jueves, 7 de febrero de 2008
Paul Valéry entre el ser y el no ser
(A propósito de El Cementerio Marino)
La sombra del poeta derramada sobre la página vacía y la confusión de sus garabatos entre la fiebre y los retortijones, la idea del caminar sin fin enfrentándose a lo diabólico -encrucijada, multiplicidad de rutas, experiencia del ocio, suspensión del movimiento- hacen que la poesía, aún en los siglos de la técnica y los prodigios astrofísicos, siga siendo un misterio.
¿Misterio del germen o artesanía del imposible? ¿Acaso no será la irrupción de lo femenino que se apodera de la potencia y la maltrata y la malgasta en juegos rítmicos y economías que no conducen a un resultado palpable sino a fuegos fatuos en los que el tiempo chisporrotea pero que nunca llega a concretarse en yesca? ¿La poesía es acaso el resultado natural de la respiración o es chorro inútil de Onán?
Preguntas que conducen a otras preguntas y que nunca serán respondidas de modo tal que puedan satisfacer a todos, en todos los momentos y en todas las circunstancias. Paradojas. De alguna manera la poesía es el derramamiento de preguntas sin respuesta, de paradojas, que se encarnan en otro enigma: el poeta y sus mañas.
Lo encarnado quizás sea lo único posible de asir. Por lo tanto para enfrentarnos al misterio lo propio, lo correcto, lo ideal, no será mirarle a la cara, ni siquiera confrontarlo, sino bordearlo por las rutas de sus depositarios, que contrariamente a lo que muchos imaginan no son sólo las mañas sino que el poeta también, pues el poema – maña hecha cuerpo- no es nunca el estado puro de la Poesía, no es el tuétano, la sustancia sin mancha, la totalidad, sino que es una emanación de la Poesía que al pasar por el poeta arrastra su vida, su apetencia de corporeidad eterna, pero que nunca llegará a concretarse en lo definitivo, aún cuando medie la escritura y sus fingimientos. De alguna manera el poema (las mañas) es un ente impuro. Por eso, más que responder –en este asunto toda respuesta es inútil-, de lo que se trata es de proponer poetas concretos y poemas específicos de estos poetas, mañas puntuales, que nos permitan encontrar ciertas regularidades como destellos de respuesta.
La respuesta sobre el misterio de la Poesía no se hallará tampoco en los poemas y los poetas sino en las regularidades, en los vínculos, en las mañas, que atan a un poeta, un poema y la totalidad de sus escritos por una parte y por otra a ese poeta, sus poemas, y a la totalidad de los poemas, la multitud de mañas y los poetas de todas las lenguas, épocas y culturas.
Si no fuera porque enunciaríamos un absoluto, y la poesía aunque alude al Absoluto nunca lo contiene, nunca lo habita en plenitud, estaría tentado a proclamar que Poesía son las mañas, los recursos, y que encontradas las mañas comunes, los lugares comunes, la habríamos encontrado a ella. Pero eso es un disparate. Las “respuestas al misterio” parecerían reducirse a unas pocas preguntas repetidas o, más bien, a un grupo de recursos interrogadores y reincidentes.
Entender a Paul Valéry (un poeta francés de los siglos XIX y XX), a El Cementerio Marino (quizás su poema más leído, el despliegue de sus mañas), conectarlo con su texto A propósito de El Cementerio Marino (resumen mañoso), con las traducciones de Jorge Guillén y de Alfonso Gutiérrez Hermosillo, además de con el ensayo Sobre Paul Valéry de José Lezama Lima y con la obra de los cubanos Piñera, Prats y Almanza, podría ser un ejercicio, ciertamente lúdico e incompleto, pero que nos permitirá ensayar alguna respuesta o mejor aún, apuntar, arañar, la respuesta, que desde ahora se nos ofrece como una empresa imposible, pero divertida. Las neuronas comenzarán su danza frenética y de seguro algún sortilegio, alguna insinuación, alguna nueva pregunta aventuraremos.
Analizaremos a El Cementerio Marino en la traducción de Jorge Guillén.
¿Por qué esta y no la de Gómez Hermosillo o la Delfín Prats o la de Virgilio Piñera? La dos últimas no las encuentro, es más, algo se me confunde en la cabeza y no sé si es mi imaginación o Piñera tradujo alguna vez este poema o es sólo obra de mi deseo. La de Prats estaba en una revista Diéresis que saltando de un lado a otro cruzó al infinito lugar de los olvidos y no la tendré disponible. La de Guillén, el español, me parece seca, árida. Quizás sea esa la razón más verdadera y por lo tanto más válida por lo que escogí la de Guillén, que es seca, árida, contenida, no dada a los derramamientos inútiles ni a las ritualidades evidentes, sino que es derrochadora de potencia y fuerza en la contención, pero esta desplegada por los caminos más largos, por las mañas más tortuosas y difíciles. Me gusta esa versión. La de Gómez es muy evidente, desasida de piel. Nada más.
Para entender- manera razonable del disfrute- a El Cementerio marino, debemos renunciar a descifrar que fue lo que quiso decir el poeta y más bien adentrarnos en el que ha “querido hacer” el poeta, sabiendo “que la intención de “hacer” fue la que “ha querido” lo que ha “dicho”…” como nos propone el propio Valéry. Es decir, la maña nos llevara al gesto y el gesto será lo único atrapable, un gesto preñado de sentido pero, no confundirse, será siempre un ademán impronunciable y voluble, uno más cercano a la bruma que a la enunciación; un gesto en la oscuridad, apenas entrevisto.
La idea de composición construye el discurso, dice lo que tiene que decir y que, en el caso de los poetas y la Poesía, arma un limitadísimo arsenal de temas: eros y thanatos.
Para elaborar ese arsenal, término exacto por su cercanía a lo explosivo-implosivo de la poesía, el ojo facetado, que Lezama descubre en los poetas alejandrino-apocalípticos, viene a conjugar o mixturar el anhelo, el sentido y la posibilidad. Este ojo de mosca, insecto diabólico que el cubano renuncia a mencionar, abre las posibilidades sobre el asunto enfocado, que no será más un asunto Uno sino un asunto múltiple o mejor de la multiplicidad del Uno; lo vendría a explicar la insistencia de Valéry en “elaborar largamente los poemas, tenerlos entre el ser y el no ser, suspensos ante el deseo durante años; cultivar la duda, el escrúpulo, el arrepentirse – tal como una obra siempre emprendida y refundida que toma poco a poco la importancia secreta de una empresa de reforma propia”.
El Cementerio Marino es para su autor una obra abandonada más que terminada, “resultado de la sección de un trabajo interior”, que debe su abandono a la insistencia de Jacques Riviere. Así que el rostro de esta obra es un accidente más que hechura de la voluntad. Uno que sin embargo no deja de mostrarnos las intenciones, los recursos, las mañas, el probable estado espiritual del autor y una ubicación exacta en la historia de la literatura y de la conciencia.
Recuerdo a Heriberto Hernández, poeta del centro, hablar con fruición de esta tendencia a elaborar discursos interminables por las mismas razones que las del autor de nuestro poema. Hernández gozaba en repetir los motivos y en elaborar largamente los versículos en espera de un accidente, obra del azar más que de la causalidad, es decir esperaba un motivo para el abandono, pues terminar significaba la muerte de los sentidos, de las orientaciones verdaderamente poéticas. Valéry decía que en Francia no estaba “de moda elaborar largamente los poemas”, sin embargo en Cuba hay una sólida y fundamentada tradición de contención y estoicismo poéticos. La manía de estar a solas con los textos, de estar a solas con su propio yo, es verdaderamente sostenible en la poesía cubana. Desde Zequeira hasta Martí, pasando por Casal, y terminando por Brull, Ballagas, Piñera, los Hermanos Loynaz y Fina García Marrúz ( entre otros) hasta Delfín Prats, Lina de Feria, Hernández Novás, Roberto Manzano, Jesús David Curbelo y Rafael Almanza ( también entre otros).
Piñera, Prats y Almanza ( selección aleatoria y voluntariosa) independientemente del accidente de sus vidas, en los que se puede entrever cierta no deseada convivencia con el texto -o los textos- por larguísimos periodos, encontramos los ejemplos más fieles, aunque no únicos, de la poética del abandono en la Cuba del siglo XX. Piñera publicó únicamente unos pocos poemas hasta que finalmente armó su propio canon en La Vida entera, poesía escrita entre 1941 y 1968, de la que excluye o hace desaparecer lo escrito entre 1935 y 1940 y en la que no deja de asegurar y reafirmar su condición de “poeta ocasional”. Esta virtualidad piñeriana, autoreconocimiento, es más que expresión de duda, manifestación de un intenso trabajo en el espíritu y “especie de Ética de la forma”, presente en Valéry, y que se hace más evidente en Delfín Prats y Rafael Almanza. Prats ha publicado los libros: Lenguaje de Mudos, Para celebrar el ascenso de Ícaro y Abrirse las contelaciones: tres que son uno, además de El esplendor y el caos y Lírica amatoria. El primero es realmente un libro fantasma, lo tienen unos pocos afortunados, yo conozco sólo el ejemplar de Bladimir Zamora y el de la Biblioteca Nacional José Martí, y existen otros ejemplares muy bien custodiados por algunas bibliotecas y que podemos leer en una nueva elaboración en el segundo, que incluye estos y otros textos; y en el tercero de los libros aparecen textos del primero y el segundo reelaborados más algunos nuevos entre ellos el fundamental e imprescindible Aguas. Delfín elabora, reelabora, convive y abandona, en él hay cierto dolor, cierta angustia en ese acto, parece que asistimos a un hondo dolor, en el que el poeta muestra una actitud pudorosa al mostrarlo y que es inevitable hacerlo pero si pudiera renunciar de seguro lo haría.
Rafael Almanza ha publicado dos libros de poesía El libro de Jóveno y El gran camino de la Vida más permanecen inéditos a saber los Hymnos I y II y Sonetos al Amor divino. Los que conocemos su obra, los que la estudiamos y atesoramos, sabemos que ha estado sometida a una larga elaboración que dura ya más de treinta años y que no termina. Quizás sea Almanza el más persistente poeta del abandono en Cuba, el más consecuente de nuestros poetas alejandrino-apocalípticos. A los pies de la Patrona de Cuba descansa su obra, es decir bajo la custodia de algo de lo más sagrado de la patria, y que constantemente se inmola en el ara de lo más alto, bajo la “estrella que ilumina y mata”.
Paul Valéry, El Cementerio Marino, los poetas cubanos que responden a la poética del abandono, todo ellos, nos sirven para tejer y destejer, para entender y amar, esta suerte de rapsodia sin fin, que es la convivencia y la vivencia del hombre y la Poesía. El ojo facetado, el ojo de la mosca, coronado por “la multiplicación de sus córneas y cristalinos” ( Lezama, 1966) regresan a nosotros como “el mar, el mar que siempre está empezando…”
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