes atados a cintas rosadas para recordar las palabras del primer amor o de los amores. Ahora que las cartas son mensajes electrónicos y la tela se han trasmutado hasta convertirse en una carpeta del ordenador, continuamos recordamos sólo lo dicho, o lo que creemos e interpretamos que nos quisieron decir o nos dijeron.
A pesar de los pesares me arriesgo. Intentaré contar mi versión de los hechos, escribir en la piedra, aún cuando tengo la certeza de que la memoria saltará, vencedora, sin que sea necesario un instrumento auxiliar o un lenguaje otro. Ella se las apaña bien desde los tiempos en los que no había tiempo.
Creo en las palabras dichas… aunque como buen animal me contradiga y termine escribiendo. Mea culpa, mea culpa.
II
Largo y tortuoso camino de Nuestro Señor el Cuento
La historia de la Reunión Nacional de Narradores Orales de la UNEAC se gestó en los años ochenta del pasado siglo.
Deberíamos tener en cuenta a la hora de historiar y reconocer los basamentos de la Narración Oral en Cuba algunos hitos menos ruidosos, pero de importancia capital, como los encuentros de cuenteros e improvisadores organizados por Rómulo Loredo allá por los años sesenta en Jatibonico; el Encuentro de Cuenteros Populares de 1980 en la Casa Heredia que propiciara Joel James y sus colaboradores, donde participó entre otros el mítico Gordo Hinojosa, y que está en la cimiente de la labor de Lorenzo Jardines y la Casa de las Tradiciones y de los Encuentros de Cuenteros en la Fiesta del Fuego; la labor de José Manuel Fernández Pequeño en la Casa del Caribe, especialmente dedicado a la teoría de la Oralidad, y de los investigadores de las Casas de África en La Habana y Santiago de Cuba; o la labor de la argentina Pepita Verbinsky en la formación de las primeras Educadoras de Círculos Infantiles que entre sus muchas herramientas se encontraba nuestro oficio; y otros, que quizás no conozco aún. No olvidemos que a los narradores orales, urbanos y contemporáneos, más artistas que artesanos, les acompañan la presencia polifónica y actuante de miles de anónimos dueños de la palabra que perpetúa en la especie humana, sin pensar mucho en ello, el sano hábito de contar y escuchar. Felices los cuenteros porque en ellos vive la Voz.
En 1975, como ya insinuábamos, a Teresita Fernández la invita Celia Sánchez y el equipo de mujeres que trabajaban con ella, y que hicieron realidad la maravilla que fue el Parque Lenin, para cantar en un espacio de aquella planicie. A los cuatro meses de estar allí llegó un joven poeta, que antes había sido actor, titiritero, y que era periodista. Ambos descubrieron la fórmula mágica del “conversar hacia y con el público”. Por ese camino llegaron los cuentos.
Al principio, sencillamente Francisco Garzón contaba, no se había dedicado todavía a la enseñanza o la investigación, como lo hizo después. Coralia Rodríguez, que era una muchachita entonces, me cuenta que le sucedió lo mismo que a mí cuando escuché a Teresa cantar y a Francisco decir, contar; “quise hacer eso, descubrí, de pronto, que aquello era lo que quería”. Ella le pidió a Garzón que le enseñara a contar, y a pesar de que le dijo que “él no sabía muy bien si se podía enseñar a contar cuentos”, la invitó a ir a su casa en la calle Narciso López, justo detrás del Templete, y la recibió con una cuartilla de texto escrita a máquina que contenía algunas ideas básicas, sacadas de los folletos de Teoría y Técnica del Arte de Narrar que había editado el equipo de la Dra. María Teresa Freyre de Andrade, Eliseo Diego y María del Carmen Garcini, en la Biblioteca Nacional, y que llegaron a sus manos a través de Haydeé Arteaga Rojas, quien seguramente es una de las narradoras de cuentos en activo de mayor edad (95) en el mundo. Sospecho que ese papel es el mismo que me dio a mí y a un joven estudiante de dramaturgia del Instituto Superior de Arte en 1981, cuando nos invitó para hablarnos sobre aquella novedad que nos fascinaba y que es el que muchos narradores, por largo tiempo, usamos como guía metodológica para reproducir sus ideas en talleres y coloquios. Todavía Garzón no había saltado del “hecho escénico” al arte escénico, para desembarcar luego en la “oralidad artística”. Había que dar mucho cordel para llegar a ese pez.
Del contenido de aquellos primeros encuentros formativos no quedaría nada si Isabel de los Ríos, narradora venezolana - fundadora junto a su marido, el escritor y abogado brasileño Luis Carlos Neves, del mítico grupo Encuentos y Encantos- no hubiera escrito y publicado su folleto Apuntes para un taller de Narración Oral (Caracas, 1985), que tanto disgustó a Garzón Céspedes. Por ella conocemos que, ciertamente, las bases de Garzón están en lo que él llama “escuela o tendencia escandinava”, y que, según opinión de muchos, es más europeo-norteamericana que nórdica.
Caracas fue el vórtice de experimentos y tanteos (allí se funda el primer grupo estable de narradores orales de la corriente garzoniana, Los Cuentacuentos de los Caobos, que formaban Daniel Mato, Dunia de Barnola y Marisela Romero, al que después se sumara Ruth García, con la salida de Mato, y se formó Rubén Martínez, cuentero de tanta influencia en el ámbito iberoamericano). Cuba y México comparten con Venezuela su condición de centros irradiantes.
Aquí, como en otras partes, La Peña de los Juglares tuvo resonancia, mas la nueva manera de narrar no tanta. Tuvimos que esperar años para ser conocidos o apenas reconocidos. En el principio, muy en los comienzos, los nombres eran pocos, que yo recuerde, estábamos, en Cuba, Coralia, Simón Casanova (actor del grupo Anaquillé), José Raúl García, Leonardo Eiriz, Ana Rojas y yo; y lo que si abundaban eran burlas y malos entendidos. Luego Francisco logró convocar a Mayra Navarro, a Menchi Núñez, a Haydeé Arteaga y a Miriam Broderman, quienes ya contaban cuentos en bibliotecas y otros espacios comunitarios, pero eso fue a partir de 1989, cuando ellas fueron atraídas a su órbita de influencia durante la celebración del I Festival Nacional de Narración Oral Escénica de Camagüey. Él hizo talleres en varias provincias del país, pero de ellos, a saber, no queda hoy contando casi nadie o nadie. Entre 1981 y 1989 fue a Camagüey varias veces, siempre invitado por Rómulo Loredo o por el Museo Provincial Julio A. Mella o por el Teatro Guiñol y su director Mario Guerrero o por Bistermundo Guimarais de La Edad de Oro. Allí fundamos La Peña del Brocal en 1987, de la que nació el Premio Brocal en 1988 y el Festival Nacional de Narración Oral Escénica, antes mencionado, primero de su tipo en Iberoamérica, inaugurado el 20 de marzo de 1989, fecha en la que se celebra el Día del Narrador Oral, como iniciativa de Germán Argueta, antropólogo y cuentero mexicano, aprobada en 1993 en Agüimes, un pueblo de la Isla de Gran Canaria, pero que en Cuba no se conmemora por todos pues se ha adoptado esa misma fecha pero como Día Internacional de la Narración Oral, que hace parte de otra historia y de otra tradición, que festeja más el solsticio de primavera como símbolo del renacer de las palabras que un mítico festival insular. A partir de un taller mío en 1987, comenzó a contar Manolo Martínez, quien se mantuvo activo hasta su reciente fallecimiento, y que garantizó que lo hecho en el Brocal no cayera en saco roto al abandonar la ciudad casi todos sus fundadores (Mariela Pérez Castro, Luís de la Cruz, María Magdalena González y yo).
Algunos se aprestan a conmemorar los treinta y cinco años del Movimiento Iberoamericano de Narración Oral Escénica. A mí no da esa cuenta. El movimiento tiene sus bases en 1975, pero no se articula hasta bien entrados los ochenta y su verdadero cuerpo nace en los noventa. Un árbol, por muy fuerte y primigenio que sea, no hace bosque. Y si de “escenidad” se trata, podemos marcar bien las fechas de cuando se pasa de los espacios públicos y lo marcadamente sociológico a los escenarios, y eso ocurre cuando Garzón empieza a presentar en los ochenta su espectáculo Los credos del amor, donde se mezclaban poemas y cuentos, y aparecen los primeros unipersonales con director entre 1988 y 1989[ii], y especialmente, cuando en 1990 se estrena Pavana de Amor y Muerte, por La Carátula, grupo del teatro independiente español, que puso de golpe delante de nuestros ojos el rostro escénico y narrativo más completo que hasta ese momentos pudimos contemplar, aunque ya se había realizado el primer Festival Iberoamericano en Caracas y se habían otorgado por primera vez los Premios Chamán en 1989. Cristina Maciá danzaba al compás de sus palabras mientras narraba La Muerte Madrina, Antonio González estaba a punto de perder el nombre por obra del compadre Pitas Pajas, y José Manuel Garzón nos divertía con aquel lagarto prendido del sayón de un fraile chocarrero. Luces, diseño, vestuario que reproducía el ambiente de la juglaría, música en vivo, coreografía, dramaturgia espectacular…
Hasta bien entrados los noventa vivimos del mito de que éramos el centro de la fundación de lo “nuevo” o que le abríamos las puertas, pero luego, algunos, perdimos la inocencia, al investigar y descubrir que la refundación o renacimiento, como le llaman en Francia, de la Narración Oral era un fenómeno que abarcaba, desde los tumultuosos años sesenta del Siglo XX – Movimiento Hippy y Mayo Estudiantil por medio-, a la casi totalidad de los países europeos y a los Estados Unidos y que era una obra colectiva. La labor del cubano, y de sus discípulos, entre los que felizmente me encuentro, no deja de ser colosal. Nadie podrá negarle jamás su papel fundador al articular un movimiento iberoamericano, aun cuando países como Brasil, Argentina, Perú y Chile se movieran desde otras experiencias, e incluso hasta en Colombia, país en el cual trabajó, hace presencia un sector determinante que va de Misael Torres a Gonzalo Valderrama y la stamp-up comedy, pasando por el narrador-personaje de Carlos Pachón y otros, que no le reconocen influencia directa. Francisco estructuró una teoría basada en lo artístico y lo comunicacional, un sistema docente – recogido en varios libros- y de eventos, una estructura empresarial, una cátedra, publicaciones de diverso formato y un sintagma de rara vigencia - Narración Oral Escénica- aún después de sostener teorías que lo hacen saltar en pedazos.
En Cuba él funda y dicta talleres pero no desarrolla, eso se le debe a Mayra Navarro, quien es la formadora, la maestra de la casi totalidad de los narradores orales profesionales del país, además de ser el puente vivo entre la práctica bibliotecaria y la experiencia puramente artística, “escénica”, dirían algunos. Garzón más bien resulta un freno para el desarrollo de la Narración Oral y para su institucionalización y reconocimiento desde el sistema de la Cultura, ya que mantuvo una relación de colaboración e intercambio puntual con los organismos oficiales pero nunca aceptó ni siquiera la propuesta que sabemos le hiciera, alrededor de 1989, Raquel Revuelta, actriz y Presidenta del Consejo Nacional de las Artes Escénicas de Cuba (CNAE) por esos años, de crear un departamento o espacio para la Narración Oral en esa institución, que, como su nombre indica, está en el centro de la vida escénica del país en tanto generadora y ejecutora de la política cultural cubana. Hay que reconocer que en aquellos momentos de fundación no podíamos presentarnos como un movimiento profesional en puridad, aún cuando existieran personalidades excepcionales como la Navarro que venía abalada con un palmarés de lujo mucho antes de que se armaran los ruidos y primaran las pocas nueces. Raquel, que en privado llegó a decirme que la Narración Oral Escénica era un absurdo, avizoró a tiempo la necesidad de propiciar causes institucionales para un arte que terminaría reafirmando su validez y pertinencia, a pesar de sus prejuicios, y que se sometería a procesos de decantación y crecimiento. Ella saludó nuestro primer festival a su modo, no firmó una carta preconcebida, como se pretendiera, sino que envió un oficioso telegrama. Las puertas del CNAE las cerró Garzón. También lo hizo ante las propuestas de Roberto Pastor Raola, quien en 1993 esbozó una tímida posibilidad de relación con el Centro Nacional de la Enseñanza Artística, que hubiera sido un primer paso para la introducción de la Narración Oral primero como asignatura y después como especialidad independiente, dentro del pensum regular del sistema educacional cubano. Hasta hoy sólo se ha enseñado Narración Oral dentro del Instituto Superior de Arte durante el Diplomado de Teatro para Niños y de Títeres que dirigió nuestro amigo el dramaturgo e investigador Freddy Artiles (1946-2009), de feliz memoria, en el que participara Mayra Navarro, como docente, autora, a saber, de uno de los dos ejercicios académicos para la obtención de títulos regulares donde la Narración Oral es protagonista aquí y de uno de los dos libros publicados en Cuba en los últimos años. La autora del otro es Elvia Pérez.[iii] Por mi parte, me he dedicado a publicar en revistas, periódicos, antologías y publicaciones digitales una amplia colección de textos de crítica, investigación y teoría pero no creo que haya influenciado en modo alguno en medios docentes. La academia es una de nuestras grandes deudas pendientes.
A partir de 1993 abandoné el círculo garzoniano y comenzó una etapa de obligado ostracismo, que me llevó a fundar la Bienal Internacional de Oralidad en 1997, proyecto que era para Camagüey pero que terminó haciéndose en Santiago de Cuba, por la falta de apoyo de la Dirección Sectorial de Cultura de aquella provincia, la no acogida del proyecto por los narradores y la resistencia de sus líderes, que vieron en ella no el emprendimiento de un camino otro de realización, sino una suerte de traición al fundador. Nada más lejano a la verdad. El proyecto original asumía la deuda con él y afirmaba explícitamente que no era una alternativa a su trabajo, sino un “proyecto otro”, un espacio para la Oralidad y no sólo para la Narración Oral. Pudo más el prestigio de Garzón, o sus contactos, que la fuerza y vehemencia de mi empresa o pudo más la duda, el temor, que siempre provocan los jóvenes cuando, sin apenas darse cuenta, no atinan a moderar sus ímpetus y asumen actitudes extremas o incendiarias. Fátima Patterson fue el Sésamo necesario y su ábrete resultó definitivo. En Santiago de Cuba y su Bienal se derramaron las torrenteras, de allí la gente salió a crear proyectos y festivales alejados de la Cátedra Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE): se fundó en 2003 la Sección de Narración Oral de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC, en 2008 fue aprobada la creación de la Cátedra Cubana de Narración Oral, adscrita al Consejo Nacional de Casas de Cultura, y aparecen los primeros intentos de regularizar la situación laboral y jurídica de los narradores orales en Cuba bajo el raro epíteto de “actores especializados en contar cuentos”, termini technici ambiguo y traicionero que de introducirse definitivamente o permanecer en el imaginario y en el lenguaje cotidiano, contribuirá a desnaturalizar al oficio del narrador, más que a nombrarlo y distinguirlo o describirlo en toda su extensión y pureza. Lo que en 1999 apareció como excepción, como solución salomónica, para hacer justicia a Mayra Navarro, se ha convertido hoy en una regularidad que apenas estamos empezando a destruir.
Fue Elvia Pérez quien lanzó el primer aldabonazo para la elaboración de un Calificador de Cargo que reconociera la existencia del Narrador Oral. Al principio hubo resistencias, e incluso hasta narradores orales de prestigio hicieron llamados a la mesura o a la posposición. Puedo entender sus razones, aunque no compartirlas.
En el 2005, regresando a Cuba después de dos años de estar Barrio Adentro en Venezuela, el CNAE me convoca para proponerme trabajar en la elaboración de un proyecto de Calificador de Cargo para los Narradores Orales. Al principio pensé que estaba solo, pero después descubrí que al menos a Mayra Navarro y a Elvia Pérez les habían hecho idéntica propuesta. Me pareció excelente, cada uno de nosotros representaba una manera distinta de ver el fenómeno, y si lográbamos ponernos de acuerdo podríamos alcanzar resultados que pudieran describir, y lo que es mejor, representar a todos y todas.
No sé si fui yo quien lo propuso o si fue Mayra, la cosa es que terminé trabajando junto a los compañeros del Foro de Narración Oral del Gran Teatro de La Habana. De esas reuniones salió un proyecto común y mi nombramiento como Asesor Consultante de ese espacio de reflexión y práctica. Hubo discusiones intensas y extensas; entonces preferimos trabajar sobre los puntos comunes e intentar definiciones abiertas en aquellos temas en los que evidentemente era difícil llegar a un acuerdo mutuamente aceptable. Hicimos política, de la buena, esa que es, según dijo alguien que no recuerdo, “el arte de hacer lo posible”.
Cuando se iban a discutir los proyectos sólo asistimos a la reunión en el CNAE los del Foro y yo. Sospecho que únicamente nosotros podíamos presentar un proyecto real. Entonces empezó una guerra de rumores: el proyecto del Foro es de una ortodoxia garzoniana irrespirable; ataca a los que pretenden experimentar sobre bases teatrales o escénicas, excluye a unos y se apropia de otros; no hay consenso; no representa más que a un pequeñísimo sector; es excluyente; el narrador oral no existe; existen sólo actores que cuentan; un nuevo calificador especifico para esa especialidad es innecesario e improcedente… Sería enorme la relación total de esos rumores. Mientras se discutía, se trabajaba. Los del Foro hacíamos tres versiones de un espectáculo con textos de Virgilio Piñera cada una de ellas más retadora y centrada en las posibilidades de una dramaturgia espectacular que sorprendió a muchos; ContArte, NarrArte, Te Cuento y Teatro de la Palabra hacían sus festivales y se multiplicaron los eventos en provincias como Las Tunas, Camagüey, Matanzas, o eventos mixtos como BarrioCuento. Nuestra gente contaba y pensaba. Pero seguían pendientes algunos temas cardinales como el del reconocimiento institucional y jurídico de la Narración Oral como Arte independiente y del oficio o profesión del Narrador Oral, que era además una perentoria necesidad para poder encontrar los medios que permitieran a un grupo de cuenteros la dedicación en exclusividad al ejercicio de tal arte. El Foro empujaba, lo sé de cierto.
Hace unos pocos meses volvimos a la carga en varias reuniones de la UNEAC hasta que en una de ellas, de carácter interno, los Narradores Orales aceptaron la propuesta de Octavio Pino de hacer una reunión para intentar ponernos de acuerdo en un par de temas fundamentales y de lograrse ese acuerdo lanzarnos, a preparar un proyecto común de Calificador de Cargo.
Toda la historia, como el agua, parecía haber avanzado y estaba dispuesta a abrirse paso a través de cualquier intersticio. Nada más faltaba que el niñito del famoso cuento holandés, por esta vez, sacara su dedo de la grieta del dique y dejara que el agua hiciera lo suyo, es decir, regresara a su nivel o lo inundara todo. Cara o cruz.
Un grupo de cuenteros trabajó en la elaboración de los proyectos, otro distribuyó abundante material para garantizar una bien informada jornada, otros, hay que decirlo, manifestaron su desconfianza y prefirieron mirar a los toros desde la barrera… de todo hay en la viña del Señor.
Como si fuéramos costarricenses entre nosotros empezó a pulular el arte de la “serruchada de piso”. Rumores malsanos y dudas razonables afloraron. Fue que estonces que escribí, grabé y publiqué mi texto ¿Mambrú se va a la guerra? Espero haber tranquilizado a los beligerantes y dado argumentos a los dudosos, y si a eso se suman un conjunto de encuentros personales y colectivos, sinceros y respetuosos, podemos decir que ya estaban listos todos los ingredientes para la sopa de piedra, aunque algunos siguieran haciendo preguntas y lanzando dardos a pesar de que desde los más diversos coros les respondían a la pregunta de ¿ y dónde está la piedra? con un sonoro y trepidante ¡ahí! ¡Piedra a la vista!
Finalmente llegó septiembre y con él la Reunión… Jueves 9 y Sábado 10.
III
Crónica General de los sucesos acaecidos en un corrillo de parlanchines o Historia de Mambrú, el que no se fue a la guerra
A Vuestra Alteza Serenísima, Óptimo, Máximo. Querido lector, a vos estoy sujeto, y te advierto desde ya que a este tiempo que narro lo llaman ido o antiguo. Oh, Providencia Divina, cuán sabia y amiga de poner cada cosa en su lugar eres. Nos referiremos a Cronos, felizmente en pasado, pues sólo así puedo atraparlo, de lo contrario sería una engañifa, una fábula para infantes o una patraña urdida para el deleite de beodos.
Cierto es, puntualmente verdadero todo lo os narraré; más te advierto que mucho hay de mis ojos y mis oídos, no así de mi cosecha, y que al menos eso intentaré para serte fiel a ti y a los contertulios que me acompañaron en aquesta memorable huida.
No quiero que confundas estas líneas con sucesos acaecidos en Canterbury o en Florencia. Líbreme Dios de intentar usurpar a los gloriosos Chaucer y Boccaccio. Es sencillamente La Habana, en la parte de extramuros, pero tan leal y tan fiel, tan reyolla, como la amurallada y antañona.
Un grupo de juglares o ministriles o trovadores o sencillamente de contadores de historias, cuentacuentos, cuenteros o trajinantes de cuentos, narradores orales, huimos de la mala memoria y de la desunión, de la falta de fe y del demonio que mora en cada uno de nosotros, para aceptar y gozar de las delicias que encierra el pensar y el dialogar.
Mas dejemos la cháchara y entremos en materia…
Nadie se confunda, el hecho de que me burle, que emplee el choteo para alejar al sátiro de la compostura y la solemnidad, no son signos de menosprecio, y mucho menos de banalización y ninguneo, sino más bien, todo lo contrario, entiéndase este tono burlón de abrir la puerta como el reconocimiento de que, querámoslo o no, estábamos haciendo historia, y haciéndola a nuestro modo, como corresponde: con palabras dichas.
Siendo fieles a la tradición que se impone en estos eventos, citamos con media hora de antelación pero, aún así, tuvimos que comenzar con cierto retraso. El día 9 de septiembre para mí se había adelantado sustancialmente; llevaba días revisando, cotejando, preparando, pero sobretodo, repensando el material que usaría para mi conferencia inaugural. Cada palabra debería tener su justo peso, su medida, decir claramente lo que se pretendía, no podía darme el lujo de la ironía, la cita elíptica, la metáfora, pues por aquella vez podría confundir a mis oyentes y hacerlos abandonar el tema central: ofrecer las bases metodológicas que permitieran definir a la Narración Oral como oficio artístico y esbozar un modelo de estructura para su confirmación, no sólo en el plano teórico sino en lo eminentemente práctico.
Todo fluía con serenidad, hasta que introduje un elemento de conmoción, y hasta de perturbación. Nimbos, cirros, cúmulos, y algún que otro chisporroteo en lontananza. Pero después de este paréntesis, y haciendo un esfuerzo supremo, retornamos al tema, al centro, y empezaron a insinuarse atisbos que anunciaban que el primer consenso estaba a las puertas: la Narración Oral es un Arte y un oficio independiente.
Descanso, merienda y ambiente distendido. Los que habían anunciado guerra o los que afirmaban que los cuentacuentos preferían más que pensar narrar estaban fracasando.
De vuelta al ágora, nos encontramos con una mesa redonda cuyo tema era Cuenteros, cuentacuentos, Narradores orales. Tradición y contemporaneidad del arte de narrar. Participaban Martha Esquenazi (autora de varios libros sobre los cuentos y los cuenteros), Gerardo Fulleda León (dramaturgo y autor de textos teatrales clásicos basados en la tradición oral) y la teórica Yanaelsa Brugal (investigadora y responsable del seminario Rito y representación, que tanto contacto tiene con nuestro universo de estudio). La Esquenazi, como se lo habíamos pedido, se centro en el cuento de tradición oral y sus géneros, terminando con un esquema que nos permitió pensar sobre los contactos y las diferencias entre los portadores de la cultura popular y tradicional y los nuevos protagonistas de la Narración Oral. Yanaelsa Brugal se extendió en las particularidades del patakí y su influencia en la obra de Eugenio Hernández Espinosa y de Gerardo Fulleda. Este último, al estar presente, hizo precisiones y una intervención medular que al esbozar los procesos que él emplea para la elaboración del texto dramático a partir del discurso narrativo oral permitió a los presentes comprender los diferentes modos de narrar que se dan en el drama y en el relato oral. José Sanchis Sinisterra, nos advierte que “Toda la dramaturgia occidental, y no sólo ella, puede considerarse como un conjunto de dispositivos enunciativos –verbales y no verbales- destinados a contar historias”[iv] Fulleda parece saber de cierto lo que el español proclama, sólo que ambos, y por diferentes caminos y procesos, asumen que los modos de contar del Teatro y de la Narración Oral difieren de manera sustancial. Él hace énfasis en tres procesos que le han permitido vivir la singular aventura de introducir en el drama los contenidos de la Oralidad; primero, confiesa que hay que “historizar” el relato, es decir, ubicarlo en el tiempo, en un tiempo histórico, que generalmente no poseen los relatos tradicionales pues ellos contienen su propio tiempo fabular o se desarrollan más allá o antes del tiempo y hay que situarlos en un aquí y ahora preñado de fuerza dramática; los segundo que hace es “dotar a esos caracteres de actualidad”, es decir, a los personajes les atribuye una circunstancia y un mundo que no poseen explícitamente pues los personajes del relato oral más que descritos, son puestos en evidencia a través de sus actos, es decir, sus obras hablan por ellos; y finalmente, apunta un procedimiento de capital importancia, el dramaturgo dice que introduce y crea los conflictos, que son los que mueven al drama, porque ya sabemos que los relatos orales no avanzan, no se desarrollan a través de ellos, sino que lo hacen a través de los sucesos.
Pasado el almuerzo, ligero y fraternal, volvimos a la carga con una nueva mesa de debate, esta vez con el tema Actores, Cuenteros, Narradores… ¿realidades escénicas, orales o integración de las artes? Participaban en el panel tres figuras muy dispares, provenientes de mundos distintos, que contribuyeron a aportar una riqueza testimonial y conceptual retadora. Los tres participantes comparten el hecho de ser cuenteros pero entre ellos estaba Mayra Navarro (esencialmente narradora oral y pedagoga), Ury Rodríguez (actor, titiritero, y director teatral con más de veinte años sobre las tablas) y Fermín López (holguinero con tres años de trayectoria y director de la única Casa del Cuento existente en el país). La Navarro centró su exposición en la historia de la Narración Oral en Cuba en los últimos cincuenta años que, como sabemos, está signada por el tránsito de lo utilitario del acto de narrar, acompañando a procesos pedagógicos o de estimulación lectora, a la forma contemporánea predominantemente espectacular y artística. Fue también un recorrido por la evolución de las ideas en este campo en el que ella es un esencial puente. Al ser Ury Rodríguez y Fermín López gente de teatro, abordaron temas relacionados con sus prácticas y procesos aunque los dos insisten en destacar las particularidades de uno y otro Arte. Rodríguez remarcó la necesidad de incorporar elementos de dramaturgia y análisis espectacular, así como intentar definir el papel y la necesidad de un director artístico, para solidificar las puestas de los nuevos cuenteros.
Durante el debate intervinieron varios de los participantes apoyando y aportando elementos a estos temas, así como se introdujo el de la necesidad de respetar y estimular las experiencias individuales, los procesos creativos concretos, que hacen énfasis en cualquiera de los vectores, narrativo y espectacular, que atraviesan los discursos orales contemporáneos. Todos, además, estuvimos de acuerdo en la inutilidad de seguir usando el término “integración de las artes” para definir aquellas puestas eminentemente narrativas y orales pero que echan mano a recursos de muy diverso origen, pues esto está en la esencia de nuestro arte y no es una práctica excepcional y mucho menos periférica.
Hay que señalar dos intervenciones que por su importancia merecen destaque. La Dra. Bárbara Rivero, Vice-Presidenta del CNAE, hizo una explícita declaración institucional: el Consejo que representa reconoce la existencia de un incipiente y bien cualificado movimiento profesional de Narradores Orales. Esta intervención fue muy aplaudida, aunque no dejamos de señalarle que si bien la saludamos creíamos necesario que ese pronunciamiento se debería de acompañar de acciones concretas y emergentes que llevaran al inmediato reconocimiento jurídico del oficio de Narrador Oral dentro del Calificador de ocupaciones artísticas del Ministerio de Cultura. Por otra parte, intervino el Dr. Miguel Barnet, presidente de la UNEAC, destacando el rol de los Narradores Orales como parte del patrimonio cultural de la nación y el que la Oralidad juega en su obra personal, aunque no dejó de advertirnos sobre la necesidad de velar por la calidad, por la verdadera representatividad, porque él había notado que en los últimos tiempos al pisar una piedra podían brotar muy bien cincuenta individuos que decían ser narradores orales. El Dr. Barnet fue despedido entre aplausos y muestras de entusiasmo, aprobación y gratitud.
Al final, los corrillos extendieron las discusiones hasta que tuvimos que detener el debate y pasar a un momento de solaz esparcimiento, como dirían los engolados y malos presentadores.
Fermín López y Ury Rodríguez se sometieron a la tenaz aventura que es contar entre colegas, mucho más si estaban agotados después de horas de intenso y apasionado dialogar. Es justo decir que el respeto y las buenas maneras nos acompañaron, pero que existieron momentos en los que nos sentíamos caminar sobre el filo de la navaja. Todos exhibimos una civilidad y un corazón amoroso que merecen aplausos.
Algo estaba pasando dentro de cada quien, algo había sucedido sin que nos diéramos cuenta. De pronto los cuenteros fuimos público, y no uno cualquiera, sino uno entregado y generoso, dispuesto a compartir y a ser feliz. Fermín, hizo gala de sus cuentos casi danzados, donde la precisión y la elegancia le vienen desde la raíz de su ser. El guantanamero, maestro en muchas artes, se probó en cuentos de muy diversa tensión y estructura, pasó del humor verdísimo al negro, de allí al blanco, del ingenio a la gracia popular, para terminar reafirmando lo que ya todos sabemos: él es la verdad y la fe encarnadas.
En la mañana del viernes regresamos a nuestro círculo de concordia, la Sala Villena de la UNEAC, y entramos directamente a discutir el proyecto de Calificador de Cargo para el Narrador Oral que habíamos elaborado hace casi cinco años en el Foro de Narración Oral del Gran Teatro de La Habana.
Nuestro texto estaba lleno de precisiones sobre cómo trabaja el narrador oral de modo que no cundiera el pánico ni la suspicacia pudiera filtrarse en él, pero por suerte, nos acompañaban la Lic. Bárbara Betancourt, Directora de Recursos Humanos del Ministerio de Cultura, y parte de su equipo, así como la realizadora de TV, Magda González Grau, quien está al frente de la Comisión de Economía de la Cultura de la UNEAC. Saltando sus naturales terrores de hablar en público nuestras acompañantes entraron en el ruedo y terminaron iluminando el texto, por decantación y limpieza, centrándolo en el qué hace un narrador y contribuyendo a que nuestro acalorado y fervoroso debate desembocara en un texto de consenso, aprobado y firmado por la totalidad de los participantes, que según Mirta Portillo, Presidenta de la Sección de Narradores Orales de la UNEAC, incluyó a 31 narradores de los 35 que podían asistir.
A pesar del acuerdo expreso de que los temas a tratar y consensuar serían dos: la Narración oral como oficio (sin adjetivos) y la necesidad de un Calificador que regularizara nuestra situación y presencia en las instituciones de la Cultura, por debajo, y en algunos momentos muy por encima, continuó el debate sobre si la Narración Oral es una manifestación de las Artes Escénicas o una especialidad del Teatro, o si el narrador es un actor o si pertenecemos a la Oralidad.
Habrá espacio para discutir esos temas, desde aquí estoy anunciando que me propongo organizar un Curso Libre de Teoría de la Oralidad y la Narración Oral, que presumiblemente podrá durar un año y que, con la asistencia de narradores orales profesionales o no, podría llegar a convertirse en un medio de aprendizaje común. Este podría ser de mucho provecho.
Hace unos meses expresé en un texto: “Si Mambrú se va a la guerra, es decir, si hacemos de la concertación un campo de batalla, si no aprendemos a ceder y a conceder, si no adquirimos la flexibilidad y el buen tino de la coexistencia, si no prevalece la vocación de dialogar y de servir, no se nos debería olvidar la letra de aquel romance castellano, pues nuestro final será como el de él, que nos advierte que si bien el personaje se va a la guerra, que combatió, también, y de manera aplastante y definitiva, que “ ya nunca volverá”.
“! Qué dolor, qué dolor, que pena ¡… ya nunca volverá.”
Hoy felizmente puedo comunicarles a todos que Mambrú no se fue a la guerra, sino a un espacio de reflexión y diálogo convocado bajo el lema La Narración oral contemporánea como oficio y su inserción en la Cultura cubana, y que volvió, regresó lleno de esperanzas y también de dudas y certezas, dispuesto a seguir contando y pensando… porque, créanmelo o no me lo crean, a los narradores les gusta escuchar, callar y pensar…
¡Viva Mambrú… que siempre regresa!
[i] Este recital fue reseñado por Carpentier en su columna Letra y Solfa del periódico El Nacional, a la que se sumó otra firmada por Félix Pita Rodríguez, nuestro gran poeta. Era los tiempos en que Oscar Guaramato, escritor y periodista de notable trayectoria, era el Jefe de Redacción del periódico caraqueño.
[ii] Fue Francisco Garzón quien dirigió los primeros unipersonales de María Eugenia Llamas (México), y de Jesús Lozada (Cuba).
[iii] Navarro, Mayra. Aprendiendo a contar cuentos. Gente Nueva, La Habana 1999. Pérez , Elvia. La palabra viva, Ediciones Adagio, 2008.
[iv] Sanchis Sinisterra, José. Vacío y otros textos teatrales. Editorial Alarcos, Biblioteca de Clásicos, La Habana, 2008.
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