miércoles, 2 de enero de 2008
Hacia el nacer que muere cada día
( Una lectura posible de Testamento del pez)
Cuba, patria y noche, o patria de la noche, isla frente al inmenso piélago de la muerte. Patrias martianas: Cuba y la noche. Resonancia infinita en Gastón Baquero. Tema del poeta-pez que muerde el anzuelo, variaciones del que mira la ciudad en el momento justo, antes de su última pirueta, su salto final, y la reconoce y la conoce, en el sentido bíblico, es decir, la posee, la penetra.
Poseer es morir, tener es la muerte, acumular es el fin, penetrar es reinaugurar el ciclo, el círculo de la serpiente mordiéndose en sus extremos.
José Martí, que entre nosotros engendró la Poesía y los Poetas, más no los poemas – y es que él es una torre inmensa, una fortaleza de la que emanan todos los sentidos, más no todas las formas-; necesitó de Julián del Casal para se manifestara la plenitud de la cubanidad. Florit, Brull, Ballagas, (sin excluir a Boti, Poveda, Tallet, Acosta y hasta Martínez Villena) y los poetas católicos del origenismo son el resultado de esta mixtura. A estos poetas hay que agregar algunos de la llamada Generación del 50 como Francisco de Oraá y Carlos Galindo Lena y otros sin filia generacional como Roberto Friol o como el grande poeta Nicolás Guillén, él mismo una ínsula, solitaria y perfecta.
Las dos patrias, Cuba como poesía y la noche como los poetas, engendraron la forma, los poemas. Desde entonces hasta hoy, a excepción del coloquialismo que es el hijo herediano de raíz anglosajona, la poesía nuestra se debate entre la primacía de un rostro o de otro, pero que nunca se abandonan o se separan.
Aclaremos, es justo y necesario, que hasta en la excepción coloquialista no dejan de vislumbrarse zonas martiano-casalianas y que en estas también se manifiestan influencias conversacionales como en caso de Eliseo Diego, Cintio Vitier y hasta en el Lezama de Fragmentos a su imán, y no hablemos ya del influjo sobre Raúl Hernández Novás, Ángel Escobar, Delfín Prat, Lina de Feria, Sigfredo Ariel, Roberto Manzano, Rafael Almanza y las más jóvenes generaciones de poetas cubanos, aunque sólo sea una influencia de raíz formal y ciertamente muy exterior.
Así podríamos hablar de la bifrontalidad de la poesía cubana del siglo XX, siglo que para Cuba nace en 1895 y que se frustra en “lo esencial poético” antes de nacer, es decir en 1898 con la intromisión norteamericana y el posterior Tratado de Versalles, que excluye a los cubanos; siglo que según nuestro parecer no ha concluido puesto que el proyecto martiano de república aún se está construyendo.
Cuando la república martiana alcance mayor plenitud engendrará seguramente las “nuevas formas”, también los nuevos poemas, que anunciaran la entrada de Cuba en el siglo XXI, nuevo milenio que si bien las cuentas indican que la humanidad ha arribado ya a él, se retardará su epifanía hasta el momento en que el imperialismo de mercado se haya agotado como creador de sentidos y las nuevas torres sean levantadas, construcciones que seguramente serán las que por ahora, y con Ignacio Ramonet, calificamos parcamente de mundo mejor posible y que añoramos empiece a manifestarse en lo inmediato.
Cintio Vitier, en su cenital e insuperable Lo cubano en la poesía, contrapone a Martí y a Casal, de un lado el Apóstol encarna “las nupcias del espítiru con la realidad” y por otro el de La Habana Elegante es el poeta de la impotencia y el hastío. Están supuestamente en las antípodas. Casal al refugiarse en el Arte engendra los poemas, las formas, cansado procurará que ellas sean las vasijas nuevas para los “nuevos” hombres, que encontraran en Martí potencia, es decir poiesis. Por otro lado la república martiana, al menos en su proyecto ideal y después en su construcción, hará brotar a un Poeta, más bien a un tipo de Poeta, que manifiesta una capacidad radical para asumir poéticamente la realidad. Lo que Vitier ve en conflicto yo lo asumo como complementariedad, de la conjunción del Poeta, la Poesía y el Poema, es decir, de la vigorosa fusión de José Martí y Julián del Casal nace mejor la poesía cubana contemporánea.
Gastón Baquero es un poeta martiano-casaliano. De él reconoceremos su poema Testamento del Pez.
Junto a Palabras escritas en la arena por un inocente y Saúl sobre la espada ,Testamento del Pez, poema escrito en 1942 y publicado por primera vez en 1948 en Diez Poetas Cubanos -la trascendental antología que diera cuerpo y nombre a la generación origenista- forma una unidad que permitirá, sino conocer, explorar, al menos, guiar la lectura por la compleja escritura baqueriana: la salvación por la inocencia del sueño, la historia encarnada en el sueño y la muerte revelación de los sentidos del sueño. He aquí la trinidad temática del poeta.
La muerte sin embargo es el tema recurrente, el motivo central de su obra, tanto es así que Doña Fina García Marrúz, su amiga y habilísima lectora, llega a afirmar categórica que “ Toda su poesía salía del sueño de la muerte”, la muerte como espejo donde se refleja la resurrección, la muerte como camino de la vida y la muerte como puerta y consumación de la vida verdadera. Ella sin embargo se queda en el sueño, en lo entrevisto, en la sospecha, en la duermevela, pero el poeta insiste en corregirle la mira: Cintio Vitier recuerda que un día bajando por la escalinata de la colina universitaria, era otoño precisa, le escuchó decir a Baquero que “morir no es nada, ahora mismo puedo haber muerto y no sentir ninguna diferencia”. Para Baquero la muerte es una realidad consustancial con la vida, no hay diferencias entre ellas, tanto es así que puede confundirlas y confundirse. Vida es muerte, muerte es vida “pero esa muerte tiene grietas de luz por donde escapan mariposas”, como bien nos enseña jubiloso Emilio Ballagas hablando del mismo tema, claro que para el camagüeyano el motivo que se repite en Baquero no es la muerte en si sino el intento de “matar a la muerte”, más no nos lo parece, que como ya hemos enunciado creemos que el motivo central de su obra es la muerte, simple y llanamente la muerte que expresa en su hondura la vida.
Un suceso común, si se quiere baladí, un pez que salta ante el muro rocoso que define la costa de la ciudad, un pez que mira por última vez a la ciudad, y que le habla con el anzuelo atravesado antes de morir, es el detonador de uno de los discursos baquerianos más sólidos, más sin grietas: Testamento del pez.
El poema de marras, que no corrió la suerte de la exclusión de la Autoantología comentada, forma parte, como ya dijimos, de las columnas portantes de su obra. Este es el poema de la muerte por excelencia, de la muerte revelada, manifestada en los ojos del pez, y en la que la ciudad mira, presiente, siente, oye, desdeña, viste, desfigura, le da rostro múltiple, y la transforma en piedra, noche, ciudad enamorada, para vencerla finalmente.
La muerte termina convertida en un organismo vivo y palpitante. La ciudad y la muerte vencida son una misma cosa. La muerte dota a la ciudad de los atributos del sueño y la nocturnidad, la ciudad hace entonces “que la muerte exista”, prisionera pero real.
El pez que muerde el anzuelo en el malecón habanero aproxima la parca a la ciudad y ella lo hace a él indestructible. El pez es eterno en tanto viaja por su propia alma, a la que la ciudad terminará olvidando. Más encontramos en el animalejo una candida resistencia frente a la muerte. Le recuerda a la ciudad que es su sombra y que hace cosas por ella a las que tendrá que renunciar si el muere. El ama y es inocente. No se puede resistir frente a la muerte, ni frente a la ciudad, mucho menos ante lo pétreo-ciudad-muerte.
“Quisiera ser mañana entre tus calles”, canta el poeta-pez, resignado. Vale ser en la ciudad sombra, objeto u estrella. No importa qué, lo que vale es estar vivo, ser eterno, renaciente aunque sea “en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas”.
La muerte que se revela y nos revela la verdadera sustancia de los seres y las cosas, la muerte como puerta de la resurrección.
Arduo ha sido laborar en la espesura y la consistencia de un texto, de un poeta, de su obra. Feliz el haber sido protagonistas de un paseo por la ancha avenida y sentir como detrás de nosotros, en la nuca, chisporrotea la mirada de un pez convertida en diamante, un diamante que podrá ser escuchado una vez que crucemos el umbral de la vida, que es la muerte.
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