jueves, 1 de mayo de 2008

Cuentos en el equinoccio


El contador de cuentos excepcional no sólo conoce el cuento de
arriba a abajo, sino que sabe todo del cuento a través de su experiencia”
Steven Sanfield


I

Todo cuento pasa por mi cuerpo, por mi mente, por mi espíritu. Todo cuento es mi historia, irrepetible y única. Sólo yo puedo contarla, al menos desde mi centro, desde mis propias resonancias, sólo yo. Ella me transita, habla de mi mismo.

El oficio del narrador de historias es el de la desnudez y no sólo el del desamparo. Vacío de máscaras él se muestra, que no se exhibe, se dona en medio de su soledad. A solas con el mismo encuentra los puentes para comunicarse con una soledad otra, la del otro, estableciendo una red, misteriosa y soterrada, de vínculos solitarios y solidarios. Pequeños pasos hacen que él vaya poniendo en evidencia luces y sombras, certezas y dudas, angustias y alegrías, filias y fobias, su agonía de estar y su alegría de ser. Las irradiaciones del cuento son las que iluminan. Muchos hasta hoy piensan que es lo contrario. Craso error. El cuento, que es vasija de todos los saberes ancestrales y premonición de los porvenir, es la fuente y la yesca; el narrador es apenas la brizna que se deja incendiar, el fanal que protege al fuego, la cisterna. Él está hecho de palabras, de las palabras del cuento. Así pues el narrador es engendrado por el cuento, por la Palabra.

Encontrar hoy un espacio que sin temores ni complejos privilegie el centro, la médula del oficio del Narrador oral, es un acto de valentía y de honestidad. Poner en primer lugar la hibridez, la mixtura, el mestizaje, la integración, parecería estar más acorde con el espíritu del siglo, así quien se defina por la palabra desnuda y el gesto pleno de sentidos, pero libre, sin artificios ni apoyaturas, parecería – y esto es puro juego de apariencias- que es el que está apostando por una ortodoxia retardataria y que se sitúa en la banda de los que niegan la connotación escénica, espectacular e integradora de un arte que entró por derecho en el siglo XXI y que está trabajando, desde ya, por la asunción de un nuevo sistema generador de lenguajes, la escritoralidad.

Primavera de Cuentos, el festival de Mayra Navarro, es quizás el que en Cuba, dentro el variopinto y plural sistema de eventos de narración oral, ha mostrado desde sus inicio la identidad más sólida y definible. Aclaro, y este es mi parecer: la “no identidad” o la “pluralidad y apertura” pudiera ser la marca identitaria de las otras fiestas o el signo de sus fortalezas, pero es este el que ofrece un sello propio, más definible, que lo hace ser espacio de excepción en el ámbito latinoamericano, donde la avalancha de resortes comerciales, la creación de un artificial sistema de estrellas palabronas y la magnificación del humor y el facilismo y la inmediatez comunicativa, hacen que se desvirtúen las esencias de un arte antiguo y siempre vigente, que se ha sabido adaptar a los tiempos, sin perder el rostro y sin necesitar reciclar sus fundamentos.

Este festival, organizado como parte del trabajo del Foro de Narración oral del Gran Teatro de La Habana, y que tiene sus antecedentes en los eventos que la Cátedra Iberoamericana de Narración oral escénica de Francisco Garzón promoviera en Cuba, siempre con la impronta y tenacidad de la Navarro que convertía en actos esos proyectos, alcanzaría cotas más altas de brillantes si pudiera encontrar una financiación adecuada y estable – en divisas- , de modo que, al menos, estuviera en capacidad de convocar a un pequeño grupo de narradores internacionales de primerísimo nivel que pudieran garantizar una programación modélica y previsible, ajustada a sus fines y propósitos. Hasta hoy ha funcionado el tino y las buenas maneras de su principal conductora, así como la generosa solidaridad de muchos, pero creo que ya es hora de que pueda alcanzar, prestigio y obra sobran, un nivel de autonomía y selectividad que lo convertirían en uno de los festivales de más alto nivel en el ámbito de nuestra lengua.

Habría que pensar en mecanismos de integración regional o financiación externa, propiciados claro está por las autoridades competentes y no por la consabida “gestión personal”, que hasta hoy funciona en algunos casos, no en este, pero que no garantiza una continuidad, estabilidad y montos necesarios.

Mayra Navarro, con más cuarenta años en el oficio, es hoy por hoy, una de las más importantes pedagogas y artistas de la Palabra, no sólo de este país sino de Iberoamérica, y valdría la pena comenzar a apoyarla con más intensidad, y pensar que su festival y ella misma podrían representar para Cuba un foco de irradiación cultural y un punto de influencia notable en el área, que no se expresaría nunca a través de manejos, manipulaciones y banalidades sino desde la multiplicación de saberes y poderes solidarios. Su sistema pedagógico es perfectamente reproducible y pudiera influir en los ámbitos de la educación popular y por el arte, las campañas por la lectura, la confirmación y reproducción de valores ancestrales y colectivos, la consolidación de la identidad de los grupos, etnias, minorías y nacionalidades, la estructuración de los nuevos discursos culturales, etc.


II

Hagamos memoria de la fiesta, y es que ella, la memoria claro está, es selectiva y caprichosa. Lo digo de antemano y con cierto pudor, lo advierto: No son estos los nombres y los cuentos, son apenas mis nombres y mis cuentos; primero porque uno tiene su historia y sus manías, por muy generosas y justas que pretenden ser las pobrecitas, pero no podemos renunciar a ellas y no por eso dejan de ser menos engañosas. Falso es cuando nos vestimos los ropajes de la imparcialidad o decimos portarlos, y es que ella se parece a la historia de Kalil Gibrán Kalil en la que la fealdad roba los vestidos a la belleza y desde entonces se pasean por el mundo las dos con ellos trocados.

Cuatro días de cuentos, colmada la sala. Entremos en materia

Los mexicanos del Foro Internacional de Narración oral ( FINO) que dirige Armando Trejo Márquez, llegaron en felices comienzos, con el nervio y la piel palpitantes, invitándonos a ver un México más allá del sombrero de charro y los mariachis, un país pleno de olores, sabores y colores, de seres humanos y de historias. Ellos me recordaron los días de 1990 en los que me estrenaba contando fuera de la isla y en los que aquel país, a fuerza de su generosidad y de mi daltonismo – es justo decirlo-, me hicieron encontrar un paisaje común. Catalina Cabello, Elizabeth Martínez, Javier Trejo y Elsa Oralia propusieron una visión discreta, pero de feliz memoria.
Estuvieron además tres argentinos: Lucila Bécquer, Hugo Corrías y Arolinda Andrada. La primera con buenas historias y generosas piedras de colores, pero necesitada de una expresión corporal más depurada, los segundos veraces y sencillos, impulsados por el viento o los despistes. Siempre comunicativos.

Cuba estuvo representada en mayoría y también desde calidades diversas. Desempeños notables los Lavinia Ascue, y su terrible y complicada historia dominicana y caníbal, sazonada con el discreto y atávico homoerotismo del protagonista, que encuentra en ella una depurada y sólida interpretación, amparada en la sugerencia y la emisión contenida y hasta podríamos decir que minimalista. Es una historia que no admitía estridencias ni efectismos. Por otro lado Nubelia Leyva y sus ciruelas de mayo, un difícil y clásico cuento de Guy de Maupassant, contado desde la más límpida emoción, precisión en los lenguajes y sujeción a una narración difícil y de escenario estrecho que hace que la historia camine más por las sensaciones que emanan del lenguaje que por el espacio físico, temporal o psicológico en el que ella transita. Un pequeño desliz vendería el final, presumiblemente erótico, pero que no lo es -al menos de manera convencional-, y entonces todo perdería sentido. Ella lo resolvió con brillantez y gracia.

Mención aparte merece el derroche de maestría de Mayra Navarro. Contó uno de sus cuentos más conocidos: Rancho con sol del uruguayo Julio César Castro. Este viene de la escritura, y aunque su autor imita la oralidad rural, no alcanzaría a comunicarse con el público citadino y contemporáneo sino fuera por la versión que ella hace y ejecuta. Muchas veces me he preguntado por qué una historia tan aparentemente sencilla y repetitiva logra funcionar con todos los públicos y en todas las circunstancias, y es que reproduce los elementos distintivos de la oralidad narrativa tradicional, los recursos que hasta hoy han garantizado que los cuentos clásicos lo sean tanto desde el punto de vista verbal, vocal, como gestual.

La parte cubana ocupó los mayores espacios; pero se haría necesaria para otras ediciones una selección más rigurosa de los participantes que impidiera que narradores de calidades diversas ocuparan un mismo espacio, en este caso la Sala Ernesto Lecuona del Gran Teatro, sitio en el que desde hace ya mucho tiempo se ha generado parte de la más destacada historia de la oralidad narrativa del país; por otro lado, esto permitiría que las sesiones de cuentos fueran más intensas, con intervenciones más largas, e incluso con la posibilidad de que cubanos pudieran presentar espectáculos completos y no fragmentos de ellos o cuentos aislados como sucede hoy. Podrían abrirse espacios en horas de la tarde, previos al comienzo de las funciones de la Lecuona, en sitios como la Galería Orígenes por ejemplo, situada en la planta baja del teatro, donde entre 4 y 6 de la tarde, se podrían programar a los narradores principiantes o cuya calidad no les permite sostener un espectáculo completo o a aquellos que teniendo calidad hayan decidido participar apenas con una historia. Pueden y deberían buscarse soluciones de modo que la diversidad y la existencia de categorías distintas sirvan de estímulo, además, y este es un ejemplo concreto, se podría abrir lugar y tiempo para la puesta de espectáculos como el gracioso y bien pensado El menú, visto en otros escenarios ya, donde en plenitud de facultades encontramos a Octavio Pino, Lucas Nápoles, Nubelia Leyva y Mirtha Portillo. No es que ellos estuviesen mal en sus apariciones en solitario, es que el espectáculo les da posibilidades comunicacionales y escénicas que difícilmente desplegarían en recitales de cuentos. Es una propuesta, sólo eso.


III

Apagón. Se hace toda la luz. Aparece un hombre joven, con pinta y andares colombianos. Se le están corriendo algunas tejas, diría mi abuela y rápido aclararía, ¡es que tiene unas entradas que casi son salidas! No es locura. Viste camiseta negra con una mano blanca marcada. Pide aplausos. Se retuerce, se contorsiona, se zarandea. Parece un animador de fiestas. Esto pinta raro. Un narrador oral que comienza recordando a los viejos cantantes de los mentideros del mundo que antes de cada función le señalaban al público que el aplauso es la medicina y la comida del artista. ¿Por dónde van los tiros? Esto pinta rarísimo. Al fin comienza la historia. El mismo es el autor. Es un hombre simple (Marcos) y una simple mujer (Malena). Tiene nombre de tango. Cada uno vive una vida idéntica y previsible, una vida sin rostro. Es posible que el cuentero los haya descrito, pero yo no me acuerdo, más bien creo que a cada momento yo le incorporaba rostros nuevos. Ellos eran todos los rostros. Tenían la certeza de estar viviendo una vida prestada, ya vivida, una vida organizada desde algún lugar arriba. Ella se muere, es que las mujeres trágicas siempre se mueren en los cuentos. El regresa a su vida cotidiana sin haber sabido retener al amor. La vida moderna nos da sólo una apariencia de haber vivido. La vida de una secretaria y de un mecánico no es vida. ¿Ella era secretaria y el mecánico? No sé. Nunca se sabe. Podría ser, y también ser doméstica y taxista, mesera y guarda parques, vendedora y fontanero, buhonera y sereno. No se sabe.

Desde la aparente guachafa, el desparpajo, la ironía y hasta el ridículo nos ha llevado de la mano a través de una parábola de la vida citadina, violenta y patética. Uno se queda con el sabor amargo de haberse reído y sonreído de la impiedad, uno tiene la duda si no ha asistido a su propia historia de frustración y apariencias. ¿Esto lo he vivido antes, lo he escuchado, lo he visto? No es necesaria la historia del sicario, del narco, del paraco, del pandillero, para recibir el mazazo, la contundencia del golpe de una existencia violenta y sin sentidos. Ojala sólo fuera el cuento una fábula, y no la fabricación de un artefacto de ficción con todos los elementos de la realidad. Este cuento bien podría ser un Frankenstein.


Sobrio, sin estridencias, sin grandes saltos cuando ya está en la historia, con cierta sorna, logra mantener la atención del público situado ante una estructura difícil, con sucesivas mudas temporales y espaciales. Se agradece su fuerza y su alegría de estar y de ser. Bien podríamos afirmar que estuvimos ante uno de esos momentos excepcionales en los que un cuento se transforma en la vida de un cuentero.

Es Iván A. Mantilla, alias Manoblanca, que desde su juventud arma un discurso escénico y textual de gran potencia. Aprovecha los recursos del melodrama, la comedia y el absurdo, nos zarandea, nos conmueve y nos mueve. Ese mundo no puede ser mío. Pare la bufonada del mal vivir.


IV


Viajar, viajar, la parábola de viaje, de la traslación, del salir, del afuera, del otro. La nostalgia por lo conocido, la imprecisa sensación del regreso, del origen, de que el viaje es lo es sólo si es a la semilla, la certeza de que todo es círculo, de que siempre regresamos al punto de partida, de que la humanidad no avanza sino que una y otra vez retorna. Todo eso estructurado en un discurso que tiene como base el cuento largo o la novela picaresca, según se quiera, de Francois Marie Atout (Voltaire) o de Monsieur le docteur Ralph (el señor doctor Rafael, ya que el autor nunca se reconoció detrás del seudónimo) Candido, o el optimista.

Voltaire o el doctor Rafael, quien quiera sea, se burla de la filosofía de Gottfried Wilhelm Leibniz, filosofo alemán para el que el universo, compuesto por mónadas – centros concientes de fuerza espiritual- , era el “el mejor de los mundos posibles”( «le meilleur des mondes possibles») en el que “todo ocurría para bien” («tout est au mieux»). El autor del cuento original, y a través de Cándido, Cunégonde, el Dr. Pangloss, y otros personajes, arremete contra el providencialismo del alemán.

Uno podría preguntarse entonces ¿qué aporta en estos tiempos de laicismo galopante una parábola del siglo XVIII? Pues bien, el cuentero, hace una inversión conciente de los asuntos y trastoca el viaje hacia El Dorado en un paseo literario ( mete mano a ejemplares de la literatura francesa, española, colombiana, rusa, inglesa y a la oralidad popular), es decir, un paseo virtual por el mundo de las palabras, y la providencialidad la convierte en el efecto anestésico que hacen hoy la propaganda y la publicidad empeñadas en presentarle a los humanos un mundo perfecto, proporcional, lleno de oportunidades para todos y todas, en el que lo feo, lo triste, lo serio, lo contrahecho, lo disfuncional, el dolor y la muerte están desterrados; para ellos si usted mira a su alrededor y ve algunas de esas “beldades” es puro juego de apariencias, ellas están ahí para que usted aprenda, pero no son reales. Codazo burlón a la Nueva Era, dicho sea de paso.

Cuando para algunos el cuento oral debe seguir siendo una especie de nana en prosa, es decir de discurso para adormecer, Jota Ramón ( Ramón Hoyos Martínez) nos lo presenta como píldora para despertar, él asume la tradición colombiana del narrador personaje ( Carlos Pachón, Jota Villaza, Robinson Posada, y otros), los aportes de la stamp up comedy norteamericana y la cuentería universitaria ( con su cínico desparpajo y tintes de dureza cruel) y se presenta como un marinerito medio atontado, al que se le cae todo el tiempo la cinta del cabello sobre los ojos, y que cree estar viviendo sólo una fatalidad que conocía de antemano y que por lo tanto es aparencial o en el mejor de los casos superable.

En época de confundir el recital o el concierto de cuentos con el espectáculo, estructura que sostiene un discurso lógico con fines y límites precisos, Jota Ramón llega a La Habana con uno de estos últimos. Teje las palabras y las acciones físicas como hilos de un único tapiz, y hay que poner mucha atención para descubrir los puntos de giro de la historia, porque esta es única y no sólo porque tenga como base un texto al que se adicionan otros, sino porque ese texto final ya no es el Cándido de Voltaire más la suma de La canción del pirata de Espronceda, El buque fantasma de Daniel Samper, El Zar y la camisa de León Tolstoy o El campesino y el genio de la tradición oral , sazonados por versos de T.S. Elliot, ahora estamos delante de una historia postmoderna, intertextual, absolutamente contemporánea y urbana, nueva e irrepetible, donde se rebasan los límites del discurso narrativo tradicional y se le introducen elementos de estructura dramática, que sin embargo en nada afectan la identidad de su resultado. Cándido, el tuerto de Jota es totalmente oral, hace que la historia siga cabalgando sobre los sucesos, y no sobre los conflictos, que es lo típico del Teatro, pero que aprovecha la tradición espectacular y dramaturgica.

Desde sus veintitrés años el cuentero se levanta y nos presenta un espectáculo tierno, socarrón, con ligeros toques de ingenuidad, que promete tiempos mejores porvenir.


V


Primavera de cuentos, hoy se levanta como uno de los más prestigiosos y sólidos festivales de Narración oral, demostrando que pobreza no es miseria, que limitación financiera no es obligación de mediocridad, que definición de la identidad y de fines no es sinónimo de castración y atraso.

Por este recorrido, parcial e interesado ya lo sé, ustedes han podido descubrir que, pueden convivir la experimentación, la integración, el minimalismo, la espectacularidad, la tradición y la academia, lo libresco y lo puramente oral; que el resultado siempre es el mismo: hay comunicación o no la hay, hay fidelidad a las estructuras del relato o no la hay, hay espacio para que la oreja componga su imagen de la historia o no lo hay, hay respeto por los diseños de la palabra viva o hay engaño, hay marca personal en el tapiz de la historia del cuento o hay rotura de sus hilos más delicados. Hay verdad o hay mentira.


La Habana, Marzo-Mayo, 2008

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